José Camilo Vázquez Caubet |
¿Qué obra
representamos sobre el escenario laboral? ¿Quién es protagonista, quién
secundario? ¿Qué parte del guión viene escrita por la cultura y cuál por
la evolución? ¿Qué parte hay de tarea y cuánto de relaciones
humanas? ¿Qué racionalidad aparente y real tiene la toma de
decisiones? ¿Son la eficacia y la eficiencia abstracciones que inducen
comportamientos que nos alejan de algunos de nuestros más arraigados instintos?
Son muchas las preguntas y, por lo general, hay que buscar mucho y con mucha atención
para encontrar a alguien que pueda dar respuestas que tengan algún
sentido.
J. Camilo
Vázquez Caubet es psiquiatra y psicoterapeuta. Combina la atención a la salud
mental de los profesionales sanitarios de su comunidad con la actividad
privada, ayudando a individuos y a grupos. Forma parte de la Asociación
Madrileña de Salud Mental y de la Sección de Neurociencia Clínica de la
Asociación Española de Neuropsiquiatría. Y tiene un particular interés por cómo
el trabajo afecta a nuestras vidas, hasta el extremo de haber comenzado a
rastrear en él las huellas de nuestra naturaleza primate.
Un artículo
suyo para un Congreso Científico llamó poderosamente mi atención. Lo leí de una
sentada sintiendo esas oleadas de placer que a veces le vienen a uno cuando
contempla un paisaje de ideas que se le presentan a un tiempo como
sorprendentemente novedosas y como misteriosamente familiares. Hablaba de
trabajo, hablaba de evolución. Pensé que lo había escrito para mí.
El Doctor J.
Camilo Vázquez Caubet ha tenido la amabilidad de respondernos unas preguntas
sobre el trabajo, su historia, su importancia y cómo nos afecta
psicológicamente, y cómo se ha convertido, en su forma impersonal y
economicista, inadvertida pero inevitablemente, en el centro del mundo en los
últimos siglos.
1.- Como psiquiatra que trata a pacientes que han
sufrido y sufren traumas y sufrimiento psicológico en su vida laboral ¿Qué
distintas formas de disfunciones sociales y patologías psiquiátricas puede
provocar lo que hoy conocemos como "trabajo"?
En primer
lugar quiero agradecer a La Nueva Ilustración Evolucionista la oportunidad que
para mí supone esta entrevista. Soy desde hace tiempo un seguidor admirado de
vuestro proyecto y me hace muy feliz poder contribuir con esta pequeña
aportación.
Durante los
últimos años una parte importante de lo que hago ha estado dedicada a los
problemas de salud mental relacionados con el trabajo en el sector sanitario. Podría
decirse que soy algo así como un psiquiatra laboral. La respuesta rápida a esta
primera pregunta es que pasamos tanto tiempo trabajando y existen tan variadas
ocupaciones que prácticamente podemos encontrarnos ante cualquier tipo de
“patología psiquiátrica” o problema conductual conocido cuando un trabajador
acude a consulta.
Entremos más
al detalle. Las clasificaciones diagnósticas están sujetas a bastantes
polémicas en el campo de la salud mental pero, a grandes rasgos, podemos
describir tres tipos de problemas: en primer lugar estarían los relacionados
con el denominado “Síndrome General de Adaptación”, esto es, la respuesta de un
organismo ante situaciones que le exigen una adaptación, así como el estrés que
le supone regresar al estado previo. Esto es lo que caracteriza a los cuadros
de ansiedad: la hiperactivación del organismo para afrontar situaciones
adversas como un exceso de tarea, la mala organización o sufrir un jefe
tiránico. Si dicha situación se mantiene en el tiempo sabemos que se puede
alcanzar una fase de agotamiento de la adaptación, tendiendo a la pérdida de la
motivación, la energía y, en general, predominando los sentimientos de
impotencia y derrota. Los cuadros depresivos son muchas veces la conclusión de
este proceso que se ha mantenido demasiado tiempo. Otra forma de reacción ante
las amenazas la constituyen los cuadros emparentados con el Trastorno de Estrés
Postraumático, que en el trabajo son resultado de situaciones que amenazan
gravemente nuestra integridad o nuestra visión del mundo: un accidente laboral
inesperado, un error importante, una demanda judicial o la terrible situación
de sufrir acoso en el trabajo. Tampoco es raro encontrar cuadros de ansiedad
ante determinados conflictos interpersonales que pueden derivar en auténticas
fobias al puesto, por sentir que uno es incapaz de resolver el desencuentro.
