lunes, agosto 31, 2020

Plantas, el Reino ignorado (entrevista a David G. Jara, parte 2)

David G. Jara

Aunque muchos de nuestros muebles estén hechos a partir de materia prima tomada de las plantas, las plantas mismas están muy lejos de ser muebles, un conjunto de objetos estáticos para su uso y disfrute en "nuestra" gran casa la tierra. 

Tampoco son el decorado de nuestra evolución, ni un gran paisaje evocador que recurrentemente aparece en todas nuestras utopías o edades de oro, y como Jardín del Edén o Paraíso más allá de la vida.  

Para empezar, sin ellas, no estaríamos sobre tierra firme. Fueron las plantas las que hicieron de cabeza de puente en la conquista y colonización de la tierra firme por los seres vivos, las protagonistas de uno de los hitos de la historia de la vida. 

A partir de ese hito pudieron coevolucionar con ellas los animales. Y hoy, podría decirse, son la matriz dentro de la que se desarrolla toda la vida fuera del inmenso océano. 


En los últimos años la botánica ha hecho formidables avances en la comprensión del Reino Vegetal, y se han descubierto los increíbles procesos e interacciones biológicos de las plantas. Muchos de sus más avezados observadores han quedado tan maravillados y prendados de ellas que ahora las observan con un reverente misticismo que va más allá de lo puramente científico.  

No es el caso de David G. Jara, nuestro invitado hoy, autor de El Reino Ignorado. Impresionado y enamorado como otros observadores de las plantas, no pierde en ningún momento la mirada científica, separada de su biofilia, de corte más sentimental.

En su obra nos recuerda que las plantas son importantes, fundamentales, y lo hace describiendo detalladamente el Reino Vegetal, su función en la biosfera y su funcionamiento en ella en interacción con el resto de organismos de su Reino y del Reino Animal. Sorprende comprobar cómo se adaptan al medio. Es obvio que no se mueven, ni perciben, ni recuerdan como nosotros....lo hacen de otro modo. 

Eso hace que tengamos un gigantesco punto ciego en nuestros ojos y en nuestras mentes cuando miramos a las plantas, y que la apreciación del título de la obra sobre las plantas de David G. Jara sea precisa: las plantas son el Reino Ignorado.

Pero para los lectores de este blog no será nada sorprendente confirmar el hecho de que nuestra percepción y nuestras cogniciones más inmediatas crean de modo instintivo un mundo a nuestra imagen y semejanza, y que es por ello preciso que nos apliquemos y apliquemos una lente científica bien graduada para conocerlo y entenderlo mejor.   

David G. Jara, que ya nos habló hace tiempo del maravilloso mundo de las bacterias, al concedernos una entrevista sobre su fabuloso libro Bacterias, bichos y otros amigos, nos conduce en esta otra obra por El Reino Ignorado, acaso para sacar a muchos de su ignorancia.

Agradecemos a David que nos haya dedicado un tiempo dando respuesta a nuestras preguntas.

1.-La conquista de la tierra firme hubiera sido impensable sin las plantas. ¿Cuál es, en grandes trazas, su historia evolutiva, indudablemente mucho más larga que la nuestra?

Es cierto que la conquista de la tierra firme por parte de las plantas es un episodio evolutivo largo y complejo, pero podemos establecer algunos puntos relevantes que nos permitan comprenderlo. 

Las primeras plantas capaces de desarrollarse en tierra firme aparecieron hace unos 450 millones de años, y se cree que procedían de unas algas verdes, por supuesto acuáticas, pertenecientes a la clase Charophyceae. Sabemos que, para poder desarrollarse fuera del agua, los ancestros de las plantas terrestres tuvieron que desarrollar ciertas características especiales: como pigmentos adecuados para soportar la radiación ultravioleta del sol o un recubrimiento ceroso que minimizara la desecación de los tejidos. Aunque muchas de aquellas plantas pioneras en poner una raíz sobre el suelo ya han desaparecido, todavía podemos ver a algunas de ellas viviendo entre nosotros. Se trata del grupo de las briofitas (musgos, hepáticas y antoceros), que al igual que las pteridofitas (los helechos o los equisetos, por ejemplo), que surgieron casi simultáneamente a las briofitas, mantienen todavía una inevitable dependencia con el medio acuático, pues necesitan la presencia de agua para poder reproducirse.

