La revista Nature ha publicado recientemente un comentario titulado Society: don´t blame mothers (Sociedad: no culpes a las madres), de Sarah Richardson y cols., en el que los autores plantean que la investigación en Epigenética, si no se trata con cuidado, puede dañar a las mujeres, en concreto a las madres. Dicen que se están viendo titulares en la prensa como “ la dieta de las madres durante el embarazo altera el ADN”, “las experiencias de la abuela dejan marca en la descendencia” o “Las supervivientes del 9/11 embarazadas transmiten el trauma a los niños”. Y critican que factores tales como la contribución parental, la vida familiar o el ambiente social reciben menos atención.
Existe además todo un nuevo campo en crecimiento dentro de la ciencia que es el de los orígenes en el desarrollo embrionario de la enfermedad y la salud (en inglés lo llaman DOHaD). Por ejemplo, un estudio revela que el 45% de los hijos de madres con diabetes tipo II desarrollan diabetes frente al 9% de los hijos de madres sin diabetes. El temor de Richardson y cols. es que estos descubrimientos científicos lleven a una mayor vigilancia y regulación del embarazo de las mujeres.
Para justificar este temor se apoyan en precedentes históricos de enfermedades en que se ha culpado a las madres. Uno de ellos es la teoría de la madre esquizofrenógena, de Theodore Lindz, autor que culpaba a las madres de los esquizofrénicos de la enfermedad de sus hijos, por ser muy autoabsorbentes y dominantes. Otra ha sido la teoría de las madres nevera en el autismo, cuyo origen se encuentra en Leo Kanner y luego en Bruno Bettelheim, que también culpaba a las madres del autismo de su hijo.
Las propuestas de Richardson y cols. son cuatro: 1) que no se extrapole de estudios animales a humanos, 2) que se enfatice el rol tanto de los efectos paternos como los maternos, 3) que se señale la gran complejidad del ambiente intrauterino y que ahí influyen muchos factores que no conocemos, de estilo de vida, ambientales y socioeconómicos, y 4) que se reconozca el papel de la sociedad, que muchos factores estresantes intrauterinos tienen que ver con cuestiones de clase, raza y género y precisan de cambios sociales y no de soluciones individuales.
Mi opinión sobre este comentario de Richardson y cols. es que es bastante paranoico y que moraliza o politiza un campo de investigación que previamente, yo por lo menos, no había visto moralizado. En todo lo que he leído de Epigenética a nivel científico yo no he encontrado ataques a las madres ni a las mujeres del tipo de los que Richardosn y cols, temen. En lo que sí pueden tener un punto de razón es en la interpretación que en prensa popular se haya podido hacer de determinados estudios epigenéticos, pero este es un problema de toda la ciencia y no sólo de la Epigenética. Es un hecho que la prensa distorsiona, busca titulares sensacionalistas, dramatiza y en general muestra poco rigor al tratar las noticias científicas.
Pero si reconocer que el periodo de embarazo es crucial para el desarrollo de un individuo y que muchas de las influencias que tienen lugar durante el mismo (nutricionales, infecciosas, tóxicas, etc.) pueden afectar a la salud futura del sujeto, es atacar a las mujeres, pues apaga y vámonos. La Epigenética está estudiando también los efectos epigenéticos en el semen y el aumento de riesgo de enfermedades (autismo, esquizofrenia, enfermedad cardiovascular…) en la descendencia de padres y abuelos (puedes leer sobre ello en este otro comentario de Nature). Pero si resulta que el feto está nueve meses en el vientre de su madre y no en el de su padre y, por tanto, al estudiar ese periodo hay que hablar de la madre y no del padre, tampoco creo yo que eso sea atacar a las mujeres, sino reflejar una realidad.
En definitiva, que Richardson y cols. sacan un poco las cosas de quicio y que, además, pretender que la investigación científica siga un determinado guión moral les acerca peligrosamente a la falacia moralista.
@pitiklinov
Como muchas veces pasa se pasa de lo blanco inmaculado a lo negro azabache. De pensar que en los genes estaría en exclusiva todos los secretos la formación del nuevo ser (con cambios o sin ellos) a pensar que la epigenética va a alterar de forma constante, definitiva y con gran intensidad la formación de los nuevos seres.
ResponderEliminarEstoy plenamente de acuerdo con pitiklinov sobre su opinión de los autores del artículo. Pues éstos “sacan un poco las cosas de quicio y que, además, pretender que la investigación científica siga un determinado guión moral les acerca peligrosamente a la falacia moralista”. Solo quiero mencionar dos aspectos sobre la epigenética:
- Primero, que es una ciencia muy reciente y que, hasta que tenga mayor desarrollo teórico y práctico, es una especie de “cajón de sastre” en lo que parece que cabe todo, y ese todo parece tener la misma trascendencia en las manifestaciones fenotípicas de los nuevos seres. Falta mucho por matizar y cuantificar, es decir, de conoces en profundidad de lo que estamos hablando.
- Segundo. La mayoría de los procesos epigenéticos lo que hacen es modular la expresión genética del nuevo ser, pero no cambian el genoma en sí. Es decir, que estos cambios no son heredables, sobre todo los relacionados con la acción del medio ambiente en el periodo de desarrollo gestacional. Para producir un cambio evolutivo se precisa un cambio mutacional permanente o un cambio epigenético igualmente permanente. Lo que, aunque es posible (dieta, estrés, etc.), es muy difícil que siempre sea igual.
Realmente hay mucho sobre lo que hay que trabajar, por lo que las conclusiones en este campo me parecen lo que se llama sencillamente en los medios taurinos “hacer un brindis al sol”.
Estoy totalmente de acuerdo con lo que comentas, Angel, la Epigenética está todavía en pañales y no tenemos una perspectiva suficiente para sacar conclusiones. Ni siquiera sabemos cuánto dura la herencia epigenética, parece que no más allá de 4-5 generaciones...Habrá que ser pacientes.
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