Ray Moynihan |
Las empresas farmacéuticas se sirven de la retórica del liberalismo para
defender el derecho a publicitar sus productos; pero el liberalismo trata
del derecho de las personas a hacer lo que quieran siempre y cuando no
perjudiquen a los demás, y no de que las empresas estén en su derecho de
provocar terribles daños a la sociedad con total impunidad.
Braithwaite J. Corporate Crime in the
Pharmaceutical Industry.
Primum non nocere.
Lo primero de todo es no hacer daño.
Hipócrates.
Puede
resultar hilarante a la par que deprimente constatar que gran parte de las
enfermedades hoy existentes se han creado no en un laboratorio, como podrían
creer los conspiranoicos del SIDA, sino en un Departamento de Marketing en
conjunción con algún Despacho de Abogados y un gran número de médicos y
profesionales de la salud (in)debidamente remunerados. Aunque el laboratorio
siempre esté detrás, digamos en la sombra, el hecho es que una vez se posee una
droga que produce efectos sobre el organismo mensurables, tanto buenos (mejora
de una condición clínica determinada) como malos (efectos secundarios), la
tentación de inflar su poder terapéutico, de ampliar el espectro de las
dolencias que puede curar, y de minimizar sus riesgos reales y potenciales, es
demasiado fuerte para que puedan resistirse a ella los comercializadores de las
farmacéuticas, cuya finalidad es inflar la cuenta de resultados y el valor en
bolsa de sus empresas, no salvar a la humanidad o sanar y mejorar la situación
de pacientes reales. Así, la Industria Farmacéutica, con su inmenso poder
económico, llamada con toda justicia BIG PHARMA, trata por todos los medios
disponibles, siempre en el límite de la legalidad, e incluso dentro de una
legalidad hecha a su medida, de influir en médicos, asociaciones de pacientes,
legisladores y, por supuesto el público general, compuesto de pacientes,
potenciales pacientes, gente sana que desea potenciar sus capacidades
intelectuales, tener más energía para afrontar su día a día, relajarse,
recuperar el pelo perdido o perder el peso adquirido y…en fin, una amplia gama
de enfermos reales e imaginarios.
Fenómenos
tan peculiares pero reales, dentro de su aura de puramente imaginarios, como
las enfermedades psicosomáticas, el placebo y el nocebo, ponen de manifiesto
que las enfermedades, las dolencias y sus tratamientos y curas son algo mucho
más complejo que un agente patógeno o un gen alterado y una bala mágica que los
liquide o inactive. Pero también se abren las puertas a los falsos remedios y a
los actos de fe. El poder de la bata blanca puede ser de alguna forma
comparable al del hábito. Y las balas siguen siendo “mágicas”, pero en un
sentido más prosaico.
“Tómese
esta pastillita y todo irá mejor”. Si el paciente cree, habrá un efecto. O no,
o solamente unos secundarios, pero mientras no mate y se venda bien, todos
quedarán contentos.
Contra
toda esta superchería la ciencia estadística puede y debe, a través de ensayos
clínicos bien diseñados y metanálisis posteriores, determinar los efectos
reales sobre la salud y la enfermedad de los diversos medicamentos. Pero la
estadística se ha ganado su (in)merecida mala fama porque es un arma de doble
filo. Adecuadamente adulteradas, las estadísticas de los ensayos clínicos
financiados por las farmacéuticas dan el resultado deseado para que las
(in)adeucadamente adulteradas pastillas que fabrican se vendan como más seguras
y más curativas de lo que realmente son, y a un público ostensiblemente más
amplio del que podría considerarse público objetivo.
El
paso dado en la medicina del enfoque biomédico tradicional, centrado en las
enfermedades agudas, generalmente infecciosas, como el cólera o la sífilis, a
las crónicas, de origen múltiple y desarrollo extraordinariamente complejo
(cáncer, diabetes, cardiopatías, trastornos gastrointestinales, depresión…), al
biopsicosocial, que tiene en cuenta factores ambientales diversos, así como
aspectos conductuales, de estilo de vida, o procesos cognitivos como los
recuerdos y las creencias, sirve muy bien para explicar cómo algunas de las
enfermedades modernas pueden crearse a partir de nada o de muy poco, inventarse
total o parcialmente, y cómo otras muchas muy reales y clínicamente
significativas pueden verse de pronto rodeadas de toda una familia de estados
de riesgo, de premorbilidad y de paraenfermedades o pseudoenfermedades
(llamémoslas así) que no son otra cosa que estados de malestar o desasosiego
que se reinterpretan como parte del espectro de alguna enfermedad o desarreglo
orgánico real.
