La Sociobiología surgió a mediados del pasado siglo,
principalmente de la mano de William Donald Hamilton, Edward Oswald Wilson,
Robert Trivers y el que ahora es el rostro más visible (más mediático) de esta
orientación teórica, en parte por su labor de divulgación y en parte por su labor de proselitismo de
racionalismo antirreligioso, Richard Dawkins, que acuñó la denominación de “Gen
Egoísta” para un complejo proceso a través del cual los genes determinan la
evolución y el desarrollo de los organismos con las restricciones impuestas por
el ambiente.
Desde que surgió la Sociobiología hasta nuestros días, en
los que ésta se ha transformado de mil maneras con aportaciones de la Etología,
la Biología Comparada, la Psicología Evolucionista y las Neurociencias,
entre otros enfoques, se han producido
numerosos ataques teóricos (algunos más fundamentados, otros más políticos y
falaces) contra la idea fundamental que subyace a todo este planteamiento sobre
nuestra naturaleza (que es, en fin, lo que más importa a los humanos): somos
egoístas.
La idea del gen egoísta no hacía más que explicar desde un
punto de vista evolucionista y adaptativo nuestro comportamiento egoísta,
trasladando a los genes, de una manera más bien metafórica y simbólica, nuestro
egoísmo. Richard Dawkins tuvo miedo de haber incidido demasiado en este
aspecto, así que al final de su famosa obra sobre el tema trató de restar
importancia a dicho egoísmo, al afirmar que nosotros, los humanos, habíamos llegado
a un punto de desarrollo cerebral y social que nos permitiría ir más allá de lo
dictado por nuestra biología, por nuestros genes. Pero se notaba demasiado la
impostura. Su disonancia cognitiva le llevó a afirmar algo que iba contra el
centro mismo de su hipótesis, pues nuestro cerebro y nuestras habilidades
sociales son también un claro fruto de la evolución y su “diseño” debería por
tanto servir a los fines de nuestra biología evolucionada.
Era en cierto modo natural que muchas voces se alzasen contra
un enfoque excesivamente reduccionista y simplista, aunque todavía careciesen
de los argumentos para ponerlo en solfa. Entre dichas voces estaba la de una
gran científica incomprendida, que ahora, después de su muerte, empieza a ser
cada vez más considerada: Lynn Margulis. Su propuesta de la endosimbiosis
bacteriana en la génesis de la célula eucariota, que fue el desarrollo profundo
de la idea de un científico ruso de principios del siglo XX, es ahora
considerada poco discutible, y, de hecho, iba mucho más allá del origen de la
célula eucariota, puesto que implicaba unas relaciones entre los organismos a
nivel celular extremadamente complejas y
sofisticadas. Para Margullys, no había duda, el nuestro era un planeta
simbiótico, y la vida misma, e incluso la evolución, no hubieran sido posibles
sin la colaboración de numerosos organismos distintos entre sí. ¿Y quién podría
dudar, observando a los microorganismos o la fisiología de los macroorganismos
de que vivimos en un difícil equilibrio en el que dependemos de cientos de
miles de otras especies y sus mutuas relaciones?
Pero dichas relaciones no obedecen a intenciones altruistas.
No hay una colaboración consciente, en primer término ni, avanzando en la
socialización y la consciencia de las especies, para llegar a nosotros o a los
delfines, existe ninguna clase de colaboración que surja en un vacío biológico.
El rostro humano demasiado humano al que Dawkins no se atrevía a mirar y
Margulis no era capaz de ver, pese a su gran intuición para comprender
procesos complejos, era un rostro confeccionado punto por punto por los
dictados de genes dentro de máquinas de supervivencia sometidas a rigores
ambientales.
Y es que, en ocasiones, lo mejor es colaborar, y cuanto más
complejas son las cosas tanto más necesario
es.
Que ambas teorías sean o no incompatibles es independiente de la verosimilitud de cada una y ninguna de las dos justifica una interpretación moral de los procesos evolutivos.
ResponderEliminarLa teoría de Dawkins es la que peor ha envejecido. No hay rostros ni culos "confeccionados punto por punto por los dictados de los genes". Si de metáforas tratamos, el código genético ya no es el director de la orquesta. Es una caja de herramientas. Donde Dawkins acierta es donde a tí te parece que se equivoca.
"al final de su famosa obra sobre el tema trató de restar importancia a dicho egoísmo, al afirmar que nosotros, los humanos, habíamos llegado a un punto de desarrollo cerebral y social que nos permitiría ir más allá de lo dictado por nuestra biología, por nuestros genes. Pero se notaba demasiado la impostura. Su disonancia cognitiva le llevó a afirmar algo que iba contra el centro mismo de su hipótesis, pues nuestro cerebro y nuestras habilidades sociales son también un claro fruto de la evolución y su “diseño” debería por tanto servir a los fines de nuestra biología evolucionada."
En primer lugar nuestra evolución biológica no tiene fines. Tiene resultados. En segundo lugar, tomas la parte por el todo. Nuestra biología no es solo nuestros genes. Porque los genes no dictan nuestra biología, podemos ir más allá de los genes sin salirnos de la biología, salvo que dejemos de considerar la cultura como fenómeno biológico.
"No hay una colaboración consciente, en primer término ni, avanzando en la socialización y la consciencia de las especies, para llegar a nosotros o a los delfines, existe ninguna clase de colaboración que surja en un vacío biológico."
Estoy de acuerdo. Tampoco hay competencia consciente entre genes. Pero la socialización consciente y simbólica de nuestra especie surge de un "sustrato" biológico, no solo genético. Tan biológica es la traducción del ADN en proteínas, como la simbiosis eucariota, como el aprendizaje por imitación de nuevas conductas, como el código de Hammurabi. Y, por lo que vamos entendiendo, nisiquiera lo primero está "dictado" solo por los genes.