sábado, mayo 07, 2016

Rubias (Segunda Parte)

Colaboración de Juan Medrano

Comentábamos en la entrada anterior las posibles causas evolucionistas que hacen que los caballeros las prefieran rubias. Pero dejábamos sin tocar otro tópico (en varios sentidos del término) extendido en la población y en la cultura, a saber: que las rubias son tontas (nada se dice o ha dicho de los varones de pelo rubio). Uno no tiene la impresión de que el color del pelo condicione la inteligencia en mujeres o varones, pero la creencia está sólidamente asentada en la cultura, como lo muestran las imágenes que he podido encontrar de chistes y ocurrencias al respecto en el intento de ilustrar este comentario.
  
Desde el punto de vista evolucionista, por cierto, el hecho de que los caballeros las prefieran rubias explicaría por qué son (o pueden ser) menos inteligentes que otras mujeres, en la medida que a efectos de persistencia de esa población femenina de pelo claro, la selección (el interés masculino) compensaría la supuesta peor dotación intelectual que, en principio, sería una desventaja y tendería a hacer desaparecer, con el paso de las generaciones, el pelo rubio de nuestro acervo genético. Alternativamente, y desde un punto de vista más cínico, podría aseverarse que al igual que las mujeres tienden a seleccionar varones saludables y preocupados por la prole, los varones tienden a seleccionar mujeres más manejables por ser menos dotadas intelectualmente.
  
Pero, si ya vimos con sutiles experimentos como el del francés Guégen, que parece cierto que hay en los varones una inclinación por las mujeres de cabello blondo que confirma la suposición de que los caballeros las prefieren rubias, ¿puede decirse igualmente que los datos empíricos confirman que las mujeres de pelo claro tienen menor inteligencia que las de otras tonalidades capilares?

Para resolver este enigma acude en nuestra ayuda Jay L. Zagorsky, meticuloso autor de un estudio que lleva por título (traducción libre) “¿Es cierto que las rubias son tontas?”, publicado este mismo año con cierta fanfarria en una revista de Economía. La conclusión del estudio es que las mujeres rubias no difieren en inteligencia del resto de la población femenina; es más: en la población estudiada por el autor, las rubias son incluso, aunque muy ligeramente, más inteligentes que el resto de las mujeres, bien es cierto que sin significación estadística.

El hallazgo de Zagorsky surge del trasteo en una colosal base de datos, el National Longitudinal Survey of Youth 1979 (en corto, pero igual de trabado, NLSY79), una encuesta a una muestra de 12686 mujeres y hombres de los EEUU nacidos entre 1957 y 1964 y que contaban entre 14 y 22 años cuando fueron entrevistados por primera vez en 1979. La realiza el Center for Human Resource Research (CHRR, para los amigos) por encargo del departamento de estadística laboral de ese país, y su finalidad es tener una foto de lo que podríamos llamar la normalidad estadística de la población. Se realiza en sucesivas oleadas, siempre que se puede de forma directa y en persona, pero a veces también por teléfono. Entre otros integrantes, incluye la encuesta el Armed Forces Qualification Test (AFQT, para ocupar menos), un instrumento que mide la inteligencia de los posibles candidatos a incorporarse a las fuerzas armadas y que se basa en parámetros como el conocimiento semántico, la comprensión de un texto, habilidades matemáticas y razonamiento aritmético. Los resultados de este test reducido de inteligencia permiten establecer cuál es la normalidad y calcular a partir de ella si la persona que se postula como recluta alcanza el nivel de inteligencia que se requiere en los EEUU para esta ocupación (no olvidemos que el cociente intelectual es siempre un valor comparativo con la población de la misma edad del sujeto).
  

La encuesta se pasa en oleadas (en 2012 iba, según su web, por la 25), en un intento de obtener sucesivas fotos fijas de la realidad estadounidense. Para ese año la muestra inicial se había quedado en 9964 personas. Algunas bajas se deberían a causas de fuerza mayor (fallecimientos, discapacidad, emigración, cambio de domicilio que los hacía ilocalizables), pero no es de descartar que eso de recibir cada año y pico a un amable entrevistador que hace un montón de preguntas acabe generando cierto hastío, hartazgo, fastidio, cansancio, ante el que algunas de las personas de la muestra opten por dar con la puerta en las narices al amable entrevistador. En previsión de que la aparición de esos estados psicológicos eche por tierra el tenaz esfuerzo que representa la NLSY79, se incentiva la permanencia en el estudio mediante pequeños estipendios, que se dice.


