viernes, septiembre 20, 2013

El duelo en los animales


Barbara J. King, profesora de Antropología e investigadora de conducta animal - sobre todo ha trabajado con mandriles en Africa-, ha publicado recientemente How Animals Grieve, un libro dedicado al duelo en el mundo animal. El libro me ha decepcionado porque prácticamente se limita a recoger “casos clínicos”, observaciones individuales, pero, lógicamente, la culpa no es de Barbara sino de que hay muy poca investigación reglada en este campo. Me ha sorprendido que haya casos observados de duelo en animales “inferiores” (conejos o cabras) y que no los haya en otros más “superiores”, como los monos. Insisto en que vamos a comentar en general casos registrados en algunos animales de una especie sin que sea esa  la conducta habitual de la especie. Sin embargo, no hay que subestimar la existencia de esos casos, aunque desde el punto de vista científico no son suficientes, por supuesto, para establecer un fenómeno. Frans de Waal empezó observando casos de reconciliación en chimpancés y luego se ha visto que la reconciliación es una conducta habitual en ellos. Históricamente, la ciencia ha subestimado el pensamiento y el sentimiento animal, pero ahora los científicos, con experimentos y grabaciones de vídeo, están demostrando que piensan y sienten de manera más profunda de lo que sospechábamos. 
Barbara J. King

Muchas de estas observaciones son llevadas a cabo por personas amantes de los animales, lo cual tiene ventajas e inconvenientes. Por un lado, estas personas pueden tener la tendencia a antropomorfizar, a humanizar, a interpretar en clave humana conductas de sus mascotas, actitud que por supuesto no es nada científica, y hay que tomar todos estos relatos con una buena dosis de escepticismo. Pero, por otro lado, estas personas observan durante años a sus mascotas en todo tipo de situaciones, y este exhaustivo “trabajo de campo” puede producir una valiosa base de datos que puede ser aprovechada para investigaciones posteriores. 

Entre los casos sorprendentes que relata el libro, hay una observación realizada por el zoólogo Maurice Burton de una gallina vieja y casi ciega que era ayudada por una gallina más joven y en buen estado de salud. La gallina joven recogía comida para la más vieja y la ayudaba a instalarse en el nido a las noches. Cuando la gallina mayor murió la joven dejó de comer y se debilitó hasta el punto de que falleció en dos semanas. Una amiga de Barbara cuenta un caso realmente difícil de creer, siguiendo con gallinas, en el que en una ocasión vinieron varias de ellas haciendo ruido a su casa, llamando con sus picos a la puerta; la amiga salió corriendo a la puerta y las gallinas salieron disparadas para la piscina donde se encontraba Cloudy, una de las gallinas, luchando sin poder salir del agua hasta que fue rescatada. Si esto es cierto, implica un montón de cosas a nivel cognitivo: reconocer que un compañero está en peligro, buscar ayuda de un humano sabiendo que este puede ayudar, ser capaces de llamar la atención del humano y dirigir al humano hacia el lugar del problema...ufff!¿demasiado para una gallina? Eso parece, pero hay algunos estudios en pollos donde son capaces de reconocer hasta cien caras distintas e identificar un objeto cuando se les muestra solo una parte...tal vez no podemos todavía descartar otras capacidades.

Hay una relación directa entre el duelo y el amor. Para hacer duelo primero hay que haber amado. Si no amas a alguien o te da igual, no vamos a sentir pena por su muerte. Por lo tanto, reconocer duelo en animales es indirectamente reconocer que son capaces de amar, de crear vínculos. La definición de amor a utilizar en estos casos es un deseo de estar cerca, de interactuar, con un semejante por razones que pueden incluir, pero que no son únicamente, de comer, de que el otro le defienda de un depredador, o por sexo. Si, entonces, por la razón que sea (la muerte de uno de ellos puede ser una) los animales no pueden pasar tiempo juntos, el animal que ama sufre de una manera visible. Lo más normal es que se niega a comer, pierde peso, se muestra inactivo, sin interés en actividades y su lenguaje corporal es indicativo de tristeza y depresión. Una conducta que suele repetirse es la de buscar al animal fallecido y la de gritos o vocalizaciones en un tono especial. Estamos hablando por tanto de situaciones en las que hay un vínculo previo.

