"Si no hay Dios, todo vale". Así se pronunciaba uno de los demonios de Dostoievski. Expresaba inadvertidamente con ello la fundamental alternativa entre la fe y el caos. Pero padecía el sueño de la razón, creyendo desesperadamente en lo ilimitado de una libertad moral total, en la bendición maldita de un paraíso infernal, hecho de nada emancipada.
Todo nuevo paradigma que explicase, o permitiese explicar, en términos materiales lo hasta entonces explicado por la fe o por el mito ha sido acogido siempre por muchos con esa falsa ilusión, con esa fatal desilusión. ¡Por fin soy libre!...pero....¿Para qué?.
No deja de ser significativo que Dios haya sido desterrado del centro del Universo conforme lo ha sido el hombre.
Primero nuestra tierra perdió su protagonismo, y digo "nuestra" porque debía su protagonismo a que nosotros la habitábamos.
Después quedó claro que el hombre no había sido objeto de una creación independiente y exclusiva.
Más tarde se comprobó que la evolución no necesariamente había seguido un curso inexorable hacia la inteligencia, hacia nosotros, vaya.
Ahora la mente, el alma, último bastión de la fe, ese "error de Descartes", ese "Fantasma en la máquina", parece asediada por la ciencia del cerebro.
"Si somos animales irracionales producto de la evolución que viven y mueren en un mundo que flota en un espacio enorme, ignoto e indiferente por nuestra suerte, entonces Dios no existe, y entonces todo vale".
El relativismo moral resultaría ser una conclusión fatal de los avances científicos en la compresión del cosmos y del ser humano. Y ahí tenemos una de las claves del cientifismo, la que, en el fondo, quieren los cientifistas que creamos, mas no la más importante, no la esencial.
Todo nuevo paradigma que explicase, o permitiese explicar, en términos materiales lo hasta entonces explicado por la fe o por el mito ha sido acogido siempre por muchos con esa falsa ilusión, con esa fatal desilusión. ¡Por fin soy libre!...pero....¿Para qué?.
No deja de ser significativo que Dios haya sido desterrado del centro del Universo conforme lo ha sido el hombre.
Primero nuestra tierra perdió su protagonismo, y digo "nuestra" porque debía su protagonismo a que nosotros la habitábamos.
Después quedó claro que el hombre no había sido objeto de una creación independiente y exclusiva.
Más tarde se comprobó que la evolución no necesariamente había seguido un curso inexorable hacia la inteligencia, hacia nosotros, vaya.
Ahora la mente, el alma, último bastión de la fe, ese "error de Descartes", ese "Fantasma en la máquina", parece asediada por la ciencia del cerebro.
"Si somos animales irracionales producto de la evolución que viven y mueren en un mundo que flota en un espacio enorme, ignoto e indiferente por nuestra suerte, entonces Dios no existe, y entonces todo vale".
El relativismo moral resultaría ser una conclusión fatal de los avances científicos en la compresión del cosmos y del ser humano. Y ahí tenemos una de las claves del cientifismo, la que, en el fondo, quieren los cientifistas que creamos, mas no la más importante, no la esencial.
Se hace preciso distinguir nítidamente entre ciencia, verdadera ciencia, y cientifismo, entre escepticismo y fe atea (cargada de prejuicios), cosa que hace certeramente Memetic Warrior, que tiene una habilidad cognitiva especial para detectar y desmontar fraudes sociológicos. Y no es otra cosa que un fraude, que una gran falacia, esta corriente cientifista que nos asola, una corriente sociológica por mucho que algunos de sus miembros pertenezcan profesionalmente a la elite sacerdotal de una ciencia rigurosa. Es la falacia cientifista, una falacia (socio)lógica.
Un prejuicio ateo está en la base de todo cientifismo, y esta es otra de sus claves, sin ser tampoco la esencial. El fundamento de dicho prejuicio, y la clave de todo cientifismo, a mi parecer, está en el deseo de libertad moral para justificar ciertas acciones que nuestra propia naturaleza nos indica que son malas o, cuando menos, insatisfactorias para nosotros, para los demás y (de vuelta) para nosotros de nuevo. Esto nos lleva a concluir que el cientifismo, como movimiento, solo puede surgir del servicio al poder, como justificador de un poder que vulnera todas las normas del derecho natural, que se pretende absoluto.
