miércoles, enero 13, 2021

Dioses con pies de barro (entrevista a Jordi Serrallonga)

Jordi Serrallonga

El ser humano se ha adaptado al medio ecológico forzando al medio ecológico a adaptarse a sus necesidades y a sus caprichos. Ha tomado todo lo que ha necesitado del medio primordial y ha construido un medio propio, dentro del cual rigen las normas propiamente humanas. Ese hombre sería el "animal político" aristotélico.


Nada de esto ha contrariado o suprimido las leyes naturales, que permanecen invariables en su variabilidad, y es que, para empezar, la principal acaso de ellas es que todo cambia, evoluciona, y lo hace de una forma sutil, de tal forma que no es fácil de apreciar si uno no se sitúa en el debido contexto y se pone como observador atento e imparcial en una perspectiva temporal y espacial más amplia que la de un lugar de residencia o una cosmovisión cerrada y sin fisuras. 


Un naturalista inglés del siglo XIX, de cuyo nombre no creo necesario hacer mención, tras viajar por el mundo en barco y conocer diferentes entornos naturales y especies singulares en su juventud cuando aún no era reconocido como naturalista, pudo comprender el mecanismo principal que "obraba" los cambios en la naturaleza. Y lo hizo tras muchos quebraderos de cabeza, tras luchar con una fuerte disonancia cognitiva entre sus "provocadoras" intuiciones, ideas, las recurrentes evidencias de las que tenía conocimiento por un lado, y su moral victoriana, su fe en una divinidad "creada a nuestra imagen y semejanza", y su fidelidad a las instituciones dentro de las cuales se había labrado una reputación y habida podido prosperar y vivir con comodidad y seguridad terrenales, por otro. Aquel naturalista era un tipo civilizado, acaso el más civilizado de los humanos. 


Pero nuestra civilización misma es una adaptación al medio y también coevoluciona con él y tiene sus propias dinámicas internas de evolución cultural, que, todo sea dicho, se adaptan a nuestras demandas biológicas por encima de todo, aunque estas puedan ser contradictorias y llevarnos a distintos desequilibrios y catástrofes bastante perturbadoras e inquietantes, algunas muy relacionadas con nuestros naturales excesos con el -llamémoslo, aunque no sea del todo exacto- medio externo. 


Además los seres humanos llevamos a la naturaleza y sus leyes dentro de nosotros, da igual si nos aislamos en una burbuja: biológicamente no existe apenas diferencia con los demás seres en lo fundamental, y por lo que se refiere a nuestras capacidades mentales a las que nos sentimos inclinados a llamar espirituales, sabiduría, o simplemente inteligencia desarrollada y capacidades cognitivas superiores, hay muy poco que las diferencie de otras capacidades sensoriales y motoras y procesadoras de información relevante para la supervivencia y la adaptación al medio de otras especies. Cada especie tiene una larga historia que contar inscrita en su genoma y observable en sus comportamientos.


Pero ay, nosotros además de tener una historia en nuestros genes,urdimos relatos, esto es algo que está en nuestra naturaleza social y de comunicación lingüística, y fácilmente nuestros relatos derivan en epopeyas en las que los protagonistas somos nosotros, y los obstáculos a superar son los que consideremos puedan suponer nuestros congéneres (cómo no, en un mundo poblado de ellos) y el resto de la naturaleza con sus tremendas fuerzas. Igual que Hércules, hijo de un dios, domeñó a los monstruos que se pusieron en su camino para superar las doce pruebas, el hombre ha comprendido las fuerzas de las naturaleza con un alto grado de precisión gracias a la ciencia, y las ha canalizado sin dudarlo con la tecnología. Cada vez más alejados del principio de nuestro caminar por la tierra, subidos en una "nube" informática y de relaciones y roles sociales en nuestra ajetrada sociedad primate, pero aún unidos a la tierra, y con los pies en ella, somos, como dice el arqueólogo Jordi Serrallonga, dioses con pies de barro



Su reciente obra con tan sugestivo título (Dioses con pies de barro) me llamó de inmediato la atención. El título encierra en una frase todo lo que promete y mucho más sobre el contenido del ensayo. 