En segundo
lugar tenemos toda una gama de trastornos secundarios que en realidad son
intentos infructuosos o a la larga problemáticos de afrontar un malestar
inicial, como los que hemos descrito anteriormente. Aquí podemos incluir todos
los trastornos adictivos (abuso de alcohol, de tranquilizantes, de drogas
estimulantes), las conductas compulsivas destinadas a calmarse o evadirse
(compras excesivas, juego patológico, adicción al trabajo, al sexo), algunos
trastornos de la conducta alimentaria o, en su manifestación más dramática: el
suicidio, la única alternativa que el trabajador contempla en un momento dado
como vía para dejar de sufrir.
Habría un
tercer tipo de problemas conductuales, que no encajan bien con la idea común
(en exceso simplista) que solemos tener de patología o enfermedad, y que a
menudo reciben denominaciones como “síndromes”, “riesgos psicosociales” o
“fenómenos ocupacionales”. El más conocido sería el llamado “Burnout”, o
Síndrome de Desgaste Profesional. Se ha intentado teorizar desde varios puntos
de vista, recibiendo diferentes nombres: “daño moral”, “fatiga por compasión”,
“trauma vicario”... Se trata en el fondo de un hecho cierto: el trabajo implica
que durante gran parte de nuestra vida tratamos de operar sobre la realidad
para cambiarla. Pero en el proceso la realidad también nos cambia a nosotros.
Se puede afirmar que el trabajo nos dirige y determina mucho más de lo que
estaríamos dispuestos a aceptar cuando escogemos emprender una determinada
carrera profesional. De ahí que tenga bastante sentido hablar coloquialmente de
“deformación profesional”. En el caso del desgaste profesional o “Burnout” nos
encontramos ante el desencanto con respecto de la ocupación tras la experiencia
repetida del despropósito (por carencia de sentido o falta de medios para
materializarlo). Pero no es el único tipo de cambio a largo plazo. Existen
múltiples desarrollos de nuestra personalidad que irán inevitablemente ligados
al tipo de tarea que nos ocupa día tras día durante años.
2.- El trabajo. Podemos definirlo desde la física y
medirlo, por ejemplo, en Julios, pero desde una perspectiva social humana es un
fenómeno complejo de un orden superior que implica una gran variedad de tareas
y relaciones. Tú que has abordado el mundo de las relaciones humanas dentro de
los trabajos: ¿Cómo definirías el trabajo, tal y como hoy se presenta y se
representa? ¿Cuánto tiene de tarea y cuánto de trato humano?
Desde el punto
de vista de las relaciones el trabajo es el esfuerzo conjunto de una serie de
individuos para acometer una tarea. Nuestra idea contemporánea de trabajo
representa únicamente un corte a lo largo de un proceso histórico de miles de
años caracterizado por la creciente división del trabajo. La complejidad de las
sociedades en las que vivimos es tal que podemos llegar a perder un poco la
perspectiva. Pero si nos retrotraemos a lo esencial veremos que la necesidad
que fundamenta todo trabajo es la obtención de alimento, “ganarse el pan de
cada día”.
Para
nuestra especie la obtención de alimento ha sido siempre un reto importante,
muy difícil de acometer con éxito en soledad. Es característico del orden
Primate al que pertenecemos que nos necesitamos los unos a los otros. Habitamos
grupos para sobrevivir y eso determina de forma decisiva nuestro comportamiento
y nuestro bienestar. Para vivir en grupo contamos con la capacidad de
identificar y recordar al otro, de evaluar si en una interacción nos ayuda o
nos agrede, llevando continuamente la cuenta de lo que podríamos llamar un
“saldo relacional” con cada miembro del grupo. Pero además estimamos cómo están
las relaciones de los demás con el resto por medio de la observación y el
cotilleo. Del continuo trasiego de intercambios hostiles o colaborativos surge
una estructura dinámica que se conoce como jerarquía. La jerarquía regula el
orden de acceso a los recursos y ordena las interacciones, reduciendo la
frecuencia de conflictos. Por eso es tan importante en cualquier trabajo al que
uno se incorpora ser capaz de detectar “aquí quién manda” más allá del
organigrama. Como ha señalado el primatólogo Frans de Waal, las relaciones del
orden Primate están basadas en afectos protomorales: la expectativa de
reciprocidad y la capacidad de empatizar, como contrapeso a las inclinaciones
más centradas en el individuo: la tendencia a acaparar, al oportunismo, al
engaño... Toda esta vida social-relacional está presente en nuestra interacción
contemporánea con jefes y compañeros de trabajo, aunque no sea siempre evidente.
