sábado, diciembre 10, 2022

8.000 maneras de morir (entrevista a Sergio Parra)

Sergio Parra

Los seres humanos procuramos no pensar demasiado en la muerte, por mucho que sea la conclusión lógica de la vida. Imaginamos vidas más allá del cuerpo que somos, diciéndonos a nosotros mismos que, en realidad, somos más que ese cuerpo, y éste es sólo el cascarón que se rompe en el nacimiento a una nueva vida. Pero pese a todas nuestras evasiones metafísicas frente a lo que un personaje de Tom Sharpe calificaba como "la gran certidumbre", la muerte nos alcanzará en nuestra huída, de una u otra forma, y la tememos no tanto por sí misma como por cuándo y cómo nos llegará. Y en eso la muerte es la gran incertidumbre, y nuestra imaginación ya no se proyecta en el más allá sino en el más acá, y lo hace con las "imágenes" que más facilmente nos vienen a la cabeza, en un sesgo de disponibilidad que tira con fuerza de la campana de la amigdala, que resuena de tal forma que hace temblar nuestro cuerpo entero. ¿Qué imágenes invaden nuestra mente cuando pensamos en los riesgos de perder la vida que nos rodean? ¿Qué entornos son más seguros? ¿Qué comportamientos son más peligrosos para nuestra existencia? ¿Es cierto eso de que donde está el cuerpo está el peligro? 


Ciertamente se puede ser dualista en lo que se refiere a la relación mente-cuerpo al menos en un sentido: lo que la mente percibe como más letal, lo que suscita en ella un terror cerval, es probablemente lo que nuestro cuerpo tenga menos probabilidades de sufrir en sus carnes. Lo más seguro es que muramos de algo de lo que no nos hacemos una idea clara, algo que, hasta que se manifiesta de una forma indudablemente fatal, ha pasado inadvertido para nuestro sistema de alarma y que, por tanto, de alguna manera, nos pille de sorpresa, acaso por ser tan corriente y moliente como una gripe, un coágulo en la sangre o un estado de ánimo de desesperación. 

Pero cuando nuestro "yo mental" de nuestro dualismo cuasicartesiano mira a la gran pantalla de nuestro tiempo, hecha con los mimbres de las redes sociales y los medios de comunicación de masas, y su contenido, que está perfectamente enfocado a lo inusual y hacia lo tremendo, cuando no a lo extrambótico (porque nos quieren emocionar para entretener y mantener en vilo) quedamos automáticamente "infoxicados" y tomamos por real, cual los humanos de la caverna de Platón, las imágenes que se proyectan ante nuestros ojos. El mundo es un lugar muy peligroso....y si a uno le preguntan por los mayores peligros a los que nos enfrentamos suele hablar de lo que ha visto en la gigantesca pantalla que se proyecta en nuestra mente creando una realidad paralela.

Los pertubados asesinos en serie dan buen material para hacer perturbadoras series, los terroristas suicidas segan menos vidas que los suicidios corrientes, los asesinatos en masa matan menos que la soledad, y los venenos puros menos que los alimentos que nos intoxican lentamente. Ah, y los más letales enemigos de la humanidad no son grandes terremotos, huracanes e inundaciones u otros fenómenos naturales que avanzan con pies de gigante aplastando todo a su paso, sino criaturas  invisibles que viven en nosotros. Y de las criaturas visibles vigile a su leal perro y deje de ver al lobo feroz.

La muerte es más probable que sea causada por un proceso interno que por un accidente o ataque sobrevenido, y más probable que nos venga, por tanto, de nosotros mismos que de la mano de  terceros, y de enfermedades que de traumatismos. Alguien decía que eran preferibles el riesgo y el miedo al aburrimiento, pero el aburrimiento se impone por doquier, y existe incluso el miedo al aburrimiento, porque también el aburrimiento, si se prolonga, nos mata.... y no sólo de aburrimiento.


Con cierto grado de certidumbre se puede decir que usted no morirá asesinado ni por una explosión de gas. Su corazón es muy probable que se pare sin necesidad de que previamente su cuerpo caiga desde un acantilado. Cada día que vivimos, como decía Séneca, es un día que ganamos a la muerte, hacia la cual avanzamos en filas cerradas, como dijo, milenios después de morir Séneca, Henry Miller. Séneca tuvo un suicidio obligado, Miller murió por problemas circulatorios. Eran épocas distintas, y riesgos distintos aquellos a los que respectivamente estaban expuestos.