El cientifismo ha pasado de la naturaleza al ambiente con la mayor –naturalidad, porque en el fondo estos asuntos le importan bien poco. En los últimos decenios ha tomado la forma de Tabla Rasa. Pero como señala M.W. también tuvo una expresión de reduccionismo genético. Es el cientifismo, en última instancia, un monstruoso instrumento del totalitarismo, voluntario o no, consciente o no. Ahora está empezando a tomar forma en una nueva falacia sociológica –que no científica, que vuelve sobre el reduccionismo genético, pero a través del cerebro.
Si la primera mitad del Siglo XX fue la época de la Física y la segunda de la biología (molecular), la última década del siglo pasado (bautizada como década del cerebro) y el comienzo de este siglo XXI están presididos por las neurociencias. El estudio de nuestro cerebro nos lleva al centro de todo, pues todo lo que es lo es en nuestra mente. El alma se ve sometida a su más dura prueba. Nuestra naturaleza misma, el "qué somos", se pone sobre la mesa de disecciones.
Aunque las conclusiones que se están extrayendo son diversas, y sigue existiendo mucha ignorancia, la corriente cientifista se está apuntando apresuradamente, con esas ansias que da buscar protagonismo y pretender dar respuestas sociales inmediatas, a la idea de que no somos libres porque nuestro cerebro determina nuestras conductas aún antes de que las pensemos (que seamos consientes de las mismas). Somos pues, irracionales. Los cimientos de la Civilización son minados, de nuevo.
La idea de Tabla Rasa, ya obsoleta, pese a sus estertores en esta España históricamente peculiar, tropezó una y otra vez con la naturaleza humana, incoercible. Pretendían sus defensores que todos éramos perfectamente intercambiables (inteligentes y tontos, hombres y mujeres, caracteres fuertes y débiles....etc, etc). El fracaso de lo que, en una conversación con Weber, denominó Schumpeter como experimento, o sea, la caída del Comunismo Soviético, supuso el fin de las fantasías colectivistas, asentadas ideológicamente en la maleabilidad del hombre como ciudadano, en la maleabilidad, en fin, de la mente humana. Montañas y montañas de tratados de antropología cultural de salón, de sociología acomplejada y de psicología conductista (condúcete por donde yo te indico) se derrumbaron con el Muro. La libertad se había liberado.
Volver al determinismo genético para servir al tirano (cualquiera de ellos, estos si perfectamente intercambiables, como sus lacayos) se presentaba como una labor imposible, y habiendo quedado la Tabla Rasa arrasada, era preciso un nuevo paradigma para la justificación del liberticidio y la consiguiente obtención de prebendas. Y la ocasión la pintó calva el estudio de las bases neurológicas y evolutivas de la conducta, de donde se extraen conclusiones sobre la propia libertad.
Para comprender la moral hay que acudir al cerebro emocional, y al lóbulo frontal, y para entender estos es preciso deducir el camino seguido por la evolución.
Vamos despertando poco a poco del sueño de la razón según vamos comprendiendo que sin las emociones somos seres desprovistos de personalidad, de previsión y planificación, de objetivos, de proyección en el tiempo, de la misma razón, del "yo". Sin emociones no hay fines y los medios se esfuman en un humo de sensaciones Humeanas (de Hume). Nuestras emociones forman parte del sistema de castigos y recompensas de nuestro organismo. Este sistema se moldeó a lo largo de una larga evolución orgánica mamífera y orgánico-social homínida que culminó en nosotros. Y si bien el proceso evolutivo no es finalista per se, si crea seres con finalidades.
Si admitimos que hay mucho más en nosotros que la razón, que hay, de hecho, un poder biológico en la sombra, necesariamente tenemos que reconsiderar todos nuestros medios a la luz de nuestros fines, que ahora sabemos irracionales (esto es: no necios, no locos, pues detrás hay poderosas razones evolutivas, sino axiomáticos). Nuestros fines no han sido inventados ni por nosotros ni por otros, no han sido impuestos sutil ni brutalmente por condicionamiento cultural: nuestros fines "son". Ni el capitalismo ni el matrimonio ni ninguna otra expresión de nuestros impulsos en el plano social nos hacen como somos. La causa y el efecto solo pueden invertirse en nuestra imaginación. La sociedad no hace al individuo, es el individuo, con su equipamiento biológico y moral, el que hace la sociedad. El hombre es libre, a partir de sus presupuesto biológicos.
