La memoria es uno de los procesos cognitivos más y mejor estudiados por la neurociencia. Autores como Hebb, Kandel o Ledoux han hecho importantes aportaciones para nuestra comprensión de cómo interiorizamos lo que nos acaece, cómo convertimos nuestras vivencias en experiencias y recuerdos.
La memoria ha sido durante mucho tiempo considerada un proceso pasivo, de mera recepción, siendo el yo conformado por las fuerzas del ambiente. La relación entre memoria y “yo” parece obvia. Sin memoria nuestro yo sería una sucesión de estados de consciencia inconexos entre sí, vacíos. Un yo sin historia resulta inverosímil. Sin embargo a mi me gustaría poner el énfasis en aquel aspecto del yo que parece no sólo escapar a la memoria, en el sentido de no haber sido determinado por ella, sino construirla, antecediéndola y construyendo con ello, haciendo posible, la totalidad del “yo”.
Este aspecto intrigante del yo se puede apreciar en la atención. Ya desde que somos niños, cuando nuestra memoria apenas ha acumulado recuerdos (antes de los 3 años no se consolidan recuerdos episódicos), parecemos tener una disposición a prestar atención a aquellas cosas que nos interesan. Lo que digo puede sonar....pueril, por evidente. Sin embargo no lo es tanto ante el hecho de que es en la primera infancia cuando es de suponer que adquirimos, por el medio, nuestros intereses. Este interés del que yo hablo no viene determinado por lo que nos inculcan nuestros padres o nuestro medio cultural y social. Aunque es un interés por los objetos existentes en el medio, no podría ser de otra forma, lo es por ciertas combinaciones de estos objetos (y sujetos) y por ciertas relaciones entre estos, y no por otras. Hay una selección, una elección, que cabría calificar de libre, o al menos no condicionada por otros o por las circunstancias particulares. Cómo sucede esto está muy comprobado entre los sexos. Los niños prefieren distintos juguetes que las niñas, de forma natural. Pero lo que se observa en diferencias de género puede hacerse extensible a diferencias de personalidad. No se puede atribuir en esto todo al medio. Hay niños que son taciturnos, otros sonríen permanentemente, algunos se mueven de un lado a otro alocadamente mientras otros están muy tranquilos. Los hay que lloran sin cesar, sin causa aparente, y otros a los que apenas se les escucha una tímida queja....etc etc. Algunas diferencias de caracteres se mantienen de por vida: suele tratarse de las fundamentales. Igual, un niño puede interesarse por mariposas y otro por motos.
Otro aspecto a destacar del desarrollo infantil es cómo este se produce por etapas más o menos iguales en todos los niños (gatear, andar, adquisición del lenguaje...) sin que nadie tenga que enseñarles de un modo deliberado. Sin un medio lingüístico no cabe esperar que adquieran lenguaje, pero una vez en él no hay que darles clases para que aprendan a hablar y, como señalaron Chomsky y Pinker, para que desarrollen las reglas gramaticales (la escritura es otra cosa, más cultural).
El interés por ciertas cosas lleva a la atención por ellas. La percepción no es un proceso sencillo y lineal de captación fotográfica del medio igual que la memoria no es un receptáculo vacío que espera a ser llenado pasivamente de experiencias. Focalizamos nuestra atención en un punto, siendo todo lo demás accesorio, ruido de fondo. En todas y cada una de nuestras circunstancias desechamos unas percepciones y seleccionamos otras, y lo hacemos a dos niveles, primero el inconsciente y luego el consciente. Con esta criba permanente de percepciones, que es un proceso activo, conformamos nuestra experiencia y nuestro recuerdo posterior de la misma. Hay un “yo”, lo que antes llamé “un aspecto del yo”, que selecciona, que elige, que prioriza percepciones y experiencias de acuerdo no a un programa diseñado por su sociedad, sino a un programa biológico escrito en sus genes y traducido en una determinada conformación del cerebro.
