Robert Whitaker |
Como persona diagnosticada
de algunos de esos trastornos puedo asegurarles que el sufrimiento que causan
no es un invento: mi ansiedad, que a veces puede resultar incapacitante, es
real. Ahora bien, ¿mis síntomas nerviosos constituyen necesariamente una
“enfermedad”, un “trastorno psiquiátrico”, como dicen el DSM y las
farmacéuticas? ¿Mi ansiedad no podría ser una reacción humana normal ante la
vida, aun cuando esa reacción sea tal vez más aguda en mí que en otras
personas? ¿Cómo se traza la distinción entre lo que es “normal” y lo que es
“clínico”?
Scott Stossel - Ansiedad
Cuando tratamos de estar
mejor, la única verdad que importa es lo que nos funciona. Si algo nos sirve,
no siempre es necesario saber por qué. A mí el diazepam no me sirvió. Las
pastillas para dormir, la hierba de San Juan y la homeopatía tampoco me
aliviaron. Nunca probé el Prozac, porque solo con pensarlo el pánico se
intensificaba, así que no puedo opinar. Pero tampoco he probado nunca la Terapia
Cognitivo-Conductual. Si a ti te sirven las pastillas, en
realidad no importa si eso tiene que ver con la serotonina u otro proceso o
cualquier otra cosa: sigue tomándolas.
Matt Haig - Razones para Seguir Viviendo
Al salir de la Alcaldía , Andrei Efímich
comprendió que los reunidos integraban una comisión designada para dictaminar
acerca de sus facultades mentales. Recordó las preguntas que le habían hecho, se
puso rojo y, por primera vez en su vida, sintió una profunda lástima por la Medicina. «Dios mío
–pensó recordando la manera como los médicos acababan de reconocerle -, no hace tanto que estudiaron
psiquiatría y aprobaron el examen; ¿cómo son tan ignorantes? ¡No tienen ni la menor
idea de lo que es la psiquiatría!»
Anton Chejov –El Pabellón nº 6
“En ocasiones veo muertos”, decía un tímido
muchachito a un psicoterapeuta que trataba de entender lo que le pasaba. El
Doctor terminó por comprender, tiempo después, que lo que el chico declaraba
era cierto, que no se trataba de una fantasía infantil ni de unas terroríficas
alucinaciones. Pero para darse cuenta tuvo que reparar antes en un hecho
inquietante: él mismo era uno de los muertos a los que veía. En el Sexto
Sentido, Ópera Prima cinematográfica del director indio M. Night Shyamalan, las
cosas se vuelven del revés para el observador, y de pronto resulta que es él el
observado.
En el Pabellón Nº 6, obra del literato ruso
decimonónico Anton Chejov, un médico entra en un ala del hospital normalmente
vedada a casi todo el mundo (El Pabellón nº 6), para descubrir en ella a la
persona más interesante con la que hubiera tenido la ocasión de conversar
nunca: un paciente psiquiátrico. Su
relación con él se hace tan estrecha sus compañeros de profesión y amigos empiezan
a tomarle a él por loco. Toda su concepción estoica del mundo, que presupone
que no importan cuáles sean las circunstancias la razón resplandece, se
desmorona cuando le encierran a él en el Pabellón Psiquiátrico. La Razón no prevalece.
Estos giros inesperados, estos cambios de perspectiva,
que convierten al observador racional
en observado que es puesto en duda en su yo más íntimo, pueden resultar, en
ocasiones esclarecedores.
Si por ejemplo volvemos del revés la Epidemia de Trastornos
Mentales que parece estar produciéndose en nuestros tiempos, para prestar
atención a quienes la han ido observando más de cerca, los Psiquiatras y la
industria farmacéutica que provee de medicinas a estos especialistas médicos
para “curar” o al menos mejorar las condiciones de vida de los pacientes, podemos
extraer una historia del desarrollo de la Epidemia distinto al relatado por estos
privilegiados observadores – ahora observados.
Y eso es precisamente lo que ha hecho nuestro
invitado de hoy, el periodista científico Robert Whitaker. Buceando en hileras
de archivos de publicaciones médicas ordenadas cronológicamente desde hace más
de un siglo, además de entrevistándose con pacientes, médicos, investigadores,
legisladores y un largo etc de personajes vinculados de una u otra forma al
proceso de la génesis y el desarrollo de la epidemia de enfermedades mentales,
ha elaborado lo que él denomina una contra-narrativa de la que oficialmente
parece generalmente aceptada como la verdad científica por lo que se refiere a
los trastornos psiquiátricos.
La narrativa “oficial” (y disculpen que utilice
dicho término, que parece sacado de un panfleto conspiranoico, pero creo que es
pertinente, en éste caso), es decir, la que se transmite desde instancias tales
como la APA
(Asociación Psiquiátrica Americana), nos dice que la llegada de los
psicofármacos constituyó toda una revolución médica en el tratamiento de los
trastornos mentales, vaciando los hospitales psiquiátricos de enfermos y
logrando la vuelta de éstos enfermos a un estado de relativa funcionalidad social.
Todo empezó con las medicinas para tratar la esquizofrenia, los llamados, con
justicia, neurolépticos (que secuestran el cerebro) o tranquilizantes mayores
(que tumban a elefantes). Dejaban al paciente esquizofrénico en un estado de
postración tal que poco espacio quedaba en su mente (y su cerebro) para ataques
psicóticos o cualquier otra manifestación de su mal. Con el tiempo se los llamó
antipsicóticos. El cambio de denominación podía sugerir (y creo que ésta es la
idea que pretendía sugerirse) que los fármacos antipsicóticos eran a la
esquizofrenia lo que los antibióticos a los microorganismos patógenos.