Pero como contrapartida, hubo que diseñar sutiles medidas para garantizar defecciones ocultas, es decir, que, pongamos, harto yo de contestar 17 veces a la encuesta, cuando llegue la 18 y sintiéndome incapaz de exponerme de nuevo a la prueba, me escaquee y facilite el teléfono o la dirección de mi primo el de Amoroto, al que compensaré el tiempo invertido con una parte del estipendio que me pasa el CHRR (mayor o menor según lo sinvergüenza y explotador que me sienta). Lógicamente, mi primo el de Amoroto, aunque es muy buena gente (tanto que seguramente no sospechará que me estoy quedando con una parte del estipendio), no comparte conmigo las características que interesan al NLSY79 (sin ir más lejos, no se quedaría con una parte del estipendio), lo que podría distorsionar los resultados. Pues bien: para tener la certeza de que el entrevistado sigue siendo la misma persona que aguantó los pases previos de la encuesta, se piden unos datos, aparentemente inocentes, que permiten identificarlo. Entre ellos, la estatura, el peso (chocante elección, por su variabilidad y más en un país en el que la población tiende a ponerse oblonga con el tiempo) y el color del pelo. 

A estas alturas, las sagaces mentes que leen esta entrada habrán deducido que gracias a este tipo de preguntas la base de datos permite cruzar el color del pelo con la inteligencia calculada a través del AFQT. Y es lo que ha hecho Zagorsky, basándose en los resultados de 1980; también habría podido cruzar la estatura con la inteligencia, o el peso con el color del pelo, para dar respuesta a enigmas que mantienen en un puño el corazón de los científicos y de la población en general, como ¿son más inteligentes las personas altas o las bajas? O ¿son más gordos los rubios o los pelirrojos?, pero de momento no lo ha hecho. De momento.

Y así, en este cruce de datos, del que excluyó a hispánicos y afroamericanos, para no liarse con colores de pelos, Zagorsky observó que las mujeres rubias daban los CIs más elevados según el AFQT (un promedio de 103.2, frente al 102.7 de las de pelo castaño, 101.2 de las pelirrojas y 100.5 de las de pelo negro). En los varones, los rubios mostraban también un CIs medio más alto (103.9) que los pelirrojos y los de pelo negro (100.5 y 100.1, respectivamente), pero ligeramente más bajo que los de pelo castaño (104.4).
  
Las diferencias no son significativas, pero en todo caso esto implica que eso de que las rubias son tontas es un prejuicio, una estereotipia estigmatizante que ha de desterrarse. De hecho, a la hora de justificar su trabajo, Zagorsky nos habla de la importancia de acabar con esta creencia, que puede estar haciendo que en selecciones de personal se descarte a candidatas de pelo rubio. Esto, es de imaginar, será si quien selecciona el personal no es un varón, ya que, como demostró Guégen, los caballeros las prefieren rubias hasta el punto de dejarles propinas más generosas cuando les atienden en bares y restaurantes. Así pues, cabe pensar, retomando el razonamiento de Zagorsky, si la injusta creencia en la menor dotación intelectual de las rubias no será, precisamente, una forma de compensar la predilección masculina por su color de pelo. Desconocemos si la NLSY79 permitirá dar respuesta a la pregunta.
  
Con todo, hay un pequeño problema, y es que en el NLSY hay un exceso de rubias, o al menos, así lo ve Zagorsky. Entre los varones, 17.1% afirmaron tener el pelo rubio, pero entre las mujeres, la proporción de rubias ascendía al 20.7%. Comentábamos en el boletín anterior que en la niñez y la adolescencia hay más pelo rubio en mujeres que en varones; tal vez quienes respondieron a la encuesta entendieron que la pregunta por su pelo natural se refería al que tenían en esta época de la vida. Sin embargo, Zagorsky no lo ve así y considerando que el cabello claro no tiene por qué estar repartido asimétricamente en función del sexo (perdón: género), calcula que en torno al 3,5% de las mujeres encuestadas mintieron como bellacas al describir de qué color tienen el pelo. Con todo, parece que ese 3,5% no le distorsiona mucho los resultados. Ahora bien, tratándose de una muestra representativa, habrá que pensar, por tanto, que dolorosamente el 3,5% de las mujeres no son sinceras, al menos, en lo que se refiere a este crucial aspecto.
  
