Son sorprendentemente pocos, tendiendo a ninguno, los conocimientos de primera mano que tenemos de los asuntos sobre los que nos atrevemos a tratar cuando filosofamos, verse nuestra filosofía sobre el derecho, la economía, las ciencias naturales, las ciencias sociales, la política.... Bebemos de fuentes de información, más o menos cercanas al origen, de agua más clara o más turbia, y rara vez del río del conocimiento. Esto es así porque nosotros solo creamos o percibimos “saber” o “realidad”, más allá de lo comúnmente aceptado y vivido, en situaciones muy excepcionales, asimilando cultura del ambiente casi siempre en forma de paquetes de información de diversa elaboración y adulteración, de lo que Dawkins denominó “memes”.
Si queremos establecer una distinción simple y claramente comprensible por todos, podemos decir que conocer y estar informado son dos cosas bien distintas. Lo que distingue al ser humano de los demás seres vivos que pueblan la tierra es su capacidad de informarse, más que la de conocer, su habilidad para comunicarse y crear redes de complejidad creciente, más que percibir de un modo distinto y más elevado la realidad (aunque como propiedad emergente la mejora cognitiva sea un resultado). La mente es un proceso que ha surgido de interacciones múltiples con el medio y con la sociedad (o medio social superpuesto al natural), pero en nosotros este último ha marcado la diferencia.
El inconveniente del conocimiento derivado de la información es que este es de segunda, tercera, cuarta.....o enésima mano, y pierde en el camino fuerza y pureza. La ventaja está a la vista: sabemos un poco de todo y podemos especular sobre las cosas sin tenerlas delante. Los paquetes de información son piezas abstractas con las que jugamos al juego de la especulación. No tiene nada de extraño que la palabra especulación tenga el mismo origen que espejo. Especular es especular, reflejar. Se toman imágenes y se hace un juego de espejos en la imaginación (nótese que imagen e imaginación tienen a su vez la misma raíz). La mente especuladora es una habitación llena de espejos en la que se entrecruzan imágenes de forma aparentemente caótica para crear todas juntas un “fresco”, un caleidoscopio de trazos y colores variados. Esto es lo que nos eleva por encima del resto de los animales. Nos lleva a percibir trayectorias y regularidades, leyes, a anticipar consecuencias, a distinguir agentes y pacientes, en definitiva, a la responsabilidad y la moral, a la anticipación y planificación, al orden y al concierto, a demorar la gratificación y priorizar objetivos previamente elaborados. Todo esto se localiza en el lóbulo frontal del cerebro, donde, parece ser, hay una representación en pequeña escala del resto del órgano, un reflejo, una imagen. El lóbulo frontal está conectado con todo el resto de módulos o núcleos del cerebro de forma armoniosa. Toda la información relevante, o que deba tomarse en consideración de forma explícita, fluye a él, tras pasar algunos filtros. Allí el comité ejecutivo toma las decisiones que llevan a las acciones conscientes.
El ser humano es el único capaz de proyectarse en el futuro con la mente más allá del horizonte de la necesidad inmediata, de tener fines y por tanto de buscar medios. Cuando un pájaro toma ramas para hacer con ellas un nido, cuando una araña teje redes, lo hacen por instinto, no por reflexión (reflejo). Para ellos “no hay futuro”. La fórmula punky de “no hay futuro”, igual que la admonición de Horacio, “carpe diem”, nos querían llevar de vuelta a la edad de la inocencia, a una Edad de Oro animal, a un Edén perdido del que caímos. Pero aquello no existió, pues para disfrutar un Paraíso hay que ser consciente de él. Pretendían, y siguen pretendiendo, lo que apuestan por el presente, dar un salto atrás en la evolución del cerebro, pero ya es demasiado tarde, el hombre está condenado a vivir en el tiempo, y el presente se nos antoja una ilusión, aún cuando la única ilusión verdadera sea el futuro.
