domingo, mayo 27, 2018

Evolución de la dentera: la dentera como mecanismo de nociocepción auditiva.


Colaboración de Manuel Boira

Dentera, tricia o grima.

Se trata de una sensación desagradable que perciben la mayoría de las personas ante ciertos estímulos que pueden ser auditivos (chirrido de uñas al arañar una pizarra, un cuchillo rayando el plato) o táctiles (poliespán, piel de un melocotón, tiza, algodón, etc.).

La reacción suele relacionarse con los dientes (véase el término latino "dentera" o el inglés "teeth on edge") y puede ir acompañado de escalofríos. Al  experimentarlo se desencadena un sentimiento súbito de incomodidad, escalofríos y el deseo inmediato de que dicho estímulo negativo cese.
 
Algunos autores han tratado de explicar este fenómeno.  En 1986 (1) Lynn Halpern et al especularon acerca de la similitud de estos sonidos con el llanto de algunos primates o incluso con las vocalizaciones de ciertos depredadores.

Patrón característico de respuesta a la dentera.

El individuo que lo experimenta contrae su cuerpo, abre la boca y enseña o aprieta los dientes. Otras respuestas típicas son llevarse las manos a la cara u oídos e incluso tocarse o frotarse los dientes (nótese la similitud entre esta respuesta y la del dolor. Por ejemplo cuando alguien se golpea la rodilla y se frota la zona dañada para mitigar el dolor).
Según Kumar et al. (2009) hay una región específica en el cerebro dedicada a procesar estos sonidos que según determinó se encuentran en el rango de los 2.500 y 5.500 Hz.


Descartando las teorías disponibles.

Vamos a analizar una a una las distintas propuestas que se han manejado hasta la fecha.


  • Hipótesis del depredador.
    El patrón de respuesta a la dentera no cuadra con los síntomas clásicos de la respuesta a la agresión, patrón "flight or fly" (Cannon, Walter. 1932). Mientras un fuerte sonido inesperado desencadena la preparación inminente para la huída o el ataque (presión arterial, neurotransmisores) en el caso de la dentera la respuesta es distinta: sensación de extrema incomodidad, escalofrío, apretar dientes o tapar los oídos.  No parecen en ningún caso actos encaminados a garantizar la supervivencia ante el ataque de un depredador.



  • Hipótesis del lloro de las crías.
    Si bien las crías de muchas especies emiten sonidos estridentes parece poco probable que el cerebro de los progenitores reserve un mecanismo de refuerzo negativo que haga la percepción de éstos extremadamente molesta hasta el punto de desear alejarse de ellos.  Por el contrario podría encuadrarse dentro del  "conflicto padres-descendientes" (Trivers, 1974; Parker & Macnair, 1978; Harper, 1986; Clutton-Brock, 1991; Mock y Forbes, 1992 en Pincheira, D. 2012).  En este escenario la cría intenta manipular a los padres para asegurarse una atención concreta. Podría tener incluso más sentido la emisión de estos gritos como mecanismo de defensa ante la agresión de un adulto o un depredador, quizás la cría emite este sonido perturbador con el doble fin de aturdir al atacante (aprovechando su sensibilidad auditiva) y a la vez avisar a los progenitores.

Nociocepción en animales.

La nociocepción es la capacidad sensitiva del sistema nervioso para detectar daños en tejidos. Este sentido lo articulan células especializadas en activar la respuesta a agresiones mecánicas, químicas o térmicas.  En el mundo animal la mayoría de los taxones disponen de nocioceptores. En el caso de los mamíferos la mayoría de los tejidos expuestos disponen de terminaciones nerviosas libres encargadas de estas funciones.


La nociocepción auditiva 

Los nocioceptores sólo son eficaces en tejidos vivos. Si bien la mayor parte de nuestra piel dispone de terminaciones nerviosas libres, esto no es así en el caso de los dientes y uñas (eje dientes-uñas de ahora en adelante). Al no estar enervados en su superficie (o disponer de nocioceptores profundos poco efectivos) tiene sentido predecir la existencia de un mecanismo auxiliar que evite el deterioro o daño irreparable de piezas dentales o la rotura de las uñas.
La teoría de la nociocepción auditiva pretende explicar el origen de la sensación de dentera como mecanismo para evitar el deterioro de partes del cuerpo que tienen baja sensibilidad por falta de terminaciones nerviosas libres. Este resorte dispararía la sensación de extrema incomodidad ante percepciones reveladoras de abrasión o riesgo de fisura-rotura: morder elementos minerales, huesos de frutas, roer elementos de gran dureza o chirriar los dientes entre sí serían el tipo de comportamientos castigados por este mecanismo y posteriormente regulados en la amígdala para ser asociados al estímulo y así ser evitados sin la necesidad de repetir continuamente el comportamiento potencialmente dañino.