Sergio Parra es un brillante divulgador de ciencia (además de literato)y no puede dejar de observar cuán poco coinciden nuestros temores con nuestras calamidades, tras echar un vistazo a las estadísticas. 

En un intento de combatir miedos irracionales o no tan racionales como otros miedos, observa que nuestros miedos más irracionales son explotados políticamente, a través de los medios, de esa gran pantalla omnipresente de nuestro tiempo, aún reducida al tamaño de un dispositivo móvil, para condicionar nuestras emociones e incluso nuestro voto. ¿Cuántas muertes hay por violencia de género? ¿Cuántos asesinatos cometen los inmigrantes? Por ejemplo. Y pone números absolutos y relativos sobre el tapete, la suerte está echada. Y las cartas de la parca no están marcadas. 

Así, en su última obra de divulgación: De que (no) te vas a morir, compara causas de muerte reales e imaginarias para ponderar racionalmente lo que deberíamos temer principalmente (sin dejar por supuesto de tener precauciones con todo lo demás). 

Sergio Parra ha tenido la inmensa amabilidad de respondernos unas preguntas sobre su último libro y algunos temas relacionados. Pero obviamente donde podrán informarse mejor sobre de qué no van a morir es en su libro del mismo título, de muy recomendable lectura.


1.- Lo primero de todo es que somos el primer ser vivo conocido (por nosotros) que toma plena consciencia de su mortalidad, lo cual, en cierto sentido, nos hace humanos: valoramos más la vida porque es finita. Nuestra negación de la muerte toma muchas formas, una de ellas que la ocultamos. Muchos de quienes mueren lo hacen en hospitales, entrando por la puerta o en una ambulancia. Así, los que mueren por las causas más habituales no tienen tanta visibilidad como quienes lo hacen en un tremebundo accidente, una catástrofe o calamidad pública o en medio del ruido de un enfrentamiento. El estruendo también llama a la noticia, se altera gravemente el orden de las cosas, se rompen expectativas, se sorprende desagradablemente a todos. ¿Concedemos a ciertas muertes mayor atención por ser más bruscas e inesperadas?


Naturalmente, otorgamos más importancia a unas muertes respecto a otras como también otorgamos más importancia a unos hechos frente a otros. Es inevitable porque no tenemos capacidad cognitiva suficiente para asimilar todos los hechos que nos rodean. Tomamos atajos. Discriminamos. Seleccionamos. 

Los criterios para realizar esta selección dependen de muchos factores. A veces es la empatía, que es una suerte de foco que ilumina un hecho o una persona a costa de dejar en penumbra al resto. Por ejemplo, invertimos más tiempo y mayor carga emocional en hechos o personas que a medida que estos estén más próximos a nosotros tanto a nivel geográfico como cultural o hasta genético. O como lo resumió con cierta retranca aritmética el biólogo J.B.S. Haldane: "sacrificaría mi vida a cambio de tres hermanos o de nueve primos".


También nos resulta más sencillo comprometernos con un hecho luctuoso aislado o la suerte de una persona individual o pocas de ellas antes que una miríada de hechos interconectados entre sí o la suerte de miles de personas. Es lo que algunos llaman “insensibilización psicofísica”. Lo que está retroalimentado nuestra incapacidad para procesar grandes números (ya sean de personas o de cosas), que cristaliza en lo que se llama “efecto de la víctima identificable”.

 
Accesoriamente, pueden entrar en marcha otra serie de sesgos. Por ejemplo, los hechos estadísticamente menos comunes llaman más nuestra atención porque estamos diseñados para captar irregularidades en los patrones. También hay eventos que están conectados a miedos instintivos (si nuestros antepasados tenían miedo a determinadas criaturas, por ejemplo, tenían también mayor probabilidad de supervivencia). Y hay personas que no sintonizan tanto con nuestra cosmovisión o nuestra orientación moral o política que sencillamente creemos que no sufren tanto como nosotros y/o que merecen su sufrimiento, lo cual también favorece una menor implicación. Un ejemplo muy actual: en España hay entre diez y trece veces más suicidios que homicidios, pero nos conciernen más los homicidios; y a su vez hay el doble de homicidios de hombres que de mujeres; pero nos conciernen más los de las mujeres.

Para resumir cómo los peligros que matan a la gente son distintos a los peligros que suscitan miedo a la gente, el sociólogo Peter Sandman lo ha formulado con una sencilla ecuación: riesgo = peligro + escándalo. 


