Cuando Shannon Moffett fue a entrevistar a Francis Crick a su casa para su libro sobre el enigma del cerebro ya había sido puesta sobre aviso acerca de la especial manía que el Premio Nobel tenía a la gente pedante, que trataba de pasar por culta. Así, al ser preguntada por Crick acerca de la influencia que Aristóteles tenía en el mundo de hoy se vio ligeramente apurada, y salió del paso como pudo.
Ciertamente es difícil seguir todos y cada uno de los rayos que desprendió ese sol aristotélico sobre la humanidad, y sus proyecciones en el presente. Con el ocaso del Medioevo llegó también el ocaso para esta estrella en muchas de sus brillantes concepciones. Su física, su biología, fueron desafiadas. Ya nunca se recuperarían de los sucesivos golpes que fueron recibiendo. Pero el lenguaje, en tantos sentidos innovador, es para algunas cosas sumamente conservador. Algunos giros y metáforas se mantienen durante decenas, cientos e incluso miles de años, mucho tiempo después de haber perdido su sentido y su significado originarios. Los antropólogos hablan de survivals cuando se refieren a rituales y costumbres que perviven tiempo después de haber desaparecido su razón de ser. En el lenguaje perduran las huellas del pasado. Es a un tiempo una construcción reciente y las ruinas sobre la que se asienta. Tiene tantos sustratos como una excavación paleontológica y como su propia base neurológica, el cerebro. Y es que la evolución, sea con genes o con memes, sea de los organismos o de las palabras, es a un tiempo conservadora e innovadora, y construye sobre lo que ya hay, exactamente por la misma razón que una carretera debe repararse si detener el tráfico. Así Aristóteles nos sigue hablando a través de los siglos sobre la sede del alma, y Crick, que estaba embarcado la busqueda científica de esta, lo notó particularmente.
Para Aristóteles el alma estaba en el corazón, siendo el cerebro no más que un refrigerador para la sangre del cuerpo. Su teoría ha sido ya refutada una y otra vez, pero todos seguimos ubicando en el corazón un pedazo de nuestro yo, todos seguimos diciendo que algo se hace “de corazón”, que tenemos un “pálpito” y cosas similares. Parece que la parte del alma que situamos en esa bomba muscular es la más importante: los sentimientos. Aunque ahora solo lo hagamos en el lenguaje.
Si alguien nos hace sufrir por amor decimos que nos rompe el corazón. El corazón queda “partío” por el mal de amores, en palabras emotivamente cantadas por Alejandro Sanz (supongo que sus emociones están más en sintonía con la música que con el dolor del alma por la pérdida de alguna mujer). Pero el corazón no siente, solo late sincrónicamente siguiendo las órdenes de nuestro cerebro inconsciente y reptiliano. Lo único divisible es el alma, la mente, la consciencia, el yo. Esto se puede comprobar en todos los casos de disociaciones de la personalidad patológicas. No se trata únicamente de las personas que poseen múltiples personalidades. También deben incluirse los esquizofrénicos (el propio término esquizofrenia alude a la división de la mente). Estas personas pueden oír voces y tener otros tipos de alucinación. Viven en un mundo extraño que tiene partes “reales” y partes creadas por completo por su propia psique. Por supuesto al entrecomillar “reales” lo hago con un motivo: el mundo percibido es para todos sin excepción una creación del cerebro, si bien en los esquizofrénicos parece que la creación es excesiva y se desvía de la norma y de la funcionalidad biológicas y sociales. A veces sienten como si se les disolviese el yo.
