domingo, enero 04, 2015

La Crianza Cooperativa

Hay ideas que se quedan en la cuneta sin que nadie las haga mucho caso y , probablemente, hay muchos tesoros escondidos en las cunetas de la ciencia. Una de esas ideas creo que es la de la crianza cooperativa. No es que nadie la niegue o la discuta, mayormente se la ignora, aunque de vez en cuando se ven referencias a la misma. También podría ser que no tenga mucho poder explicativo y no aporte grandes cosas. En cualquier caso es de lo que voy a hablar hoy siguiendo a la autora que más ha trabajado esta hipótesis, la antropóloga Sara B. Hrdy.

John Bowlby fue el primer psicólogo evolucionista en explorar las presiones que durante el Pleistoceno - lo que el llamó el Ambiente de la Adaptabilidad Evolucionista, EEA- dieron forma al desarrollo de la mente de los niños humanos. Pero Bowlby asumió que la madre era prácticamente el único cuidador. En años posteriores, mencionó la posibilidad de múltiples cuidadores pero no obstante siguió centrado en un modelo victoriano de división del trabajo familiar, centrado en una pareja donde la madre alimenta a los hijos aprovisionada por el padre. 

Desde perros salvajes a elefantes, pasando por el tití común, un 3% de los mamíferos y entre el 8-17% de los pájaros crían de forma cooperativa. La definición de crianza cooperativa es: un sistema de crianza en el que miembros del grupo diferentes a los padres genéticos (se les llama alopadres) ayudan a uno o los dos padres a criar a los hijos. Como no se suele conocer la identidad genética del padre se habla entonces de alomadres, es decir individuos de cualquier sexo que no son la madre. Observad que alomadre puede ser un macho, o incluso el padre genético, aunque la alomadre por excelencia, sobre todo en humanos, es la abuela. La crianza cooperativa se estudió inicialmente en insectos y pájaros.

El altruismo de las alomadres queda bien explicado por la selección de parentesco de Hamilton. Si una abuela o una hermana de la madre ayuda en la crianza, está ayudando a propagar sus propios genes. Tendencias que lleven a invertir en hijos que no están relacionados genéticamente con el individuo serían seleccionadas en contra. La crianza cooperativa tiene ventajas evidentes para la madre ya que la permite dedicar más tiempo a buscar comida, por ejemplo, y así producir más prole en menos tiempo. Al hacer menos esfuerzo, su supervivencia también aumenta. Pero las tiene también para las alomadres, aparte de la propiamente derivada de la selección de parentesco, como la posibilidad de que una hembra aprenda a manejar un bebé para cuando ella misma sea madre. Evidentemente, hay un umbral por encima del cual a una alomadre ya no le compensa ayudar y es mejor que tenga sus propios hijos, como es el caso si hay muchos recursos. Pero si los recursos son escasos ayudando a la madre, se mantiene en el territorio, va aprendiendo y espera su oportunidad. Las hembras suelen ser  alomadres cuando son muy jóvenes o muy mayores. Si ayudar a otros puede interferir con su propia reproducción no lo harán.

Comparados con otros animales, los humanos tienen un desarrollo muy retrasado y ya el propio Hamilton en 1966 adelantó que una crianza cooperativa permitiría una maduración más lenta. En pájaros se ha demostrado una correlación entre la crianza cooperativa y una prolongada dependencia post-nido y esto es posible al haber otros cuidadores que siguen alimentando a las crías mientras los padres vuelven a criar. Otros animales que tienen crianza cooperativa, como los lobos, también tienen períodos largos dependientes infantiles post-destete. El cuidado alomaterno pudo facilitar el aumento de tamaño del cerebro humano.

En primates el único caso de libro de crianza cooperativa es el de los calitrícidos, los titíes y tamarinos. Al de dos semanas del nacimiento, anteriores compañeros sexuales de la madre portan a la cría hasta un 60% del tiempo. A las tres semanas otros miembros del grupo suplementan la leche de la madre con pequeñas presas aunque el destete no es hasta los tres meses. Cuanta más ayuda, más éxito reproductivo tiene la madre, lógicamente.

Pero la crianza cooperativa da lugar a un rasgo psicológico que sólo ocurre en las madres humanas y en las de los calitrícidos y es la alta tasa de abandono de los hijos. El mejor factor predictor de supervivencia infantil es el compromiso materno. En humanos este compromiso está influenciado por la percepción de contar con apoyo social tanto antes como después del parto. Los registros etnográficos e históricos demuestran que las madres con poco apoyo social es más probable que abandonen a sus hijos. Incluso cuando las condiciones económicas son buenas, las tasas de morbilidad y mortalidad son mayores en hogares monoparentales, y en épocas de escasez económica la presencia de alomadres es mucho más importante. Las causas principales de infanticidio siempre han sido la escasez de recursos, enfermedad en el feto y ausencia de padre. Por contra, en miles de horas de observación de otros primates con crianza exclusiva materna en vida salvaje, muy rara vez se ha observado que una madre abandone a su hijo recién nacido y nunca se ha visto que les hagan daño (las excepciones son cuando la madre es inexperta o cuando está siendo dura con el hijo en el destete y normalmente esto no tiene consecuencias serias para la cría). Resumiendo, en calitrícidos y humanos el compromiso materno depende de las circunstancias sociales. Las madres humanas son los únicos primates que discriminan en qué hijos invierten usando criterios como sexo, orden de nacimiento y viabilidad.