2.- Una amigdala ancestral que orienta la atención imperiosamente hacia los potenciales peligros, sometida a un bombardeo de estímulos diseñados para llamar nuestra atención a través de los medios de comunicación y las redes sociales en la era de las nuevas tecnologías, hacen un cóctel explosivo. Se forma un círculo vicioso entre quienes quieren captar nuestra atención y nuestro cerebro hiperactivado por ciertos estímulos. Es como un nudo gordiano ¿Cómo podemos deshacerlo (parece imposible) o cortarlo? 

Cada vez hay menos homicidios, hay menos accidentes, hay guerras menos cruentas, aumenta la esperanza de vida. Sin embargo, cada vez tenemos más miedo. En parte, esto sucede porque los riesgos son cada vez menores, así que las calamidades llaman más la atención porque son mucho menos habituales. Es lo que algunos llaman “fluencia del concepto”. 

Además, la amígdala, una estructura que de nuestro cerebro que es una especie centinela de los peligros que nos rodean, está moldeada por los miedos más instintivos programados en nuestros cerebros por evidentes razones evolutivas: temer al daño físico (violencia provocada por personas, animales o fuerzas de la naturaleza), a la cautividad (reclusión, pérdida de libertad) y al veneno (sustancias invisibles que pueden intoxicar o envenenar) permitieron que nuestros antepasados sobrevivieran y se perpetuaran.

En la actualidad, la percepción de estos peligros continúa anidando en nuestro cerebro, pero ya no resultan útiles en el Primer Mundo. Los medios de comunicación del Primer Mundo, sin embargo, dedican mucho tiempo a esos tres miedos atávicos que hoy en día son muy poco frecuentes a nivel estadístico, distorsionando tanto su frecuencia como su envergadura. 

Habida cuenta de que los medios de comunicación basan su modelo de negocio en captar nuestra atención, esto ha desencadenado una batalla entre los medios por presentar las noticias que tengan mayor carga dramática, es decir, que las llamen la atención en este nuevo ecosistema de la economía de la atención. 

Es como la serpiente uróboros. Un problema sistémico que no tiene fácil solución. Y tampoco podemos obligar a los medios, los políticos y los creadores de opinión a no hablar de los temas que ellos creen importantes (o intuyen que pueden interesar al público). Lamentablemente, soy escéptico con las posibles soluciones. Y sospecho que cada vez va a ser peor. 

3.- Nuestra mente, como señalaban Khaneman y Tversky, no están particularmente diseñadas para los grandes números, las estadísticas y la probabilidad. Pinker matiza sin embargo, a partir de estudios de campo con cazadores-recolectores, que en ciertos entornos de supervivencia somos buenos estimando probabilidades. Sin embargo esos entornos nada tienen que ver con el actual, en el que hace mejores inferencias a partir del Big Data un algoritmo que un tipo pensando racionalmente sobre un caso particular (e incapaz de procesar y analizar Big Data). Si dejamos que las máquinas decidan por nosotros...¿haremos oídos sordos para aferrarnos a lo que deseamos sea más probable, especialmente si nuestra vida está en juego? 

Esta pregunta no tiene fácil respuesta porque entra de lleno en el factor humano, que a menudo es impredecible. La historia de la tecnología está llena de fracasos calamitosos en este sentido. Por ejemplo, con el advenimiento de la locomotora, muchos decían que nadie querría viajar tan rápido (porque tampoco nadie podía imaginar qué incentivos existirían para ir tan lejos). Cuando nació el teléfono, se dijo que este vulneraría de tal modo la privacidad que no sería aceptado por la mayor parte de la gente. Lo mismo pasó con los ordenadores personales. Con internet. Con el smartphone. 

Así que, llegados al punto de pronosticar si acabaremos cediendo parte de nuestra autonomía y nuestra intuición a una tecnología cualquiera, aceptando que somos inequívocamente imperfectos, mi respuesta es que no lo sé. De lo que sí tengo certeza es que lo llevamos haciendo desde hace mucho tiempo. Confiamos en el piloto automático de un avión. Cuando se generalice la conducción autónoma y el número de accidentes se reduzca significativamente, también confiaremos en ella. Ya hay muchos algoritmos que sustituyen muchas actividades repetitivas reduciendo costes y riesgos. Pero, en contraposición, a pesar de que sabemos que los ensayos de doble ciego son más eficaces a la hora de saber si un medicamento es eficaz, nos seguimos fiando del vecino o de nuestra intuición y, por ejemplo, consumimos homeopatía. Somos animales políticos y sociales. Nuestra parte humana siempre ejercerá de contrapeso, aunque muchas veces nos hayamos equivocado a la hora de pronosticar hasta qué punto y de qué forma. 


