La guerra es un fenómeno social. Esto, sin embargo, no equivale a que sea artificial o antinatural. Antes al contrario, hunde profundamente sus raíces en nuestra naturaleza, puesto que la sociedad misma es un fenómeno natural, como prueba la Sociobiología, con independencia de que la cultura haga que tome formas nuevas y transforme el medio. Para entender la guerra, desde una perspectiva evolucionista, tuve que descubrir y leer la obra de Michael Patrick Ghiglieri: El Lado Oscuro del Hombre. En ella se exponen las diversas facetas de la violencia humana, en particular la masculina. No es contraria a la evidencia la idea de que es el hombre el principal perpetrador de actos violentos en nuestra especie. Para ilustrar el tema, Ghiglieri nos introduce en el interesante mundo social de nuestros parientes más cercanos, los chimpancés, cuya ecología él mismo estudia. Estos primates hermanos practican, al igual que nosotros, la guerra, si bien de una forma más rudimentaria.
Para hacer la guerra tiene que haber dos grupos de la misma especie que se enfrentan por un territorio, por una fuente de recursos o por el acceso a las hembras, y que se enfrentan en grupo. Entre chimpancés y humanos se forman alianzas masculinas, de machos jóvenes, generalmente emparentados, cosa que no sucede con otros primates. La exogamia, entre los chimpancés, consiste en el abandono del grupo por parte de las hembras, que vagan en busca de otro grupo en el que el aparearse no implique incesto. Los machos son el núcleo duro de sus sociedades. Tienen por costumbre patrullar el territorio. Organizan partidas de caza y de vigilancia. En ellas se mueven en silencio y coordinadamente. Si un grupo vecino deja de tener un número de machos suficiente, digno de temer, que inspire respeto, terminarán por averiguarlo, irán a por ellos y les aniquilarán sin piedad (a los machos). Esto supondrá más territorio y más hembras con las que aparearse. Las crías serán también exterminadas para asegurarse la receptividad de las hembras supervivientes, que sufrirán los cambios hormonales que las lleven de la lactancia al estro. El infanticidio entre primates, documentado por primera vez por Sarah Blaffer Hrdy en sociedades langures, es una de esas cosas que horrorizan a los bienpensantes creyentes en una naturaleza cándida y en que todo mal surgió de la caja de Pandora de la Civilización, corruptora de los instintos. Pero la violación, el asesinato o la misma guerra, tal como expone Ghiglieri, no son cosa exclusivamente humanas. La perpetuación de los propios genes toma la forma de destrucción de los ajenos, y tanto mayor cuanto más ajenos sean.
La eficacia inclusiva que postulara William Hamilton, la selección por parentesco, según la cual los individuos podían sacrificarse por los otros tanto más cuanto mayor fuera la relación genética con ellos, tiene su reverso, su lado oscuro, en la indiferencia con la que se mira o se perpetra la muerte de alguien no emparentado. Somos animales grupales, colaboramos, nos ayudamos, pero no de forma aleatoria ni indiscriminada. Como reza un dicho árabe, que Ghiglieri nos traslada:
“Yo contra mi hermano; yo y mi hermano contra mis primos; yo, mi hermano y mis primos contra los demás; yo, mi hermano, mis primos y mis amigos contra los enemigos de la aldea; y todos nosotros y la aldea entera contra la aldea más próxima”.
Esto, visto a su vez en positivo, lo expresaba también Adam Smith, padre de la economía, en su libro sobre los sentimientos morales. Desde un centro consistente en el ego, en uno mismo, se va hacia fuera en círculos concéntricos, perdiéndose progresivamente el interés, la empatía y la disposición al sacrificio, pasando de los padres y hermanos a familiares más lejanos, luego a amigos, después a miembros de algún grupo político, religioso o ideológico y acabando con los completos extraños, de otra raza, religión y cultura. Smith decía que nos importaba más un ligero dolor en un dedo del pié que la muerte de miles de chinos en una inundación.
