lunes, diciembre 13, 2004

Un momento de desesperación

Lo peor de todo es cuando uno constata que los progres no tienen ninguna intención de admitir nada, de razonar nada, de aceptar nada.

Simplemente se creen con los derechos a saltarse cualquier regla de juego, como los niños, mientras juegan a un juego en el que sus juguetes son las cuadernas del barco que nos mantiene a flote. Ese barco es Occidente y su carga, nosotros, la libertad, los derechos humanos, la prosperidad, el desarrollo y la sociedad más pacifica que ha existido nunca, hasta el punto de que las personas pueden abandonar sus casas e ir a trabajar a decenas de kilometros sin la menor conciencia de riesgo de que roben o maten a su familia. Algo que nunca ha existido en ninguna otra civilizacion en toda la historia de la humanidad.

Estos niños que juegan con nuestro futuro, intransigentes a la hora de admitir cualquier responsabilidad por ello y el odio y desprecio que profesan por lo único que ha hecho vivir al ser humano con dignidad, llamado Occidente y su libertad individual desde los tiempos de Pericles, les convierte, no en adversarios equivocados con los que se puede razonar admitiendo equivocaciones propias, sino en directos enemigos.

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