lunes, noviembre 25, 2013

Parásito bueno, parásito malo



Durante mucho tiempo se ha pensado -y todavía muchos lo siguen pensando- que con el paso del tiempo las relaciones parásito-huésped evolucionan a la benignidad y buena convivencia. El parásito poco a poco  se iría haciendo menos dañino y el huésped bajaría sus defensas de forma que ambos llegarían a convertirse en buenos vecinos pasando del parasitismo al comensalismo, relación en la que el parásito obtendría recursos del huésped  sin causarle perjuicio. Esto ha ocurrido con mucha frecuencia, sin duda, como lo atestiguan nuestras bacterias intestinales, que nos ayudan a digerir los alimentos, o la existencia de mitocondrias y cloroplastos que parece que una vez fueron bacterias independientes y luego se integraron en las células eucariotas.

Sin embargo, existen multitud de parásitos que en muchos casos son muy dañinos para su huésped. Podríamos pensar que estas relaciones patógeno-huésped son recientes y no han tenido tiempo de evolucionar, y que si les damos tiempo evolucionarán a la benignidad. La realidad es que en muchas ocasiones los parásitos se muestran muy virulentos y no parecen dispuestos a disminuir su daño al hospedador por mucho tiempo que pase. Un ejemplo conocido es la Malaria. Cada año mata un millón de personas actualmente, cuando ya había avisos contra la transmisión de esta enfermedad allá por los tiempos de los faraones. Estudios filogenéticos recientes sitúan el origen de la malaria en parásitos similares que infectaban chimpancés y que pasaron al género Homo en algún momento entre hace 2-3 millones de años y 10.000 años. En todo este tiempo el Plasmodium no ha tomado la vía del entendimiento.

Tenemos que partir de la base de que todo organismo busca la mayor reproducción posible, incluidos los parásitos. Imaginemos dos estrategias reproductivas alternativas de un parásito, una estrategia benigna y una estrategia virulenta. En la estrategia virulenta el parásito hace mucho daño al huésped, obtiene de él todos los recursos que puede y los dedica a reproducción y transmisión a otros huéspedes, cosa que debe hacer rápidamente porque, dado el gran daño que produce al huésped, éste morirá en un tiempo breve. En la estrategia benigna el parásito no explota tanto los recursos y hace menos daño. Las posibilidades de transmisión son menores pero, a cambio, dispone de mucho más tiempo para encontrar otros huéspedes a los que transmitirse. ¿Qué estrategia es mejor?

El factor clave para decidir cuál de los dos parásitos se mantendrá con éxito son las posibilidades de transmisión, de contagio. En una situación de gran facilidad de transmisión, como una alta densidad de huéspedes, ganará el parásito malo. En una población menos densa y más dispersa ganará el parásito bueno. Si las condiciones cambian, el parásito irá cambiando su estrategia de acuerdo a las mismas: si aumenta la densidad, se hará más maligno, y si disminuye, se hará más benigno. Antes de seguir, y exponerme a que me riñan los evolucionistas rigurosos por mi utilización del lenguaje, he de precisar que el parásito no tiene ninguna intención, ni finalidad, ni estrategia. Simplemente son cepas con una variación en su virulencia y las más virulentas en una situación de densidad de población baja desaparecen porque matan a su huésped antes de conseguir llegar a otro y no dejan descendencia. Las que son menos virulentas sobreviven. Si las condiciones cambian sería al revés. Punto.

Pero hay otros factores que influyen en la virulencia, asunto que ha estudiado Paul Ewald con mucho detenimiento. Vamos a hablar solo de uno de ellos: que la vía de transmisión sea por contacto o por medio de vectores. Como ejemplo de transmisión por contacto tenemos el catarro. Las probabilidades de transmisión del catarro aumentan si el individuo enfermo puede moverse e ir a la oficina en metro y va estornudando y soltando bichos por ahí. Si el catarro fuera muy virulento el sujeto infectado no podría moverse y la transmisión de la enfermedad disminuiría drásticamente. Sin embargo, cuando la enfermedad se transmite por vectores, como la Malaria que hemos comentado antes que se transmite por picadura de mosquito, el parásito no necesita (vuelvo a utilizar lenguaje antropomorfizado pero nos entendemos) que el enfermo deambule por ahí. Es más, si el enfermo está en cama obnubilado y no puede defenderse, los mosquitos le van a picar con mayor facilidad, así que ,en este caso, el parásito no tiene reparos en darle fuerte y ser muy virulento. Al que tratará mucho mejor, por contra, es al mosquito, porque si le produjera un enfermedad muy grave al mosquito entonces sí que su reproducción estaría en peligro. Algo similar ocurre cuando la transmisión se realiza por ingestión de agua contaminada como ocurre en el caso del cólera. En este caso el parásito tampoco necesita que el sujeto se mueva, es suficiente con que sus heces lleguen al agua y liberen los patógenos. 

Hay más factores a tener en cuenta pero, en definitiva, lo que mostró Ewald es que las enfermedades transmitidas por vectores eran en general mucho más virulentas que las transmitidas por contacto. La conclusión es que para reducir la virulencia de las enfermedades hay que reducir sus posibilidades de transmisión. También tendremos que concluir que los parásitos están buscando siempre la manera de maximizar su éxito reproductivo, sea por las buenas o por las malas.

@pitiklinov

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