Después llegaron los antidepresivos, los
ansiolíticos (tranquilizantes menores), los estabilizadores del ánimo y toda
clase de píldoras mágicas cuyo efecto en el cerebro era a grandes rasgos
desconocido, pero que al menos a corto plazo parecía servir para aliviar
algunos de los síntomas más destacados.
El planteamiento general era el siguiente: existen
enfermedades mentales que tienen un sustrato biológico. Y en principio no
parecía que hubiera nada que objetar a ello, y menos a la luz de los
descubrimientos que iban haciéndose en neurociencia sobre el papel de los
neurotransmisores en el cerebro. Además, siguiendo una lógica estrictamente
científica no podía imaginarse qué otra cosa que no tuviera algún tipo de base
neurobiológica podía constituir un trastorno mental. Pero resultaba clave
definir claramente qué constituía un determinado trastorno mental, primero,
delimitar cuando un individuo dejaba de ser normal y pasaba a estar en un
estado patológico y, después, los correlatos neurobiológico de la enfermedad.
No teniendo verdadero conocimiento de todo ello se propuso, pese a todo, la
noción del desequilibrio químico en el cerebro y, a principios de los años 80
se publicó la Tercera Edición
del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, en la que se
perfilaban los trastornos mentales como enfermedades susceptibles de ser
tratadas eficazmente con la medicación psiquiátrica disponible.
A finales de esa década salió al mercado el Prozac,
el primero de una nueva serie de medicamentos psiquiátricos de nueva generación
que iba supuestamente a suponer la segunda revolución psicofarmacológica
después de la de los neurolépticos.
A día de hoy se han detectado cada vez más casos de
depresión, ansiedad, trastorno bipolar, esquizofrenia y hasta nuevas
enfermedades como el TDAH (Trastorno de Déficit de Atención con
Hiperactividad), incluso en niños….pero ahí es donde llega la
contra-narrativa….
Primero se creaba un fármaco y después su mercado.
Si salía Prozac como antidepresivo, resultaba que había una enorme cantidad de
casos de depresión infradiagnosticada. Comenzó a valorarse la “psicopatología
la vida cotidiana” (tomo el título del libro de Freud) de tal manera que al
final, bien mirado, todos estábamos un poco locos, y desde luego a todos nos
venía bien tomar medicamentos psiquiátricos para afrontar las incomodidades y
reveses de la vida.
Los fármacos podrían no haber representado realmente
ningún problema, si no fuera por el hecho de que más que balas mágicas
resultaban ser, en el cerebro y, en general, en todo el cuerpo, bombas de
racimo, causando graves efectos secundarios y dependencia. Comenzar a tomarlos
era fácil, siempre que se dispusiese de una receta de un médico autorizado, lo
cual era cada vez más sencillo porque cada vez era más amplia la categoría de
malestares psicológicos y somáticos susceptibles de ser encajados en un
diagnóstico psiquiátrico. Dejar de tomarlos resultaba algo más difícil y
perturbador. El cerebro y el cuerpo, adaptados de alguna desconocida forma al
fármaco, reaccionaban violentamente ante su retirada. La explosión que se
producía tras el abandono sin embargo se achacaba a una reaparición de los
síntomas de la enfermedad, aunque no fuera en realidad más que una nueva
enfermedad por completo diferente generada por los fármacos y los cambios en el
cerebro (reversibles o no) asociados a los mismos, una enfermedad iatrogénica.
Preguntando a Whitaker, en un correo, su opinión por
un prestigioso Tratado de Psicofarmacología (El de Stahl) que él mismo menciona
en su libro en un par de ocasiones, admitió que probablemente no recogiese los
cambios adaptativos que se producen defensivamente en el cerebro al ser
expuesto a los tóxicos farmacológicos.
Para Joanna Moncrieft estos cambios sencillamente son desconocidos. Y,
de hecho, tan difíciles de probar como el famoso desequilibrio bioquímico que
tan bien ejemplifica el cuento de los IRSS (Inhibidores de la Recaptación de
Serotonina): las neuronas no producen suficiente serotonina y esto conduce a la
depresión. Aumentando el tiempo que la serotonina permaneciese en las sinapsis
de las neuronas podría contrapesarse ese déficit serotoninérgico. Y esto, con
una molécula que inhibe la recaptación de la serotonina que se encuentra en las
sinapsis por parte de las células excretoras de la misma se podría lograr. Nada
hasta ahora ha demostrado que eso suceda, ni que el cerebro de los deprimidos
tenga menos serotonina, ni que tenga más tras la administración del fármaco, y
ni siquiera que niveles bajos de serotonina estén asociados a la depresión.
Pero un dato que sí es real, porque es
epidemiológico, es que muchas personas que toman IRSS desarrollan acatisia, un
estado de tremenda inquietud y violencia,
y de ellas muchas se suicidan.
Echando un vistazo a El Mundo el otro día tropecé con una noticia que me llamó la atención. En un Municipio de Ohio estaban
preocupados por el alarmante incremento de drogodependientes. Con afán de
remover las conciencias ciudadanas decidieron publicar en las redes sociales la
foto de una pareja de yonkis en un coche, una mujer y un hombre. En el asiento
trasero el hijo pequeño de ella asistía a la escena sin comprender, como es
natural, la gravedad del asunto.