Durante muchísimo tiempo, musgos y helechos dominaron la superficie sólida del planeta, hasta que hace unos 290 millones de años (apenas 50 Ma antes de la aparición de los dinosaurios) surgieron las plantas con semilla. La semilla permitió a las plantas desvincularse del agua para su reproducción, del mismo modo que el huevo amniota y la piel escamosa capacitó a los reptiles para alejarse del agua, y constituyó una gigantesca ventaja evolutiva. Las gimnospermas (pinos, cedros, ginkgos...) fueron las primeras plantas terrestres con semilla y dominaron en el reino vegetal hasta la aparición, hace unos 140 Ma, de las angiospermas. Las angiospermas son una versión mejorada, siempre hablando en términos de adaptación, de las gimnospermas. No en vano más del 90 % de las especies vegetales que actualmente habitan en este planeta son angiospermas. Y su triunfo sobre el resto de las plantas se debe, entre otras muchas características, a la aparición de un fruto que protege y facilita la dispersión de las semillas.    

2.-Con la deforestación que viene produciéndose desde el neolítico y que en nuestro tiempo se ha acelerado. ¿Cómo se ve afectada la biodiversidad y cómo nos afecta a nosotros, causantes de esa deforestación?  

Las masas vegetales conforman refugios imprescindibles para la vida de los animales, de modo que la deforestación no solo actúa de forma directa al eliminar una multitud de especies vegetales, sino que termina por afectar a la existencia de muchas especies animales. Entre los animales más amenazados por la deforestación nos encontramos con nuestros primos: los grandes primates.

La desaparición de las selvas o los bosques donde habitan los orangutanes, gorilas o chimpancés los está dirigiendo de forma inexorable hacia la extinción. Pero la pérdida de biodiversidad es tan solo uno de los muchos problemas que a nivel ecológico acarrea la deforestación. Las grandes extensiones vegetales actúan como gigantescos pulmones que liberan oxígeno, y también como sumideros de dióxido de carbono que minimizan el calentamiento global.

Además, intervienen en la regulación del ciclo hidrológico y protegen los suelos evitando la desertificación, sin olvidar que constituyen nuestra principal fuente de fármacos. En base a todo lo anterior, podemos imaginar los problemas a los que se expone nuestra especie debido a la deforestación, en forma de intensificación del efecto invernadero, pérdida de suelos productivos o desaparición de moléculas químicas que podrían haberse convertido en útiles fármacos.  

3.-Sin sistema nervioso, ¿cómo perciben y se comunican las plantas?

Con frecuencia vinculamos la función de relación que llevan a cabo todos los seres vivos con la posesión de un sistema nervioso. Sin embargo, no es necesario un sistema nervioso ni una compleja red neuronal para poder percibir los cambios en el entorno, ni para elaborar una respuesta a esos cambios, ni siquiera para que un organismo recuerde o se comunique con otro: las proteínas, las hormonas, la activación y desactivación de genes o los diferentes niveles de iones intracelulares pueden desempeñar perfectamente todas estas funciones. El Velux de mi casa es capaz de detectar el impacto de una gota de agua y responder cerrándose para evitar que se mojen los muebles del pasillo. Y ni que decir tiene que esta ventana carece de sistema nervioso. Algo similar, aunque sustentado por un mecanismo fisiológico de mayor complejidad, sucede en el reino vegetal. Las plantas poseen compuestos químicos que les permiten detectar la luz (de hecho, presentan más de una decena de fotorreceptores, frente a los cuatro que poseemos nosotros) y son capaces de responder a estos estímulos creciendo, doblándose o floreciendo. Con la comunicación sucede algo parecido, las plantas emiten sustancias químicas para comunicarse, como el etileno que induce la maduración del fruto o el metiljasmonato (MeJA) que, liberado por la parte dañada de un vegetal, activa las defensas químicas en otras partes de la planta e, incluso, en otras plantas cercanas. Además, las plantas son capaces de recordar eventos a corto y a largo plazo empleando la variación intracelular de los niveles del catión calcio o mediante la activación y desactivación de genes sin necesidad de un sistema nervioso.