Este arqueólogo lleva desde niño obsesionado con buscar en el barro huellas de nuestros pies, y de paso de otras pisadas parecidas a las nuestras, de otras señales de vida pretérita, e incluso presente. Sus intereses son amplios, así como su ámbito de actividad, que abarca lugares del mundo tan distantes entre sí como el Perú, Tanzania o Bután. Se ha adentrado en la naturaleza para adentrarse en el pasado y en el presente menos hollado por nuestros pies, hasta el punto de que algunos, en una muestra de la cultura hollywoodiense imperante en nuestro tiempo, le han llamado el Indiana Jones español.


Pero este hombre que adora lo salvaje podría considerarse, acaso precisamente por ello, uno de los humanos más civilizados del mundo.


Jordi Serrallonga ha tenido la inmensa amabilidad de responder unas preguntas para la Nueva Ilustración Evolucionista, cosa que desde aquí le agradecemos. 


1.- La ciencia, el conocimiento humano debidamente contrastado y revisado a la luz de nuevas evidencias, evoluciona. en el imaginario de gran número de personas, se ha reemplazado la fe en la religión por la fe en la ciencia, una autoridad por otra. Pero la ciencia es evolución cultural. ¿Cómo sacar a las personas de esa ilusión de omnipotencia y certeza absoluta en el complejo tecnológico-científico, sin quitarles la debida confianza en esta gran herramienta cognitiva y material de adaptación humana al medio? 


Le veo a usted muy optimista al respecto del trato que recibe la ciencia en nuestros días. Podría parecer lo contrario, pero la mayoría de personas sigue con la fe en la religión, o en lo pseudo-científico, más que en la ciencia. Vende más decir que existe un diseño inteligente, un hacedor que nos gobierna hacia la salvación, que admitir que dependemos del azar. Solo nos acordamos de la ciencia cuando ocurren desgracias como la presente: hallar una solución científica a la pandemia provocada por el SARS-CoV-2. Incluso así, una vez anunciadas las nuevas vacunas en un tiempo récord, ya han reaparecido los negacionistas y los antivacunas. Ahora bien, es cierto que el Homo sapiens actual se cree superior e invencible gracias a la rápida y precisa respuesta tecnológica frente a los problemas que hallamos en nuestro camino evolutivo; es un gran hito de la especie humana, de nuestra cultura moldeable, pero no nos confiemos: la naturaleza está ahí fuera. 


2.- Tampoco la evolución biológica se ha detenido, sigue su curso. Hemos sufrido también la ilusión de que habíamos llegado a un punto en que la evolución biológica en que o bien había terminado o bien podía ser controlada y dirigida a nuestra voluntad. ¿Servirá la Pandemia del Sars-Cov-2, como sugieres, de aviso para primates navegantes? 


Somos un animal más y también estamos sometidos a la selección natural. Manda la naturaleza, no nosotros. Desafiamos a las leyes de la naturaleza y estamos padeciendo sus consecuencias. La pandemia de la COVID-19 es prueba de ello. Pero también el cambio climático global, la falta de recursos naturales, el hambre en muchos países, las tensiones territoriales y económicas, etc. Con el confinamiento debido al SARS-CoV-2 pensamos, de forma incauta e inocente, que los gobiernos de todo el planeta se unirían, por fin, en un frente común. Que, por ejemplo, admitiríamos la necesidad de invertir más en investigación, conocimiento y educación, pero todo fue un espejismo. Los personalismos, la vanidad, el poder y la ambición siguen orquestando nuestro día a día. La solución está en la sociedad; debemos exigir un cambio a nivel mundial. Y no hablo de utopías sino de algo que tiene que plasmarse en la realidad; de lo contrario no podremos mitigar los efectos del cambio climático, ni la destrucción de la biodiversidad o la expansión de epidemias y miseria. Ni que sea por puro egoísmo, hemos de actuar si queremos mejorar y alargar nuestra estancia en el planeta. A la Tierra le da igual si sobrevivimos o nos extinguimos; a nosotros, en cambio, sí que debería importarnos.


