jueves, mayo 19, 2016

Palpapando y degustando a distancia: la evolución de los sentidos

Un lector del blog Evolución y Neurociencias, Manuel Boira, desarrolló una hipótesis sobre un posible origen del fenómeno que los humanos conocemos como “dentera”, que envió a Pablo Malo, autor del blog. En un intercambio de emails estuvimos valorando la cuestión entre nosotros sin llegar a una conclusión definitiva sobre el asunto, pero al menos clarificando algunos puntos al respecto. Pero no es de dicha hipótesis de lo que quiero hablar hoy aquí (permítase que ubique en el tiempo y en el espacio este post, aunque ya no tenga demasiado sentido).

 

La experiencia subjetiva de dentera se da a través de dos sentidos: el oído y el tacto. Un ejemplo muy conspicuo de la primera clase de dentera lo tendríamos con el ruido conocido como chirrido que hacen unas uñas, por ejemplo, al arañar una pizarra. Otro ejemplo, del segundo tipo, sería el del roce de una superficie tal como la de la piel de un melocotón o la tiza con la que se escribe en la pizarra del anterior ejemplo.

 

Reflexionando sobre dicho asunto llegué a la idea de que el oído desempeñaba en el fenómeno de la dentera el papel de un mensajero del tacto. Dado que el sonido estridente es parecido al roce de uñas o dientes sobre una superficie dura, áspera o seca (sobre eso Manuel ya expondrá aquí su hipótesis) parece probable que la sensación de desagrado que experimentemos sea una especie de reflejo táctil, algo así como un cruce de cables neuronal que da lugar que sintamos como si estuviéramos efectivamente rozando con nuestras uñas y dientes una determinada superficie.   

 

El sentido del oído es, de algún modo, un sentido del tacto a distancia. La evolución de la percepción auditiva fue posterior a la de la percepción táctil, y esto no sólo es fácil de rastrear en el registro paleontológico, es también fácil de inferir lógicamente. El tacto evolucionó primero para rastrear y percibir el entorno inmediato al organismo. Pero aquello que sucedía a lo lejos no era percibido suficientemente. El sentido del olfato, o los quimiorreceptores en organismos unicelulares (el olfato es un quimiorreceptor ampliado) avisaban en el pasado evolutivo a los organismos de que se aproximaba una marea negra de lo que menos favorecía a su supervivencia o bien que estaba próxima una fuente de alimento, un entorno más seguro o cualesquiera cosa que pudiera anunciar una molécula volátil o errática a través de un medio acuoso o aéreo. Pero no era suficiente. Era preciso, de alguna forma, palpar a distancia, ver la forma, la física, de lo que había más allá del sentido del tacto. Tendrían que evolucionar el oído y la vista.

 

¿Qué es lo que hace el oído, exactamente?: pues bien, el oído nos suministra información de lo que está alejado de nosotros, fuera del alcance de nuestro tacto, y que tiene una consistencia física mucho mayor que un gas o unas moléculas disueltas. Nos dice que entre la maleza se mueve algo, es más, nos dice que en la maleza que está a nuestra izquierda se mueve algo. O que cae un alud, pero desde arriba siguiendo las leyes de Newton, aunque también nos indica que tiembla la tierra a nuestros pies, de acuerdo con las leyes de la tectónica de placas de Hess. El oído percibe vibraciones y las localiza en el espacio y en el tiempo. Nos dice que hay un "objeto" (no ya una nube de pequeñas moléculas) que se aproxima a nosotros (bueno, puede ser un fuerte viento, pero atrévete a llamarlo nube de pequeñas moléculas) o se aleja de nosotros. Un objeto que merece ser seguido o evitado. Toca a distancia. Las ondas que nos llegan de ese objeto (ser vivo voraz, piedra rodante) o acontecimiento (viento, temblor de tierra) se perciben en el cortex como sonido, ciertamente, pero a un nivel más rudimentario, más inconsciente, pero no menos importante, como vibraciones. Las que nuestros corpúsculos de Meissner o las terminaciones nerviosas libres u otros receptores de la piel no perciben las percibe el oído, que recibe una oleada de aire que ha sido empujada por el objeto o acontecimiento que está en un radio determinado de nuestro cuerpo.