El caso es que en la medida en que los recursos son abundantes nos universalizamos, nos volvemos cosmopolitas y amigos de lo diferente, de lo exótico. Podemos llegar a concebir un difuso amor por la humanidad e imaginar que no hay cielo,.......patatín y patatán (John Lennon & Friends). En cuanto escasean los recursos nos vamos replegando hacia el centro de nuestro círculo y la guerra se va convirtiendo en una opción más atractiva, en una forma más aceptable de resolución del problema de la supervivencia del propio grupo, y de uno mismo y de todo aquel que porte los propios genes en mayor grado, en definitiva.
La observación de los primates, en particular la de los chimpancés, pero no sólo, ha llevado a grandes decepciones. Tanto más queríamos parecernos a ellos cuanto más diferentes nos parecían de nosotros.
La eficacia inclusiva que postulara William Hamilton, la selección por parentesco, según la cual los individuos podían sacrificarse por los otros tanto más cuanto mayor fuera la relación genética con ellos, tiene su reverso, su lado oscuro, en la indiferencia con la que se mira o se perpetra la muerte de alguien no emparentado. Somos animales grupales, colaboramos, nos ayudamos, pero no de forma aleatoria ni indiscriminada. Como reza un dicho árabe, que Ghiglieri nos traslada:
“Yo contra mi hermano; yo y mi hermano contra mis primos; yo, mi hermano y mis primos contra los demás; yo, mi hermano, mis primos y mis amigos contra los enemigos de la aldea; y todos nosotros y la aldea entera contra la aldea más próxima”.
Esto, visto a su vez en positivo, lo expresaba también Adam Smith, padre de la economía, en su libro sobre los sentimientos morales. Desde un centro consistente en el ego, en uno mismo, se va hacia fuera en círculos concéntricos, perdiéndose progresivamente el interés, la empatía y la disposición al sacrificio, pasando de los padres y hermanos a familiares más lejanos, luego a amigos, después a miembros de algún grupo político, religioso o ideológico y acabando con los completos extraños, de otra raza, religión y cultura. Smith decía que nos importaba más un ligero dolor en un dedo del pié que la muerte de miles de chinos en una inundación.
El caso es que en la medida en que los recursos son abundantes nos universalizamos, nos volvemos cosmopolitas y amigos de lo diferente, de lo exótico. Podemos llegar a concebir un difuso amor por la humanidad e imaginar que no hay cielo,.......patatín y patatán (John Lennon & Friends). En cuanto escasean los recursos nos vamos replegando hacia el centro de nuestro círculo y la guerra se va convirtiendo en una opción más atractiva, en una forma más aceptable de resolución del problema de la supervivencia del propio grupo, y de uno mismo y de todo aquel que porte los propios genes en mayor grado, en definitiva.
La observación de los primates, en particular la de los chimpancés, pero no sólo, ha llevado a grandes decepciones. Tanto más queríamos parecernos a ellos cuanto más diferentes nos parecían de nosotros.
Jane Goodall y otros muchos primatólogos repartidos por África, han podido constatar que los chimpancés son sexistas, asesinos de niños, violadores, genocidas....no fue algo que se descubriese de la noche a la mañana. Hubo que observar a los chimpancés en su hábitat natural durante muchos años. Y la utópica comuna bonoba empieza a verse cada vez más como otro reducto de violencia salvaje.
El antropólogo Marvin Harris ya apuntaba, hace bastante tiempo, que la competencia entre grupos humanos por los recursos era, por debajo de cualquier justificación ideológica, la causa última de las guerras. Igual sucede con los chimpancés. Lo que cambia, con respecto a la forma de resolver conflictos en otras especies, es la magnitud de la violencia. Ahora no es un combate uno contra uno, exhibiendo cornamentas o denticiones afiladas. No se trata ya de la lucha por el harén de dos gorilas espaldas plateadas. Se enfrentan dos grupos organizados. Para ello es precisa una coordinación de los miembros de cada grupo, así como lealtad a la unidad que representa. Y esto lo ponen la inteligencia social y el parentesco.