3.- En su maravillosa obra ensayística Dioses con Pies de Barro, nos pone ante un espejo cuyo reflejo fiel resulta incómodo a nuestro ego, a nuestro autoconcepto como individuos y como miembros de nuestra especie. ¿Por qué nos resulta tan difícil aceptarnos como somos, con nuestras fortalezas y nuestras flaquezas, con nuestra naturaleza adaptada y no inmutable, con nuestra profunda hermandad con todo el universo vivo que nos rodea?


Porqué si te subes a un alto pedestal, si convences al otro de que eres el mejor, puedes pisar a todos los que te rodean sin compasión. Que nos situáramos como la especie elegida hizo que las primeras sociedades productoras complejas se creyesen con el derecho, hasta nuestros días, de apropiarse de todas las plantas, animales y recursos naturales que rodeaban al humano. Antes, cuando los homininos y Homo sapiens fósiles eran predadores –cazadores y recolectores nómadas–, vivimos de forma parecida a cómo lo hace un léon o un elefante. Con la producción todo cambió. Algo muy parecido ocurrió con la invención de las razas humanas: negros, blancos, amarillos... Los políticos, religiosos y sabios del siglo XVII y XVIII –incluso después– convencieron al pueblo de que los pálidos pero eruditos occidentales eran superiores a los oscuros y salvajes africanos, asiáticos, americanos y australianos. Así no solo se justificó la venta de esclavos –eran ganado a nuestros ojos– sino también el apoderarnos de sus tierras y riquezas. Las razas humanas no existen; lo ha demostrado la ciencia. Y también sabemos que procedemos todos de una Eva mitocondrial africana. Aún así, el sentimiento de superioridad sigue siendo un arma para invadir, destruir, someter y explotar al que consideramos más débil, y lo hacemos tanto con humanos como con otros seres vivos.


4.- Un puma, animal escurridizo que evita a los hostiles humanos, se paseó por las calles de Santiago de Chile. Imágenes similares de otros animales silvestres se vieron en otras ciudades del mundo durante la Pandemia. Pero desde hace tiempo se ven ejemplos como el de los leopardos en la India, por ejemplo, o jabalíes en la Sierra de Madrid, que yo mismo observé, que al ver reducido su hábitat, penetran en el nuestro. La naturaleza se libera, se rebela, como bien señalas, frente a la plaga humana. En Chernobyl, por ejemplo, se puede ver cómo la zona cero ha sido ya tomada por la naturaleza salvaje. Hasta se ha rodado un documental sobre cómo sería el mundo sin nosotros. ¿Cuánto cree que podemos aguantar el embate de la naturaleza antes de la extinción? ¿Tenemos remedio o hemos ido ya demasiado lejos?


Los científicos no tenemos la bola de cristal. Todo dependerá si nos tomamos las cosas en serio, o no. Hoy proliferan desde terraplanistas a negacionistas del cambio climático global. Por lo que, mientras considermos la destrucción de la biodiversidad como un asunto de manifestación ecologista dominguera, o pataleta de cuatro naturalistas cascarrabias, las cosas seguirán empeorando sin que nadie ponga remedio. Claro que el terrícola de a pie ya tiene suficiente con intentar sobrevivir –vivienda, comida, trabajo, educación, salud, etc.– pero debemos presionar para que las élites también se preocupen –a corto y largo plazo– por el deshielo en los polos, la desaparición de los glaciares, la reducción de los bosques, el fin de muchas especies polinizadoras o eliminadoras de plagas... ¿Estamos a tiempo? Sí. Como mínimo para desacelerar o mitigar los efectos. Pero debemos actuar rápido, a nivel individual y colectivo. Ya lo he dicho antes, ni que sea por puro egoísmo: salvar el pellejo.


5.- Separados de la naturaleza por la civilización tecnológica, nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos rodeados de nuestros artefactos y artificios. Usted que ha querido ir y ha ido a la naturaleza más inexplorada, estará de acuerdo con que nos hemos vuelto completamente dependientes de nuestro medio humano. En la naturaleza virgen pocos de nosotros sobrevivirían lo suficiente para preservar la especie. ¿Cree que nos ayudaría a entender mejor la naturaleza el aprendizaje de técnicas de supervivencia elementales, como hacerse un refugio, generar fuego, etc..?