Por lo tanto,
en el trabajo contemporáneo coexisten al menos dos niveles siempre presentes:
el operativo, que tiene que ver con posicionamiento frente a la tarea (que
tendrá diferentes enfoques legítimos en la medida en que diferentes son los
individuos) y, por otro lado, el nivel relacional, esa marea de fondo
habitualmente negada o relegada a las confidencias de pasillo que tiene que ver
con el estado de nuestras relaciones en el grupo y que suele ocasionar una
parte muy significativa del sufrimiento de origen laboral.
3.- Los seres humanos adoptamos distintos roles en
distintos contextos, y el ámbito laboral es uno de los contextos más
importantes. A la luz de la evolución ¿se puede explicar por qué es un contexto
tan importante y el por qué de los posibles roles y jerarquías laborales?
Desde el punto
de vista de la historia evolutiva de nuestra especie el ámbito laboral resulta
un contexto de enorme importancia, ya que nos permite colmar nuestra necesidad
básica de recursos: alimento y refugio. Pero la cosa no acaba aquí. Otras
características comportamentales que antaño fueron clave para obtener esos
recursos siguen presentes a día de hoy en cualquier entorno laboral. Tenemos
una cierta apetencia por el poder (aunque la intensidad de este deseo varía
entre individuos) y también una necesidad enorme de encajar en nuestros grupos
de referencia, de colaborar y contar con aliados. Aspiramos a un lugar
preminente en la jerarquía que nos asegure el acceso a los recursos, y venimos
equipados para adaptarnos a la convivencia en grupo sin violentarlo en exceso,
evaluando y negociando continuamente el estado de las relaciones y nuestro rol
dentro de la comunidad.
Por otro lado
nuestra naturaleza humana destaca por la herramienta del lenguaje simbólico,
que nos habilita para la evolución cultural por medio de la transmisión
acumulativa de información. La forma institucionalizada en la que hoy se
presentan los diferentes contextos laborales (asalariado, autónomo, voluntario,
rentista, especulativo...) obedece a este proceso de evolución cultural que
caracteriza a nuestra especie frente a otras. Su complejización ha permitido
que la gama de necesidades humanas cubiertas (identidad, pertenencia,
creatividad...) y también los malestares relacionados con el trabajo se amplíen
mucho más allá de lo esperable en otras especies.
Por lo
tanto tenemos necesidades muy básicas, compartidas con la mayoría de especies
animales, mecanismos conductuales sociales equiparables a los de otros
primates, y una capacidad única de transmisión cultural por medio del lenguaje
que nos permite operar sincronizadamente a gran escala (imaginemos, por
ejemplo, la labor coordinada de cuántas personas resulta necesaria solamente
para que un avión despegue y aterrice donde se propone, o para llevar a cabo
una operación hoy rutinaria como un trasplante renal). El lenguaje juega además
un papel muy relevante en la creación y perpetuación de las jerarquías. A
diferencia del resto de primates, como señala Robert Sapolsky, contamos con
líderes estables a los que podemos llegar a escoger. Es un hecho que nuestras
jerarquías pueden desdoblarse, teniendo las clásicas jerarquías informales
basadas en la fuerza y el reclutamiento de apoyos dentro del grupo, pero
también (y esta es la novedad) jerarquías formales o sancionadas culturalmente
(como la estructura nobiliaria o el organigrama de una empresa). Este
desdoblamiento genera muchos quebraderos de cabeza.
El concepto de
rol, por último, alude a la capacidad de los individuos de adaptar de forma
flexible su conducta a las expectativas del grupo al que se incorpora. Tendemos
a pensar que hay una esencia que nos define como individuos. Que somos la misma
persona en cualquier circunstancia. Pocas personas son así y verdaderamente no
es lo más deseable. La vida social compleja a la que antes me refería requiere
que seamos capaces de adaptarnos y renegociar continuamente nuestro
comportamiento en función del contexto. Y no existe contexto más importante
para un individuo que los diferentes grupos humanos de los que forma parte.