El hombre es el animal menos directo que hay. Por caminos torcidos logra sus fines. A través de herramientas, armas, fuego, imaginación, vestimenta...el hombre es el gran utilizador de medios (utilizar y utilidad también tienen raíz común, piénsese en ello). De ahí el largo período de aprendizaje, la neotenia. El hombre es el gran generalista del Reino animal, tan lleno de especialistas metidos en nichos. Es lo que en biología evolucionista se denomina “oportunista”. Y así ha desarrollado esa red compleja de nuestra moderna sociedad tecnológica y de gran división del trabajo en la que él, como individuo, apenas sabe nada, siendo no más que un ser informado, apenas conocedor. Se produce el fenómeno que Hayek denominó “conocimiento disperso”. La sociedad como un todo SABE, si bien es del todo ridículo atribuir conocimiento a la sociedad, pues esta no lo integra como nuestro cerebro integra en la consciencia. La sociedad no es consciente, sólo el individuo lo es. Y en su consciencia desconocedora ha de aceptar como suya la frase que el gran sabio Sócrates pronunció hace milenios: “Sólo sé que no sé nada”, y confiar en las fuerzas impersonales –pero derivadas de las personales de cada individuo en interacción con los demás- de la sociedad, el mercado, la ciencia etc etc....confiándose con ello a fuentes autorizadas, a conocimientos de segunda mano, a verdades cuyo conocimiento personal supondrían un tiempo y una dedicación que nos superan. Lo acertado, como para un alto ejecutivo o un líder político lo es escoger asesores y discriminar su valía, es saber de qué fuentes beber, y en qué cantidades.
Como mejor se perciben los “hechos” es cuando se “hacen” (apréciese raíz común). Como esto no es posible para la mayoría de los hechos que son relevantes en nuestras vidas, sólo nos cabe ser buenos seleccionadores de informantes, a falta de ser buenos conocedores.
Cuanto más desarrollada tecnológicamente es la sociedad, cuanto más imbricada es la red de división del trabajo, tanto más necesario es ser buen selector de información. No en vano se le llama a nuestra sociedad de hoy sociedad de la información.
Hemos acabado siendo, muchos de nosotros, especialistas, pero nuestro medio no es ya la naturaleza virgen, como para los otros animales, sino la sociedad que hemos creado. El especialista es más un producto de la abstracción que un producto del medio, como lo son los diversos seres y sus formas y etologías. Nuestro especialista ha de tomar información de otros especialistas para diseñar su especialidad. No está solo en una torre de marfil.
Cuando uno “se jacta” de no saber nada no implica que sea un necio, en el sentido peyorativo del término, o que sepa tan poco como otros, si por ello entendemos que disponga de menor o peor información, sino que su conocimiento no es de primera mano y que se da cuenta de ello. No es por falta de información, sino de conocimiento cierto e indudable, directo e inmediatamente contrastable.
Cuanto más elaborados y dispersos son los medios para nuestros fines tanto más difícil no es demostrar algo fehacientemente. Sólo podemos decir: “acuda usted a esta fuente”. Así, en muchos debates, en los que el “adversario” tiene sus propias fuentes, se hace un uso dialéctico y retórico de la que yo denominaría falacia del especialista (o del experto): el conocimiento está descartado, sólo quedan las fuentes de información, y cada uno acude a las suyas que son, cómo no, contradictorias con la del otro. Sólo el especialista puede resolver el enigma de la verdad, pero el mayor enigma es el propio especialista, pues cada cual tiene el suyo y son mutuamente contradictorios. Se cae en un debate interminable e irresoluble en el que cada cual sale como ha entrado, convencido de su verdad en la medida en que se fía de sus fuentes, y la que queda definitivamente abandona a su suerte es la propia verdad.