Mi mujer me decía el otro día, yendo en el coche con el niño detrás: “¿Te das cuenta cómo se fija en los lugares?. Ha señalado el ambulatorio. El otro día que le dije que papá estaba en el médico, al pasar por allí dijo que era allí donde estabas. Tiene buena memoria, no como nosotros, que somos un desastre”. Tuve que explicarle que cada uno de nosotros recuerda y olvida cosas distintas, y es, por tanto, un desastre o un fenómeno para una clase u otra de recuerdos. Ella, por ejemplo, recuerda bien compromisos sociales y cuestiones de la economía y el cuidado doméstico que yo olvido constantemente. Yo en cambio puedo recordar frases de libros y declaraciones de políticos. Puede parecer arbitrario pero no lo es en absoluto. Yo focalizo mi atención en aquellas cosas que aportan algo a mi “yo” y ella hace lo mismo con el suyo, su-yo. Así vamos configurando nuestra memoria y, en cierto modo nuestro yo, el quienes somos socialmente. Sin embargo es ese otro yo, o ese aspecto del yo, el que ha seleccionado aquello que hemos de recordar, aquello que vamos a ser....y sigue seleccionando.
Los llamados “sabios despistados” son un ejemplo extremo de la capacidad del hombre para la excelencia y la incompetencia con la memoria. Olvidan las cosas prosaicas, a las que no dan importancia ninguna ni prestan la debida atención, pero recuerdan muy muy bien un montón de relaciones teóricas que les permiten especular a alto nivel.
¿Qué es lo que determina la estructura del “Yo”?. Algunos señalan que lo que almacenamos en la memoria: emocional, de procedimientos, episódica....Pero para almacenar lo que almacenamos en la memoria tenemos un mozo de almacén, independiente de lo almacenado y que obedece al jefe de almacén, cogiendo unos y no otros objetos, ordenándolos de una u otra forma de acuerdo a criterios propios. Ese mozo de almacén es nuestro Yo fundamental, la sede misma de la consciencia, y el jefe de almacén nuestra naturaleza más profunda, los genes....
Pienso ahora, al finalizar el post, en cómo lo he ido elaborando. Ha llegado por etapas. Primero una conversación en el coche con mi mujer, después pensamientos sobre mi hijo y su desarrollo independiente en el baño, más tarde dándole vueltas al vínculo esencial entre memoria y ego, y al final juntando todas estas piezas en un todo más o menos coherente, al menos en una imagen definida. ¿Por qué tuve esos y no otros pensamientos?, ¿por qué tomé estos y no otros para construir este entramado de ideas, para elaborar este post?. Las respuestas a estos interrogantes creo que tienen mucho más que ver con mi Yo fundamental que con mi Yo histórico.
La memoria ha sido durante mucho tiempo considerada un proceso pasivo, de mera recepción, siendo el yo conformado por las fuerzas del ambiente. La relación entre memoria y “yo” parece obvia. Sin memoria nuestro yo sería una sucesión de estados de consciencia inconexos entre sí, vacíos. Un yo sin historia resulta inverosímil. Sin embargo a mi me gustaría poner el énfasis en aquel aspecto del yo que parece no sólo escapar a la memoria, en el sentido de no haber sido determinado por ella, sino construirla, antecediéndola y construyendo con ello, haciendo posible, la totalidad del “yo”.