4.- La
violencia física y psicológica que ejercen unos humanos sobre otros en el
ámbito laboral puede tomar muchas formas, y algunas extraordinariamente
sutiles. ¿Por qué nos maltratamos unos a otros en los trabajos, formamos facciones
y obstaculizamos de algún modo la empresa común a la que debiéramos estar
consagrados?
La violencia
laboral es una constante que sufrimos a diario por una mezcla de necesidad,
entretenimiento y accidente, en proporciones variables según el sector y las
personas que nos encontremos. Dicho esto, y en contra de lo que solemos pensar
de nosotros como especie, los humanos somos bastante más pacíficos que nuestros
parientes más cercanos. Las interacciones hostiles que tienen lugar a lo largo
de un día entre los miembros de un grupo de chimpancés son unas 7 veces más
frecuentes que las que tienen lugar en un grupo de humanos promedio. Las
personas somos por lo general bastante evitadoras del conflicto y de hecho
contamos con toda una serie de rituales y guías culturales destinadas a la
pacificación, como son los modales, la cortesía, la reconciliación etc. Nuestra
conducta social está bastante orientada a la colaboración espontánea y
mostramos una tolerancia enorme ante conocidos y desconocidos, lo cual nos
permite alcanzar niveles de cooperación sorprendentes.
¿Qué
ocurre entonces para que surja la violencia en el trabajo? Lo más habitual es
que aparezca de forma accidental, a partir de malentendidos generadores de
conflictos. Se ha dicho que las personas estamos deseando trabajar y cooperar
juntas, pero no con “estos desconocidos”, sino con afines: aliados
incondicionales o clones de nosotros mismos. Lógicamente esto no es lo
habitual. Como somos diferentes siempre surgirán desacuerdos o conflictos en torno
a cómo abordar la tarea. Si éstos se repiten en el tiempo y no se abordan
pueden llegar a interpretarse como algo personal. Nuestra naturaleza
hipersensible a las señales de tipo social nos puede lleva a atribuir a
intenciones competitivas a lo que suelen ser roces ligados a la tarea. Nos
convencemos de la animadversión del otro mientras crece nuestro recelo. El otro
no es ajeno a esto y, efectivamente, se acaba convirtiendo en un adversario. El
verdadero peligro surge cuando la situación se enquista y escala en intensidad.
No es raro que cada contendiente cuente con apoyos. Cuando la tensión se vuelve
insoportable pueden formarse subgrupos rivales. De la misma forma en que dentro
de un grupo tendemos a la pacificación, los humanos nos caracterizamos por la
ferocidad con la que nos implicamos en los conflictos entre grupos. Cuando uno
de los individuos rivales no cuenta con apoyos suficientes, suele ocurrir que
la tensión que sufre el conjunto del equipo se descarga por la vía del
ostracismo (aislamiento, expulsión) o el acoso a quien se acabará convirtiendo
en el “chivo expiatorio”. Su castigo o destrucción permitirá la supervivencia
del grupo, al menos por un tiempo...
Por otro
lado las condiciones materiales importan, y de ahí la violencia por necesidad.
En determinados sectores se estimula la competitividad para acceder a los
mejores puestos, o la precariedad es tan palpable que en lugar de atacar a los
superiores jerárquicos (siempre mejor posicionados para defenderse) se desatan
las luchas “del último contra el penúltimo”. En el sector sanitario, por
ejemplo, no son raros los conflictos por turnos de trabajo, por la posibilidad
de tener un despacho, por las planillas de descanso y guardias, o por los
repartos de pacientes que acuden sin cita. En entornos pobremente organizados,
con liderazgo inadecuado y profesionales sobrepasados no es raro que abunden
los conflictos en el equipo como emergente del malestar compartido.
En tercer
lugar, algunas personas encuentran en la pugna o en el acecho al otro un cierto
disfrute. De la misma forma en que la mayoría evitamos los enfrentamientos si
está en nuestra mano, algunos individuos con rasgos de personalidad concretos
disfrutan adquiriendo y ejerciendo control del los demás, sometiéndolos por
medio de conductas sistemáticas destinadas a desmoralizarlos. Otros alivian el
hastío ante un trabajo poco estimulante sembrando cizaña y difundiendo
comentarios maliciosos, como quien prende fuego al monte para observar el caos
y el frenesí que desata a su alrededor una acción tan pequeña.