Pensemos,
por ejemplo, en el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, que
comenzó siendo cosa de niños antes considerados inquietos, traviesos o
endemoniados, y pasó a ser una enfermedad que, misteriosamente, terminó por
contagiarse a los adultos. Ahora tenemos a personas adultas que tienen TDAH,
sin saberlo. Es de suponer que algún médico les tendrá que informar de que
padecen eso para que se mediquen con el último producto de alguna poderosa
farmacéutica.
Nadie
duda de que hay chicos que son preocupantes e insoportables para sus padres y
quién conviva con ellos. La cuestión es si sus problemas y el problema que
representan van a arreglarse con una anfetamina. Y la cuestión aún más
importante es determinar dónde un muchacho o muchacha termina de ser una
persona incómoda y comienza a ser un personaje retorcidamente inquietante. Si
cada padre que tiene un niño inquieto acude a su médico y cada médico,
debidamente ilustrado por las farmacéuticas en cursos de formación y reciclaje
sobre la epidemia de TDAH, receta una anfetamina (o una molécula psicoactiva
similar de nombre comercial cualquiera) a las mínimas de cambio, se habrá
creado una epidemia, pero no de enfermos, sino de tratados por una enfermedad
inflada, que pasan a ser enfermos de un tipo de enfermedad muy diferente a aquella
con la que fueron etiquetados: una epidemia de sobremedicación.
Tal
epidemia, podrán haberlo deducido ya, no está vinculada biyectivamente con el
TDAH, sino que es, además de epidemia, algo así como una moda de nuestro
tiempo, y está asociada a todo aquello que sea susceptible de ser considerado
estado “anormal”, en los límites o los alrededores de la enfermedad, o
parcialmente implicado en su compleja etiología. Pongamos por caso la
hipertensión o los niveles elevados de colesterol HDL en sangre, esos factores
de riesgo cardiovascular. Dichos “factores de riesgo” se tratan separadamente
con medicamentos distintos y variados. Pero las estadísticas, según se
recopilen, cocinen y presenten los datos, arrojan resultados discrepantes.
Algunas nos incitan a tomar los medicamentos con urgencia a poco que suba
nuestra tensión o nuestro nivel de lípidos en sangre. Otras, más exhaustivas,
nos dejan atónitos y nos hacen preguntarnos cómo es posible que ingiramos
medicamentos cuyo efecto absoluto y neto sobre nuestra salud o nuestros riesgos
de salud es más bien exiguo, y los costes de su consumo exceden muy
probablemente sus beneficios.
Como
es de entender y de temer es en las enfermedades mentales dónde la inflación
medicamentosa es más explosiva. Parece que precisáramos el “soma” de Huxley
para poder vivir en un mundo feliz, y que cualquier malestar o desasosiego
pudiera y debiera suprimirse con las dosis adecuadas de la medicación adecuada.
Nada
de esto está realmente a nuestro alcance, no podemos eliminar la gran mayoría
de los males que nos aquejan porque nuestro diseño evolutivo es el de unos
animales extraordinariamente sensibles que igual que gozan, sufren y padecen.
De hecho sin dolor es muy probable que tampoco hubiera placer. Nuestro sistema
nervioso reacciona a riesgos, peligros, daños, oportunidades, disponibilidad de
recursos…Tenemos un circuito de recompensa escondido en lo profundo de nuestro
cerebro que no atiende a razones del lóbulo frontal de la neocorteza. E igual
que anticipamos las posibles consecuencias beneficiosas de determinadas
acciones o situaciones también lo hacemos con las posibles consecuencias
adversas. Del mismo modo reaccionamos a todo aquello que nos daña o nos pone en
peligro, o que creamos que nos va a dañar o a poner en peligro. En ello también
hay diversidad biológica. No todos los seres humanos son iguales en su modo de
afrontar las circunstancias de sus vidas. La selección natural se alimenta de
esa diversidad psicológica igual que se alimenta de la diversidad de las
facetas no conductuales del fenotipo.