Este aspecto intrigante del yo se puede apreciar en la atención. Ya desde que somos niños, cuando nuestra memoria apenas ha acumulado recuerdos (antes de los 3 años no se consolidan recuerdos episódicos), parecemos tener una disposición a prestar atención a aquellas cosas que nos interesan. Lo que digo puede sonar....pueril, por evidente. Sin embargo no lo es tanto ante el hecho de que es en la primera infancia cuando es de suponer que adquirimos, por el medio, nuestros intereses. Este interés del que yo hablo no viene determinado por lo que nos inculcan nuestros padres o nuestro medio cultural y social. Aunque es un interés por los objetos existentes en el medio, no podría ser de otra forma, lo es por ciertas combinaciones de estos objetos (y sujetos) y por ciertas relaciones entre estos, y no por otras. Hay una selección, una elección, que cabría calificar de libre, o al menos no condicionada por otros o por las circunstancias particulares. Cómo sucede esto está muy comprobado entre los sexos. Los niños prefieren distintos juguetes que las niñas, de forma natural. Pero lo que se observa en diferencias de género puede hacerse extensible a diferencias de personalidad. No se puede atribuir en esto todo al medio. Hay niños que son taciturnos, otros sonríen permanentemente, algunos se mueven de un lado a otro alocadamente mientras otros están muy tranquilos. Los hay que lloran sin cesar, sin causa aparente, y otros a los que apenas se les escucha una tímida queja....etc etc. Algunas diferencias de caracteres se mantienen de por vida: suele tratarse de las fundamentales. Igual, un niño puede interesarse por mariposas y otro por motos.
Otro aspecto a destacar del desarrollo infantil es cómo este se produce por etapas más o menos iguales en todos los niños (gatear, andar, adquisición del lenguaje...) sin que nadie tenga que enseñarles de un modo deliberado. Sin un medio lingüístico no cabe esperar que adquieran lenguaje, pero una vez en él no hay que darles clases para que aprendan a hablar y, como señalaron Chomsky y Pinker, para que desarrollen las reglas gramaticales (la escritura es otra cosa, más cultural).
El interés por ciertas cosas lleva a la atención por ellas. La percepción no es un proceso sencillo y lineal de captación fotográfica del medio igual que la memoria no es un receptáculo vacío que espera a ser llenado pasivamente de experiencias. Focalizamos nuestra atención en un punto, siendo todo lo demás accesorio, ruido de fondo. En todas y cada una de nuestras circunstancias desechamos unas percepciones y seleccionamos otras, y lo hacemos a dos niveles, primero el inconsciente y luego el consciente. Con esta criba permanente de percepciones, que es un proceso activo, conformamos nuestra experiencia y nuestro recuerdo posterior de la misma. Hay un “yo”, lo que antes llamé “un aspecto del yo”, que selecciona, que elige, que prioriza percepciones y experiencias de acuerdo no a un programa diseñado por su sociedad, sino a un programa biológico escrito en sus genes y traducido en una determinada conformación del cerebro.
Mi mujer me decía el otro día, yendo en el coche con el niño detrás: “¿Te das cuenta cómo se fija en los lugares?. Ha señalado el ambulatorio. El otro día que le dije que papá estaba en el médico, al pasar por allí dijo que era allí donde estabas. Tiene buena memoria, no como nosotros, que somos un desastre”. Tuve que explicarle que cada uno de nosotros recuerda y olvida cosas distintas, y es, por tanto, un desastre o un fenómeno para una clase u otra de recuerdos. Ella, por ejemplo, recuerda bien compromisos sociales y cuestiones de la economía y el cuidado doméstico que yo olvido constantemente. Yo en cambio puedo recordar frases de libros y declaraciones de políticos. Puede parecer arbitrario pero no lo es en absoluto. Yo focalizo mi atención en aquellas cosas que aportan algo a mi “yo” y ella hace lo mismo con el suyo, su-yo. Así vamos configurando nuestra memoria y, en cierto modo nuestro yo, el quienes somos socialmente. Sin embargo es ese otro yo, o ese aspecto del yo, el que ha seleccionado aquello que hemos de recordar, aquello que vamos a ser....y sigue seleccionando.
Los llamados “sabios despistados” son un ejemplo extremo de la capacidad del hombre para la excelencia y la incompetencia con la memoria. Olvidan las cosas prosaicas, a las que no dan importancia ninguna ni prestan la debida atención, pero recuerdan muy muy bien un montón de relaciones teóricas que les permiten especular a alto nivel.