Aunque la dentadura sea un componente altamente resistente no es extraño encontrar todo tipo de animales con daños en dientes, muelas, colmillos… o falta de alguna pieza dental. Parece imprescindible la necesidad de aprendizaje del correcto manejo de los dientes. El animal que muerda una piedra con fuerza, un hueso duro o sencillamente rechine sus dientes de forma nerviosa corre el riesgo de dañar permanentemente una herramienta vital para su subsistencia. No es descabellado proponer entonces que debe haber un sistema neurológico encargado de promocionar el correcto manejo de la dentadura y las uñas.

Si analizamos los activadores de tricia o dentera más frecuentes podremos observar que en su mayoría tienen una relación bastante estrecha con el eje dientes-uñas:


  • Chirriar de uñas o tiza en una pizarra.

  • Rechinar de dientes.
  • Morder hielo.
  • Morder algodón.
  • Morder cubiertos de metal.
  • Arañar cerámica no esmaltada.
  • Oír o imaginar el sonido de un torno de dentista.

Otros activadores de la sensación de tricia (dependiendo de cada persona y su sensibilidad) parecerían no estar relacionados:

  • Rascar poliespan.

  • Arañar cubiertos contra un plato.
  • Acariciar terciopelo.
  • Tocar algodón.
  • Tocar una lima o lija.
  • Evocar el hecho de comer un limón.
  • Tener las manos resecas.
  • Rozar tejido de terciopelo.

En estos casos se daría un condicionamiento por asociación, extrapolacion o aprendizaje implícito. Por ejemplo morder algodón emite un sonido que es capturado fácilmente por el oído interno y recuerda al chirriar de dientes. La percepción de dentera al tocar el algodón podría estar relacionada con la asociación, extrapolación o incluso un efecto sinestésico.
Otro ejemplo sería el de evocar la imagen de comer un limón u otro cítrico de alto nivel de acidez. Los ácidos del limón afectan a los dientes y aumenta el chirriado por fricción. La asociación implícita puede provocar que el mero hecho de evocarlo dispare la sensación desagradable y por efecto indirecto desincentive el hecho de desear consumir dicha fruta.
Para reforzar esa idea de relación entre uñas y dientes basta con intentar imaginarnos la siguiente situación: rascando una superficie dura de pronto nuestras uñas se doblan por completo hacia atrás. La simple evocación nos provoca malestar y cierta sensación en la dentadura, quizás el reflejo de llevarnos las uñas a la boca.

Aprendizaje, asociación implícita, sinestesia y extrapolación.

El cerebro de los animales se caracteriza por una enorme plasticidad especialmente durante el desarrollo, cuando se modelan patrones de respuesta a distintos feedbacks sensitivos (duele,quema,pica,, agrada…). Pongamos el ejemplo del bebé humano que nace sin apenas control sobre sus extremidades: durante su largo proceso de aprendizaje uno de los mecanismos que entrenará será la propiocepción que le permite tener conciencia de donde están situados todos los elementos de su cuerpo en el espacio tridimensional sin necesidad de invertir un control visual constante. Antes de tener esta habilidad desarrollada se habrá golpeado cientos o miles de veces con distintos objetos cotidianos hasta que el sistema madura, posteriormente no necesitará golpearse repetidamente ya que su cerebro calculará automáticamente la distancia y la posición en el espacio de su cuerpo y extremidades. De hecho ciertas personas con daños cerebrales que les privaron del sentido propioceptivo tienden a golpearse, arañarse o abrasarse partes del cuerpo y extremidades con facilidad. Para compensar esta carencia se ven obligados vigilar visualmente estos miembros de forma permanente para suplir la carencia. (Oliver Sacks "La dama desencarnada" 1987).

En la teoría de la nociocepción auditiva se daría igualmente esta fuerte relación entre estímulo y aprendizaje implícito.  La experimentación de dentera o tricia condicionaría al individuo durante el desarrollo, de esta manera un adulto no vuelve a sentir este estímulo de forma voluntaria.

El aprendizaje implícito es alternativo al explícito, el individuo no es consciente de que está aprendiendo  (Schacter, D. L. 1987) como bien se demostró con enfermos de Alzheimer o síndrome de Korsakoff, incapaces de recordar nuevos datos, no tenían mermada sin embargo su memoria implícita. Mejoraban habilidades como el dibujo o aprendían  comportamientos (como apartar la mano al oír un determinado sonido). 
Dicho de otro modo, al igual que el individuo aprende a utilizar su cuerpo de forma óptima durante las etapas tempranas, también lo estaría haciendo en lo referente al eje dientes-uñas.