De
los primeros chamanes, pasando por los sacerdotes todopoderosos y por los
matasanos con métodos toscos y en ocasiones brutales de tratar las dolencias,
peores que la enfermedad (médicos a palos), hasta los médicos y científicos de
hoy se ha producido también una evolución cultural, sociológica y tecnológica,
en general bastante beneficiosa. El pensamiento mágico ha sido desterrado de
muchos ámbitos y la barbarie de algunas prácticas médicas ha dado paso a formas
cada vez más sutiles y menos invasivas de combatir las enfermedades. Males que
hace apenas unos años no tenían cura hoy se resuelven con una cirugía
ambulatoria. Y, por supuesto, disponemos de drogas que curan enfermedades,
reducen las sintomatologías, mejoran la calidad de vida, alivian el dolor y
elevan o equilibran el estado de ánimo. Nada de esto estuvo al alcance de
nuestros ancestros. Ellos no dispusieron del arsenal de las píldoras mágicas de
las que ahora disponemos gracias a la cuidadosa elaboración de la moderna
industria farmacéutica, que funciona sobre un complejo entramado social,
tecnológico y económico. Pero tampoco estuvieron expuestos a la miríada de
sustancias químicas sintéticas que ahora son ubicuas en nuestro entorno
moderno. No ingirieron productos altamente procesados ni drogas de diseño
industrial, para bien ni para mal, ni respiraron aire contaminado, pero muchos
de ellos morían a edad temprana por infecciones o juvenil por traumatismos y
heridas (generalmente provocados por un congénere). Quizás esa fuera nuestra
normalidad evolutiva, de la cual nuestro organismo es una adaptación.
Pero
ahora la normalidad ya no es algo tan normal. Vivimos en un tiempo de
anormalidades todavía no diagnosticadas ni tratadas, para las cuales la gran
industria farmacéutica encontrará una solución y, que duda cabe, un mercado.
Sin
embargo algunas voces autorizadas empiezan a elevarse desde instancias médicas
y científicas en general. Entre otros, Ray Moynihan, que ha escrito junto
con Alan Cassels un ensayo con título
significativo: “Medicamentos que nos Enferman”. Es un libro equilibrado en el que se ponen los
puntos sobre las íes en el problema que supone la actual moda/epidemia de
sobremedicación. No es una “droga dura”, como el libro de Peter Cötzsche: “Medicamentos
que matan y Crimen Organizado”, ni sigue tanto la línea de los ensayos clínicos
falseados como el de éste y el libro de Ben Goldrace “Mala Pharma”. Tampoco le
corresponde entonar el mea culpa del psiquiatra Allen Frances, que en su
libro “¿Somos Todos Enfermos Mentales?”
admite que cuando dirigió la elaboración del Manual DSM IV (guía de referencia
imprescindible para el diagnóstico de enfermedades mentales) no podía imaginar
que sus categorías abstractas fueran a generar tantos beneficios concretos para
las farmacéuticas a través de la creación de nuevas enfermedades y ampliación
sustancial de las ya existentes mucho más allá de los límites razonables.
Ray
Moynihan ha tenido la inmensa amabilidad de respondernos unas preguntas.
En
inglés:
1- A
doctor prescribes what he considers that can help their patients.
Patients follows the doctor's instructions to heal. And drug companies
provide those medications that research suggests that might work with various
ailments. When, how, where and why this process is perverted?
This process is perverted and distorted at
many points along the path from drug discovery to the act of the person
swallowing the pill. First let me say that many medicines are extremely
valuable tools – extending lives and ameliorating suffering. But while the
medicines can be terrific, the marketing of them is too often toxic: causing
harm and waste and undermining public trust in medicine.
I and others have written extensively about
the way in which the pharmaceutical industry’s multi-layered marketing
strategies merge with and distort the science and practice of medicine, and
about the unhealthy closeness between the health professions and industry.
There is in fact now a growing evidence base arising from empirical studies and
analysis focussed on uncovering the dangers of this unhealthy influence of
industry over medical science and practice.