Todos los que tienen alguna dolencia del cerebro tienen el alma en cierto sentido partida. Muy destacable es el caso de quienes, tras sufrir una apoplejía o un golpe en la cabeza, tiene daño en el lóbulo parietal derecho. Estos padecen negligencia unilateral, es decir, una incapacidad para reconocer aquellas cosas que se encuentran a su izquierda, incluido su propio cuerpo. La visión ciega, otro mal del alma, pone de manifiesto cómo una persona puede ver y no ser consciente de que está viendo. Esto se debe a que su corteza visual ha sido dañada pero las vías de procesamiento de información visual que llegan hasta ella permanecen indemnes, realizando su labor en silencio. Así, el vidente ciego, puede esquivar obstáculos, agarrar objetos y seguir su trayectoria, sin ser consciente de ello. También tenemos esas almas cándidas y perdidas cual islas en un océano de ignorancia que son aquellos que han sufrido daños bilaterales en el hipocampo. Sencillamente son incapaces de crear recuerdos. Padecen lo que se da en llamar amnesia anterógrada. No consolidan recuerdos, y no guardan más que a cortísimo plazo sus vivencias. Conservan, eso sí, un circuito de recuerdo emocional. Esto lo puso de manifiesto un médico francés de cuyo nombre no logro acordarme que trató a una paciente con este tipo de amnesia. Cada vez que la veía tenía que repetir el tedioso ritual de presentarse, pues ella lo había olvidado de las veces anteriores. Un día decidió darle la mano con una chincheta escondida. Al estrechársela se la clavó y la paciente retiró la mano dolida. El caso es que en posteriores presentaciones ella seguía sin recordarle pero se negaba a darle la mano.
Por último podríamos hablar de los casos de cerebro dividido. Han ayudado mucho a la investigación pero son más bien raros, puesto que se deben a una escisión quirúrgica del cerebro que dejó de practicarse. Esta se realizaba para impedir la expansión de la epilepsia (en casos muy graves de este mal) a través del cuerpo calloso, haz de axones que conecta ambos hemisferios. Las personas que habían sido operadas de esta forma tenían literalmente dos cerebros que actuaban independientemente. Como cada hemisferio cerebral controla las extremidades contralaterales (esto es, el hemisferio derecho las izquierdas y el izquierdo las derechas) a veces estos pacientes podían percatarse de su peculiar situación al ver enfrentadas sus dos manos, abotonando y desabotonando un traje, cogiendo y dejando un libro o una queriendo golpear a su pareja y la otra defendiéndola.
Y volviendo con este “juego de manos” a la pareja, podríamos decir que, si nuestra pareja nos abandona, sufrimos una escisión. De pronto todas nuestras expectativas, todas nuestras costumbres, se ven destrozadas por un hachazo brutal y cruel del destino. Parece un golpe físico, capaz de partir un corazón. Pero el golpe lo sufre el cerebro, y su física, que, pese a provocar un dolor mayor que cualquier golpe con un objeto afilado, es muy sutil. El yo y su mundo quedan traumáticamente disociados. Pasan de ser uno a ser dos. No son solamente los cuerpos de los amantes los que se separan, cuerpos que, de todas formas, siempre estuvieron separados: también se separa el alma del abandonado en dos partes, la que siente y padece, la consciente, y la creación que esta había hecho en interacción con su entorno y con otra alma, sobre la que operaba. Algo parecido sucede –salvando las evidentes diferencias- cuando se pierde un empleo y, en general, con la pérdida de cualquier red de relaciones estable y generadora de satisfacción. Toda red a través de la cual pesquemos alimento y descendencia es muy preciada.
Mientras las circunstancias externas eran adaptativas había en el cerebro un determinado equilibrio neuroquímico compatible con el ambiente exterior. Al abrirse un abismo ante el ser vivo en su horizonte y derrumbarse un edificio a sus espaldas, todo queda trastornado, pues uno no sabe hacia dónde proyectarse, y urge volver a crear un equilibrio, encontrar un nuevo entorno habitable para el alma, construir una nueva estructura, tarea que se presenta ardua, de elevado coste energético y para unas capacidades e ilusiones cada vez más limitadas. La maleabilidad de las emociones es escasa, y por tanto puede decirse que la plasticidad neuronal para crear nuevas redes a partir de las antiguas también. El organismo pierde su ambiente óptimo o al menos aceptable, o, dicho en términos bíblicos, el angel cae, el hombre es expulsado del Edén, y se ve obligado a vagar por el mundo, arrojado a una libertad no deseada.
El problema estriba en que al destruirse la autopista se detiene el tráfico.