Para redondear el estudio, habría que apuntar cuál puede ser la causa de que las rubias, lejos de ser más tontas, sean en realidad más listas (aunque sin significación estadística). ¿Se debe a factores genéticos, a un linkage entre el color de pelo y la inteligencia, o más bien tiene que ver con la exposición a variables ambientales? La vieja cuestión de nature o nurture. Para Zagorsky aquí lo importante es la nurture: tirando de más variables del NLSY79, queda claro que las rubias crecieron en hogares en los que había más libros que en los de las mujeres con otros colores de pelo. Esa disponibilidad de libros pudo permitir un acceso a la cultura y una estimulación intelectual privilegiada que se traduce en ese exceso de puntos en el CI. Puede ser; confiemos, en todo caso, en que Zagorsky saque más punta al NLSY para responder a interesantes hipótesis que se nos ocurren: los altos serán más inteligentes, y lo serán porque durante su desarrollo su estatura les permitía llegar a estantes más elevados de las bibliotecas familiares, potenciándose así su exposición a la cultura y estimulándose más su inteligencia. Incluso pueden ser más golfos, porque accedían así a las baldas menos accesibles donde (posiblemente) sus progenitores almacenaban libros prohibidos a menores. Amplias avenidas de conocimiento se abren, pues, una vez más, ante nosotros. 

Así que si en realidad el color de pelo no condiciona la inteligencia habrá que preguntarse por qué está tan extendido que las rubias son tontas. Hace escasos días oí a una mujer de pelo rubio una expresión que tal vez pueda dar respuesta al enigma. Hablando de una situación en la que tuvo una salida poco inteligente, dijo. “y entonces, yo, hago la pregunta de rubia de botellazo…”. En cierto modo esta expresión, que no había oído hasta ese momento, me sugirió lo que podría ser una solución al problema: ¿será posible que el mito se haya construido a partir de las mujeres falsamente rubias? No me atreví a preguntar a mi interlocutora si su pelo era natural o de botellazo, pero sí que me pregunté si entre la inmensa batería del NLSY79 figurará si la persona entrevistada se tiñe el pelo.
 
Los chistes sobre rubias tontas no me preocupan porque sé que no soy tonta. 
También sé que en realidad no soy rubia
Colaboración de Juan Medrano

Fuentes:
Guéguen N. Hair color and wages: Waitresses with blond hair have more fun. Journal of Behavioral and Experimental Economics 2012; 41: 370-2 [Abstract]
Zagorsky JL. Are blondes really dumb? Economics Bulletin 2016; 36: 401-410 [Texto completo]






3 comentarios:

idea21 dijo...

En el juego típico de la "psicología evolutiva popular" siempre podemos pensar que las mujeres atractivas (y ya sabemos que las rubias son más atractivas) tenderán a ser más inteligentes, ya que los hombres inteligentes suelen tener más éxito social, y si tienen éxito social, entonces se llevan a las mujeres atractivas. Las mujeres atractivas suelen tener hijas atractivas (que heredarán también algo de la inteligencia de sus padres) y los hijos de los hombres con éxito social (que heredarán también algo de la belleza de sus madres) suelen tener más éxito social que los hijos de quienes no lo tienen, de modo que se van creando generaciones "aristocráticas" de hombres con éxito social (y cada vez menos feos) y mujeres atractivas (y cada vez más inteligentes).

Existe una regla conocida por la cual las clases bajas invierten más en sus hijas que en sus hijos, porque saben que es más fácil para una mujer atractiva subir en la escala social (cualquiera que sea su origen) que para un hombre que parte en situación de desventaja.

Con todo, hoy en día se da el fenómeno de que los ricos tienen menos hios que los pobres, de modo que estas generaciones aristocráticas acaban viéndose sobrepasadas por generaciones multitudinarias de pobres, torpes, feos y resentidos...

Piénsese en Donald Trump y su descendencia...

Miquel dijo...

¿por qué no aparece la última entrada sobre la crianza por parte de la tribu? ¿la han retirado definitivamente?

Germánico dijo...

Hola Miquel,

Hemos pensado que quizás era una entrada demasiado política para este blog, que a fin de cuentas trata de transmitir ideas científicas, con mayor o menor acierto, y no entrar en otros debates que fácilmente puedan herir sensibilidades.

No obstante he publicado la entrada en el blog Desde el Exilio:

http://www.desdeelexilio.com/2016/05/13/tus-hijos-no-son-tus-hijos-sino-hijos-de-la-tribu/