Algunos llegaron a decir que la verdad era un espejo que se había roto al principio de los tiempos y del cual cada uno de nosotros tenía un pequeño pedacito. Creo que esa “imagen” es óptima en un sentido, porque nuestras verdades informadas son espejos, especulaciones, aunque no lo sea en su sentido general. La verdad es abandonada en el proceso de especulación, porque entramos en un limbo racional desligado de la realidad a partir de un determinado momento. Entonces hemos de volver a los hechos, a los haceres, a la acción. “Por sus hechos los conoceréis”, se dice en la Biblia. Objetos y acciones, y, sobre todo, objetos como medios, combinados con la mente en las acciones. El principio fundamental es la acción, si seguimos a la Escuela Austriaca de Economía, en su información, o incluso si observamos a nuestro alrededor y extraemos de ello un conocimiento cierto, me atrevo a sugerir. La interacción mano-cerebro. Eso es lo que hay.
Pero todo esto que digo son sólo eso, especulaciones, reflejos mezclados en una habitación iluminada, un caleidoscopio de ideas. A fin de cuentas no sé nada.
¿Alguien me podría aclarar esto?.
Si queremos establecer una distinción simple y claramente comprensible por todos, podemos decir que conocer y estar informado son dos cosas bien distintas. Lo que distingue al ser humano de los demás seres vivos que pueblan la tierra es su capacidad de informarse, más que la de conocer, su habilidad para comunicarse y crear redes de complejidad creciente, más que percibir de un modo distinto y más elevado la realidad (aunque como propiedad emergente la mejora cognitiva sea un resultado). La mente es un proceso que ha surgido de interacciones múltiples con el medio y con la sociedad (o medio social superpuesto al natural), pero en nosotros este último ha marcado la diferencia.
El inconveniente del conocimiento derivado de la información es que este es de segunda, tercera, cuarta.....o enésima mano, y pierde en el camino fuerza y pureza. La ventaja está a la vista: sabemos un poco de todo y podemos especular sobre las cosas sin tenerlas delante. Los paquetes de información son piezas abstractas con las que jugamos al juego de la especulación. No tiene nada de extraño que la palabra especulación tenga el mismo origen que espejo. Especular es especular, reflejar. Se toman imágenes y se hace un juego de espejos en la imaginación (nótese que imagen e imaginación tienen a su vez la misma raíz). La mente especuladora es una habitación llena de espejos en la que se entrecruzan imágenes de forma aparentemente caótica para crear todas juntas un “fresco”, un caleidoscopio de trazos y colores variados. Esto es lo que nos eleva por encima del resto de los animales. Nos lleva a percibir trayectorias y regularidades, leyes, a anticipar consecuencias, a distinguir agentes y pacientes, en definitiva, a la responsabilidad y la moral, a la anticipación y planificación, al orden y al concierto, a demorar la gratificación y priorizar objetivos previamente elaborados. Todo esto se localiza en el lóbulo frontal del cerebro, donde, parece ser, hay una representación en pequeña escala del resto del órgano, un reflejo, una imagen. El lóbulo frontal está conectado con todo el resto de módulos o núcleos del cerebro de forma armoniosa. Toda la información relevante, o que deba tomarse en consideración de forma explícita, fluye a él, tras pasar algunos filtros. Allí el comité ejecutivo toma las decisiones que llevan a las acciones conscientes.
El ser humano es el único capaz de proyectarse en el futuro con la mente más allá del horizonte de la necesidad inmediata, de tener fines y por tanto de buscar medios. Cuando un pájaro toma ramas para hacer con ellas un nido, cuando una araña teje redes, lo hacen por instinto, no por reflexión (reflejo). Para ellos “no hay futuro”. La fórmula punky de “no hay futuro”, igual que la admonición de Horacio, “carpe diem”, nos querían llevar de vuelta a la edad de la inocencia, a una Edad de Oro animal, a un Edén perdido del que caímos. Pero aquello no existió, pues para disfrutar un Paraíso hay que ser consciente de él. Pretendían, y siguen pretendiendo, lo que apuestan por el presente, dar un salto atrás en la evolución del cerebro, pero ya es demasiado tarde, el hombre está condenado a vivir en el tiempo, y el presente se nos antoja una ilusión, aún cuando la única ilusión verdadera sea el futuro.