A medida que
hemos ido cobrando conciencia de los derechos de los trabajadores la violencia
en el entorno laboral se ha ido haciendo menos abusiva y evidente, o por lo
menos existe cierta intención de penalizar sus formas más sangrantes. Pero tal
vez esto ha promovido que cada vez sea más estructural, sibilina, sistémica. No
debemos olvidar que está en la cultura de muchas empresas emplear el miedo como
herramienta de control, y que bajo la aparente civilidad de los medios
burocráticos autores como David Graeber han denunciado la existencia de una
violencia estructural que va ligada a la necesidad nutricia, la precarización y
la inescapabilidad de la relación laboral.
5.- ¿Qué se puede decir de la llamada "brecha de
género" (en definitiva las diferencias entre mujeres y hombres en el
acceso a los distintos trabajos, responsabilidades, remuneraciones...etc? ¿Cómo
ha sido el paso de la mujer por la historia en el terreno laboral?
La relación de
las mujeres con el mundo del trabajo ha sido y sigue siendo un camino lleno de
dificultades. Si bien en origen nuestra especie pudo tener un reparto más o
menos igualitario de labores (condicionado principalmente por el hecho
biológico del parto y el amamantamiento) lo que ha caracterizado la mayor parte
de la historia registrada es el incremento progresivo de la división del
trabajo y, por tanto, la brecha de género. Esto derivó en que las mujeres se
dedicaran esencialmente a los trabajos reproductivos o de cuidados. A
diferencia del denominado trabajo productivo (asalariado, generador de bienes y
servicios, acaparado por los hombres), el trabajo reproductivo se encarga de
alumbrar, criar, cuidar, educar, acompañar y aliviar a los miembros de una
comunidad. Estas tareas tradicionalmente han estado relegadas a la esfera
doméstica, míseramente retribuidas en caso de estarlo y por supuesto
desprestigiadas en tanto que apartadas de la vida pública.
Esa tendencia
hacia la división de tareas (hombres productores, mujeres cuidadoras) ha dado
durante las últimas décadas un giro aparentemente favorable, aunque con un
envés preocupante. Las lógicas capitalistas que organizan nuestra sociedad han
promovido que tanto el hombre como la mujer se encuentren incentivados para
participar activamente de la economía productiva, pero sin que se haya
modificado sustancialmente la esfera reproductiva, en la medida en que los
trabajos de cuidados siguen sin ser adecuadamente reconocidos. Existe por tanto
un desfase entre una economía oficial que requiere de dos sueldos para mantener
un hogar, por un lado, y nuestros roles vigentes de género, por los
cuales las mujeres se siguen pasando de una generación a la siguiente el
testigo de los cuidados, la dura tarea de estar voluntariosamente pendientes de
las cuestiones domésticas, del cuidado de los ancianos, del estado de los
asuntos familiares, etc. Esto significa que la mayoría de las mujeres viven
pluriempleadas o, en el mejor de los casos, asumen una mayor carga mental de
las labores del hogar.
Si bien poco a
poco la mentalidad va cambiando hacia posturas más igualitarias, lo cierto es
que concretarlas en hechos no es fácil. Implica remontar miles de años de
inercia. La plena corresponsabilidad masculina parece la única aspiración justa
en nuestro actual estado tecnológico, si bien no me atrevo a pronosticar qué
ocurrirá cuando el desarrollo tecnológico de la exogestación (útero artificial)
derrumbe el límite último para la igualdad de oportunidades que supone la biología
reproductiva humana.
6.- ¿Que ha cambiado, en términos de trabajo, de los
cazadores-recolectores del pleistoceno a los ciudadanos trabajadores de hoy?
En una
palabra: proletarización. Lo que ha cambiado esencialmente a lo largo de la
historia ha sido que las personas hemos ido perdiendo la capacidad de
proveernos del sustento diario básico por nuestros propios medios. Existen
pocas sociedades contemporáneas cuyos habitantes puedan dedicarse a una
economía de subsistencia, y solo ciertas minorías pueden vivir de rentas. Por
lo general las personas somos socializadas culturalmente en la institución del
trabajo. La mayoría solo poseemos nuestra fuerza de trabajo, que vendemos en el
mercado a cambio del dinero que necesitamos para acceder a bienes y servicios.
Esto tiene un impacto enorme en la construcción de nuestra identidad y en la
organización de nuestros modos de vida, hasta el punto que la sola mención de
propuestas como una renta básica universal desata airados debates que terminan
aludiendo a la ética personal o al supuesto sinsentido de una vida sin
obligaciones laborales.
