lunes, abril 14, 2008

El detector de engaños engañado

Son múltiples y sofisticadas las formas que tenemos de complicarnos la vida. El ser humano, en su permanente insatisfacción natural, no encuentra saciedad en lo cotidiano y en lo real, proyectándose hacia delante y hacia atrás, respectivamente, en futuribles hipotéticos y pasados transformados, mientras mira el presente a la tenue luz irradiada y los siete velos tejidos por sus sueños y sus recuerdos.

No es de extrañar, sin embargo, esta manera de comportarnos y de procesar la información. No somos máquinas de cómputo perfecto y raciocinio, nuestro diseño no obedece a una finalidad racional, sino a la necesidad. Así, percibimos aquellas cosas cuya percepción permitió -o al menos no impidió- a nuestros antepasados sobrevivir lo justo y necesario para dejar descendencia viable. Y asimismo evaluamos y ponderamos con las vísceras, a través de la emoción, y no desde las alturas de un limbo de razón pura. Somos adaptaciones, como cualquier otro ser.

La imperfección de nuestro diseño se puede detectar en nuestras simplificaciones y contradicciones. Poder abstraer de una pluralidad de individuos u objetos unas características comunes que permiten clasificarlos es toda una ventaja para desenvolverse en un medio hostil. No es, sin embargo, la forma mejor, más exacta, de conocer la realidad, en todos sus matices, en todos sus detalles, pero es la más útil. Llegamos al decir esto a la igualación de lo útil y lo verdadero, de lo necesario y lo verdadero. En nuestra moral encontramos la huella de esa igualación. Por caminos más directos o torcidos llegamos siempre, analizando los preceptos morales, a aquellas cosas que contribuyen a que la sociedad pueda satisfacer las necesidades que le son propias, y que no difieren, salvo en la magnitud, que las que son propias de cada ser humano. De hecho, tanto más torcido es el camino para satisfacer la necesidad individual cuanto más mediatizado esté por la organización social. Llegamos así a algunas de las aparentes contradicciones biológicas, generalmente por la vía del altruismo, que supone la asunción de costes por parte del individuo para lograr beneficios de los que disfrutarán otros individuos distintos. Sobre esta última cuestión han reflexionado en el último siglo y medio grandes naturalistas y pensadores, así que no profundizaré en ello, aunque recomiendo la lectura de un pequeño pero esclarecedor libro del Doctor Lee Alan Dugatkin, Qué es el altruísmo, que lleva de Darwin a Hamilton.

Algunas de nuestras contradicciones, como decía, surgen en el ámbito de la moral, tan útil, pese a sus costes, a la sociedad y los seres humanos que la integran. En nuestros tiempos de abundancia relativa, surgen algunas "filosofías" que se basan en una vida regalada. Son filosofías hedonistas que nada tienen que ver con las del Maestro Epicuro, sino que representan más bien su antítesis. Inciden en la no asunción de costes y en la búsqueda sibarita de fines que estén al alcance de la mano (carpe diem), es decir, en no poner los medios, en no crear capital, en no hacer los esfuerzos presentes que requiere cualquier proyecto (futuro). Eso, en nuestro pasado remoto, en el que surgió nuestra mente, se detectaba rápidamente, pues desarrollamos mecanismos de detección de tramposos, como ha demostrado la psicología evolucionista. Pero dichos mecanismos eran adecuados para sociedades reducidas en las que todos se conocían entre sí. En nuestras sociedades políticas, en las que los intereses se articulan en grupos de presión y partidos, la mente del pleistoceno no está preparada para interpretar correctamente las claves del engaño en los gestos y palabras de los demagogos. Esto se debe a que la relación entre su hueca palabrería y las consecuencias de sus acciones no se aprecian, dado que muchas instancias las intermedian. En medio del barullo el demagogo sigue mintiendo y la gente creyéndole por sus apariencias. También sucede que las personas corrientes detestan a algunas figuras públicas igualmente por su apariencia, sin apreciar tampoco las consecuencias positivas de sus acciones. Para detectar pues, a los verdaderos tramposos, no basta con la intuición, con ese sofisticado mecanismo de detección que desarrollamos por evolución. Es preciso aprender algunas de las claves de la sociedad moderna, tener nociones de derecho, economía, política, ciencia, etc. Sin ellas el voto es un ejercicio de expresión de filias y fobias personales y, generalmente, infundadas (dado que casi nadie conoce personalmente a su representante ni sabe nada sobre la actividad concreta que desarrolla). Si a esto le añadimos que nadamos y buceamos en la salsa de una filosofía popular hedonista y cortoplacista, de la que hablaba antes, el político que más vende es aquel que más promete por menos coste. Como no se aprecia la falsedad inherente a su planteamiento, que es puro ilusionismo, como el del mago que saca un conejo que previamente NO ESTABA en su chistera, las simpáticas promesas se le antojan, al votante medio, como realidades alcanzables, proyectos realizables, futuros factibles. Y ello porque no ven los costes que conlleva cualquier beneficio o supuesto beneficio (más bien gasto) pero si ven las palabras bien engarzadas y los gestos bien acompasados del político que les desfigura el pasado y les configura un futuro sumamente hipotético pero plausible a la luz de sus escasos conocimientos.

Volvemos al principio. Son múltiples y sofisticadas las formas que tenemos de complicarnos la vida. El ser humano, en su permanente insatisfacción natural, no encuentra saciedad en lo cotidiano y en lo real, proyectándose hacia delante y hacia atrás, respectivamente, en futuribles hipotéticos y pasados transformados, mientras mira el presente a la tenue luz irradiada y los siete velos tejidos por sus sueños y sus recuerdos. Cuando se pone político, en una realidad cuya complejidad supera su intuición, saca las emociones y olvida la lógica más elemental, porque no tiene las claves. Y así llegan al poder los nuevos demagogos, que son los de siempre pero con nuevos disfraces, y el pasado y el futuro de la sociedad se transfiguran, acabando el soñante en una pesadilla, amargado por su propia ignorancia.

No profundicé sobre el altruismo y sobre la moral deliberadamente, pero debo terminar con ello: ¿no son precisamente altruismo y moral a gran escala lo que nos venden esos vendedores de sueños prefabricados que son los políticos demagogos, los políticos –por qué no decirlo- socialistas?. Todo se puede lograr con el progreso y la democracia. Abundancia para todos. Podemos ser infinitamente altruistas y a un tiempo recibir lo nuestro y mucho más. Podemos crecer y desarrollarnos sin desigualdades. El problema al plantear las cosas de esta manera es que se olvida el principio económico ineludible de que todo precio es un coste de oportunidad, de que todo lo que se recibe alguien lo tiene que crear con esfuerzo. Se olvida el asiento de la moral en la necesidad, del altruismo en el coste para el altruista. Se olvida lo que nos enseña nuestra naturaleza.


Nuestro detector de tramposos es incapaz de captar la información precisa en medio del ruido.


2 comentarios:

  1. Anónimo1:15 p. m.

    Sí además el demagogo tiene a su disposición una maquinaria mediatica tan potente como de la que disponen los socialistas el ruido de aquella se convierte en la nueva moral social, en lo politicamente correcto, y todo lo que quede fuera de ese cauce es distorsionado y ridiculizado.

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  2. Así es. Y los memes contradicen a los genes, pero en medio del ruido mediático-enculturador nadie se da cuenta.

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