Adictos a la Heroína, una droga ilegal |
Traté de hacer un comentario con mi usuario. De
hecho lo hice, 2 veces. Pero a pesar de que dijeron haberlo recibido jamás se
publicó. Lo único que quise recalcar es que los organismos públicos deberían
mirar a otra parte: por ejemplo la
FDA (que aprueba la salida al mercado y supervisa la calidad de
los alimentos y medicamentos) podría no hacer la vista gorda con las farmacéuticas.
De ese modo quizás no habría tantos drogodependientes en EEUU. Quizás la gente
siguiese consumiendo drogas ilegales. Pero mucha menos gente estaría enganchada
a los fármacos psicotrópicos legalmente comercializados. ¿Es una verdad incómoda
que el mayor número de drogodependientes lo sea de drogas legales? Supongo que
sí.
La
vida es inquietante. A lo largo de la evolución han sobrevivido mejor los organismos dotados
de un sistema nervioso que sirviese bien al fin de detectar amenazas y
oportunidades. Un estado de alerta saludable ha equivalido, durante millones de
años, a un estado de alerta que impidiese ser devorado por un predador o caer
por un acantilado, así como un estado de motivación saludable ha equivalido a
un estado capaz de hacer que nos moviésemos hacia las fuentes de recursos
circundantes. La variabilidad en nuestra especie ha dado lugar a cerebros que
hacen a sus “propietarios” más o menos
dispuestos a arriesgar, más o menos vigilantes, más o menos imaginativos y
delirantes, más o menos motivados para unas u otras formas de actividad
conducente a la obtención de recursos.
Nuestra especie ha sobrevivido a pesar de las
epidemias que la han asolado. Esas epidemias eran difíciles de enfrentar porque
no disponíamos de los recursos cognitivos apropiados para detectar su fuente y
evitarla. Los microorganismos patógenos nos han ganado la partida en numerosas
ocasiones.
Ahora amenazan con volver a enfermarnos, volviéndose
resistentes a los antibióticos, que al final la selección natural se ha
encargado de poner en su sitio de “parches” o “soluciones transitorias”. La
guerra armamentística entre los humanos y sus enemigos hasta hace poco
invisibles sigue su curso.
Y al mismo tiempo nos asolan nuevas epidemias, estas
también invisibles si no se dispone de un instrumento de observación
adecuado....las enfermedades iatrogénicas y las originadas por químicos ambientales
o alimentos procesados nos asedian. Matan a millones de personas al año, pero
su etiología es compleja (mucho más que un patógeno -> una infección).
Robert Whitaker ha tenido la amabilidad de
respondernos unas pocas preguntas sobre la epidemia iatrogénica creada en el
ámbito de las enfermedades mentales.
En ingles:
1.- Let's start as you
started your career, so positive: what progress has
been made in psychiatry from its origins to nowadays?
been made in psychiatry from its origins to nowadays?
As a newspaper reporter
covering medicine and science, I did initially believe that psychiatry had made
great progress in recent decades. In the 1990s, I reported on how researchers
were discovering that major mental disorders like schizophrenia and depression
were due to chemical imbalances in the brain, and how modern psychiatric drugs
fixed those chemical imbalances, and thus were like "insulin for
diabetes." That is a story of great medical progress. But eventually, when
I began reporting on psychiatry in depth, I learned that the chemical imbalance
theory of mental disorders hadn't actually panned out, and once you find that
out, the whole narrative of progress in psychiatry begins to fall apart. Then,
as you investigate psychiatry's history and its scientific literature, you
discover what might be described as a counter-narrative, which tells of a
medical specialty that has failed to make much progress at all.
In this counter-narrative,
you find that in the United States, during the early part of the 19th century,
Quakers set up a number of small asylums where they sought to provide
humane care to the mad, whom they conceived of as "brethren." Modern
researchers who have examined the medical records of these early asylums
have concluded that they appeared to produce long-term outcomes superior
to what we see today. However, in the second half of the 19th century, those
smaller institutions, for various reasons turned into large warehouses, and
decades of abysmal care followed. Then, in 1954, chlorpromazine was
introduced into asylum medicine, which--in the conventional narrative of
psychiatry--is said to have kicked off a psychopharmacological revolution, a
great advance in care. The problem with that story of progress is that if you
dig into the scientific literature, you discover that chlorpromazine did not
improve long-term outcomes for people diagnosed with psychotic disorders, and
that, if anything, it may have worsened them. Rehospitalization rates
increased following the introduction of chlorpromazine, and social functioning
outcomes declined. Indeed, a 1994 report by Harvard Medical
School researchers found
that outcomes for people diagnosed with schizophrenia today are no better
than they were 100 years ago.
All of this belies the
conventional narrative of progress, and then if you look at the burden of
mental illness in the United
States and other developed countries, you
find that it has dramatically increased in the past thirty years, when we
are supposedly enjoying the fruits of all this progress in psychiatry. In the United States , the
number of people on disability due to mental illness has increased from 1.25
million adults in 1987 to nearly 5 million today.
So, unfortunately, I don't
see that much progress in psychiatry has been made, at least not in a
medical sense.