Pero el cientifismo, en cambio, llega a la conclusión opuesta afirmando que el ser humano no es libre, que carece de libre albedrío, pues es una marioneta de la electrofisiología de su cerebro. Para ello se apoya, entre otras cosas, en los experimentos de Libet.
Lo que buscan el Estado y el cientifismo es lo mismo, porque el cientifismo es una doctrina ad hoc al servicio del poder en todo tiempo y lugar en los que exista ciencia: rebajar, devaluar al individuo –sea por reduccionismo biológico o cultural- a mero hombre-masa, a borrego de un gran rebaño, cosificando las relaciones humanas. Pasaríamos de ser seres humanos dignos a ser objetos, peones en manos del gran amo, números en una larga estadística estatal fría e indiferente.
Quizá todo esto que digo parezca sumamente especulativo. Y en efecto tiene mucho de especulación. Sin embargo puede sacarse de ello una conclusión clara: el cientifismo es una mentira al servicio del poder. Una de tantas. Quien la dice puede creer en ella, pero eso no cambia nada. Muchos actores se creen su papel, muchas plañideras se convencen de que sienten la pérdida. Los privilegiados se convencen de aquello que mantiene sus privilegios. Al final es solo un "Si no hay Dios, todo vale".
Y Memetic Warrior lo demuestra fehacientemente.
El cientifismo ha pasado de la naturaleza al ambiente con la mayor –naturalidad, porque en el fondo estos asuntos le importan bien poco. En los últimos decenios ha tomado la forma de Tabla Rasa. Pero como señala M.W. también tuvo una expresión de reduccionismo genético. Es el cientifismo, en última instancia, un monstruoso instrumento del totalitarismo, voluntario o no, consciente o no. Ahora está empezando a tomar forma en una nueva falacia sociológica –que no científica, que vuelve sobre el reduccionismo genético, pero a través del cerebro.
Si la primera mitad del Siglo XX fue la época de la Física y la segunda de la biología (molecular), la última década del siglo pasado (bautizada como década del cerebro) y el comienzo de este siglo XXI están presididos por las neurociencias. El estudio de nuestro cerebro nos lleva al centro de todo, pues todo lo que es lo es en nuestra mente. El alma se ve sometida a su más dura prueba. Nuestra naturaleza misma, el "qué somos", se pone sobre la mesa de disecciones.
Aunque las conclusiones que se están extrayendo son diversas, y sigue existiendo mucha ignorancia, la corriente cientifista se está apuntando apresuradamente, con esas ansias que da buscar protagonismo y pretender dar respuestas sociales inmediatas, a la idea de que no somos libres porque nuestro cerebro determina nuestras conductas aún antes de que las pensemos (que seamos consientes de las mismas). Somos pues, irracionales. Los cimientos de la Civilización son minados, de nuevo.
La idea de Tabla Rasa, ya obsoleta, pese a sus estertores en esta España históricamente peculiar, tropezó una y otra vez con la naturaleza humana, incoercible. Pretendían sus defensores que todos éramos perfectamente intercambiables (inteligentes y tontos, hombres y mujeres, caracteres fuertes y débiles....etc, etc). El fracaso de lo que, en una conversación con Weber, denominó Schumpeter como experimento, o sea, la caída del Comunismo Soviético, supuso el fin de las fantasías colectivistas, asentadas ideológicamente en la maleabilidad del hombre como ciudadano, en la maleabilidad, en fin, de la mente humana. Montañas y montañas de tratados de antropología cultural de salón, de sociología acomplejada y de psicología conductista (condúcete por donde yo te indico) se derrumbaron con el Muro. La libertad se había liberado.
Volver al determinismo genético para servir al tirano (cualquiera de ellos, estos si perfectamente intercambiables, como sus lacayos) se presentaba como una labor imposible, y habiendo quedado la Tabla Rasa arrasada, era preciso un nuevo paradigma para la justificación del liberticidio y la consiguiente obtención de prebendas. Y la ocasión la pintó calva el estudio de las bases neurológicas y evolutivas de la conducta, de donde se extraen conclusiones sobre la propia libertad.