Definida así la situación, se han observado manifestaciones de este tipo en gatos, perros, caballos, cabras, conejos, bisontes, gansos y hasta un pato. Según datos de la asociación ASPCA dos tercios de los perros exhiben cambios conductuales negativos cuando otro perro de la casa muere. Es muy famoso el caso del perro japonés Hachi que esperó a su dueño en la estación durante más de diez años hasta su propia muerte. En caballos se ha observado que en algunos casos hacen círculo alrededor del fallecido a modo de protección. Se ha convertido ya en práctica habitual en establos asegurar que el resto de caballos puedan ver al compañero muerto, cosa que se está haciendo también en zoológicos -sobre todo con primates- y granjas, como forma de mejorar la evolución del duelo.

Comentaba antes que sorprendía la ausencia de duelo en los monos. Lo que sí se ha observado en macacos es que las madres a las que se les ha muerto el bebé lo siguen acarreando a veces durante días (diecisiete es el récord), mucho tiempo después de que haya empezado a descomponerse, o se haya momificado, incluso. No existe una explicación para esta conducta -conducta que tiene un coste muy alto por el esfuerzo que supone y que llega a comprometer la alimentación de la madre- pero la propia Barbara no lo considera un duelo. Algunos dicen que las madres no son capaces de darse cuenta de que el bebé ha fallecido pero eso es poco creíble. Los monos son lo bastante inteligentes para diferenciar un ser vivo y en unas criaturas con un sentido del olfato tan desarrollado los olores producidos por el cadáver tienen que ser muy explícitos. Por ejemplo, en hormigas se sabe que identifican la muerte por el olor. Cuando una hormiga se muere las demás siguen su vida y pasan alrededor sin hacer ni caso, pero, al de dos días, alguna la coge y la arrastra a una especie de cementerio. Se sabe que es por la producción de ácido oléico. Se ha observado que las madres macaco cuyo hijo ha vivido más días y por lo tanto han tenido más tiempo de hacer vínculo no muestran esta conducta de acarrear el cadáver con más frecuencia, lo que no es lógico desde el punto de vista de la teoría del duelo que hemos esbozado al principio de que hay una relación entre vínculo y duelo. En mandriles se ha observado que si la madre abandona momentáneamente al bebé muerto, algún familiar o algún macho amigo vigila el cadáver hasta que la madre vuelve. Esto tal vez podría indicar que se considera una posesión de la madre o del grupo.

Donde sí hay recogidos muchos ejemplos, por diversos científicos, de duelo es en elefantes y podemos decir que es el caso más cercano  a la certeza científica para poder afirmar que existe duelo en animales. Los elefantes se interesan por el cadáver, vuelven repetidamente a él, o al lugar de enterramiento, examinan los huesos, muestran conducta altruistas y compasión por el sufrimiento, y no solo hacia familiares. Hay algunos informes de que identifican incluso los huesos de familiares muertos pero eso no se ha comprobado en estudios, lo que sí se ha comprobado es que muestran mayor interés por huesos de elefante que de otras especies. También se han descrito casos en los que los elefantes han revuelto la tierra alrededor del cadáver llegando a cubrirle parcialmente y en animales de zoológico de algunos que han cubierto con mantas o algún trapo al fallecido. Por supuesto caos aislados y sujetos a múltiples interpretaciones.

En chimpancés también hay descritos casos de duelo desde el famoso caso de Flint relatado por Jane Goodall en Gombe, al morir su madre Flo. Las madres chimpancé también acarrean a veces a sus bebés fallecidos. Hay un ejemplo de acarreo de hasta sesenta y ocho días. Hay descritos casos de una especie funeral o de duelo colectivo, todo el grupo reunido muy afectado por la muerte de uno de ellos. Como decía más arriba actualmente en los zoos se suele dejar el cadáver para que todos los compañeros lo vean y luego se recoge delante de ellos. También existen casos de duelo descritos en gorilas.

El vínculo materno-filial es el primero y por tanto es lógico que el primer duelo es también el maternal. Para el bebé la muerte de su madre supondría la mayoría de las veces su propia muerte pero los bebés muestran una respuesta de separación, un sufrimiento y desesperación que están muy relacionados lógicamente con el duelo. Este vínculo existe en los mamíferos así que podemos esperar duelo en todos ellos. En el mundo acuático se han encontrado también ejemplos de duelo materno en delfines y , dado que son animales muy sociales, no sería descartable que otros animales, además de la madre, hagan duelo.