Ciertamente es difícil seguir todos y cada uno de los rayos que desprendió ese sol aristotélico sobre la humanidad, y sus proyecciones en el presente. Con el ocaso del Medioevo llegó también el ocaso para esta estrella en muchas de sus brillantes concepciones. Su física, su biología, fueron desafiadas. Ya nunca se recuperarían de los sucesivos golpes que fueron recibiendo. Pero el lenguaje, en tantos sentidos innovador, es para algunas cosas sumamente conservador. Algunos giros y metáforas se mantienen durante decenas, cientos e incluso miles de años, mucho tiempo después de haber perdido su sentido y su significado originarios. Los antropólogos hablan de survivals cuando se refieren a rituales y costumbres que perviven tiempo después de haber desaparecido su razón de ser. En el lenguaje perduran las huellas del pasado. Es a un tiempo una construcción reciente y las ruinas sobre la que se asienta. Tiene tantos sustratos como una excavación paleontológica y como su propia base neurológica, el cerebro. Y es que la evolución, sea con genes o con memes, sea de los organismos o de las palabras, es a un tiempo conservadora e innovadora, y construye sobre lo que ya hay, exactamente por la misma razón que una carretera debe repararse si detener el tráfico. Así Aristóteles nos sigue hablando a través de los siglos sobre la sede del alma, y Crick, que estaba embarcado la busqueda científica de esta, lo notó particularmente.
Para Aristóteles el alma estaba en el corazón, siendo el cerebro no más que un refrigerador para la sangre del cuerpo. Su teoría ha sido ya refutada una y otra vez, pero todos seguimos ubicando en el corazón un pedazo de nuestro yo, todos seguimos diciendo que algo se hace “de corazón”, que tenemos un “pálpito” y cosas similares. Parece que la parte del alma que situamos en esa bomba muscular es la más importante: los sentimientos. Aunque ahora solo lo hagamos en el lenguaje.
Si alguien nos hace sufrir por amor decimos que nos rompe el corazón. El corazón queda “partío” por el mal de amores, en palabras emotivamente cantadas por Alejandro Sanz (supongo que sus emociones están más en sintonía con la música que con el dolor del alma por la pérdida de alguna mujer). Pero el corazón no siente, solo late sincrónicamente siguiendo las órdenes de nuestro cerebro inconsciente y reptiliano. Lo único divisible es el alma, la mente, la consciencia, el yo. Esto se puede comprobar en todos los casos de disociaciones de la personalidad patológicas. No se trata únicamente de las personas que poseen múltiples personalidades. También deben incluirse los esquizofrénicos (el propio término esquizofrenia alude a la división de la mente). Estas personas pueden oír voces y tener otros tipos de alucinación. Viven en un mundo extraño que tiene partes “reales” y partes creadas por completo por su propia psique. Por supuesto al entrecomillar “reales” lo hago con un motivo: el mundo percibido es para todos sin excepción una creación del cerebro, si bien en los esquizofrénicos parece que la creación es excesiva y se desvía de la norma y de la funcionalidad biológicas y sociales. A veces sienten como si se les disolviese el yo.
Todos los que tienen alguna dolencia del cerebro tienen el alma en cierto sentido partida. Muy destacable es el caso de quienes, tras sufrir una apoplejía o un golpe en la cabeza, tiene daño en el lóbulo parietal derecho. Estos padecen negligencia unilateral, es decir, una incapacidad para reconocer aquellas cosas que se encuentran a su izquierda, incluido su propio cuerpo. La visión ciega, otro mal del alma, pone de manifiesto cómo una persona puede ver y no ser consciente de que está viendo. Esto se debe a que su corteza visual ha sido dañada pero las vías de procesamiento de información visual que llegan hasta ella permanecen indemnes, realizando su labor en silencio. Así, el vidente ciego, puede esquivar obstáculos, agarrar objetos y seguir su trayectoria, sin ser consciente de ello. También tenemos esas almas cándidas y perdidas cual islas en un océano de ignorancia que son aquellos que han sufrido daños bilaterales en el hipocampo. Sencillamente son incapaces de crear recuerdos. Padecen lo que se da en llamar amnesia anterógrada. No consolidan recuerdos, y no guardan más que a cortísimo plazo sus vivencias. Conservan, eso sí, un circuito de recuerdo emocional. Esto lo puso de manifiesto un médico francés de cuyo nombre no logro acordarme que trató a una paciente con este tipo de amnesia. Cada vez que la veía tenía que repetir el tedioso ritual de presentarse, pues ella lo había olvidado de las veces anteriores. Un día decidió darle la mano con una chincheta escondida. Al estrechársela se la clavó y la paciente retiró la mano dolida. El caso es que en posteriores presentaciones ella seguía sin recordarle pero se negaba a darle la mano.