Para comprender la moral hay que acudir al cerebro emocional, y al lóbulo frontal, y para entender estos es preciso deducir el camino seguido por la evolución.
Vamos despertando poco a poco del sueño de la razón según vamos comprendiendo que sin las emociones somos seres desprovistos de personalidad, de previsión y planificación, de objetivos, de proyección en el tiempo, de la misma razón, del "yo". Sin emociones no hay fines y los medios se esfuman en un humo de sensaciones Humeanas (de Hume). Nuestras emociones forman parte del sistema de castigos y recompensas de nuestro organismo. Este sistema se moldeó a lo largo de una larga evolución orgánica mamífera y orgánico-social homínida que culminó en nosotros. Y si bien el proceso evolutivo no es finalista per se, si crea seres con finalidades.
Si admitimos que hay mucho más en nosotros que la razón, que hay, de hecho, un poder biológico en la sombra, necesariamente tenemos que reconsiderar todos nuestros medios a la luz de nuestros fines, que ahora sabemos irracionales (esto es: no necios, no locos, pues detrás hay poderosas razones evolutivas, sino axiomáticos). Nuestros fines no han sido inventados ni por nosotros ni por otros, no han sido impuestos sutil ni brutalmente por condicionamiento cultural: nuestros fines "son". Ni el capitalismo ni el matrimonio ni ninguna otra expresión de nuestros impulsos en el plano social nos hacen como somos. La causa y el efecto solo pueden invertirse en nuestra imaginación. La sociedad no hace al individuo, es el individuo, con su equipamiento biológico y moral, el que hace la sociedad. El hombre es libre, a partir de sus presupuesto biológicos.
Pero el cientifismo, en cambio, llega a la conclusión opuesta afirmando que el ser humano no es libre, que carece de libre albedrío, pues es una marioneta de la electrofisiología de su cerebro. Para ello se apoya, entre otras cosas, en los experimentos de Libet.
Lo que buscan el Estado y el cientifismo es lo mismo, porque el cientifismo es una doctrina ad hoc al servicio del poder en todo tiempo y lugar en los que exista ciencia: rebajar, devaluar al individuo –sea por reduccionismo biológico o cultural- a mero hombre-masa, a borrego de un gran rebaño, cosificando las relaciones humanas. Pasaríamos de ser seres humanos dignos a ser objetos, peones en manos del gran amo, números en una larga estadística estatal fría e indiferente.
Quizá todo esto que digo parezca sumamente especulativo. Y en efecto tiene mucho de especulación. Sin embargo puede sacarse de ello una conclusión clara: el cientifismo es una mentira al servicio del poder. Una de tantas. Quien la dice puede creer en ella, pero eso no cambia nada. Muchos actores se creen su papel, muchas plañideras se convencen de que sienten la pérdida. Los privilegiados se convencen de aquello que mantiene sus privilegios. Al final es solo un "Si no hay Dios, todo vale".
Y Memetic Warrior lo demuestra fehacientemente.
Te has pasado! Yo que tú reharía con el rigor que aquí te ha faltado y con menos loas a MW (se las merezca o no por sus aportes, que no por supuestas "verdades definitivas", que espero que él mismo no las tome como tales). Venga, no me seas tan "viceral" y no te pongas a mezclarlo todo que sale un churro que nadie puede digerirlo sin sufrir indigestión! Vamos, que tu puedes... o debes.
ResponderEliminarLo escribí en su momento en Lidiando con la fatalidad, y dado que últimamente repongo algunos de sus post aquí, por un lado, y que las últimas discusiones que manteníamos tenían algo de relación con el tema, por otro, me pareció oportuno colgarlo.
ResponderEliminarNo es, de las cosas que he escrito, la que más satisfacción me produce y, sin embargo, alguien tuvo la osadía y la amabilidad de colgarlo en wikipedia y en no se qué enciclopedia de Astronomía como una de las críticas al cientifismo.
Las loas a MW las mantengo. Como diría Adam Smith, son debidas a una mezcla de sorpresa y coincidencia de puntos de vista.