Starting with primary research, an enormous
proportion of medical science is funded by industry, including the critically
important evaluations of industry’s products. There is now strong and
convincing evidence showing that clinical trials of drugs sponsored by drug
companies are far more likely to find results favourable to those companies’
products. This is unsurprising – but it suggests there is a dangerous and
systemic bias within much medical “evidence” – that we have to address, as
scientists, as citizens, as societies.
Sadly, that biased “evidence” is then
disseminated widely through medical journals, many of which are similarly
sponsored either directly or indirectly by the makers of pharmaceuticals. The
same distorted “evidence” is then promoted to doctors and other health
professionals at so-called “educational” events, many of which are also
sponsored by drug companies. Often the journals and the “educational” events
are run under the umbrella of professional organisations which themselves rely
heavily on industry funds. And then there are the common – and well-known –
visits by company representatives to doctors’ offices or hospitals to directly
promote the latest and most expensive pharmaceuticals and devices. Less
well-known is that even the panels of experts which define diseases have
extensive financial ties to drug companies – suggesting the very definitions of
human illness are being influenced in
some way by those wanting to sell us more pills.
Of course there are more independent sources
of research funding, medical education and health information – but the
independent voices in medicine are too often drowned by the deafening roar of
marketing.
2-
Conflicts of interest are common among doctors and researchers. How can we control
the excesses and criminal acts that these conflicts can lead to?
There is a very influential body in the
United States called the Institute of Medicine – august, conservative,
authoritative, influential. The IOM has commissioned a number of reports on
this growing problem of conflicts of interest in medicine. Following careful
assessment of the evidence, authors of these IOM reports have called for much
greater independence between health professionals and industry. While some form
of collaboration is of course necessary and valuable, there is little doubt
that the relationship is far too cosy, and many relationships serve the
interests of private profit, rather than the public good or patient interest.
In a sense these reports appeal to the professional
ethics of professionals and their representative organisations – so it may be a
long time before the calls lead to genuine change. I suspect many health
professionals around the world still feel that they benefit directly from their
contacts with industry – whether it is the free meals and drink while listening
to an industry-paid speaker, or what appears to be the “latest science”
delivered at a sponsored scientific meeting. Many health professional
organisations similarly feel they benefit from the prestige that flows from
industry sponsorship of their organisation – and the 5 star hotel accommodation
it can buy.
It is likely only legal changes that will
affect this unhealthy coziness – but there seems little appetite on behalf of
many governments to legislate in this space. Certainly some governments are
requiring more transparency in the relationship – with the US Sunshine Act
being something of a new transparency benchmark – and some governments are
requiring less conflicted members on influential government advisory panels,
but conflicts of interest remain endemic.
For good reasons health professionals and
their representative still command much social power and public respect, and
this mitigates against new laws that may curtail some of these excesses. In my
view, until there is much greater professional public and policy awareness of
the harms of conflicts of interest in medicine, little genuine reform is
likely.
3- Not only Big Pharma plays dirty. Are we facing a phenomenon that occurs in any large company or group of companies with significant market power?
I am not an authority on corporate power, and
my academic research and writing has been very largely focussed within
medicine. I suspect though that the pharmaceutical industry is not unique.
Creating the need for your products is probably one of the oldest sales
strategies of all – particularly if those selling are motivated to maximise
sales. Some have quipped that pharmaceutical companies sometimes appear like
great marketing machines that also happen to produce pharmaceuticals.
I am aware that experts in conflicts of
interest and industry influence over science have investigated other industries
– and found similar distortions of science. Most well-known is the tobacco
industry and its long-term attempts to pervert science in order to slow the
reform of laws on tobacco promotion and use. Increasingly there is evidence
suggesting some of the food and beverage and sugary drink corporates are
engaged in a similar battle now – using sponsored science to help resist
legislative controls on their marketing. No doubt there is a body of evidence
showing how the fossil fuel industry has helped fund faux science to slow
climate change mitigation – but sadly I am so focussed on medicine I have not
explored corporate influences outside medicine.
4- Since we were hunter-gatherers to the present day civilization has advanced on many fronts, changing with its strong step our environment. This affects what we do and what we eat. Many strange molecules enter our body. How do you think it has affected the patterns of morbidity and death of our species?
I think this is an important question, but
without the benefit of having closely studied the history of human morbidity
and mortality, I do not feel confident to offer a direct answer.
