Bueno, algunos hombres tienen una buena cantidad de barba en la cara, pero aún así enseñan bastante piel de la cara y, comparados con nuestros primos primates, nuestras caras tienen más bien poco pelo. ¿Por qué es esto así?
Las razones para la pérdida de nuestro pelo corporal en general todavía se debaten. Algunos investigadores dicen que perdimos la piel para librarnos de parásitos, como los piojos. Esto nos podría haber hecho más atractivos para el otro sexo: la piel limpia era una buena autopublicidad de la ausencia de parásitos. Otros dicen que perdimos la mayor parte del pelo para favorecer el enfriamiento a medida que nos desplazamos de los bosques sombríos a las cálidas sabanas. Otros dicen que la desnudez capilar es un rasgo juvenil (un rasgo neoténico) que los humanos han conservado en la edad adulta. A veces se nos considera unos monos infantilizados que maduran más lentamente y viven más que nuestros primos simios.
Pero Mark Changizi tiene una explicación alternativa para el hecho de que tengamos menos pelo en la cara que tiene que ver con un objeto que estuvo de moda en los años 70: los “anillos del humor” (mood rings). Se trata de anillos que cambian de color según la temperatura de la persona que los lleva puestos y se supone que indican su estado emocional. En realidad estos anillos no son más que termómetros diseñados para cambiar de color según la temperatura corporal y no indican ningún estado emocional, por supuesto. Pero la idea de que el color revela el estado emocional no está muy desencaminada.
Esta relación entre color y emoción está muy extendida en la cultura humana. Nos ponemos “verdes de envidia” “rojos de ira o de vergüenza” y a la tristeza la llamamos “blues” (azul). El caso es que Changizi propone que las caras se fueron haciendo menos peludas para permitir que otros miembros de nuestra especie pudieran leer nuestras emociones. De hecho, las caras de los primates, y también sus genitales, cambian de color debido a la fisiología de la piel y señalan estados como la receptividad sexual muy importantes de identificar y diferenciar.
La mayoría de los mamíferos, como perros, caballos u osos, sólo pueden ver dos colores, son dicrómatas y pueden ver solamente amarillos, azules y los grises resultantes de la mezcla de amarillo y azul. Esto es así porque sólo tienen dos tipos de conos sensibles a las longitudes de onda cortas o largas de la luz. Pero los humanos y otros primates somos tricrómatas y tenemos un tercer tipo de cono sensible a las longitudes de onda medias. Por ello, también podemos detectar el continuo rojo-verde (algunas pocas personas son tetracrómatas).
Pero ocurre que estos tres tipos de conos no están distribuidos de una manera uniforme y esto permite percibir las propiedades de la sangre que circula por debajo de la piel: cómo está de saturada de hemoglobina y cómo está de concentrada la hemoglobina. Debido a ello, la piel humana puede tener una sorprendente variedad de colores, aunque pensamos que es blanca, negra o marrón. Eso son solamente los colores básicos. Las caras muy oscuras también se ponen rojas (algo que observó Darwin). Las caras se ponen rojas si la hemoglobina se va oxigenando cada vez más. Si la saturación se reduce, el color de la piel se vuelve verde, que es el color de las venas que llevan la sangre sin oxígeno de vuelta al corazón. Si se acumula mucha sangre en un lugar se pone azul, como en los moratones. Y una reducción en la concentración de sangre hace que la piel aparezca amarilla, que es como describimos a alguien cuando no tiene un aspecto muy saludable.
Los animales dicrómatas, como hemos comentado, sólo pueden percibir cambios en la dimensión azul-amarillo lo que sólo les permite detectar cambios en la concentración de sangre. Esto ya es útil ya que es probablemente mejor evitar a alguien que está muy amarillo porque puede estar infectado o a punto de vomitar. Y alguien con moratones puede ser alguien herido y más fácil de derrotar en la lucha por la comida.
Pero si la cara lampiña evolucionó para señalar colores, entonces otros animales tricrómatas deberían tener una piel visible también. Por eso, para comprobar su hipótesis, Changizi estudió 97 especies de primates y comprobó que los que son monocrómatas y dicrómatas tienen piel gruesa, mientras que los que son tricrómatas, como nosotros, muestra zonas más amplias de cara. Changizi plantea que incluso aunque la piel lampiña fuera seleccionada para algo diferente a señalar el color, es muy probable que luego ambas cosas se entrelazaran.
¿Y cuando perdimos el pelo? Alan Rogers ha estudiado el gen MC1R que especifica una proteína que sirve como interruptor entre la eumelanina, que protege de los rayos ultravioleta del sol y es marrón-negra, y la feomelanina, que no protege y es roja-amarilla. Su argumento es que tan pronto como los humanos perdieran el pelo su piel tuvo que tomar un color oscuro (fijaos que la piel de los chimpancés por debajo del pellejo es de color claro, como el caso de Cinder, un chimpancé con alopecia universalis). Estudiando las mutaciones silentes de este gen que sirven de reloj molecular, Rogers calcula que perdimos el pelo hace 1,2 millones de años, cuando la población humana, además, consistía en unos 14.000 individuos reproductores.
Otra fecha interesante es la de cuándo empezamos a usar ropa. Para saber esto, el Dr. Stoneking tuvo la curiosa idea de estudiar el piojo corporal que es una variante de piojo que sólo puede vivir en la ropa (las otras variantes son las de la cabeza y la del vello púbico). Se le ocurrió la idea cuando sus hijos le trajeron del colegio una nota donde decía que los piojos sólo pueden vivir unas pocas horas fuera del cuerpo humano. Así que se puso a estudiar el ADN de los piojos de todo el mundo (así como los de chimpancés) para datar la aparición del piojo corporal. Sus cálculos dan una fecha entre hace 72.000 y 42.000 años, aunque admiten que la horquilla podría ir desde hace 114.000 años a hace 30.000. No es una fecha muy precisa, pero algo es algo. Lo que sí podemos deducir de ella es que, dado que los neandertales y los sapiens divergieron hace unos 250.000 años, el ancestro común a ambos todavía no usaba ropas y los neandertales probablemente tampoco.
@pitiklinov
Referencia:
http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC1295857/pdf/jrsocmed00053-0049.pdf
ResponderEliminarGuau.
Me ha encantado el artículo. Muy curioso y bien redactado :)
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