2. A patient goes to a psychiatrist who diagnosed him anxious depression (mild). Prescribes Seroquel (Quetiapine) and Rivotril (Clonazepam). Is this psychiatrist A- Dr. Death; B- a fellow with hidden interests and without too many scruples; C- a candid believer in the inherent goodness of psychopharmacology?
A physician will almost
always find reasons to believe in the goodness of whatever treatment they
prescribe. So the answer is C. The psychiatrist who prescribes these two drugs
together will believe that the combination will help the patient.
3. You talk in your book of an epidemic and documented in a way that leaves few chinks for doubt. According to WHO Depression it will soon be the leading cause of disability in the world ahead of coronary heart disease. If we add the other psychiatric ailments the outlook is bleak. It would seem, judging by these statistics, that we are going crazy. Where does reside the madness in this epidemic?
The "epidemic" has
to be understood through the lens of commerce, as opposed to seeing it through
the lens of medicine. If we view the rise in the number of people diagnosed and
treated for mental disorders through the medical lens, we say, wow, what is
going on? Why are we seeing such an increase in mental disorders? But if we
view it through the lens of commerce, we see a successful commercial
enterprise, which can easily be understood.
Over the past 35
years, American psychiatry, through its publication of its diagnostic and
statistical manual, has dramatically expanded the boundaries of
"mental illness." This diagnostic expansion has led to a dramatic
increase in the number of people who see themselves as mentally ill, and that
in turn has produced a booming market for psychiatric drugs. From a commercial
standpoint, this is simply the story of the successful creation of a very
big market for psychiatric drugs.
The rise of depression is a
good example of this. Prior to 1980, which was the year that the American
Psychiatric Association published DSM III, most depressive episodes were
understood to be self-limiting, meaning they would clear up on their own with
time. This was particularly true of episodes tied to setbacks in life. But in
DSM III, depression was reconceptualized as a brain illness, regardless of life
events, and soall the difficulties that people experience in life suddenly
became the grist for a diagnosis of depression, and treatment for this
"illness."
In this way, psychiatry
invites more and more people into its therapeutic tent, so to speak. And once a
person is in the therapeutic tent, there is a risk that the drug treatment will
prove disabling. And suddenly, you have a formula for creating a rise in the
number of people who are disabled by depression. Expanded diagnostic boundaries
plus drug treatment will turn some people who in the past would have had an
episode of depression and then recovered into a chronic patient. The
"madness" of this epidemic resides in that formula.
4. In the past medicine and public health faced the challenge of eradicating or drastically reduce infectious epidemics that caused acute illnesses with rapid progress. When symptoms appeared known remedies were applied. Today things have changed radically: we live in the era of preventive medicine and chronic diseases and everyone seems to live obsessed with their health. ¿How these changes have affected the way we diagnose and treat mental illness? ¿Perhaps do we aspire to the Soma of Huxley's Brave New World?
This is really a story of the
rise of the pharmaceutical industry. The pharmaceutical industry rose in
stature and size following World War II, and that was, in large part, thanks to
the introduction of antibiotics and the capacity to mass produce such
medicines. There were other advances in treating acute infectious diseases, and
suddenly it seemed that pharmaceutical companies were going to give us
"better living through chemistry." They could help us live longer,
and give us drugs that could treat our cholesterol levels, and so forth, and
soon we had the many preventive medicine efforts so prevalent today.
In the field of psychiatry,
the pivotal moment occurred in 1980, when the American Psychiatric
Association published DSM III. That was the moment it adopted a
"disease" model for categorizing and treating mental disorders, and
it adopted this model even as it greatly expanded the diagnostic boundaries for
what would now be considered an illness. The APA and the pharmaceutical
industry then promoted this new model to developed countries around the world,
and it really gave us a new philosophy of being. We--the public--are
taught to monitor our minds and our emotions, and if we feel distress or an
uncomfortable emotion, we are encouraged to think something must be wrong with
ourselves, and so we seek treatment for difficulties that, in the past, would
have been seen as a normal part of life.
This is the big change. In
the past, there was only a small percentage of the population seen as
"mentally ill," and nearly everyone else understood that to be alive
was to struggle at times with difficult emotions, thoughts, and so forth. I
don't think we aspired to the Soma of Huxley's Brave New World, where we could
find a pleasure drug, but I think the pharmaceutical industry has marketed
antidepressants in that way. As Peter Kramer in the United States wrote in his
book Listening to Prozac, this was a drug that could make some people
feel "better than well." And now we have more than 10% of the
population taking an antidepressants, although I think it is fair to say that
for many people, the drugs don't deliver on the "better than well"
promise.
5.-What would you advise to
any potential patient? That is, if someone feels unease, feels bad emotionally, or have even experienced a hallucination, what should he (or she) do? The first, obvious and responsible answer would be to consult your health care professional, but... Is not that a bit like playing Russian roulette?
I wouldn't want to give
advice to any potential patient on what to do; that is not my role. All I can
say is that getting a diagnosis and starting to take a psychiatric drug is a
profound thing to do. The diagnosis can change your self perception, and the
medication will change your brain, and once on a psychiatric drug, it can be
difficult to get off. I think that any person in this position might do well to
understand this, that the decision of what to do--and where to turn for
help--is a profound one.
6. One of the problems with psychiatric medications is apparently eventually cause the same symptoms intended to disappear exacerbated. At one point the patient must stop the disease cessation drugs, since drugs themselves end up being the disease. But when the patient leaves the drug she must pass an ordeal for which there is no relief, unless the temporary fall back on medication. We have created, in short, a lot of addicts for whom were easy (almost forced) to go into a carrousel of medication (with a little help of many professionals), but very difficult to go out, and also lack the necessary therapeutic and moral support. What can those who are locked up in that invisible cell of chronic overdosing do?