4.-De las plantas tomamos... supongo que la lista es interminable. 

Bueno, para empezar sin las plantas no podríamos vivir, pues son ellas las encargadas de fijar en las moléculas de glucosa parte de la energía que nos llega del sol. La glucosa, ya la obtengamos de manera directa (cuando nos comemos un melocotón o un buen plato de lentejas) o indirecta (cuando devoramos un filete o un par de huevos fritos), es el combustible de nuestras células. También tomamos de ellas gran parte del oxígeno que respiramos; la madera con la que construir casas, barcos o muebles; celulosa para fabricar papel; fibras (de algodón o lino, por ejemplo) con las que elaborar tejidos, etc. Por si todo esto no fuese suficiente, las plantas nos proveen de múltiples compuestos químicos que empleamos como fármacos: el 25 % de los medicamentos que utilizamos proceden de las plantas. Como bien dices, los usos que damos a los recursos vegetales conforman una lista interminable. 

5.-¿Por qué el maíz, por ejemplo, tiene más genes que los humanos?

En primer lugar, hay que recordar que el tamaño del genoma no está directamente relacionado con el grado de complejidad del organismo poseedor; los humanos y los ratones poseemos un número similar de genes, y el trigo posee un genoma de mucho mayor tamaño que el de la Utricularia (una planta carnívora con una fisiología y un comportamiento mucho más complejo). En segundo lugar, el maíz, como sucede con el trigo o el arroz, son plantas especiales en cuanto a su genoma, por el hecho de haber sido fuertemente seleccionadas por el hombre. En el caso concreto del maíz, es muy probable que el proceso de domesticación haya provocado la aparición de un genoma de gran tamaño, mayor que el de los seres humanos. Pero se trata de un genoma con un elevadísimo número de secuencias repetidas, que ronda el 85 %; mientras que en nuestro genoma las secuencias repetidas no alcanzan el 40 %. Estos datos numéricos nos permiten intuir que, al menos en lo referente al tamaño del genoma, más no siempre significa mejor. 

6.-De las toxinas de las plantas se han extraído sustancias de todo tipo, pero me gustaría destacar unas, las psicodélicas, que conducen a estados psíquicos transcendentales. Los chamanes las usaban en sus rituales. ¿Debemos en parte nuestra religiosidad y el surgimiento de las religiones a las plantas? ¿No era acaso el Edén un jardín? 

Te voy a contestar invirtiendo el orden de las preguntas. Cualquier lugar en el que te encuentres rodeado de plantas es, al menos para mí, un Edén. No conozco un lugar mejor que un bosque o un extenso jardín, y unos compañeros más adecuados que los árboles para pasar un buen rato de lectura o reflexión, dar un paseo con la familia o hacer deporte. Respecto a la relación entre las plantas y el origen de las religiones, reconozco que no tengo la menor idea de si existe o no un vínculo entre ambas, nunca me lo había planteado. En mi opinión, las religiones son una consecuencia de la autoconsciencia que caracteriza a nuestra especie, y surgen de la necesidad de buscar una respuesta a nuestra propia existencia. Como las religiones apelan a nuestra parte espiritual, es posible que ciertas drogas de origen vegetal, que alteran los niveles de consciencia, les resulten útiles a algunas personas para abandonar la esfera de la realidad y sumergirse en otra que sea, quizás, más transcendente.  

7.-Nosotros tenemos las raíces de nuestra mente en el inconsciente. Las plantas tienen sus raíces en los subterráneos. ¿Qué vida hay en ellos? ¿Qué cosas acaecen ahí, lejos de nuestra “vista”?   