El saber, jamás ocupa lugar. Cuando convivo con los cazadores-recolectores hadzabe del lago Eyasi, en Tanzania, o con los aborígenes australianos yolngu, incluso con los maasai del África Oriental, o los quechua de la Amazonia, siempre aprendo nuevas técnicas de supervivencia. Pero solo me sirven cuando estoy allí, en su medio. En nuestra jungla de asfalto no puedo hacer fuego, ni ir con un arco y flechas envenenadas, sino que necesito semáforos para que no me aplaste un coche en el paso cebra, o un teléfono móvil y un ordenador para impartir mis clases y conferencias en períodos de confinamiento. No es una lacra que en las ciudades o pueblos dependamos del cemento, el cristal y los aparatos electrónicos... son nuestros elementos de supervivencia en un hábitat que también es natural. La jungla de asfalto es un hábitat más. No podemos regresar a las cavernas ni huir todos al campo. Si lo hacemos destruiremos los pocos bosques, sabanas, desiertos y costas que existen sin humanos. Zapatero a tus zapatos.


6.- Como arqueólogo ha trabajado en Tanzania, Chile y otros emplazamientos alrededor del mundo. Pero su trabajo y su observación de naturalista así como su afán divulgador han ido mucho más allá de la arqueología. ¿Podría contarnos algo sobre su trabajo estrictamente arqueológico?


Pues como naturalista y arqueólogo, en mi faceta de detective sobre la evolución humana, siempre destacaré las excavaciones que –en el seno del equipo de Manuel Domínguez-Rodrigo– dirigí en el Escarpe Sur de la región de Peninj; en el lago Natron, Tanzania. Nos permitieron recuperar materiales de hace más de 1,5 millones de años y demostrar que los primeros homininos fósiles desarrollaron diferentes tradiciones tecnológicas en función de los requerimientos ecológicos de cada zona y momento. Algo de lo que deberíamos tomar nota hoy. También, junto a Camilo José Cela-Conde, trabajamos en los yacimientos paleoantropológicos más antiguos de la Gran Falla del Rift: las Tugen Hills, en Kenia. El lugar donde aparecieron los fósiles de Orrorin tugenensis, con más de 6 millones de años de antigüedad. Y sigo explorando y prospectando... eso siempre se lleva en la sangre. Desde pequeño que ando haciendo agujeros aquí y allá.  

7.- ¿En qué proyectos está ahora metido? ¿Qué misterio le gustaría desvelar por encima de cualquier otro? 

En muchos... necesito que el día se amplíe a 48 horas o más. Por un lado, hasta la pandemia, he seguido (y seguiré) realizando mi trabajo de campo en África –entre gorilas, chimpancés, etnias humanas predadoras y ganaderas, fósiles, etc.– pero también en las Islas Galápagos, la Patagonia, el desierto de Jordania o las montañas de Bután. Compagino el sombrero fedora con mis clases como profesor de Prehistoria, Antropología y Evolución Humana de la UOC, además de la estrecha colaboración con el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona, diversas charlas en CosmoCaixa, conferencias varias y escribir. Necesito escribir. Precisamente, ahora acabo de publicar el libro que has citado en una de tus preguntas: Dioses con pies de barro. El desafío a las leyes de la naturaleza... y sus consecuencias, en la colección Drakontos de la editorial Crítica. En sus páginas hablo, con más detalle, de todos estos temas que hemos comentado en la entrevista. Y, dada la buena aceptación por parte de lectoras y lectores, le daré continuidad con más títulos en el seno de la misma colección.

¿Cosas por hacer? Muchas. Desde hace años que codirijo, junto al escritor y viajero Gabi Martínez, el proyecto «Animales Invisibles». Llevamos largo tiempo viajando por todo el planeta en pos de animales extintos, vivos y míticos. Nos gustaría que el proyecto se convierta en una serie para la televisión, pero, por el momento, pronto aparecerá un avance que todavía no puedo desvelar. Seguiré dando guerra, no lo dudéis. Me siento como un niño: ilusionado y apasionado por nuevas aventuras. Supongo que buena parte de la culpa la tiene un pequeño gran primate: mi hijo Joan.

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