I think this is something
every society needs to think about. Psychiatric drugs get approved for
marketing because they are shown to decrease the target symptom of a disorder
better than placebo, at least to a small degree. Yet, research has shown
that the drugs ultimately induce changes in the brain that are the opposite of
what is originally intended. Researchers say that the drugs are inducing an
"oppositional tolerance," and there is pretty good evidence that this
increases the chronicity of the disorders and the risks of functional
impairment.
And now the rabbit hole
appears. This in turn may lead to polypharmacy, where one drug is added to
another. And yet, because the person's brain has become accustomed to the
presence of the drug, going off psychiatric drugs be very difficult. The
person may experience awful withdrawal symptoms, and thus end up trapped: he or
she may not be doing well on the drug or drugs, and yet can't get off.
So how do we help those who
find themselves in this position? Psychiatry hasn't really developed any
protocols for providing such help, and thus those who are in such a position
end up fending for themselves, and often end up searching through the Internet
to find some help. Society needs to tend to this problem and develop some
solutions.
7.-What are you working on now?
After Anatomy of an Epidemic
was published, I co-wrote a book titled Psychiatry Under the Influence, which
looks at American psychiatry through the lens of institutional corruption.
Beyond that, my professional life has been taken over by this whole subject of
psychiatric drugs and their impact on society. I run a webzine called
madinamerica, which is meant to serve as a forum for "rethinking"
psychiatry, and it is notable we now have readers from all parts of the world.
This is evidence, I think, of how society after society is trying to understand
why, as they adopt modern psychiatric practices, the burden of mental illness
in their society goes up. I also spend a good part of the year traveling,
speaking about these issues too.
La Mafia Farmacéutica lo Aprueba. ¿Quién soy yo para contrariarles? |
1.- Vamos a empezar como
usted comenzó su carrera, por lo positivo: ¿qué progresos se han hecho en
psiquiatría desde sus orígenes hasta la fecha?
Como periodista especializado en ciencia y medicina creía, al principio, que se habían hecho grandes progresos en psiquiatría en los últimos decenios. Durante la década de 1990 informé sobre los descubrimientos que estaban realizando los investigadores sobre los trastornos mentales graves como la esquizofrenia y la depresión, que indicaban que éstos eran debidos a desequilibrios químicos en el cerebro, y cómo los modernos medicamentos psiquiátricos servían para ajustar dichos desequilibrios químicos, y por tanto funcionaban como "la insulina para la diabetes." Aquella era la historia de un gran progreso médico. Pero andado el tiempo, según empecé a informar sobre la psiquiatría más en profundidad, descubrí que la teoría del desequilibrio químico de los trastornos mentales no había llegado realmente a ninguna parte y, una vez te percatas de eso, todo el relato sobre los avances de la psiquiatría comienza a desmoronarse. Entonces, mientras investigas la historia de la psiquiatría y de su literatura científica, te encuentras con lo que podría describirse como una contra-narrativa, que nos habla de una especialidad médica que, de hecho, no ha logrado avanzar en absoluto.
Como periodista especializado en ciencia y medicina creía, al principio, que se habían hecho grandes progresos en psiquiatría en los últimos decenios. Durante la década de 1990 informé sobre los descubrimientos que estaban realizando los investigadores sobre los trastornos mentales graves como la esquizofrenia y la depresión, que indicaban que éstos eran debidos a desequilibrios químicos en el cerebro, y cómo los modernos medicamentos psiquiátricos servían para ajustar dichos desequilibrios químicos, y por tanto funcionaban como "la insulina para la diabetes." Aquella era la historia de un gran progreso médico. Pero andado el tiempo, según empecé a informar sobre la psiquiatría más en profundidad, descubrí que la teoría del desequilibrio químico de los trastornos mentales no había llegado realmente a ninguna parte y, una vez te percatas de eso, todo el relato sobre los avances de la psiquiatría comienza a desmoronarse. Entonces, mientras investigas la historia de la psiquiatría y de su literatura científica, te encuentras con lo que podría describirse como una contra-narrativa, que nos habla de una especialidad médica que, de hecho, no ha logrado avanzar en absoluto.
Dentro de esta contra-narrativa te encuentras con que en Estados
Unidos, a principios del siglo XIX, los cuáqueros crearon una serie de pequeños
asilos donde procuraban proporcionar cuidados humanos a los locos, a los que
concebían como "hermanos". Los investigadores de ahora que han
examinado los registros médicos de esos primeros asilos han concluido que
parecían producir resultados a largo plazo superiores a lo que vemos hoy en
día. Sin embargo, en la segunda mitad del XIX, aquellas pequeñas
instituciones, por diversos motivos, se
convirtieron en grandes barracones, y a ello le siguieron décadas de una pésima
atención. Más tarde, en 1954, la clorpromazina fue introducida como medicación
en los asilos, lo que - en la narrativa convencional de la psiquiatría - se
dice que dio inicio a una revolución psicofarmacológica, todo un avance en la
atención. El problema que tiene esta historia del progreso es que si escarbas
un poco en la literatura científica, descubres que la clorpromazina no mejoró
los resultados a largo plazo para las personas diagnosticadas con trastornos psicóticos,
y que, de haber hecho algo, fue empeorarlos. Las tasas de rehospitalización se
incrementaron tras la introducción de la clorpromazina, y se redujeron los
resultados en el funcionamiento social (de los pacientes). De hecho, un informe
realizado en 1994 por investigadores de la Escuela de Medicina de Harvard encontró que los
resultados para las personas con diagnóstico de esquizofrenia hoy no son
mejores de lo que eran hace 100 años.