¿Qué es lo que determina la estructura del “Yo”?. Algunos señalan que lo que almacenamos en la memoria: emocional, de procedimientos, episódica....Pero para almacenar lo que almacenamos en la memoria tenemos un mozo de almacén, independiente de lo almacenado y que obedece al jefe de almacén, cogiendo unos y no otros objetos, ordenándolos de una u otra forma de acuerdo a criterios propios. Ese mozo de almacén es nuestro Yo fundamental, la sede misma de la consciencia, y el jefe de almacén nuestra naturaleza más profunda, los genes....
Pienso ahora, al finalizar el post, en cómo lo he ido elaborando. Ha llegado por etapas. Primero una conversación en el coche con mi mujer, después pensamientos sobre mi hijo y su desarrollo independiente en el baño, más tarde dándole vueltas al vínculo esencial entre memoria y ego, y al final juntando todas estas piezas en un todo más o menos coherente, al menos en una imagen definida. ¿Por qué tuve esos y no otros pensamientos?, ¿por qué tomé estos y no otros para construir este entramado de ideas, para elaborar este post?. Las respuestas a estos interrogantes creo que tienen mucho más que ver con mi Yo fundamental que con mi Yo histórico.
De Lidiando con la fatalidad.
ResponderEliminarEnhorabuena por tu blog, el cual sigo con frecuencia. Y yendo al tema de la memoria, apasionante en su estructura y funcionamiento donde los haya, y por continuar donde terminas “...¿Por qué tuve esos y no otros pensamientos?, ¿por qué tomé estos y no otros para construir este entramado de ideas, para elaborar este post?Las respuestas a estos interrogantes creo que tienen mucho más que ver con mi Yo fundamental que con mi Yo histórico”... y sin intentar apostar que “Yo” es preponderante en la conformación de la memoria, (pues ambos a buen seguro se realimentan a lo largo de la vida de cada individuo); permíteme al respecto de ello alguna matización.
ResponderEliminarPor ejemplo, cuando haces referencia a “los sabios despistados”, creo, que si bien utilizan sus habilidades innatas para ordenar la realidad que su circunstancia histórica le ha ido generando, dichas habilidades innatas (genéticas) las orienta hacia aquellas actividades, por las que el entorno le ha sensibilizado más. Y ahí, el yo histórico tiene una gran preponderancia a la hora de gestionar la memoria.
Es decir, primero centramos nuestra percepción en aquellas cosas para lo que nuestro potencial genético está más dotado (las artes, las ciencias, la actividad física, etc.), pero decidimos hacerlas realidad en función del cómo nos sensibilizaron por su valor. Ambas variables son preponderantes en el recordatorio de la memoria. Así por ejemplo, en la actualidad estoy viendo como mi madre enferma de alzheimer, ya casi terminal, en su proceso de deterioro memorístico, utiliza una de sus mayores habilidades innatas (el canto); pero cuando me ve, sólo canta aquellas canciones que le retrotraen a momentos felices conmigo.
Cierto, utiliza su Yo fundamental, pero si no utilizara su Yo histórico, difícilmente podría comunicarse conmigo. En otras palabras, utilizamos nuestro Yo fundamental (nuestras potencialidades), pero al modo que nos enseñaron a quererlas; y por ejemplo, como sobradamente demostró la psicología conductista, dejamos de utilizar dichas potencialidades cuando nos castigaron por ello. Tanto en un caso como en otro, en paralelo a través de ambos “Yo´s” gestionamos nuestra memoria... es decir, construimos nuestros únicos “Yo.s”.
Un cordial saludo Germánico
Pablo el herrero
Gracias Pablo,
ResponderEliminarMe alegra que sigas el blog, y que opines y matices cosas en él. Creo de hecho, por tus matizaciones, que has comprendido perfectamente lo que trataba de transmitir en este post. En la ciencia y la filosofía sociales, así como en las políticas, estrechamente relacionadas, uno tiende a posicionarse más hacia la naturaleza o más hacia la crianza, y muchas veces los que se proclaman “centristas” en este asunto lo que pasa es que no se atreven a mojarse.