Es difícil resistir la tentación de establecer una asociación entre las redes neuronales que conforman nuestra mente y las redes leñosas de la raíz de una planta: una imagen parece evocar a la otra. Y algunos autores se han dejado arrastrar por la belleza de esta imagen, recreando una especie de “cerebro vegetal” subterráneo. Nada más lejos de la realidad. Lo que en modo alguno quiere decir que bajo el suelo las plantas no estén llevando a cabo procesos muy interesantes, sorprendentes y, desde luego, necesarios para su supervivencia. Así, por ejemplo, la asociación de las plantas con los hongos micorrícicos se produce a través de sus raíces; relación que permite a los vegetales recorrer enormes distancias bajo el suelo y aumentar increíblemente su capacidad para la absorción de agua y minerales. También sabemos que las raíces de algunas plantas que están siendo atacadas, como le sucede al maíz con el gusano de la raíz (Diabrotica virgifera), liberan sustancias que se dispersan por el suelo para avisar y atraer a los depredadores, que se van a comer a los organismos que las están dañando. Muchos vegetales establecen una guerra química en el suelo con otras plantas, liberando sustancias que dificultan o impiden el crecimiento de las rivales. Por el contrario, en otras ocasiones las plantas se ayudan a través de sus raíces: una planta sana puede ceder parte de sus excedentes a otra que los necesita, utilizando como “mensajeros” a los hongos micorrícicos. Estos son solo algunos ejemplos que demuestran que en el mundo subterráneo las plantas poseen una vida íntima de tanta complejidad como la que airean sin pudor en la superficie.

8.-Las plantas se mueven. ¿Cuál es su ritmo? ¿Cómo supera los obstáculos que le plantean los animales con su rápido movimiento?

Es común la idea de que las plantas son unos organismos estáticos; extraña percepción porque de pequeños la mayoría hemos visto como la lenteja que habíamos sembrado en el envase de un yogur dirigía su tallo hacia la luz. Por supuesto que las plantas se mueven, y no siempre tan lentamente como creemos: los foliolos de la mimosa púdica se retraen con rapidez ante el mínimo contacto; y las dos valvas de la hoja de la Dionaea se cierran con celeridad para atrapar al insecto que ha osado estimular dos de sus pelillos sensitivos. En otras ocasiones quienes se desplazan son las partes concretas de la planta, como sus frutos y semillas. Semillas como las de las orquídeas que vuelan decenas de kilómetros, o como las de la Hura crepitans que son lanzadas hasta 60 metros de altura mediante espectaculares explosiones del fruto, o frutos como los cocos que flotan por el océano para colonizar nuevos lugares. Existen incluso plantas, la Salsola kali es buen ejemplo de ellas, que separan sus raíces del suelo para rodar a toda velocidad repartiendo sus semillas por una extensa área.

Es cierto que las plantas también deben protegerse del rápido movimiento de los animales herbívoros, y para ello utilizan muchísimas estrategias. Las sustancias venenosas, las espinas y los tricomas constituyen sus principales armas de defensa; pero muchas plantas también son capaces de recurrir a otros animales para que las defiendan (las plantas mirmecófilas utilizan a las hormigas como defensa contra los herbívoros), al mimetismo y al engaño.  

9.-¿En qué estás trabajando ahora?

Dentro del ámbito de la divulgación científica he aprovechado los meses de confinamiento para terminar de escribir un par de libros, que no sé si se llegarán a publicar. El primero está dedicado a diversos avances en medicina, y el segundo trata de forma entretenida la biología de los artrópodos (especialmente insectos y arácnidos) que conviven con nosotros en nuestros hogares. Además, creo, si la pandemia nos da un respiro, que a finales de este año saldrá publicado con el Fondo de Cultura Económica mi último ensayo, Tratado de ciencia canalla, en el que analizo algunos casos históricos en los que la ciencia se desvió de su verdadero cometido. 

Ahora mismo, estoy tomándome un descanso de la divulgación científica para centrarme en un proyecto de investigación sobre pequeños y medianos carnívoros que me obliga a pasar mucho tiempo en el campo.  

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