El antropólogo Marvin Harris ya apuntaba, hace bastante tiempo, que la competencia entre grupos humanos por los recursos era, por debajo de cualquier justificación ideológica, la causa última de las guerras. Igual sucede con los chimpancés. Lo que cambia, con respecto a la forma de resolver conflictos en otras especies, es la magnitud de la violencia. Ahora no es un combate uno contra uno, exhibiendo cornamentas o denticiones afiladas. No se trata ya de la lucha por el harén de dos gorilas espaldas plateadas. Se enfrentan dos grupos organizados. Para ello es precisa una coordinación de los miembros de cada grupo, así como lealtad a la unidad que representa. Y esto lo ponen la inteligencia social y el parentesco.
Esto me recuerda a un documental de esos de la 2 donde, en compañía de mis atribulados hijos, vimos cómo un león asesinaba a sus crías para después cepillarse cumplidamente a la leona, y tras la orgía hecharse una siesta tan ricamente.
ResponderEliminarSe ve que "el hobre es bueno por naturaleza", pero los chimpancés, los leones y la mantis religiosa no lo son.
Sí, Dhavar, parece que los leones también tienen esa manía de matarse entre sí y a las crías de los otros (a las propias no, que llevan los genes de uno).
ResponderEliminarUna de las características más destacables del hombre, y, al parecer, por los estudios de Byrne y Whiten, de los que ya hablaremos, de algunos primates, es la habilidad y la tendencia a engañar, a mentir, a ocultar, a fingir.
El primer engañado, en la fantasía de tó el mundo es gueno, es uno mismo. Pero con esa mentira se puede llegar muy lejos.....¡al poder!
Germánico:
ResponderEliminarPues yo juraría que eran sus crías.En el documental no lo aclaraban, pero andaban todos juntos en las tomas anteriores a "la orgía".
Si pueden mentir, por otra parte, es que pueden hacer representaciones, y eso es ya, se defina como se defina, pensar.
Para coordinarse y hacer razzias de hembras no parece necesaria esa facultad, supongo que cualquier manada animal se coordina bastante bien para su propósito sin necesidad de "representarse" el fin pretendido (hacerse con montones de genes matando a otros, en este caso)
Bueno, Dhavar, si lo "piensas" tampoco nosotros hemos "pensado" en términos de genes hasta hace bien poco. Seguíamos nuestra apetencias y tendencias naturales sin comprender muy bien de dónde venían ni a que fines últimos obedecen.
ResponderEliminarLa cuestión de la consciencia animal es muy debatida, especialmente con los chimpancés, porque son los que más se parecen a nosotros, los seres conscientes y autoconscientes.
Lo que me dices del león me deja de piedra, no me lo creo, salvo que le funcionara mal su cerebro de león: ¡matar a sus crías!...desde luego si fuera así los genes que le llevaron a ello no pasarán a futuras generaciones.
Germánico:
ResponderEliminarNo sé por qué - ¿el meme quizá de "mamá natura nos cuida bien, después de todo?- no se puede contemplar la posibilidad de un comportamiento "genético autodestructivo", salvo porque suponemos en los genes algo así como el depósito de nuestras últimas esperanzas.Me pregunto si alguien le ha preguntado a un gen alguna vez qué pretende.¿O es que en este punto vamos a abandonar lo empírico, sólo porque acojona?
A mi no me acojona, simplemente no me convence. No niego que haya comportamientos autodestructivos, que los hay -en especial en nuestra especie- pero creo que son consecuencia, en el mejor de los casos, de una lucha interna de instintos, de programas conductuales o de acción innatos, todos ellos surgidos para garantizar la supervivencia del organismo (en el peor, de un cruzado de cables durante el desarrollo).
ResponderEliminarDe todas formas nos faltaría por concretar lo que dices del león: ¿eran o no sus crías? Yo apuesto a que no.
Pues no lo sé seguro.Como te he dicho,daba toda la impresión por la secuencia.Lo que sí recuerdo bien es la cara de asombro y horror total de mis hijos (todos interpretamos, quizá equivocadamente, que eran sus crías!).Ya nunca volvieron a ver igual las películas de animales de Disney.