La distinción que hago entre Yo “Fundamental” y Yo “Histórico” supone un énfasis en el carácter central del Yo “Fundamental”, aunque sea sólo por lo de “fundamental”, lo que sitúa mi perspectiva en el “bando” de los innatistas. Ahora bien, y sin ánimo de ser “centrista” en esta cuestión tan política, debo admitir que subestimar el efecto del ambiente, de las circunstancias sociales, culturales, históricas, familiares etc etc (sin ánimo de repetirme pues todas ellas se solapan), es caer en un radicalismo científicamente estéril y políticamente negativo (como ese otro ambientalista que tanto daño ha hecho y sigue haciendo). Mi pretensión es, sin quitar importancia a aquellos aspectos (digamos) externos que contribuyen a nuestra formación, incidir en la idea de que venimos al mundo con unas predisposiciones que, generalmente, dan cuenta de lo que luego somos en la vida.
Un cordial saludo, Pablo.
PD: ¿Algún día me contarás lo de "el herrero"?.
Por cierto, vaya condena lo de tu madre. Lo siento.
ResponderEliminarMuy interesante post, como de costumbre.
ResponderEliminarPues yo soy "centrista", en el desarrollo de la mente tiene mucho que ver la interacción con el ambiente, gente con partes del encéfalo dañado de nacimiento que "innatamente" están destinados a ser por ejemplo el área del lenguaje pueden desarrollar esas habilidades en otras áreas del cerebro. En el cerebro ocurre una "selección natural", especialmente en esa edad que mencionas (y un par de periodos más, antes de la adolescencia) donde los núcleos de neuronas se van eliminando.
Esa eliminación se desarrolla conforme se interactúa con el ambiente, al menos eso parece indicar la investigación en psicología del desarrollo y neurociencias. Como defensor de los modelos dinámicos (no me meto en la cuestión política, sino en la científica) y conexionistas creo que la importancia del ambiente al regular nuestros intereses no es nada superficial.
De hecho creo que muchas interacciones que pueden parecer inocuas o imperceptibles conscientemente a simple vista pueden afectar en esa construcción de la mente temprana, estimulando más unas áreas u otras. Evidentemente hay una parte de la cuestión que es innata, pero el ambiente no se puede subestimar.
En cualquier caso creo que es demasiado pronto como para emitir juicios de valor fuertes con la alegría que muchos lo hacen. Aunque de la "disputa" científica surgen los avances, las aseveraciones de algunos (como Chomsky) hay que cogerlas con cautela.
Si, es cierto. A la altura que estamos en el conocimiento de los mecanismos con los que funcionan el cerebro y la sociedad es prematuro decantarse demasiado entusiásticamente por una u otra postura, pero hay cosas que están ahí para sustentar bastante sólidamente lo que digo.
ResponderEliminarEl cerebro tiene una determinada estructura que es igual para todas las personas. Ocurre como con el cuerpo. Podemos ser rubios o morenos, pero en general tenemos cabellera. Podemos tener los ojos claros u oscuros, igualmente, pero estamos dotados por lo general del sentido de la vista, tenemos (casi) todos dos piernas y dos brazos y cinco dedos en cada uno de sus extremos, simetría bilateral, andar erguido (bueno, creo que hay una irrisoria excepción en Turquía), etc etc.
Nuestro cerebro tiene la misma estructura y función en todos nosotros, igual que el hígado. Es posible que el primero permita más diferencias, sino no sería posible el aprendizaje, pero con serias limitaciones. A donde quiero ir a parar, Nacho, es al hecho bastante obvio a poco que observemos de que todos tenemos un cerebro y que este funciona de forma muy similar en todos nosotros. Esto sería suficiente para hablar de una naturaleza humana, porque cerebros tan parecidos deben necesariamente generar comportamientos parecidos, fruto de adaptaciones iguales. Ahora, el debate podría estar en las pequeñas diferencias neurológicas que implicasen grandes diferencias en la conducta social. Por ejemplo el debate sobre la inteligencia o el debate sobre habilidades innatas en general parten de estas diferencias. ¿Se deben estas a sutiles diferencias en el cableado del cerebro provocadas por los genes, innatas pues, o bien a diferencias provocadas por el moldeado del ambiente sobre el cerebro a través de los mecanismos que permiten la plasticidad neuronal?. El hecho de que el niño prefiera, elija, antes de haber recibido instrucción, nos habla de un Yo innato, fundamental. Por supuesto a base de palos y de azucarillos se puede desviar hasta cierto punto al niño de sus tendencias digamos instintivas, pero los palos son una deformación terrible, y no me parece que sean la norma, que es lo que conviene estudiar, y los azucarillos...¿qué azucarillos?....depende de lo que al niño le guste.....