¿Es esto un
éxito o un fracaso? Pues depende de la perspectiva que prefiramos adoptar:
desde el punto de vista del dinero la cosa va para arriba. Si valoramos la
reproducción humana cuantitativa (“creced y multiplicaos”) está claro que
estamos ante un triunfo inmenso de la Humanidad, ya que nunca fuimos tantos.
Desde la perspectiva de la sostenibilidad de la vida de nuestra especie y otras
tantas de aquí a 200 años, quizás no esté tan claro... Y cada vez que una
persona me pregunta a qué me dedico me suele responder que nunca me faltará
trabajo. Creo que eso habla de los efectos sobre la salud mental que tiene
vivir en una sociedad en exceso dominada por la economía de mercado, tal y como
han señalado los dos Rendueles, el psiquiatra, y su hijo, el conocido sociólogo
César Rendueles.
Ya que
mencionas el término ciudadano señalaré su carácter antagónico con el de
trabajador. Como afirma el filósofo Carlos Fernández Liria uno de los problemas
de nuestra sociedad es que el proyecto inacabado de la Ilustración quiso formar
ciudadanos capaces de regirse por las leyes que ellos mismos creasen y
acatasen, haciendo uso para ello de la razón. Pero ese proyecto inacabado
se habría demostrado incompatible con un modelo económico capitalista debido a
la gran capacidad de influencia que tienen los poderes económicos sobre las
instituciones, que acaban legislando a favor del capital y no del común.
Tampoco ayuda a reflexionar sobre los asuntos de la polis el acabar extenuado
tras una larga jornada laboral, después de la cual lo último que pide el cuerpo
es involucrarse en política, la acción deliberativa en torno a la propia
comunidad.
Quién sabe.
Tal vez el verdadero sujeto de la historia no sea el ser humano sino el capital
financiero, solo que nos falta distancia para apreciarlo.
7.- Mirando hacia el futuro, con las nuevas
tecnologías y la inteligencia artificial en manos del "mono desnudo"
¿Qué cabe esperar que cambie en las relaciones laborales, en las formas de
trabajar, en el desempleo o la precarización de los empleos existentes y, en
definitiva, en la salud psicológica de los trabajadores, con una mente que
evoluciona más despacio que las tecnologías que diseña?
También percibo
ese desajuste que mencionas, que para E.O. Wilson era triple: “emociones de la
edad de piedra, instituciones medievales y tecnologías cuasi-divinas”. No soy
un experto ni me atrevería a realizar según qué predicciones, pero de lo que
leo y me cuentan deduzco que, si no cambian las relaciones de producción
vigentes, todo apunta a que cada vez habrá menor demanda de mano de obra y más
tarea para los que sí mantengan su empleo. La precarización es la consecuencia
manifiesta de apostarlo todo a la productividad. También es seguro que
seguiremos cotilleando, aspirando al poder, disfrutando de compartir un
desayuno o una comida, enamorándonos, enemistándonos, atribuyendo al mérito
personal lo que probablemente se deba a una buena red de alianzas. En eso creo que
la tecnología poco va a influir.
Me preocupa
más la parte institucional que determina nuestras vidas, por lo general de
formas que nos cuesta apreciar. Creo que vivimos, parafraseando de nuevo a
Rendueles hijo, una época de fascinación tecnológica relativamente estéril. Las
tecnologías en las que solemos pensar como “nuevas”, que son principalmente las
de la información (internet, telefonía móvil), no han traído mejoras
sustanciales en nuestra calidad de vida sino la exigencia de hacer más con
menos, en menor plazo de tiempo, siempre más rápido. Las tecnologías “blandas”
como la cultura gerencial o la burocracia tienen una capacidad mayor en varios
órdenes de magnitud a la hora de hacernos infelices en el trabajo, como bien
sabemos los sanitarios. Creo que deberíamos centrarnos en defender aquellas
instituciones que nos protegen de nosotros mismos, de la parte más problemática
de nuestros deseos, y reformar aquellas instituciones que vayan quedando
obsoletas. Desde el punto de vista de las tecnologías “duras” es indudable que
en algún momento llegará alguna que cambie radicalmente nuestras vidas.
Tecnologías verdaderamente revolucionarias pudieran ser la energía de fusión
nuclear, el útero artificial o una robotización que permita la renta básica
universal. Pero no soy capaz de pronosticar cuál de ellas encontrará más
resistencias.