ResponderEliminarPor otra parte, el tinglado genético, aparte de organizar y producir seres vivos, parece que también se ocupa de darles muerte y enfermedades varias con al menos la misma eficacia.
Ahora en serio, a lo que apunto es a que hay que evitar la "Nova Teodicea Genética", que ya fue viejo embrollo en su versión deista fetén.
Hay que tener mucho tacto al hablar de genes y conducta, porque el salto de los primeros a la segunda, Dhavar, no son en absoluto obvios. Pero por otra parte hay que combatir a quienes dicen que somos una tabla rasa y que nuestra mente flota por encima de todo, ajena a la naturaleza. De hecho considero más importante lo último.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con lo segundo.Pero yo me refería más bien a la cuestión de que también es "genético" la instrucción "muerte" o "mongolismo".Y hay que aguantarse las ganas de explicaciones precipitadas y no empíricas en este punto.O más bien pronto que tarde nos encontraremos instituyendo "sacerdotes de los genes", únicos capaces de revelar su verdadero sentido - sobre todo en su aplicación a las instituciones sociales.Y "eso" ya corre como caballo desbocado, aunque por ahora pequeñito.
ResponderEliminarEl determinismo genético suele basarse en una deficiente comprensión de cómo se desarrollan los organismos, de cómo se expresan los genes. El mongolismo (pobres mongoles) o síndrome de Down es genético cien por cien. El cromosona 21 está 3 veces. Y sale una persona con esa discapacidad psíquica (y física), pero lo de la instrucción "muerte" está sujeto, al menos en parte, al ambiente. No creo que estemos predestinados genéticamente, salvo en casos raros como la Corea de Hughtinton, de gen único letal.
ResponderEliminarLos caracteres conductuales están además, en su mayoría, influidos por muchos genes, que determinan la estructura y fisiología del cerebro, y se manifiestan como un continuo en la población. Con estos hay que ser particularmente prudente.
Siempre que leo la palabra determinismo genético o biológico , me entran sudores existencia les , al menos en la especie humana , nosotros la "elegida ",¿ Tu no crees Germanico que exista algún mecanismo del pensamiento que pueda evadirnos de los comportamientos programados genéticamente ? .Hay gente que decide la abstinencia sexual , sin entrar en sus motivos culturales religiosos...etc , hay individuos que que tampoco se reproducen aunque sean activos sexual mente , hay pacifistas que no defienden la "violencia" de sus clanes o tribus ....en fin , son algunos ejemplos de rebelión contra los genes .¿Las desviaciones "patológicas" de las leyes geneticas de la conducta son posibles ? Realmente son patologias ?
ResponderEliminarPeggy, nuestros comportamientos no están programados genéticamente en todos sus detalles. Tenemos predisposiciones innatas. Dentro de ellas hay además diversidad en la especie. Por ejemplo, hay personas con aversión al riesgo y otras que disfrutan con él o padecen sin él. Hay, asimismo, diversidad de tendencias dentro de uno mismo, y la mente trata de resolver los conflictos entre ellas para articular un comportamiento coherente (es lo que llamaba Nietzsche la lucha de instintos). Y hay, además, una capacidad general de aprendizaje, si bien dentro del marco de nuestra naturaleza, no ilimitada o amplísima, como algunos pretenden hacernos creer. ¿Aprendizaje, plasticidad?....si, hasta cierto punto, pero con severas restricciones determinadas -estas sí- por nuestra herencia evolutiva, adaptaciones a ambientes y circunstancias pretéritos.
ResponderEliminarPor ser posible es posible hasta un terrorista suicida. Pero contrariamente a lo que se suele creer este obedece más y no menos a sus instintos básicos que el resto de la gente. El salto de los genes al comportamiento no es lineal, ni evidente.
El meollo del asunto esta en delimitar la frontera entre Biologia y Cultura ..., es cierta la diversidad en la misma especie .Yo si tiendo a pensar que es mas poderoso el pensamiento, cultural, individual ...etc que los genes y su determinismo de comportamiento ...quizas es el orgullo de pertenecer a la especie elegida :)
ResponderEliminarSaludos