Todo esto contradice la narrativa convencional del progreso, y
luego, si nos fijamos en la carga que representa la enfermedad mental en los
Estados Unidos y en los demás países desarrollados, nos encontramos con que
dicha carga se ha incrementado drásticamente en los últimos treinta años,
precisamente cuando se supone que estamos disfrutando de los frutos de todos
estos progresos de la psiquiatría. En Estados Unidos el número de personas con
discapacidad debida a enfermedades mentales ha aumentado de 1,25 millones de
adultos en 1987 a
casi 5 millones en la actualidad.
Así que, desgraciadamente no veo que se haya avanzado mucho en psiquiatría, o no al menos desde el punto de vista médico.
2. Un paciente acude a un psiquiatra que le diagnostica depresión ansiosa (leve). A continuación le prescribe Seroquel (Quetiapina) y Rivotril (Clonazepam). ¿Qué es éste psiquiatra: A- El Dr. Muerte; B- un tipejo con intereses ocultos y sin demasiados escrúpulos; C- un creyente sincero en la bondad inherente de la psicofarmacología?
Un médico casi siempre encontrará razones para creer en la bondad de cualquier tratamiento que prescriba. Así que la respuesta es C. El psiquiatra que prescriba esos dos medicamentos juntos creerá que la combinación de los mismos será de ayuda para el paciente.
3. En su libro nos habla
de una epidemia, documentándolo de una modo que deja poco espacio para la duda. Según
la OMS , la
depresión pronto será la principal causa de discapacidad en el mundo por
delante de las enfermedades coronarias. Si le añadimos las otras dolencias
psiquiátricas el panorama es desolador. Parecería, a juzgar por estas estadísticas, que no estamos volviendo
locos. ¿Dónde reside
la locura de esta epidemia?
La "epidemia" debe ser entendida mirando más a través desde la óptica del comercio que desde la de la medicina. Si observamos el aumento en el número de personas diagnosticadas y tratadas por trastornos mentales desde una óptica médica decimos guau, ¿qué está pasando? ¿Por qué estamos asistiendo a semejante aumento de los trastornos mentales? Mientras que si lo miramos desde una óptica comercial, podemos apreciar una gran empresa exitosa, algo que se puede comprender fácilmente.
En los últimos 35 años la psiquiatría americana, a través de la publicación de su Manual Diagnóstico y Estadístico, ha expandido enormemente las fronteras de la "enfermedad mental". Esta expansión diagnóstica ha conducido a un drástico aumento del número de personas que se ven a sí mismos como enfermos mentales, y esto a su vez ha producido un mercado en auge para los medicamentos psiquiátricos. Desde un punto de vista comercial, esta es simplemente la historia de la exitosa creación de un gran mercado para los medicamentos psiquiátricos.
La "epidemia" debe ser entendida mirando más a través desde la óptica del comercio que desde la de la medicina. Si observamos el aumento en el número de personas diagnosticadas y tratadas por trastornos mentales desde una óptica médica decimos guau, ¿qué está pasando? ¿Por qué estamos asistiendo a semejante aumento de los trastornos mentales? Mientras que si lo miramos desde una óptica comercial, podemos apreciar una gran empresa exitosa, algo que se puede comprender fácilmente.
En los últimos 35 años la psiquiatría americana, a través de la publicación de su Manual Diagnóstico y Estadístico, ha expandido enormemente las fronteras de la "enfermedad mental". Esta expansión diagnóstica ha conducido a un drástico aumento del número de personas que se ven a sí mismos como enfermos mentales, y esto a su vez ha producido un mercado en auge para los medicamentos psiquiátricos. Desde un punto de vista comercial, esta es simplemente la historia de la exitosa creación de un gran mercado para los medicamentos psiquiátricos.
Un buen ejemplo de esto lo tenemos en el aumento de la
depresión. Antes de 1980, que fue el año en el que la Asociación Americana
de Psiquiatría publicó el DSM III, la mayoría de los episodios depresivos se
entendían como algo autolimitado, esto es: que se resolverían por sí mismos con
el tiempo. Esto era particularmente cierto en los episodios asociados a los
reveses de la vida. Pero en el DSM III, la depresión se reconceptualizó como
una enfermedad cerebral, independiente de los eventos de la vida, y de ése modo
las dificultades que experimentan las personas en la vida de repente se
convirtieron en la provisión para un diagnóstico de depresión, y el
consiguiente tratamiento de esta "enfermedad". De esta forma la
psiquiatría invita cada vez a más y más gente a su carpa terapéutica, por
decirlo de algún modo. Y una vez que una persona está bajo la carpa
terapéutica, existe el riesgo de que el tratamiento farmacológico que recibe le
resulte discapacitante. Así que de repente tienes una fórmula para crear un
incremento en el número de personas discapacitadas por depresión. Las fronteras
diagnósticas ampliadas junto con tratamiento farmacológico convertirá a algunas
personas que en un pasado hubieran tenido un episodio de depresión del que se
hubieran recuperado en enfermos crónicos. La "locura" de esta
epidemia reside en esa fórmula.