4.- Desde la perspectiva evolucionista cometer errores de tipo I (falso positivo de un peligro) es preferible a cometerlos del tipo II (falso negativo). Mejor asustarse con una cadena de moto en el suelo del parking que pasar delante de una serpiente venenosa y pensar que es una rama. El interruptor de la amigdala se enciende muchas veces pero el riesgo real de morir o sufrir grave daño disminuye notablemente. ¿Es la ansiedad (muchas veces crónica) el peaje que tenemos que pagar por estar vivos en un entorno potencialmente hostil? ¿Hemos de mantener una razonable irracionalidad? 

Este tema es muy interesante porque muchas personas, al echar un vistazo a mi libro, me preguntan si es un manual para vivir más tiempo o evitar los verdaderos riesgos. Entonces les respondo que incluso yo, que me he pasado cuatro años leyendo estadísticas para escribirlo, me muero de miedo si hay turbulencias en el avión. O si me entero por las noticias de que en mi barrio hay un asesino suelto. Incluso nadaré despavorido hacia la orilla si veo a un tiburón. 

Es decir: hasta cierto punto, todos vamos a seguir siendo así. El libro, si acaso, es una explicación de cómo es verdaderamente el mundo. Es como si fuera un libro sobre las sustancias neuroquímicas que se producen durante el enamoramiento. Aunque lo leas, continuarás enamorándote. 

Siendo un poco optimista, espero que esta clase de reflexiones no sirvan tanto para nosotros, en el día a día, como a la hora de escoger a nuestros representantes o determinar si hay que invertir más o menos recursos en un problema. Citando de nuevo a Kahneman en Pensar rápido, pensar despacio, aunque muchos nos asustemos de forma automática frente al avistamiento de un tiburón (pensamiento rápido), luego podemos declinar la inversión de millones de euros en el control de tiburones (pensamiento lento) habida cuenta de que no es un problema estadísticamente significativo. Así que mi esperanza con De qué (no) te vas a morir es que sirva una especie de sistema de defensa contra la demagogia.

Por otro lado, los riesgos también son dinámicos. En el libro muestro que los perros matan a más personas que los tiburones. Pero eso ocurre porque interactuamos más con perros que con tiburones. Si un puñado de lectores profundamente persuadido por las estadísticas se lanzara a nadar con tiburones todo el verano porque apenas causan víctimas en el mundo… probablemente el número de víctimas aumentaría. 

En conclusión, los sesgos, los instintos, los atajos, las heurísticas no siempre funcionan, pero muchas otras veces sí lo hacen. Lo difícil es saber cuándo hacer caso a lo que sentimos y lo que podemos saber. Incluso saber qué clase de vida queremos llevar, si una más basada en lo que sentimos o en lo que podemos saber.

 
5.- Hemos alcanzado los 8.000.000 millones de habitantes en la tierra y se estima que hay en torno a 8.000 maneras en las que podemos morir. Por mantener el número, veamos, a nivel global ¿cuáles son las 8 maneras de morir más comunes? ¿Cuáles son las 8 maneras de morir que más nos obsesionan? ¿Algunas están presentes en ambas listas?

La mayoría de las principales causas de muerte en el Primer Mundo surgen de enfermedades por desajuste evolutivo, es decir, rasgos evolucionados que alguna vez fueron ventajosos pero que se volvieron desventajas debido a cambios en el medio ambiente. Por ejemplo: nos sentimos más atraídos por los alimentos muy calóricos porque solo sobrevivieron, en un pasado donde había escasez, quienes se alimentaban de alimentos muy calóricos (grasas y azúcares). Ahora, sin embargo, vivimos en un mundo de abundancia, pero nuestros rasgos no han evolucionado, lo que propicia problemas de salud asociados al consumo excesivo de grasas y azúcares.

Por eso, entre los primeros puestos en la mayoría de países están siempre estas causas de muerte: enfermedad isquémica del corazón, problemas cerebrovasculares, cáncer, demencia, insuficiencia cardíaca, hipertensión, enfermedades crónicas de las vías respiratorias o neumonía. 