El hombre es el animal menos directo que hay. Por caminos torcidos logra sus fines. A través de herramientas, armas, fuego, imaginación, vestimenta...el hombre es el gran utilizador de medios (utilizar y utilidad también tienen raíz común, piénsese en ello). De ahí el largo período de aprendizaje, la neotenia. El hombre es el gran generalista del Reino animal, tan lleno de especialistas metidos en nichos. Es lo que en biología evolucionista se denomina “oportunista”. Y así ha desarrollado esa red compleja de nuestra moderna sociedad tecnológica y de gran división del trabajo en la que él, como individuo, apenas sabe nada, siendo no más que un ser informado, apenas conocedor. Se produce el fenómeno que Hayek denominó “conocimiento disperso”. La sociedad como un todo SABE, si bien es del todo ridículo atribuir conocimiento a la sociedad, pues esta no lo integra como nuestro cerebro integra en la consciencia. La sociedad no es consciente, sólo el individuo lo es. Y en su consciencia desconocedora ha de aceptar como suya la frase que el gran sabio Sócrates pronunció hace milenios: “Sólo sé que no sé nada”, y confiar en las fuerzas impersonales –pero derivadas de las personales de cada individuo en interacción con los demás- de la sociedad, el mercado, la ciencia etc etc....confiándose con ello a fuentes autorizadas, a conocimientos de segunda mano, a verdades cuyo conocimiento personal supondrían un tiempo y una dedicación que nos superan. Lo acertado, como para un alto ejecutivo o un líder político lo es escoger asesores y discriminar su valía, es saber de qué fuentes beber, y en qué cantidades.
Como mejor se perciben los “hechos” es cuando se “hacen” (apréciese raíz común). Como esto no es posible para la mayoría de los hechos que son relevantes en nuestras vidas, sólo nos cabe ser buenos seleccionadores de informantes, a falta de ser buenos conocedores.
Cuanto más desarrollada tecnológicamente es la sociedad, cuanto más imbricada es la red de división del trabajo, tanto más necesario es ser buen selector de información. No en vano se le llama a nuestra sociedad de hoy sociedad de la información.
Hemos acabado siendo, muchos de nosotros, especialistas, pero nuestro medio no es ya la naturaleza virgen, como para los otros animales, sino la sociedad que hemos creado. El especialista es más un producto de la abstracción que un producto del medio, como lo son los diversos seres y sus formas y etologías. Nuestro especialista ha de tomar información de otros especialistas para diseñar su especialidad. No está solo en una torre de marfil.
Cuando uno “se jacta” de no saber nada no implica que sea un necio, en el sentido peyorativo del término, o que sepa tan poco como otros, si por ello entendemos que disponga de menor o peor información, sino que su conocimiento no es de primera mano y que se da cuenta de ello. No es por falta de información, sino de conocimiento cierto e indudable, directo e inmediatamente contrastable.
Cuanto más elaborados y dispersos son los medios para nuestros fines tanto más difícil no es demostrar algo fehacientemente. Sólo podemos decir: “acuda usted a esta fuente”. Así, en muchos debates, en los que el “adversario” tiene sus propias fuentes, se hace un uso dialéctico y retórico de la que yo denominaría falacia del especialista (o del experto): el conocimiento está descartado, sólo quedan las fuentes de información, y cada uno acude a las suyas que son, cómo no, contradictorias con la del otro. Sólo el especialista puede resolver el enigma de la verdad, pero el mayor enigma es el propio especialista, pues cada cual tiene el suyo y son mutuamente contradictorios. Se cae en un debate interminable e irresoluble en el que cada cual sale como ha entrado, convencido de su verdad en la medida en que se fía de sus fuentes, y la que queda definitivamente abandona a su suerte es la propia verdad.