4. En el pasado la
medicina y la salud pública se enfrentaron al reto de erradicar o reducir drásticamente las epidemias infecciosas que causaban
enfermedades agudas de rápida progresión. Cuando aparecían
los síntomas se aplicaban los remedios conocidos. Hoy las cosas han cambiado
radicalmente: vivimos en la era de la medicina preventiva y de las enfermedades
crónicas y todo el mundo parece vivir obsesionado con su salud. ¿Cómo han afectado estos cambios han a la
forma en que se diagnostican y se tratan las enfermedades mentales? ¿Tal vez aspiremos
al “Soma” del Mundo Feliz de Huxley?
Realmente ésta es la historia del ascenso de la industria
farmacéutica. La industria farmacéutica creció a lo alto y a lo ancho desde la Segunda Guerra
Mundial, y eso se debió en gran medida a la introducción de los antibióticos y
a la capacidad de producirlos en masa. Hubo otros avances en el tratamiento de las enfermedades
infecciosas agudas, y de repente parecía que las compañías farmacéuticas nos
iban a proporcionar una "mejor vida a través de la química". Podrían
ayudarnos a vivir más tiempo, y darnos medicamentos con los que podríamos
controlar nuestros niveles de colesterol, y así sucesivamente, y pronto tuvimos los muchos esfuerzos de la medicina preventiva tan habitual hoy
en día.
En el campo de la psiquiatría, el punto de inflexión se produjo
en 1980, cuando la
Asociación Americana de Psiquiatría publicó el DSM III. Aquel
fue el momento en que se adoptó un modelo de "enfermedad" para
clasificar y tratar los trastornos mentales, y se adoptó este modelo, incluso
aunque expandiera enormemente las fronteras diagnósticas hasta lo que ahora se
consideran enfermedades. La APA
y la industria farmacéutica promovieron entonces este nuevo modelo en todos los
países desarrollados del mundo, y eso realmente nos dio una nueva filosofía
vital.
Nosotros - el público – hemos sido aleccionados para supervisar
nuestra mente y nuestras emociones y, si sentimos angustia o alguna emoción
incómoda, se nos anima a pensar que algo debe estar mal dentro de nosotros, por
lo que debemos buscar tratamiento para dificultades que, en el pasado, habrían
sido vistas como una parte normal de la vida.
Y ahí está el gran cambio.
Y ahí está el gran cambio.
En el pasado, solamente un pequeño porcentaje de la población se consideraba
"mentalmente enfermo", y prácticamente todo el mundo entendía que
estar vivo era enfrentarse en ocasiones con emociones difíciles, pensamientos
difíciles, y así sucesivamente.
No creo que aspirásemos al Soma del Mundo Feliz de Huxley, donde
podríamos encontrar una droga placentera, pero sí creo que la industria
farmacéutica ha comercializado sus antidepresivos de esa manera. Como escribió
Peter Kramer en Estados Unidos en su libro “Escuchando
al Prozac”, este era un medicamento que podría hacer que algunas personas
se sintiesen "mejor que bien." Y ahora tenemos a más del 10% de la
población tomando antidepresivos, aunque creo que es justo decir que para mucha
gente, los medicamentos no cumplen con la promesa de hacer que uno esté
"mejor que bien".
5.- ¿Qué aconsejaría a
cualquier paciente potencial? Es decir, si alguien siente malestar, se siente mal emocionalmente, o incluso han experimentado
una alucinación, qué debería hacer? Lo primero, lo más obvio y responsable,
sería aconsejarle que consultara a su profesional de la salud, pero.... ¿No
sería eso un poco como jugar a la ruleta rusa?
No me gustaría dar consejos a cualquier paciente potencial sobre
lo que debiera hacer; porque no es mi papel. Lo único que puedo decir es que recibir un diagnóstico y comenzar a tomar una
droga psiquiátrica es algo que no debe hacerse a la ligera. El diagnóstico
puede cambiar tu percepción de ti mismo, y el medicamento cambiará tu cerebro,
y una vez tomas un medicamento psiquiátrico, puede ser difícil dejarlo.
Creo que para cualquier persona en esa posición podría hacerle
bien entender esto: que la decisión de qué hacer - y dónde acudir en busca de
ayuda- es de una gran trascendencia.
6. Uno de los problemas con los medicamentos psiquiátricos es que parecen terminar causando los mismos síntomas que tenían que hacer desaparecer, exacerbados. Llegado un punto el paciente tiene que dejar los medicamentos para acabar con la enfermedad, ya que los fármacos en sí acaban por convertirse en la enfermedad misma. Pero cuando el paciente deja la droga ha de pasar un calvario para el que no hay alivio, a menos que temporalmente recaiga en la medicación. Hemos creado, en resumen, una gran cantidad de adictos para los cuales fue fácil (casi obligado) entrar en un carrusel de medicaciones (con un poco de ayuda de muchos profesionales), pero muy difícil salir, y además sin el apoyo terapéutico y moral necesarios. ¿Qué puede hacer los que están encerrados en esa celda invisible de sobredosificación crónica?