En cuanto a la sinestesia en este contexto, no estaríamos hablando del concepto clínico sino como la fuerte asociación entre percepciones y registros de memoria relativos a sentidos distintos (oído y tacto). Podemos argumentar que ambas áreas cerebrales son físicamente adyacentes y que se ha especulado con la existencia de conexiones especiales entre estos mecanismos perceptivos (Jamie Ward, Acquired Auditory-Tactile Synesthesia). Otros autores ahondan en esta relación apuntando que ambos sentidos tienen en común estar basados en el registro de frecuencias mediante células especializadas en detección  mecánica (Ro et al, A Neural Link Between Feeling and Hearing).  En otras palabras, la sensación de oír sería algo así como tocar de lejos, se procesaría de forma similar en el cerebro y ambos mecanismos neurológicos podrían tener relaciones especiales.

Encuesta sobre la dentera

Se ha llevado a cabo una sencilla encuesta con 29 participantes para recopilar información acerca de como perciben y recuerdan la sensación de tricia, grima o dentera.
Llama la atención cómo describen algunos la dentera: "pequeños calambres dentro de mi cara", "dolor por un sonido" o "algo insoportable" son algunos ejemplos.
A continuación se muestra el resultado de los diez elementos más votados como desencadenantes de dentera.
  1. El chirrido de un cubierto contra un plato. 60%.
  2. Arañar una pizarra. 48%.
  3. El rechinar de dientes propios o de otra persona. 36%.
  4. Morder un jersey de lana. 36%.
  5. Arañar un cristal. 16%
  6. Otro. 16%
  7. Llevar las uñas largas y rozar objetos. 16%.
  8. Tocar tiza. 16%
  9. Morder un hueso de oliva sin querer. 12%.
  10. Tocar poliespán. 12%.
También se preguntó cómo reaccionaban ante el desencadenante.  Llama la atención la alta variabilidad de las respuestas como por ejemplo  "Aparto la mano", "me estremezco", "sufro ansiedad de que vuelva a ocurrir", "encogerme" o "tapar oídos y cerrar los ojos".
Se puede consultar el resultado completo de esta encuesta aquí: https://es.surveymonkey.com/results/SM-LMSWZFJYL

Conclusiones 

¿Cómo podría la evolución dotar al individuo de un nociocepción en zonas sin sensibilidad nerviosa? Las vibraciones serían el feedback más evidente que podríamos percibir en el caso de los dientes y el  tacto en el de las uñas. Los efectos de la sinestesia, extrapolación y asociación relacionarían el eje uñas-dientes.

Los seres humanos sensibles a estos sonidos suelen reaccionar de una forma característica: encoger los hombros, enseñan los dientes, gesticular, llevarse las manos a la cara.... no parece una reacción que nos prepare para huir de un peligro. Sería razonable interpretarlo como una señal del cerebro para evitar un estímulo pernicioso, de la misma manera que hay un reflejo de retirar la mano ante una quemadura o un pinchazo.

Pensemos ahora en un perro royendo un gran hueso. Es fácil pensar que existen diversas estrategias para lograr romper el objeto deseado minimizando el posible daño o desgaste para colmillos y muelas. Cualquiera que haya visto a un perro esmerarse con un hueso habrá notado como lo mueven y cambian de postura varias veces. También aquí parece cobrar sentido que un mecanismo nocioceptivo haya provisto un feedback ante usos contraproducentes que puedan dañar o desgastar su dentadura.

Si este mecanismo existe cabría preguntarse en qué momento del desarrollo del individuo aparece. Los bebés humanos no parecen sentir la drástica sensación negativa que percibe un adulto ante dichos estímulos (chirriar un cuchillo contra un plato o arañar una pizarra).Muchos bebés adquieren la costumbre transitoria de rechinar sus primeros dientes compulsivamente. Pasado un tiempo (2-3 años) suelen dejar de hacerlo ¿por qué cesan esa actividad? No hay nada casual en el desarrollo. Siguiendo nuestra teoría probablemente los bebés aprenden a abandonar ese comportamiento mediante este feedback nocioceptivo. Si bien eso por ahora es solo una de tantas posibles hipótesis, podríamos aventurarnos a predecir que este mecanismo alcance su umbral de maduración en los años inmediatamente anteriores o posteriores a la caída de los dientes de leche, cuando el individuo dispone de una nueva dentadura que no se volverá a regenerar de por vida.