Algunos llegaron a decir que la verdad era un espejo que se había roto al principio de los tiempos y del cual cada uno de nosotros tenía un pequeño pedacito. Creo que esa “imagen” es óptima en un sentido, porque nuestras verdades informadas son espejos, especulaciones, aunque no lo sea en su sentido general. La verdad es abandonada en el proceso de especulación, porque entramos en un limbo racional desligado de la realidad a partir de un determinado momento. Entonces hemos de volver a los hechos, a los haceres, a la acción. “Por sus hechos los conoceréis”, se dice en la Biblia. Objetos y acciones, y, sobre todo, objetos como medios, combinados con la mente en las acciones. El principio fundamental es la acción, si seguimos a la Escuela Austriaca de Economía, en su información, o incluso si observamos a nuestro alrededor y extraemos de ello un conocimiento cierto, me atrevo a sugerir. La interacción mano-cerebro. Eso es lo que hay.
Pero todo esto que digo son sólo eso, especulaciones, reflejos mezclados en una habitación iluminada, un caleidoscopio de ideas. A fin de cuentas no sé nada.
¿Alguien me podría aclarar esto?.
De Lidiando con la Fatalidad.
ResponderEliminarQuizás esto tenga alguna relación con el debate de ayer.
Es curioso, porque si es una verdad, es una tal que uno, dados los suficientes medios y conocimientos, la puede probar por sí mismo.
ResponderEliminarPor ejemplo, la ley de la gravedad, es algo que tan sólo existiendo podemos conocer, de primera mano.
Todo lo demás son verdades a medias (que a veces ni llegan a eso, y son simplemente charlatanerías). Por eso me gusta hablar de dos verdades, aquellas que se corresponden con el mundo de la experiencia y son determinables, y aquellas que son las que se van corriendo de boca a boca, y que no son más que construcciones con mayor o menor apoyo empírico, pero indeterminadas al fín y al cabo, o de las cuales no conocemos todavía sus mecanismos de primera mano.
Por eso me gusta, personalmente, trazar una línea fuerte entre las ciencias naturales o las formales (lógica, matemáticas) y las ciencias sociales y las humanidades. Creo que resulta evidente a lo que me refiero.
Es muy dificil hablar de verdades cuando entran en juego relaciones inter-subjetivas, por eso es dificil hablar de verdades sociológicas, culturales e incluso históricas a no ser que traremos al ser humano como un producto determinista más, carente de toda voluntad.
Pensar que fuera de las ciencias “duras” no se pueden hallar verdades universales nos puede llevar al relativismo que dice que tanto vale el marxismo como el liberalismo, tanto el feminismo como la psicología evolucionista, tanto el islamismo como el laicismo, o el cristianismo. Se puede llegar auténticamente a suspender el juicio mientras se avecina la catástrofe. Aunque sea por una cuestión de supervivencia y de buen gusto uno ha de optar siempre por lo que considera más probable y más adecuado, así como más cierto, a falta de un teorema. Y, por lo que leí en tu blog, creo que estarás de acuerdo al menos en esto conmigo, Nacho.
ResponderEliminarPosiblemente más que no poder hallarse ninguna de esas verdades de carácter universal lo que sucede es que cuando alguien las descubre y las difunde, no son universalmente aceptadas. Asimismo sucede que en las ciencias sociales existen tantas variables que fácilmente se confunden con los parámetros, y a estos con las primeras.
También hay que tener precaución con ciertas consecuencias que se pueden sacar de las ciencias duras, aplicadas a las ciencias sociales. Los números, dicen algunos, hablan por sí solos. Pero no es así. Pueden darse correlaciones que no impliquen relaciones causales, por ejemplo. También puede haber un número, en bruto, que requiera de una explicación situándolo en un contexto que lo haga pequeño o grande, significativo o irrelevante. Y tantas otras cosas.
Por otro lado, y basándome en el ejemplo que mencionas de la ley de la gravedad, muchas de esas verdades universales de la ciencia dura son tan abstractas que solamente podemos encontrarlas en nuestra mente, y no de forma inmediata, sino después de un elaborado proceso. Por supuesto no niego que son percepciones claras de fenómenos, de relaciones causales reproducibles y contrastables empíricamente. Pero el conocimiento de “primera mano” que pueda tenerse de ellas no es, sensu stricto, tan de primera mano.