Sin embargo, las causas de muerte que más nos preocupan son, por orden ascendente, el terrorismo, los homicidios, los suicidios, la neumonía, la diabetes, la apoplejía, el azlheimer, enfermedades respiratorias, accidentes y cáncer. 

Como podemos ver, algunas están presentes en ambas listas, así que no andamos tan desencaminados, después de todo. 

A este respecto, en el libro refiero un proyecto de la Universidad de Oxford llamado OurWorldindata, que hizo una comparación entre búsquedas de Google y datos estadísticos de muerte. Descubrió cosas como que la tercera parte de las muertes en Estados Unidos son por enfermedades cardiovasculares y sin embargo solo aparecen en el 2-3% de las búsquedas de Google y poco más en los medios de comunicación (The New York Times y The Guardian). Y al contrario,  las muertes violentas son menos del 3 % del total y ocupan más del 60% de la cobertura en medios.

 
6.- Los medios y el arte y la narrativa (también la audiovisual, el cine en particular), incluso los videojuegos, apuestan por las historias y dinámicas de violencia y miedo, porque gustan. Algunos incluso se preguntan si la vida no sería un auténtico aburrimiento, incluso una no-vida, si no hubiera malos y males que tratar de enfrentar (violencia) o evitar (miedo). Como dice Bunbury en Las Consecuencias: "¿Por qué siempre conviene alegrar a la gente? / también de vez en cuando / está bien...asustar un poco". ¿No será ese sesgo humano hacia lo terrible, hacia lo dramático, una adaptación a un mundo en el que nunca se puede bajar la guardia? 

Sin duda, es un sesgo que parece que nos ha mantenido con vida. Al menos, hasta ahora. Sin embargo, creo que mucho de nuestro placer a la hora de consumir historias de violencia o miedo tiene también otro origen. La posibilidad de experimentar todo eso sin exponernos a riesgos de verdad. Nos gustan las historias, también las que nos lo hacen pasar mal, porque es una forma de entrenarnos para la vida real, y también una manera de pensar contractualmente, en el sentido de: ¿qué habría hecho yo en tal situación?

El aburrimiento también es un tema muy interesante. En aras de buscar emociones, a veces todos tendemos a ser un poco quijotescos y la emprendemos incluso contra molinos que creemos gigantes que deben ser abatidos. 

7.- Vivimos tiempos de incertidumbre, y aunque todas las épocas lo sean en mayor o menor medida la nuestra es una etapa histórica en la que, por un lado, vivimos mejor que nunca, y por otro vemos el apocalipsis a la vuelta de cada esquina. Cuanto más seguros estamos más miedo tenemos. Los políticos juegan con nuestras vulnerabilidades para ganar nuestro voto, el miedo es, que duda cabe, su aliado. Pero la cuestión estriba en cúales de esos miedos (que nos hablan no ya de nuestra muerte individual, sino de nuestra decadencia y caída o incluso lenta extinción y sobre el colapso de la Civilización) tienen un fundamento suficientemente sólido. Cuando los datos no son enteramente concluyentes ¿hemos de abandonarnos a nuestras filias y fobias y votar desde las entrañas? Siendo la incertidumbre algo tan omnipresente ¿no decidimos a cada paso guiados por las entrañas?

El problema de los escenarios con alta incertidumbre es que los datos nunca son concluyentes. Los problemas complejos no pueden resolverse con recetas o algoritmos fijos. Porque cualquier actuación, cambia la naturaleza del problema problema. Es decir, que los problemas complejos son dinámicos, luego las soluciones también deben serlo. Hacer pequeñas pruebas, ver cómo se comporta el sistema y seguir adelante o cambiar de dirección.

En ese sentido, no solo debemos temer a los mesías o los solucionadores de problemas complejos con soluciones fijas y sencillas, sino también a los expertos que tienen una lupa demasiado centrada en su especialidad. Además, también necesitamos a orquestadores, personas con miradas más amplias capaces de entender el problema desde todos sus puntos. Por ejemplo, si se produce una pandemia, el experto en economía proporcionará unas soluciones de visión económica, el experto en virología, visión médica, etc. Y todas esas visiones, a menudo, entran en conflicto. Dado que el virólogo poco o nada sabe de economía, y el economista poco o nada sabe de medicina, necesitamos a coordinadores que ofrezcan, utilizando terminología de Edward O. Wilson, “consiliencia”. Para una introducción a esta clase de perfil que cada vez será más demandado recomiendo siempre el libro Amplitud, de David Epstein, o Mindware, de Robert Nisbett. En definitiva, debemos cultivar la sabiduría, sobre todo ahora que empezamos a saber qué es la sabiduría y que tiene poca relación con la inteligencia o la experiencia, tal y como explico más ampliamente en mi newsletter Sapienciología.