In relation to the point about impacts on the
environment, an area that I feel warrants much more contemporary research and
policy attention is the environmental footprint of medicine. Preliminary work
done on this topic suggests medicine is quite a dirty business, when it comes
to greenhouse gas emissions, and there are a raft of strategies via which
medicine could reduce its environmental impact – in ways that could potentially
be win-wins in terms of health outcomes and costs. Moreover, there is strong evidence that we
have too much medicine – particularly in the developed world – so winding this
back would potentially offer a triple benefit – avoiding harm to people, saving
money, and reducing dangerous emissions.
5- What's your comment on the catastrophic clinical trial in France that recently destroyed at least four lives?
I am very upset and disturbed by what I have read about the tragic death and harm caused, but I am sorry that I not sufficiently familiar with all the details to offer any more comment in the context of this interview.
6-What are you now working on?
For a raft of reasons I have moved over recent years from being a
journalist and author to training and working as an academic health and medical
researcher. In 2015 I completed my PhD on the problem of “overdiagnosis”, and I
am now working as a post-doctoral fellow, engaged in a range of research and
research translation projects in this area.
Technically, “overdiagnosis” happens when someone is diagnosed and
labelled with a disease that would never harm them. While it seems strange and
counter-intuitive – many people are diagnosed with cancers, for example, that
will in fact never harm them. There is still much debate and uncertainty in the
science – particularly around the magnitude of this problem – but it looks more
and more likely that significant numbers of people are overdiagnosed with some
cancers, particularly when there are official or unofficial screening programs
which target the healthy asymptomatic populations. (eg prostate and breast
cancer)
Many of us have been brought up from childhood with the idea that “early
detection” is the best medicine – but sadly, like much in medicine, this
approach is a double-edged sword. Detecting disease early can be valuable for
some – but many of those early signs of disease will never develop or cause
harm – and the labels and subsequent treatments are doing many people more harm
than good.
This is a complex problem – which goes far beyond cancer – and is driven
part by the fact that disease definitions are expanding, and diagnostic
thresholds falling, across many conditions within medicine. (eg.
pre-diabetes) We seem to be transforming
more and more people into patients – and an increasing research effort is
trying to investigate the causes and consequences of these problems – and how
to prevent them.
In 2012 I helped to initiate a new series of international scientific
conferences called Preventing Overdiagnosis. The 4th conference will
take place on September 20-22 in Barcelona in 2016. I am currently a co-chair
of the scientific committee organising that conference. www.preventingoverdiagnosis.net
En castellano:
1- El doctor prescribe a sus pacientes lo que considera que puede
ayudarles. Los pacientes siguen sus instrucciones para sanar. Y las compañías
farmacéuticas proveen los medicamentos que la investigación sugiere pudieran
funcionar para las variadas dolencias. Así que ¿Cuándo, cómo, dónde y por qué
este proceso se pervierte?
Este
proceso está pervertido y distorsionado en muchos puntos a lo largo del camino desde el
descubrimiento del fármaco hasta que la persona toma la pastilla. Primero debo
decir que muchos medicamentos son extremadamente útiles, alargando la vida y
disminuyendo el sufrimiento. Pero mientras que las medicinas pueden ser muy
buenas el marketing es a menudo tóxico: causa daño y derroche y mina la
confianza pública en la medicina.
Tanto
otros autores como yo mismo hemos escrito extensamente acerca de la forma en la
que las estrategias de marketing multi-capa de la industria farmacéutica se
fusionan y distorsionan la ciencia y la práctica de la medicina, y acerca de la
intimidad insana entre los profesionales de la salud y la industria. Existe una
creciente evidencia proveniente de estudios empíricos y de análisis focalizados
en descubrir los peligros de esta influencia insana de la industria sobre la
ciencia y la práctica médica.
Empezando
por la investigación primaria, una enorme proporción de la ciencia médica está
financiada por la industria, incluyendo las importantes evaluaciones críticas
de los productos de la industria. Existe evidencia fuerte y convincente de que
los ensayos clínicos promovidos por las compañías farmacéuticas obtienen con
mayor probabilidad resultados favorables a sus productos. Esto no es
sorprendente, pero sugiere que existe un sesgo peligroso y sistemático en mucha
“evidencia” médica que tenemos que abordar como científicos, ciudadanos y
sociedades.