En definitiva creo que debemos ser humildes con nuestro conocimiento, incluido el de primera mano. ¿O es que acaso no nos engañan tantas veces nuestros sentidos y nos falla la lógica?. Pero ello sin suspender el juicio pirrónicamente ni abandonarse al relativismo, al todo vale.
El ser humano no es un producto determinista, pero ¡ojo!, tampoco es una tabula rasa. Y en esto, Nacho, tengo la convicción de que también estarás de acuerdo....
Yo, erre que erre aquí y allá: el hombre es un resultado (al margen del grado de previsibilidad retrorspectiva o "determinismo" que se deba asignar a su emergencia), un resultado de la evolución, claro, que viene a su vez de la marcha de la materia hacia una mayor complejidad. Esto es intuitivo. Como resultado, está tan vinculado a la realidad que es "automáticamente" capaz (tendencialmente al menos) para capturar las leyes de la realidad (es su baza teoleonómica, su baza de supervivencia). Por eso, la intuición es capaz de revelarnos "por dónde van los tiros". Otra cosa es lo que se "superpone" después debido tanto a la "imperfección" (siempre será más y menos) como a la "situación concreta" dada, el mundo real tal como está estructurado, en Grupos con Intereses e Ideologías, Psicologías, etc. Esto "sobredetermina" (no me gusta la palabra pero es para salir del paso) la interpretación y la acción. Esto es porque entre otras limitaciones, el hombre no puede considerarse a sí mismo como algo Universal sino que hace lo inverso, llama Universal a su Particularidad Grupal. "La verdad" da así una vuelta sobre sí misma y se convierte en operativa, en Real: sirve a la defensa y a la supervivencia, pero no bajo sus posibles "universales" que están en sus simientos, sino bajo las formas concretas que requiere la situación personal en el mundo, dentro de una visión limitada materialmente. Lo demás viene por añadidura, por ejemplo, la voluntad de ser impuesta, el genocidio, la exclusión, la esclavitud, la educación forzosa "en la libertad" (Rousseau para más señas) y todo lo que "vulguis"...
ResponderEliminarGermán sí estoy de acuerdo en todo lo que dices. Quizá el ejemplo que puse de "primera mano" fue algo burdo, pero en definitiva, como dije, con los conocimientos y medios suficientes, esas verdades (aunque sean modélicas y abstractas, y aproximaciones a la realidad, pero aproximaciones muy exactas en muchos casos), son verdad sea donde sea (siempre que uno sea lo suficientemente cuerdo para aceptarlo).
ResponderEliminarEn cambio, siguiendo a Carlos, cuando hablamos de nuestras relaciones, de nuestros grupos, de nuestras tribus, etc. sólo existen esas verdades útiles o operativa. ¿Hasta que punto es posible "objetivizar" esa verdad? Si intentamos posicionarnos lo más objetivamente posible, observamos precisamente lo que Carlos dice, y la única conclusión verdadera es ésta. Es más, creo que el día que ésto deje de ser así (si es que algún día deja de serlo), el mundo será radicalmente diferente, y sólo entonces seremos verdaderamente libres (dentro de lo que cabe).
Las mayores verdades, amigos Carlos & Nacho, son las que funcionan, bien porque se demuestren de forma incontrovertible, bien porque nos sirvan para vivir mejor.
ResponderEliminarPues eso... Por ejemplo, las de los dictadores por un tiempo, las de los que los suceden otro, y nunca las de los idealistas que construyen un mundo inviable? Acaso no son verdades... todas y... para cada uno... ¿Por qué? Ese es el quid, y aunque no losea, no podemos dejar de darle vueltas en busca de... la ley que está detrás, es decir, "la verdad". ¡Oh, círculo vicioso del que no podemos escapar para, como dioses, tener otra visión (y quizá más conflictiva todavía)!
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