Por lo pronto
seguiremos unidos de forma ambivalente al trabajo. Cualquier mejora en la
experiencia laboral creo que pasará por facilitar el contacto humano, permitir
un equilibrio entre propósito personal y compartido, aceptar la diversidad de
las personas y no pretender ignorar los límites del propio cuerpo. Estoy seguro
de que cualquier avance humano en este entorno tendrá que ser ferozmente
disputado, y que será tildado de ineficiente, retrógrado o arcaizante porque el
capitalismo como sistema autoorganizado es un adversario desapasionado pero
implacable de la vida.
8.- ¿Qué nos puedes contar sobre los traumas
psicológicos de los trabajadores sanitarios que han sido luchadores en el
frente de batalla contra el coronavirus? ¿Cómo está afectando la pandemia con
sus confinamientos y restricciones a la población en general?
El carácter
global de esta crisis sanitaria ha servido para poner de manifiesto aspectos
muy relevantes de cómo organizamos nuestras sociedades. Decisiones como la de
mantener los bares abiertos y los parques infantiles cerrados han desvelado a
qué damos prioridad en el discurso y en los actos concretos. Hemos comprobado
lo doloroso que resulta adaptarse al cambio, una exigencia que las personas no
afrontamos en igualdad de condiciones y que explica la diversidad de posturas,
desde el alarmismo al negacionismo pasando por el oportunismo. Enfrentarnos
todos a la vez al mismo reto ha hecho evidentes los condicionantes
socioeconómicos que determinan la salud de las personas, aunque hayamos querido
alimentar nuestra ilusión de control apelando (porque eso sí lo podíamos exigir
y sancionar desde ya) a la responsabilidad individual. Al mismo tiempo se ha
hecho innegable nuestra dependencia del consumo de bienes y servicios. Las
semanas de confinamiento estricto quedarán en la memoria colectiva no por el
aire limpio de las ciudades y aquel silencio repentino, sino por el carácter de
excepción absoluta ante nuestros hábitos de vida y la desorientación vital que
trajo consigo, como un anticipo del futuro.
En el caso
concreto del sector sanitario español la epidemia se topó con unas
instituciones de enorme complejidad, sin una misión clara que oriente su
propósito, sumidas en una ausencia de verdadera coordinación entre sus regiones
y niveles asistenciales, así como una descapitalización monetaria y humana
mantenida a lo largo de décadas. Digamos que el sistema sanitario no se
encontraba en la mejor situación para enfrentarse a nada más que sus labores
tradicionales, para lo cual ya se las veía y deseaba. Lógicamente este
sobreesfuerzo ha deshecho un malentendido interesado: la mejor sanidad del
mundo era, simple y llanamente, la más eficiente por dar mucho a cambio de muy
poco.
A nivel humano
los primeros meses de la epidemia supusieron para los sanitarios un esfuerzo
físico inmenso, que afrontaron con la urgencia y la energía que nos inunda a
las personas ante la catástrofe. Muchos de estos sanitarios buscaban en
ocasiones un trabajo adicional en otro centro o alargaban la jornada laboral
ante la cantidad de tarea disponible. No pocos nos han confesado también que lo
hacían para evitar quedarse a solas y ponerse a pensar, a beber o llorar. Lo
que ha venido luego ha sido una conjunción de tres problemas principales: por
un lado el trauma de haber visto situaciones o haber tomado decisiones que uno
desearía no haber tenido que tomar, por otro lado la pérdida de seres queridos
en condiciones horribles, finalmente el duelo por una forma de trabajar que por
el momento no volverá. Muchos profesionales venían arrastrando un importante
desgaste profesional porque, como pasa sistemáticamente en Atención Primaria,
no veían forma humana de practicar su profesión de la manera en que la soñaron,
la estudiaron o se convencieron que merecían sus pacientes. La manera de
trabajar se ha vuelto repentinamente menos cercana, más fragmentaria y en suma,
más fatigosa e insatisfactoria.