Tal vez por eso, los niños humanos han “aprendido” a conformarse a las preferencias maternas para sobrevivir. Podría ser esa la casa de que los niños humanos nazcan con mucha más grasa que otras especies (para que las madres les vean sanos y dignos de inversión). Comparados con otros primates, los niños humanos tienen más necesidad de implicar a la madre y los que consigan atraer a la madre van a tener más probabilidades de supervivencia. Por otro lado, además de los sonidos y gritos que también hacen otros simios, los niños humanos buscan la presencia de caras con más interés y ya nada más nacer imitan caras y sonríen, algo que otros primates no hacen. El gran deseo de los niños de buscar caras y de conectar con los ojos (bien descrito por Baron-Cohen) puede reflejar su necesidad de monitorizar, atraer e implicar a las madres. Según Hrdy, esta necesidad podría explicar también la hipersocialidad humana y la Teoría de la Mente. Al depender de muchos cuidadores y al ser el compromiso materno dependiente de la presencia de esos cuidadores, los niños que fueran capaces de leer mejor las intenciones y los estados de ánimo de esos cuidadores tendrían ventaja adaptativa para implicarles en la crianza. El balbuceo de los niños, que también atrae la atención de los cuidadores, ocurre también en calitrícidos (parece que no en otros primates) y aparece en ellos entre la primera y tercera semana que es cuando empiezan a implicarse las alomadres.

Aunque el resto de los primates no realizan crianza cooperativa, sí tienen una serie de preadaptaciones que les predispone a poder evolucionar para dar esa crianza. Una de ellas es la atracción por los bebés y otra la tendencia a protegerlos. Las hembras de muchas especies tienen un fuerte impulso a coger los bebés y transportarlos y la que pone el freno suele ser la madre, que no quiere dejarlos. Las madres de macacos o chimpancés deniegan el acceso mientras que las madres de langures dejan que los lleven hasta un 50% del tiempo (aún así las crías prefieren a la madre que al resto de cuidadores). Es interesante que, incluso en especies que no tienen crianza cooperativa, los machos pueden llegar a colaborar bajo determinadas circunstancias y responden a los bebés, aunque su umbral de respuesta es más alto que el de las hembras. Precisamente, los primeros estudios que demostraban una relación entre elevación de prolactina y cuidado paterno se hicieron en titíes y luego se han replicado en otros primates y en humanos. Los hombres que conviven con mujeres embarazadas experimentan cambios hormonales similares a los de los titíes: la prolactina sube durante el embarazo y al dar a luz desciende la testosterona. El punto a destacar es que incluso en especies que no hacen crianza cooperativa se puede conseguir que otros miembros que no son la madre ayuden en la crianza porque hay ya unas predisposiciones para ello.

Las alomadres no sólo eran una ayuda sino que durante el Pleistocene fueron probablemente esenciales para la evolución de nuestra especie. Por estudios como los de Turke en Ifaluk sabemos que la presencia de una hermana aumenta el éxito reproductivo con respecto a la familia que tiene dos hijos varones. En Gambia los niños con hermanas mayores sobreviven en mayor proporción que los que no las tienen. Por supuesto, la influencia de las abuelas en la supervivencia está también muy demostrada. El papel de abuelas y tías a partir del destete es muy importante. Lo que no tiene tantos datos a favor es la influencia del padre en la supervivencia. Pero en los Ache la muerte del padre sí disminuye la supervivencia de los hijos. Es probable que su ayuda permita también acortar el periodo entre embarazos y es muy importante para el estatus que el hijo conseguirá en el grupo, en la edad adulta, contar con la ayuda del padre.

Pero, además de todo lo que hemos comentado, la crianza cooperativa puede haber tenido una gran influencia en la evolución cognitiva humana y en la aparición de características exclusivamente humanas. Los animales con crianza cooperativa parecen ser mucho más prosociales y cooperativos. Un elemento cognitivo esencial es la intencionalidad compartida y Hardy propone que la crianza compartida fue el motor de todo ese desarrollo cognitivo. El caso humano sería el resultado del encuentro de dos elementos: 1) un simio con cierta inteligencia, capaz de manufacturar herramientas simples, con cierta Teoría de la mente y capacidad empatica y 2) la crianza cooperativa.

Los calitrícidos son muy prosociales y realizan actos que benefician a los demás incluso aunque el otro no los solicite. En experimentos con titíes se ve que proveen comida a miembros del grupo incluso aunque ellos mismos no reciban nada o no sean reciprocados. Por contra, en chimpancés incluso cuando madre e hijo comparten comida parece más un robo consentido que otra cosa. Incluso en cánidos  y elefantes se observa gran prosocialidad y mayor respuesta a las necesidades de los demás (de adultos también, no sólo de niños). En chimpancés y capuchinos los actos prosociales están más limitados a familiares y no a extraños. 

Por otro lado, la crianza cooperativa aumenta las oportunidades para el aprendizaje social porque las crías disponen de más modelos a los que imitar y un periodo de desarrollo más largo durante el que aprender. En definitiva, la propuesta de Hrdy y cols. es que la crianza cooperativa parece resultar en un mayor desarrollo cognitivo como un efecto secundario y que si estamos donde estamos y somos lo que somos fue debido a la adopción de ese tipo de crianza.


@pitiklinov


Referencias:



3 comentarios:

Masgüel dijo...

Para Hamilton, esta perrita sería un monstruo contranatura, supongo:
https://www.youtube.com/watch?v=0ROZIDmasMU

Ana di Zacco dijo...

Alucinante... Gracias.

Anónimo dijo...

En España tenemos los interesantes trabajos sobre crianza cooperativa de la corneja, dirigidos por el Dr. Vittorio Baglione,
http://www.cooperativecrows.com/baglione.htm