Por último, hay descritos casos de duelo en pájaros. Hay algún ejemplo en gansos pero hay un ave muy interesante que son los cuervos, a los que a veces se les suele llamar los primates con plumas, por su inteligencia y socialidad. Se han descrito casos de engaño en córvidos, lo que implica un alto nivel de  desarrollo cognitivo y eso hace pensar que podrían mostrar reacciones de duelo. Se ha observado que los cuervos se reúnen junto a un compañero muerto y se quedan hasta quince minutos observando, pero se han realizado experimentos controlados disponiendo cadáveres de animales y la reacción grupal provocada no permite concluir que nos encontremos ante una reacción de duelo. 

Con respecto a la evolución del duelo en animales podemos sacar tal vez alguna enseñanza que nos puede servir para el duelo humano. Se han descrito, como he comentado, casos de muerte por abandono al fallecer un semejante con el que existe un fuerte vínculo, pero la evolución del duelo en mascotas nos dice también que sustituir al compañero muerto por otro nuevo tiene un efecto positivo. Es un fenómeno que aparece a lo largo del libro. Cuando el dueño de un perro que ha perdido a un compañero introduce en la casa un nuevo perro, este empieza a mostrar más interés, a relacionarse y se recupera. En humanos tenemos muy comprobado que el duelo tras una ruptura sentimental responde espectacularmente a un nuevo amor. Pero las personas no son tan fáciles de sustituir como las mascotas. Sin embargo, hay una observación interesante: el efecto positivo es especialmente marcado cuando el nuevo animal es más joven y “obliga” al que está pasando el proceso de duelo a cuidarlo y ocuparse de él. Esto nos abre la posibilidad de que una persona que sufra la pérdida de un ser querido puede beneficiarse de abrirse a nuevas relaciones, por supuesto, pero especialmente tal vez si estas relaciones implican cuidar u ocuparse de otras personas. No es mucho, pero puede ser algo, es una idea o consejo que se deduce de los ejemplos del libro.

Resumiendo, un campo todavía poco estudiado donde no hay pruebas sistemáticas de duelo en animales pero como afirma el viejo dicho: ausencia de evidencia no es lo mismo que evidencia de ausencia. No encontraremos pruebas de duelo si no las buscamos.

@pitiklinov en Twitter

Referencia:






2 comentarios:

Tay dijo...

Un artículo magnifico, echaba de menos la ilustración evolucionista, felicidades

Germánico dijo...

Debemos agradecer a Pitiklinov su aportación a ésta nueva Nueva Ilustración Evolucionista. Estoy de acuerdo contigo en que el artículo es magnífico.

Es, sin duda, el animal humano, el que más se regodea en el duelo, lo cual ha de tener una poderosa e "irracional razón" de ser.

Desde mediados de los 80 del pasado siglo si no me equivoco se ha puesto de moda, a partir de un libro, la idea de que el duelo humano, en particular el que se produce ante la muerte (de un ser querido o propia- ésta última anticipada por ejemplo en un cáncer), debía seguir una serie de fases de forma precisa (copio de wikipedia que estoy muy vago):

1. Fase de Negación. Negarse a sí mismo o al entorno que ha ocurrido la pérdida

2. Fase de enfado e indiferencia. Euforia o enfado por no poder evitar la pérdida.

3. Fase de Negociación. Negociar consigo mismo o con el entorno, entendiendo los pros y contras de la pérdida.

4. Fase de Dolor Emocional. Se experimenta tristeza y dolor por la pérdida.

5. Fase de Aceptación. Se asume la pérdida, pero jamás se olvida.

Sin embargo existe tal variabilidad en la afrontación del dolor por nuestra parte que estas fases pierden en gran medida su sentido. Durante bastante tiempo los profesionales de la salud han considerado que quienes no pasaban por estas fases de la forma preestablecida no estaban superando correctamente la pérdida o, peor, que estaban mal de la cabeza.

También entre los no profesionales se esperan ciertas fases del duelo, aunque no necesariamente las mismas que las arriba señaladas.

El caso es que, aunque como miembros de una misma especie tengamos un conjunto de maneras de afrontar el duelo que nos son propias, y más siendo aparentemente la especie que mas "rumia" con la mente, ni siquiera entre nosotros se puede establecer un patrón claro sobre el duelo.