Y si algo
comparten la mayoría de los que nos consultan es la sensación de desamparo, de
desprotección, de falta de organización, de liderazgos verdaderamente
comprometidos con el bienestar de los profesionales. Quizás los sanitarios que
sí han tenido la suerte de trabajar en equipos materialmente dotados y
adecuadamente coordinados no han necesitado sentarse frente a un psiquiatra, y
por ello mi percepción ande sesgada. Muchos profesionales han encontrado un
gran apoyo entre sus compañeros de equipo, sus iguales. Pero desafortunadamente
algo me dice que ha predominado lo primero, la sensación de abandono por parte
de los responsables institucionales y políticos. Es una intuición que se
refuerza cuando veo que esta crisis parece lejos de resolverse y sin embargo no
se ha adoptado hasta la fecha ningún cambio organizativo de calado, apostándolo
todo a lo hospitalario (UCIs, IFEMA II) y lo tecnológico (vacunas).
9.- ¿Por qué crees que en ámbito del estudio de las
relaciones laborales, siendo como es un ámbito tan principal, ha estado tan
apartado o ignorado el enfoque evolucionista?
Creo que esto
obedece a dos factores principales: uno teórico-institucional y otro más
sentimental. En primer lugar examinemos dónde puede uno aprender acerca de cómo
las personas trabajan juntas o cómo dirigirlas. Nos encontramos ante dos mundos
académicos: la psicología del trabajo, por un lado, y los estudios de
administración y dirección de empresas (MBA y similares), por el otro. La
raigambre en ambos casos es la misma: el estudio de la humanidad trabajadora se
realiza desde la óptica de la empresa, orientada siempre a la mayor
productividad (no por casualidad se habla fríamente de recursos humanos). Ambos
campos han hecho sus aportaciones, algunas muy valiosas, pero suelen pecar de
un cierto descriptivismo superficial (no se apoyan en modelos causales) y
tienen mucho de oficio donde cada gurú de éxito racionaliza a posteriori su
carrera, rentabilizando la angustia de tantos hombres y mujeres que quisieran
saber cómo actuar.
A mi
juicio estamos faltos de una antropología del trabajo, una teoría sólida de la
acción humana dirigida a propósitos. Pienso que el enfoque evolucionista podría
ser un pilar sólido (probablemente no el único) sobre el que comenzar a
construir. Desafortunadamente la biología, la etología, la psicología
comparadas no han formado parte de los intereses académicos de gran parte de la
psicología y mucho menos del ámbito del "management". En los pocos
casos en que ha existido un enfoque centrado en la biología se ha hecho a
partir de simplificaciones absurdas como la idolatría a los supuestos “machos
alfa” ultracompetitivos y despiadados. Me pregunto si este alejamiento de lo
que verdaderamente sabemos de etología se debe a que intuimos que la relación
que tenemos con el trabajo probablemente ningún animal la querría para sí, como
llevan sugiriendo durante más de un siglo los teóricos anarquistas.
Por otro lado la ideología que rodea al concepto de trabajo es tan omnipresente que ni la percibimos. Es como el oxígeno que respiramos. Ya se sabe que el sentido común no es más que la ideología dominante, nuestro modo de ver las cosas por defecto. Sólo se percibe transitoriamente cuando algo falla estrepitosamente, como cuando en la anterior crisis económica se llegó a afirmar que “había que refundar el capitalismo”. Esa ideología dominante no es otra que la ideología de la clase dominante, la misma que se mantuvo al mando a pesar del descalabro económico mundial. Por ello no es de extrañar que la grieta se cerrara rápidamente y que sigamos como hemos seguido. Un enfoque centrado en la biología humana, que comprenda el papel de la evolución de las especies y la evolución cultural, no sería una buena noticia para el sistema económico en el que estamos inmersos, que ya se ha demostrado contrario a los individuos. Tampoco lo sería para una necesidad profunda de muchos seres humanos, que es la necesidad de misterio. Como ha afirmado el filósofo Daniel Dennet, late en muchos de nosotros un deseo de excepcionalidad, de romanticismo humanista que hace antipáticas las averiguaciones acerca de los condicionantes de nuestra conducta. Nos resistimos a vernos como lo que somos: animales humanos. En muchas ocasiones preferimos sentirnos libres sin aspirar a conocer la estrechez o la consistencia de nuestro campo de preferencia y acción.
Hacia el trabajo existe, por tanto, una ceguera general, intencionada y conveniente para múltiples actores. La terapia, como una moneda arrojada al aire, puede servir para engrasar un engranaje y devolverlo cuanto antes a la maquinaria productiva, o bien para alumbrar la grieta de lo instituido y averiguar por qué pensamos y sentimos como lo hacemos.
Entrevista interesantísima. Enhorabuena a entrevistador y entrevistado.
ResponderEliminarMuchas gracias.
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