 

En la evolución de nuestra especie el desarrollo del lenguaje hizo del oído mucho más que un perceptor de movimientos, consistencias y cambios a distancia. Al convertirse en un buen medio para transmitir información de lejos los animales comenzaron a usarlo para comunicarse entre sí (entre miembros de la misma especie). Ya con anterioridad había servido, como es obvio, para comunicar unilateralmente a unas especies dónde se hallaban otras para zampárselas o esconderse de ellas. En los primates las vocalizaciones son una forma frecuente de comunicación, que acompaña al repertorio de gestos propios de cada especie. Nuestra especie, no voy a decir cómo porque eso no lo sabría aventurar ni remotamente, creó el lenguaje simbólico.....y la música.

 

Robin Dunbar sostenía la interesante hipótesis de que el grooming, según crecía el tamaño de nuestros grupos sociales, fue siendo sustituido por el contacto a distancia. No te puedes pasar todo el día acariciando y acicalando a otros miembros de tu especie (el 20 % del día, que creo que es el que destinan los chimpancés, es "llevadero" para mantener los lazos sociales en grupos del tamaño de las tropas chimpancés, pero entre nosotros, que tendríamos grupos cuyo tamaño se estima de media en 150 personas -número de Dunbar- andar espulgando a todos los miembros amigos no nos dejaría tiempo para otra cosa). El lenguaje nació no sabemos bien cómo ni conforme a qué presiones evolutivas precisas, pero en cualquiera de los casos terminó por servir, con seguridad, para dos cosas: para transmitir información (fáctica y afectiva) y para....acariciarnos o abofetearnos sin tocarnos siquiera. El tacto a distancia del oído había adquirido una nueva dimensión: con-tacto a distancia. Tacto. Transmitir sensaciones táctiles, pero de lejos. Y para ello también serviría la música, así que no resultaría extravagante la idea de que la misma especie que desarrolló el lenguaje simbólico crease la música, igual que las matemáticas....que es un lenguaje más formal y depurado, andado el tiempo y por otros derroteros.

 

El lóbulo parietal del cerebro parece jugar un papel destacado en toda esta evolución, y lo que conecta al oído por vías "inferiores" con éste, así como por otras vías corticales desde el lóbulo temporal. Se trata de nuestra posición en el espacio, nuestra propiocepción, nuestra nocicepción, nuestro...sentido del tacto. Podemos pensar en términos de las Good Vibrations de los Beach Boys, que vibran realmente y nos hacen vibrar a diferentes ritmos, nos hacen incluso....bailar, mover el cuerpo, al ritmo de alguna melodía. Las melodías suaves pueden ralentizar nuestra actividad fisiológica como el susurro de una madre a su bebé, o la nana....al igual que el rock duro puede activarnos como el grito de un jefe cabreado o un líder enardecido (aunque parte de la activación dependa del contexto). Probablemente nuestros "receptores" táctiles no sólo envían información al cerebro....reciben de arriba también información que los activa y es reenviada al cerebro.  Y vibramos. Nos movemos de cierta manera y experimentamos ciertas sensaciones.
 
Si hemos de valorar desde una perspectiva evolucionista qué sentido tendría el sentido del oído deberíamos plantearnos que se trata de una adaptación para captar el movimiento de cuerpos extraños en la órbita de nuestro cuerpo. Palpamos lo que está inmediato, oímos lo que está más alejado. Y por último, con el desarrollo de la vista, captamos longitudes de onda de objetos en movimiento en la distancia cuyas vibraciones no alcanzan la fuerza suficiente para ser percibidas por el oído.
 
En última instancia parece que tanto ontogenética como filogenéticamente, vamos de dentro afuera, pasando de desarrollar el tacto y el gusto a desarrollar el resto de los sentidos, que constituyen, de alguna manera, un tacto y un gusto "a distancia".
 
 

1 comentario:

  1. Muchas veces nos quedamos con la idea de que los sentidos, son sistemas separados que coexisten y se integran en una parte central, pero al leer este artículo, que parece que están más entremezclados de lo que parece, no están tan perfectamente delimitados y en sus interacciones, tacto-oido, por ejemplo, parece que crean un nuevo sentido.

    Saludos¡

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