Podemos aventurar otras predicciones que deberían cumplirse si esta teoría es correcta:
  • Los individuos con un umbral de alarma más bajo (muy sensibles) tenderían a deberían disponer de media de una dentadura mejor conservada, sin excesivos desgastes.
  • Los individuos poco o nada sensibles deberían presentar dentaduras más desgastadas o dañadas.
  • Hay una minoría de perros que tienden a coger piedras con sus mandíbulas. De estos algunos las intentan masticar y destrozan su dentadura. ¿Podrían ser estos casos resultado de una falta de esta nociocepción? ( Enfermedad de pica). 
  • Los niños empezarían a percibir la dentera entre los 3 y los 9 años.
  • Los roedores no percibirían el estímulo de la misma manera (ya que necesitan erosionar sus dientes continuamente).
Los perros, gatos, lobos o cualquier otro animal con sistema auditivo altamente desarrollado deberían tener presumiblemente un sentido nocio-auditivo mucho más preciso que el humano. Los homínidos percibimos frecuencias más limitadas y confundiríamos con más frecuencia algunos sonidos como activadores de la percepción de dentera-tricia. 

  • Tenderíamos a perder capacidad nocioceptiva conforme envejecemos.
  • Algunas formas de asegurar o descartar esta teoría podrían ser:
  • Estudiar los patrones cerebrales de niños y adultos ante la dentera.
  • Estudiar la reacción de varios animales, determinar su precisión.
  • Estudiar individuos de varias culturas , a ser posible incluir miembros de alguna tribu con poco contacto exterior. Exponerlos a una serie de sonidos molestos que provoquen dentera.  Pedir que expliquen lo que han sentido y dónde. 
  • Estudiar el uso de las mandíbulas en personas totalmente sordas de nacimiento tratando de reconocer si podrían estar sustituyendo la percepción de vibraciones con otro sentido (las personas sordas son capaces de percibir muy bien las vibraciones de la música).
Aunque en un principio parezca difícil de encajar las sensaciones táctiles en esta teoría, hay varios elementos que relacionan ambas formas de percepción.
La dentera provocada por sensaciones táctiles desencadena una reacción muy parecida a la auditiva.
Muchas sensaciones desagradables como tocar la piel de melocotón o el algodón resultan estremecedoras si se le pide al sujeto que lo extrapole e imagine ese mismo contacto pero con los dientes.
Algunos estados bajan dramáticamente el umbral de la percepción de la dentera en algunas personas. Por ejemplo tras comer helado (dientes fríos) o consumir una bebida ácida (limón). En esos estados el individuo es más propenso a experimentar dentera.

Si bien algunas sensaciones táctiles podrían intentar ser explicadas mediante efectos sinestésicos, parece más razonable pensar que también se trata de un mecanismo de alerta que podría estar usando las mismas rutas neurológicas. 

Un chirrido de uñas contra una piedra podría significar "cambia la estrategia, te vas a dañar las uñas". Tocar una superficie aterciopelada podría alertarnos de estar topando con un insecto venenoso. O tambien podria estar tratando de avisar "no trepes por aquí, no es seguro".
Algo curioso de la dentera táctil es que parece que solo se percibe (excluyendo los casos provocados por empatía o neuronas espejo) en manos y dedos. Un experimento interesante sería mostrar elementos susceptibles de provocar dentera táctil a individuos sensibles , hacerles tocarlos con las yemas de los dedos y posteriormente hacer el mismo ejercicio en torso, muslo u otras partes del cuerpo. A falta de investigación que lo confirme, parece que la dentera no existe o es muy inferior en esas partes del cuerpo.
Si esto fuera así ¿por qué este mecanismo solo afecta a dientes, uñas y dedos? Dicho de otro modo, la dentera se activaria exclusivamente cuando masticamos, tocamos, escarbamos, rascamos, trepamos… pero no aparenta tener otro papel.

También podríamos preguntarnos por qué algunas personas dicen tener dentera y otras no.  El ser humano no ha sufrido la misma presión evolutiva que otros animales para usar sus dientes y garras. Desde hace miles de años con el cocinado de los alimentos, el desarrollo de las herramientas y la organización social, el ser humano ha reducido enormemente su dependencia de estas partes del cuerpo.  De hecho nuestros dientes son más débiles y nuestras uñas mucho más endebles que las de la mayoría de los mamíferos.  Una persona puede sobrevivir perfectamente con dentadura dañada, uñas o incluso sin un brazo. Esta laxitud en la presión evolutiva explicaría fácilmente la alta variabilidad de esta percepción entre individuos, si bien no valdría en el caso de otros animales.

Colaboración de Manuel Boira

1 comentario:

javier dijo...

Explica bastante bien la dentera y encaja mejor que las otras teorías.