Desgraciadamente,
esta “evidencia” sesgada se disemina por medio de las revistas médicas muchas
de las cuales están patrocinadas de forma parecida, directa o indirectamente,
por las farmacéuticas. La misma “evidencia” distorsionada se promociona entre
los médicos y otros profesionales de la salud en los llamados eventos
“educativos”, muchos de los cuales están patrocinados por las compañías
farmacéuticas. A menudo, los eventos “educativos” y las revistas se gestionan
por organizaciones profesionales que están fuertemente influidas por los fondos
de la industria. Y luego están las comunes y conocidas visitas de los representantes
médicos a las consultas médicas y hospitales para promover directamente lo
último y lo más caro de los productos y dispositivos farmacéuticos. Menos
conocido es que incluso las comisiones de expertos que definen las enfermedades
tienen grandes vínculos financieros con las compañías farmacéuticas, lo que
sugiere que las propias definiciones de las enfermedades humanas están siendo
influenciadas de alguna manera por aquellos que quieren vendernos pastillas.
Por
supuesto, hay más fuentes independientes de financiación de la investigación,
educación médica e información en salud, pero las voces independientes en
medicina quedan ahogadas a menudo por el ruido del marketing.
2- Los
conflictos de intereses son comunes entre los investigadores y los medicos.
¿Cómo podemos controlar los excesos y los actos criminals a los que pueden conducer
estos conflictos?
Hay
un organismo muy influyente en los Estados Unidos llamado Instituto de
Medicina, augusto, conservador, con autoridad e influyente. Este IOM ha
comisionado varios informes acerca del creciente problema de los conflictos de
intereses en medicina. Siguiendo fielmente la evidencia, los autores de estos
informes del IOM han pedido una mayor independencia entre los profesionales de
la salud y la industria. Mientras que alguna forma de colaboración es por
supuesto necesaria, hay pocas dudas de que esta relación es demasiado íntima y
muchas relaciones sirven a los intereses del beneficio privado, más que al bien
público y los intereses de los pacientes.
En
cierto sentido, estos informes apelan a la ética profesional de los
profesionales y de sus organizaciones representativas, aunque puede pasar mucho
tiempo antes de que estas llamadas lleven a un auténtico cambio. Sospecho que
muchos profesionales de la salud por todo el mundo todavía sienten que se
benefician directamente de sus contactos con la industria , sean comidas y
bebidas gratuitas mientras escuchan a un conferenciante pagado por la
industria, o lo que parece ser lo “último en ciencia” contado en un encuentro
patrocinado por la industria. Muchos profesionales de la salud sienten también
que se benefician del prestigio que fluye del patrocinio de la industria de sus
organizaciones y de los hoteles 5 estrellas que les permite pagar.
Es
muy probable que sólo cambios legales puedan cambiar esta intimidad insana pero
parece haber poco interés por parte de los gobiernos para legislar en esta
materia. Es cierto que algunos gobiernos están pidiendo más transparencia en la
relación -con la US Sunshine Act siendo una referencia en esta transparencia- y
algunos gobiernos están pidiendo menos miembros con conflictos de intereses en
las influyentes comisiones consultoras gubernamentales, pero los conflictos de
intereses siguen siendo endémicos.
Por
muchas razones, los profesionales de la salud y sus representantes todavía
gozan de mucho poder y respeto público, y esto contrarresta las nuevas leyes
que pueden recortar algunos de estos excesos. Desde mi punto de vista, hasta
que haya más conocimiento profesional, público y político de los daños que
producen los conflictos de intereses en medicina poca reforma auténtica es
posible.
3- No sólo la industria farmacéutica juega sucio.
¿Estamos frente a un fenómeno que sucede en cualquier gran corporación o grupo
de corporaciones con un significativo poder de Mercado?
No
soy una autoridad en poder corporativo y mi investigación académica y escritos
se han localizado en la medicina. Sospecho que la industria farmacéutica no es
única. Crear la necesidad para tus productos es una de las más viejas estrategias
de ventas, particularmente si los que venden están motivados para optimizar las
ventas. Algunos han bromeado diciendo que las compañías farmacéuticas son
grandes máquina de marketing que también ocurre que producen medicamentos.