¿Entonces? ¿Delegamos? ¿Nos fiamos? ¿Hasta qué punto? La mayor parte de las divisiones políticas acerca de las respuestas a estas preguntas tienen que ver con cuán racional creemos que es el individuo, cuán competente, cuán idiota. Cuál es su capacidad de moldear el mundo y a sí mismo bajo los dictados de la razón. Para profundizar en estas dos visiones, el libro que más me impactó fue Conflicto de visiones, de Thomas Sowell. Yo tiendo a pensar que somos poco racionales y que unas instituciones fuertes y unos representantes preparados (aunque siempre tendentes a la demagogia) son preferibles a la ley de la selva, pero también tiendo a pensar que una vida en la que no tengas la suficiente libertad como para cometer tus propios errores (y aciertos) no merece ser vivida. Así que estoy basculando entre esos dos puntos. Según el día y la cuestión a tratar. 

 
8.- ¿Qué hacemos con las Teorías de la Conspiración, que reunen miedos a sombras más o menos alargadas que la del ciprés? 

En primer lugar, no confrontarlas como si quienes abrazaron la conspiración fuesen poco menos que estúpidos. En primer lugar, todos podemos tropezar en una conspiración. Segundo, si somos demasiado beligerantes o intransigentes a la hora de combatir al otro, este se puede replegar en su opinión, fortaleciéndose. Tercero, muchas de las conspiraciones atraen a personas muy inteligentes y cultas, y también personas más informadas que la media sobre el tema en cuestión, así que pueden “ganarnos” en el debate. 

Creo que la estrategia más eficaz es plantear el problema no tanto como un asunto maniqueo, de forma binaria: correcto o incorrecto. Es más útil, y además más cierto en muchas ocasiones, que los asuntos no tienen una respuesta clara. Si se presenta el tema con esas reservas, entonces puede darse el caso de que incluso todos tengamos mucho más en común de lo que creíamos. 

Tema distinto es el de las conspiraciones claramente delirantes, como que la Tierra es plana. En tales casos, vale la pena recordar que muchas creencias absurdas no se abrazan con fervor porque se crea realmente en ellas, sino que precisamente porque son absurdas suponen un coste social, una señalización, que permite al conspiranoico ser aceptado por un grupo social. Sin contar que, cuando uno ha invertido demasiado tiempo y recursos en una idea, aceptar que estaba equivocado resulta demasiado gravoso, así que busca nuevos argumentos para reforzar las mentiras que sustentan la idea. Muchas ideas políticas siguen ese curso y por eso el debate político tiende a resultar tan infructuoso.  

 9.- ¿En qué andas trabajando ahora? ¿Qué proyectos confesables tienes sobre tu mesa? ¿Cuáles son tus mayores temores y tus muertes más temidas (pese a tu conocimiento de su probabilidad)?

Básicamente, temo ver morir a mis seres queridos o que ellos sufran porque yo he muerto. Pero la muerte en sí no me produce miedo, lo cual no significa que quiera morirme. Al contrario: me resulta frustrante la idea de perderme todo lo que va a pasar en el futuro. En mi día a día, soy una persona bastante normal: temo las turbulencias en el avión, temo a los asesinos, temo las enfermedades coronarias. Cosas así. Nada del otro mundo. Después de escribir “De qué (no) te vas a morir” supongo que he ampliado mi espectro de miedos a cosas más concretas, como algunos microbios, las escaleras (más a bajarlas que subirlas) y el atragantamiento al comer. 

En cuanto a mis proyectos, en enero se estrena un programa en RTVE con el apoyo del FECYT en el que he participado como guionista: El año de las emociones. Quiero publicar vídeos y entrevistas con mayor regularidad en mi canal de YouTube Baker Cafe. Y tengo entre manos dos libros más, uno sobre la historia multidisciplinar del Yo y otro sobre la historia de la ciencia ficción. Además, si no hay más retrasos, este año publico otro libro sobre biografías de personas verdaderamente extraordinarias que no son muy conocidas. 

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