6. Uno de los problemas con los medicamentos psiquiátricos es que parecen terminar causando los mismos síntomas que tenían que hacer desaparecer, exacerbados. Llegado un punto el paciente tiene que dejar los medicamentos para acabar con la enfermedad, ya que los fármacos en sí acaban por convertirse en la enfermedad misma. Pero cuando el paciente deja la droga ha de pasar un calvario para el que no hay alivio, a menos que temporalmente recaiga en la medicación. Hemos creado, en resumen, una gran cantidad de adictos para los cuales fue fácil (casi obligado) entrar en un carrusel de medicaciones (con un poco de ayuda de muchos profesionales), pero muy difícil salir, y además sin el apoyo terapéutico y moral necesarios. ¿Qué puede hacer los que están encerrados en esa celda invisible de sobredosificación crónica?
Creo que esto es algo sobre lo que todas las sociedades necesitan
reflexionar. Las drogas psiquiátricas obtienen la aprobación para su
comercialización si demuestran que disminuyen el síntoma de referencia de un
trastorno mejor que un placebo, al menos
en un pequeño grado. Sin embargo, la investigación ha demostrado que los
fármacos en última instancia, inducen cambios en el cerebro que son lo
contrario de lo que se pretendía originalmente. Los investigadores señalan que
las drogas inducen una "tolerancia de oposición", y hay una
considerable evidencia de que esto aumenta la cronicidad de los trastornos y
los riesgos de deterioro funcional.
Y ahora se saca el conejo de la chistera. Esto a su vez puede conducir a la polimedicación, que añade una droga detrás de otra. Entonces, y dado que el cerebro de la persona se ha acostumbrado a la presencia de la droga, abandonar las drogas psiquiátricas es muy difícil. La persona puede experimentar síntomas de abstinencia terribles, y por tanto terminan atrapados: la persona puede no estar bien con la droga o drogas que toma y, sin embargo, tampoco puede dejarlas.
Y ahora se saca el conejo de la chistera. Esto a su vez puede conducir a la polimedicación, que añade una droga detrás de otra. Entonces, y dado que el cerebro de la persona se ha acostumbrado a la presencia de la droga, abandonar las drogas psiquiátricas es muy difícil. La persona puede experimentar síntomas de abstinencia terribles, y por tanto terminan atrapados: la persona puede no estar bien con la droga o drogas que toma y, sin embargo, tampoco puede dejarlas.
Entonces, ¿cómo podríamos ayudar a quienes se encuentran en esa
situación? La psiquiatría realmente no ha desarrollado protocolos para
proporcionar este tipo de ayuda, y por tanto los que están en ésa situación terminan
por valerse por sí mismos, terminando a menudo por buscar algo de ayuda en Internet.
La sociedad tendría que atender a este problema y desarrollar algunas
soluciones.
7.-¿En qué está trabajando
ahora?
Después de que se publicara Anatomía de una Epidemia, co-escribí un libro tituladoLa Psiquiatría
bajo Influencia, que mira a la psiquiatría americana desde la óptica de la
corrupción institucional. Más allá de eso, mi vida profesional ha sido
absorbida por este asunto de las drogas psiquiátricas y su impacto en la
sociedad en su conjunto. Llevo una webzine llamada madinamerica, que está
destinada a servir como un foro para "repensar" la psiquiatría, y es
de destacar que ahora tenemos lectores en todo del mundo. Esto evidencia, creo, cómo la “sociedad después de la sociedad”
está tratando de comprender por qué, a medida que adoptan las prácticas
psiquiátricas modernas, la carga de la enfermedad mental en sus sociedades
sube. Asimismo paso buena parte del año viajando, hablando también de estos
temas.
Después de que se publicara Anatomía de una Epidemia, co-escribí un libro titulado
El artículo, y la visión del entrevistado, es interesante porque delata lo insuficientemente que se textan muchos medicamentos y también la sociedad medicalizada que generan, pero contiene exageraciones -la peor defesa para una casua justa-. Por ejemplo, los IRSS, no se conoce "del todo" su funcionamiento, pero el caso es que funcionan, y sin apenas efectos secundarios, sobre todo los de nueva generación tras el Prozac como el Escitalopran. No vayamos a caer desde una crítica justa a una irreflexiva como, exagerando, los que denigran y se oponen a las vacunas. Los IRSS han proporcionado una gran calidad de vida a los depresivos crónicos y los datos de suicidios y otros efectos secundarios son sencillamente falsos. Gracias
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ResponderEliminarHola Lansky,
Demandas contra las farmacéuticas (muchas de ellas por suicidios) han conducido a juicios en las que éstas han tenido que mostrar públicamente documentos internos relativos a sus ensayos en los que se podía apreciar cómo se ocultaba la información de los suicidios, o se seleccionaban pacientes para el grupo de control con placebo a los que se les retiraba el fármaco de golpe (con lo que aumentaba el riesgo de depresión y, ya puestos, de suicidios). En los prospectos de los IRSS se indica que tomarlos puede tener como un efecto secundario “ideaciones suicidas” (bonito eufemismo, dado que encubre cómo esas ideaciones se llevan generalmente a la práctica). El porcentaje de pacientes a los que se atribuye dicho efecto es más bajo que lo que muestran los documentos de las farmacéuticas y los estudios epidemiológicos, pero siempre se puede recurrir al fácil e intuitivo argumento de que es la enfermedad y no el fármaco lo que provoca los suicidios.
No se trata de ser alarmistas, se trata de alarmarse ante la crudeza de los hechos. Te recomiendo la lectura del libro de Whitaker. Verás que no es en absoluto conspiranoico o pseudocientífico.