Ni nosotros de más complejos poliedros, añadiría yo. Este fragmento de "El Poder del Cerebro", obra divulgativa sobre nuestro órgano rector, lo encontramos en un apartado sobre el desarrollo de habilidades, que incide en las diferencias entre nuestra especie, dotada de amplias capacidades de aprendizaje gracias a un cerebro plástico, y las demás, con un limitado repertorio de conductas prefijadas.
Cuando el padre de la psicología americana (y de toda buena psicología), William James, decía que los humanos tenemos no menos sino más instintos que otras especies no se refería, seguramente, a los términos relativos, sino a los absolutos. Los seres humanos tenemos una panoplia de predisposiciones innatas mayor que otras especies. Se trata de adaptaciones a ambientes pretéritos que hoy dan forma a nuestra cognición y a nuestra conducta. Tenemos un piloto automático que nos lleva de la cuna a la tumba, siendo nuestra consciencia y nuestra racionalidad la punta de un iceberg de enormes proporciones. Comenzamos a caminar y a hablar siguiendo un programa que apenas varía de unas personas a otras. Y en nuestro operar consciente y racional en el mundo nos apoyamos en la sólida pero dispersa base del conocimiento y las técnicas acumulados en la red cultural, a través del espacio constituido por las personas de una generación, que distribuyen sus capacidades y por tanto su trabajo, y del tiempo, que teje tradiciones y rituales, saberes y procedimientos que se transmiten verticalmente de mayores a jóvenes.
Apenas conocemos lo que hacemos, simplemente actuamos. Nuestros instintos se proyectan en nuestra cultura, y el actor intermedio, precario protagonista, que somos nosotros, apenas es consciente de lo que le sucede ni de lo que es, realmente. Surgen fenómenos tales como el lenguaje, el mercado, el derecho, la política, el arte, la moda,...etc etc, que se materializan en instituciones siempre vivas, siempre cambiantes pero con un sólido cimiento sedimentado en el tiempo y con la experiencia de numerosas personas que nos precedieron y que ahora nos acompañan con vivencias que nosotros no experimentaremos, pero igualmente limitadas y humanas, demasiado humanas.
No somos muy distintos a esas abejas que construyen panales. Creamos en nuestro actuar básicamente inconsciente estructuras de una enorme complejidad y –si fueran formas tridimensionales- seguramente de una gran belleza y economía de las formas a nuestro ojos adaptados a las 3D. Somos instrumentos que tocan una melodía dentro de la gran sinfonía de la vida, agentes que persiguen semiinconscientemente intereses egoístas y, al hacerlo, logran bienes para la comunidad que jamás hubieran imaginado. Nuestros instintos generan geometrías complejas, igual que el de las abejas crea esas celdillas hexagonales, tan simétricas y divinamente ajustadas a la necesidad.
Y ello por no hablar de la dulce miel....
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