miércoles, mayo 21, 2008

Medicina Evolucionista

Estudiar las enfermedades desde el punto de vista evolucionista puede parecer un entretenimiento para científicos ociosos o deseosos de publicar lo que sea. El caso es que no lo es, y esto por varios motivos, de entre los cuales destaco uno: las formas de vida "inferiores" (y digo inferiores por su tamaño microscópico, sin entrar en otras valoraciones que requerirían más argumentos) se reproducen a gran velocidad, a diferencia de los aparentemente indestructibles y verdaderamente frágiles especimenes que pueblan lo alto de la cadena trófica y de la complejidad biológica. Esto basta para que se puedan abarcar varias generaciones en poco tiempo y para que tenga sentido estudiar su evolución para combatir las enfermedades que provocan. Sobra decir que es además prueba de la evolución en acción, puesto que lo que se aprecia en los microorganismos en poco tiempo se produce en los organismos superiores en un período más dilatado.


Conocí eso de la medicina evolucionista gracias a la magnífica obra de Mel Greaves "Cáncer, el legado evolutivo". Nuestras células conservan aún su feroz independencia original, y solo merced a unos rígidos controles del organismo se ciñen al dictado de la supervivencia del mismo, y no a la propia. Dejar descendencia y no morir cuando toca es, en principio, lo evolutivamente ventajoso para cualquier individuo, sea este una célula o sea un tigre de Bengala. Y eso es lo que hacen las células cancerígenas: reproducirse incansablemente y tratar de eternizarse (para seguir reproduciéndose, claro). Todavía se conserva el cáncer del cuello de útero de una señora que fue su víctima mortal, en forma de inmortal estirpe de laboratorio, usada con fines de investigación médica.


Pero no es de la obra divulgativa de Mel Greaves ni del cáncer de lo que tenía pensado hablar aquí (de ello ya tendremos la oportunidad en futuros post), sino de una curiosa hipótesis evolutiva que explica plausiblemente la propagación de dos tipos de enfermedad infecciosa: la de desarrollo rápido y la de desarrollo lento.


Es en el principio de otra obra, esta de texto, Análisis Evolutivo, de Scott Freeman y Jon C.Herron donde encuentro esta hipótesis, formulada originalmente por Paul Ewald en relación a la pandemia de nuestro tiempo, el SIDA. Es la hipótesis de la tasa de transmisión. Según la misma una transmisión rápida de la enfermedad favorece su virulencia. Por ejemplo, en el SIDA, si la persona infectada tiene muchas relaciones, evolucionarán las cepas más dañinas del virus, puesto que antes de que maten al huésped –en el corto plazo- habrán pasado a otros muchos. Si los huéspedes, en cambio, se relacionasen poco, la población muy virulenta que habitase en ellos no podría pasar a otros cuerpos, y se extinguiría con su portador fallecido. No sucedería así, en cambio, con la población menos virulenta, que perviviría y se transmitiría mejor en personas poco promiscuas. Y es así exactamente como sucede.


En EEUU y Europa la tendencia evolutiva ha llevado a una versión menos virulenta del virus que en África y en Asia. Esto no sólo porque seamos menos libidinosos, Dios nos libre, sino también por las medidas profilácticas elementales al practicar el sexo. Por ejemplo los homosexuales de nuestro "próspero" Occidente sufrieron especialmente en los 80, cuando se relacionaban alegremente con muchos "amigos", ya no sólo por contagiarse, sino por "hacer prosperar" las versiones más deletéreas.

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