No me malinterpretes, yo también creo que una vez se forma el cigoto el destino está marcado en gran medida, eso incluye GRAN parte de la personalidad (incluyendo las inclinaciones). Como ejemplo curiso: la sexualidad de las personas, cosa que sabemos de sobra que ni es bueno intentar desviar a base de palos, ni es posible hacerlo.
ResponderEliminarPero si bien puede ser que la personalidad esté muy marcada de forma innata (aunque sea más o menos moldeable por el ambiente), creo que en gran medida muchas habilidades cognitivas son en gran parte desarrolladas gracias a la itneracción ambiental. Por ejemplo, recuerdo leer en un blog algo muy curioso (intentaré buscar la cita): en la decada de los años 70 (o por ahí) muchos niños que jugaban a simuladores de vuelo desarrollaron una habilidad de coordinación del espacio mayor a la "normal", ¿qué ocurriría si estimularamos a los pequeños hoy desde pequeños a experiencias virtuales tetradimensionales (añadiendo el tiempo)?
Es decir, que esos estímulos, pequeños o grandes, pueden hacer de las personas grandes diferencias. Otro ejemplo, los gemélos monocigóticos, que comparten el ADN totalmente, está claro que muchos no se parecen demasiado debido a esa modelación ambiental.
En la cuestión educativa, hay que ser cautos, pero creo que esa "modelación" ambiental ocurre (al menos en una primera fase) a unas edades tan tempranas que ni si quiera somos conscientes de ello.
Los violistas desarrollan más la corteza motora asociada a los movimientos de los dedos, pero si uno nace con amusia la música le sonará a ruido, y si nace con poco oído (no vayamos al extremo), tendrá poco interés en tocar cualquier instrumento.
ResponderEliminarCreo que es el cerebro emocional, que es asimismo, por razones obvias, el motivacional, y por lugar en el encéfalo el más profundo y filogenéticamente más antiguo, el más rígido, el más innato (claro que puede cortocircuitarse con algunos palos bien dados). La corteza en cambio es más plástica.
Ejem
ResponderEliminarQuería decir violinista.
En cuanto a la mayor profundidad del cerebro emocional me refería con respecto a la corteza.
Gran post, Me gusto mucho. Explicas de forma sencilla muchas cosas. Tu post es una puerta a un campo gigantesco de preguntas. Cuales son las cosas que realmente elige un niño cuando prefiere carros en vez de muñecas?. Si una niña fuera criada donde no hay muñecas ni juguetes, con que jugaría y porque?. En que realmente se fija una persona cuando le gusta hacer ciertas cosas en vez de otras?. Por ejemplo en el caso de la niña la intuición dice que es por sus instintos maternos, pero cuando los gustos de una persona son mas exóticos, es mas intrigante. Por ejemplo tengo un amigo que le gusta buscar triángulos en todo lo que le rodea. En que instintos se basa? Que necesidad satisface?. Es un tema con Preguntas fascinantes.
ResponderEliminarGracias. Me gusta que mis post susciten esa clase de preguntas, precisamente. No es que yo vaya a responderlas, no me veo capaz más que de hacer hipótesis, en el mejor de los casos. Pero unas preguntas llevan a otras y en ese fértil campo nacerán algún día respuestas con las que seguir preguntando y seguir avanzando.
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