Por último podríamos hablar de los casos de cerebro dividido. Han ayudado mucho a la investigación pero son más bien raros, puesto que se deben a una escisión quirúrgica del cerebro que dejó de practicarse. Esta se realizaba para impedir la expansión de la epilepsia (en casos muy graves de este mal) a través del cuerpo calloso, haz de axones que conecta ambos hemisferios. Las personas que habían sido operadas de esta forma tenían literalmente dos cerebros que actuaban independientemente. Como cada hemisferio cerebral controla las extremidades contralaterales (esto es, el hemisferio derecho las izquierdas y el izquierdo las derechas) a veces estos pacientes podían percatarse de su peculiar situación al ver enfrentadas sus dos manos, abotonando y desabotonando un traje, cogiendo y dejando un libro o una queriendo golpear a su pareja y la otra defendiéndola.
Y volviendo con este “juego de manos” a la pareja, podríamos decir que, si nuestra pareja nos abandona, sufrimos una escisión. De pronto todas nuestras expectativas, todas nuestras costumbres, se ven destrozadas por un hachazo brutal y cruel del destino. Parece un golpe físico, capaz de partir un corazón. Pero el golpe lo sufre el cerebro, y su física, que, pese a provocar un dolor mayor que cualquier golpe con un objeto afilado, es muy sutil. El yo y su mundo quedan traumáticamente disociados. Pasan de ser uno a ser dos. No son solamente los cuerpos de los amantes los que se separan, cuerpos que, de todas formas, siempre estuvieron separados: también se separa el alma del abandonado en dos partes, la que siente y padece, la consciente, y la creación que esta había hecho en interacción con su entorno y con otra alma, sobre la que operaba. Algo parecido sucede –salvando las evidentes diferencias- cuando se pierde un empleo y, en general, con la pérdida de cualquier red de relaciones estable y generadora de satisfacción. Toda red a través de la cual pesquemos alimento y descendencia es muy preciada.
Mientras las circunstancias externas eran adaptativas había en el cerebro un determinado equilibrio neuroquímico compatible con el ambiente exterior. Al abrirse un abismo ante el ser vivo en su horizonte y derrumbarse un edificio a sus espaldas, todo queda trastornado, pues uno no sabe hacia dónde proyectarse, y urge volver a crear un equilibrio, encontrar un nuevo entorno habitable para el alma, construir una nueva estructura, tarea que se presenta ardua, de elevado coste energético y para unas capacidades e ilusiones cada vez más limitadas. La maleabilidad de las emociones es escasa, y por tanto puede decirse que la plasticidad neuronal para crear nuevas redes a partir de las antiguas también. El organismo pierde su ambiente óptimo o al menos aceptable, o, dicho en términos bíblicos, el angel cae, el hombre es expulsado del Edén, y se ve obligado a vagar por el mundo, arrojado a una libertad no deseada.
El problema estriba en que al destruirse la autopista se detiene el tráfico.
El psicólogo que hizo el experimento del alfiler que comentas se llamaba Édouard Claparède. En esta entrevista a Joseph Ledoux en la revista Edge hablan de ello y de otras cosas muy interesantes sobre la relación entre amígdaala y corteza y las emociones
ResponderEliminarhttp://www.edge.org/3rd_culture/ledoux/ledoux_p1.html
Gracias Pitiklinov. De todas formas no lo cambio porque en parte era un juego poético sutil que me permitía al hablar de la amnesia (aprovechando un olvido).
ResponderEliminar;-)