martes, julio 08, 2008

Consciencia elemental

En Los Laberintos del Placer del Cerebro Humano, Francisco Mora hace una sugerencia que podría parecer, a priori, extravagante. Viene a decir que los organismos unicelulares pueden sentir placer, o algo similar, pues sin él no tendrían la voluntad necesaria para perseguir sus fines biológicos. Pone de ejemplo al Paramecio, ese protista tan ubicuo en gotas de agua. Se mueve en busca de su alimento, que está compuesto de bacterias, huye de ambientes que le son nocivos (alta salinidad, temperatura...) y, en definitiva, parece que no se limita a responder al ambiente de forma pasiva, sino que es actor, protagonista de su propio drama, con una búsqueda permanente que requiere una explicación.


El fantasma del principio vital proyecta su pálida sombra sobre los seres vivos. ¿Cómo un organismo que carece de sistema nervioso podría sentir?. Para Mora existe algo a nivel molecular que genera placer. Sin placer y displacer, sin dolor ni gozo, sin recompensas ni castigos, resulta inverosímil que algo avance hacia ningún fin. Un autómata de Descartes no es concebible como autómata puro, tiene que poseer un rudimento de consciencia consistente en un sentir lo que le rodea como agradable o desagradable. Le preguntaba yo a David Chalmers, el experto en la consciencia australiano (pregunta 8), cómo no iban las células a experimentar alguna clase de estado de consciencia si esta se basaba en la información, dado que la célula es un sistema complejo que la elabora de continuo. Chalmers no negaba la posibilidad. Ni siquiera se la negaba a que un termostato pudiera tener un rudimento de ese rudimento. Pero ¿es la información realmente lo que genera consciencia?. ¿No hay algo en la vida, algo que aún no hemos descubierto, que la hace susceptible de hacerse consciente?. Esto nos lleva a la polémica cuestión de si la evolución lleva inevitablemente a seres conscientes o, por el contrario, estos son un resultado casual. ¿Casualidad o causalidad?. ¿Es la consciencia algo que reside en la vida como semilla, y que, cuando esta se desenvuelve, se despliega, se desarrolla, aparece?. Estas preguntas parecen flotar en el limbo de lo metafísico, pero la ciencia no puede permanecer ajena a ellas y debe continuar la búsqueda de sus respuestas, igual que el Paramecio no se cansa de buscar su ambiente idóneo y sus presas microscópicas.


La idea de Mora me parecía extravagante en un principio porque partía de la idea que comparten muchos de sus colegas neurólogos de que el sustrato de todo sentir es un sistema nervioso desarrollado. Cuanto más cerebro más sentir, y, en la cúspide, nosotros con nuestro cerebro “hipertrofiado” y nuestros sentimientos. Pero no dejaba de preguntarme por esos autómatas que trabajan incansablemente por el organismo sin otra recompensa que una apoptosis cuando les llegara la hora, esos autómatas que se rebelan en el cáncer, las células somáticas. La evolución les ha llevado a colaborar en un fin más alto que ellas mismas, pero al hacerlo ha anulado su individualidad. ¿Sienten, esas células?. ¿Y por qué no iban a hacerlo, si lo hace un Paramecio?. No hablamos, como es natural, de un sentir como el nuestro, el salto es muy grande y nos separa, creo yo, un abismo. Pero, a fin de cuentas, ¿qué es lo que las diferencia de las neuronas?. ¿Son las diferencias estructurales y funcionales tan marcadas?. De acuerdo que sí, pero ¿lo son como para que la consciencia sea un fenómeno que solamente pueda ser experimentado por neuronas, solas o en grupos?. ¿Es la consciencia un fluir electro-químico?. Todas las células la tienen, entonces, en mayor o menor medida.

2 comentarios:

  1. Supongo que la clave para estar de acuerdo o no con Mora es hasta donde estamos dispuestos a ampliar el concepto de "placer".

    ¿El refuerzo positivo que indudablemente sufre el paramecio al escapar de una zona nociva es exclusivamente mecanicista o implica consciencia (y ésta a su vez "placer" y "dolor")?

    Oye, pues no sé. Necesitaría tener más acotados unos y otros conceptos.

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  2. No creo que un Paramecio sienta nada parecido a un orgasmo, o al sabor de una cervecita fresca en una terraza de verano mientras le da a uno el sol junto a una brisa suave.

    Lo sorprendente es que un proceso tan mecanicista parezca estar vivo en un sentido profundo. Hay una voluntad de vivir que sorprende.

    Ya no es sólo delimitar los conceptos, Ijon, lo cual se hace necesario al hablar de estas cosas, sino ser capaz de anclarlos -como diría Pinker- en realidades.

    Desde luego no pretendo ponerme espiritualista.

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