Aunque, de rehacer algo -cosa que no me gusta demasiado, acaso en otro post, como si fuera una especie de factura rectificativa- lo haría al final, en la conclusión, no tanto eliminando el factor "poder" cuanto reconsiderándolo en mayor grado como algo que se busca (consciente o inconscientemente) y no tanto como algo a lo que se sirve (consciente o inconscientemente).
Ah, por cierto: agradezco la sinceridad. Si toca darme una colleja pues se me da y punto....que mi cuello es de goma.
ResponderEliminarDe acuerdo! Esperaré al próximo post de más enjundia y rigor. Un abrazo.
ResponderEliminarQue conste en acta que este post nació de mi AMOR a la ciencia.
ResponderEliminarLo doy por sentado... pero ya sabes que el camino del paraíso está lleno de nubes de malas intenciones...
ResponderEliminarSi, y el camino a la verdad repleto de atajos espurios. El cientifismo es uno de ellos.
ResponderEliminarEl término de "cientificismo" no designa ningún concepto claro; se podría definir como "aquella postura X que se apoya en la ciencia y con la que yo no estoy de acuerdo" (y cada cual substituye X por lo que quiera).
ResponderEliminarA mí, en particular, como pienso que la ciencia tiene muchísimo más de positivo que de negativo, la definición que me gusta es más bien la de "cientificismo es la creencia de que todos los problemas se pueden resolver científicamente". Así definido, el cientificismo es un concepto (al menos) claro, y además, se identifica con una creencia errónea: hay problemas que NO se pueden resolver científicamente (p.ej., el problema de cuáles de los 20 náufragos que van en una balsa con alimento sólo para 5 deben sobrevivir).
Tienes razón Jesús en que dicho término no designa un concepto claro. Tiene, además del inconveniente de la ambivalencia de tantos términos, el añadido de que es peyorativo, aparentemente, con una de las empresas humanas más nobles, la científica, lo que hace que parezca más aún un término ad hoc para defender la fe atacando.
ResponderEliminarPero como le digo a Pablo en el siguiente post, es un término que nada tiene que ver con un desesperado intento de definir y aprehender a los gamusinos; se refiere a algo, concretamente a las anteojeras ateístas y políticamente progresistas, a los valores y a veces contravalores antepuestos a las "valoraciones" científicas, de tantos científicos (o no) que pretenden dar respuesta, en nombre de la ciencia, a cuestiones que por su naturaleza están más allá de su alcance (al menos por el momento).
Precisamente por ello creo que la crítica negativa para el cientifismo debe venir muy especialmente desde la ciencia, de científicos que exigen un mayor rigor y un escepticismo que vaya más allá de la negación de lo que se desconoce o no se ha entendido.
El sólo sé que no sé nada socrático sigue teniendo vigencia hoy -a pesar de lo que se va sabiendo.
Mi opinión es que la relación entre ateísmo y cientismo es que ambos son consecuencias de una metafísica subyacente: el materialismo.
ResponderEliminarEl materialista consistente no tiene razones (científicas) para creer en Dios, y sí para negarlo o explicar su creencia como producto de fenómenos materiales (ej: de los genes, de la fisiología, o de fenómenos económicos, etc.)
El cientismo, muy frecuente en los positivistas, es un corolario extremo de esa cosmovisión: si lo único que existe es el mundo material regido por leyes universales, el método único para indagar en ese mundo es el científico-experimental, el cuál podrá desentrañarnos las leyes del universo. Por tanto, solo la ciencia es verdadero conocimiento; el resto son "creencias" u opiniones, en la mayoría de los casos producto de la ignorancia, de la superstición o la irracionalidad.
Por eso el positivimo consideró todo lo que no es ciencia como un mero sin sentido, algo que nada dice, un mero juego de palabras.
Obviamente, una persona que sustente la anterior cosmovisión, no puede creer en Dios ni en nada que no se pueda demostrar científicamente (entendiendo "científicamente" en el sentido positivista, esto es, por métodos experimentales y cuantitativos).
Obviamente, no todo el que es ateo o fanático de la ciencia es materialista; ya que pueden existir otras razones para sustentar esas visiones.
Saludos
Creo que lo has expuesto bastante bien, Zetetic Chick. Y quiero resaltar tus últimas palabras:
ResponderEliminar"no todo el que es ateo o fanático de la ciencia es materialista".
De hecho creo que la búsqueda de Dios puede llevar a una ciencia de gran calidad.