Soy
consciente de que expertos en conflictos de intereses y de influencia
industrial sobre la ciencia han investigado otras industrias y han encontrado distorsiones similares de la
ciencia. La más conocida es la industria del tabaco y sus persistentes intentos
de pervertir la ciencia para retrasar las reformas de las leyes sobre la
promoción y uso del tabaco. Hay evidencia creciente que sugiere que algunas de
las corporaciones de alimentación y de bebidas azucaradas están enfrascadas en
una batalla similar actualmente, utilizando ciencia patrocinada para integrar
resistir los controles legales sobre su marketing. Sin duda existe un cuerpo de
evidencia de que la industria de los combustibles fósiles ha financiado ciencia
falsa para enlentecer las medidas contra
el cambio climático, pero estoy tan centrado en la medicina que no he explorado
las influencias corporativas fuera de la medicina.
4- Desde que éramos cazadores-recolectores hasta el día de hoy la
civilización ha progresado en muchos frentes, cambiando con su fuerte paso
nuestro entorno. Esto afecta tanto a lo que hacemos como a lo que ingerimos.
Son muchas las moléculas extrañas que penetran en nuestro organism. ¿Cómo cree
que esto podría haber afectado a los patrones de morbilidad y mortandad de
nuestra especie?
Creo
que es una pregunta importante, pero sin haber estudiado a fondo la historia de
la morbilidad y mortalidad humana no me siento con confianza para dar una
respuesta directa.
En
relación al punto del impacto sobre el ambiente, un área que creo que merece
más investigación y atención política es
la huella o impacto ambiental de la medicina. El trabajo preliminar sobre este
tema sugiere que la medicina es un negocio sucio, por lo que se refiere a
emisiones de efecto invernadero y existe un conjunto de estrategias por medio
de las cuales la medicina podría reducir su impacto ambiental por medios que
serían potencialmente buenos tanto en costos como en resultados sanitarios.
Además, hay fuerte evidencia de que tenemos demasiada medicina, especialmente
en el mundo desarrollado por lo que reducirla tendría un triple beneficio:
evitar daño a las personas, ahorrar dinero y reducir las emisiones peligrosas.
5-
¿Qué podría decirnos sobre el catastrófico ensayo clínico que recientemente
destruyó en Francia la vida de al menos cuatro personas?
Estoy muy preocupado por lo que he leído
acerca de esta trágica muerte y el daño causado, pero desgraciadamente no
conozco lo suficiente los detalles cono para comentar nada más en el contexto
de esta entrevista.
6- ¿En qué está trabajando ahora?
Por un montón de razones he evolucionado en
los últimos años de ser un periodista y autor a formarme y trabajar como
investigador y académico en salud y medicina. En 2015 completé mi doctorado en
el problema del “sobrediagnóstico”, y estoy trabajando ahora como becario en
una serie de investigaciones y proyectos en este terreno.
Técnicamente
“sobrediagnóstico” ocurre cuando alguien
es diagnosticado y etiquetado con una enfermedad que nunca le habría hecho
daño. Mientras que parece extraño y contraintuitivo, mucha gente es
diagnosticada de cánceres que en realidad nunca les habrían hecho daño. Hay
todavía mucho debate e incertidumbre en
la ciencia - especialmente acerca de la magnitud del problema- pero cada vez
parece más probable que un número importante de personas está siendo
sobrediagnosticado con cáncer, especialmente cuando hay programas oficiales y
no oficiales de screening que tienen como diana poblaciones sanas asintomáticas
(p. ej., cáncer de próstata y de mama).
Muchos
de nosotros hemos sido educados desde pequeños en la idea de que la “detección
precoz” es la mejor medicina pero por desgracia, como muchas cosas en medicina,
este enfoque es un arma de doble filo. Detectar una enfermedad de forma
temprana pude ser útil para algunos pero muchos de estos signos tempranos de
enfermedad no se desarrollarán nunca o no causarán daño, y las etiquetas y
subsiguientes tratamientos están haciendo más daño que beneficio a la gente.
Es
un problema complejo, que va más allá del cáncer y que está motivado por el
hecho de que las definiciones de enfermedad se están expandiendo y los umbrales
diagnósticos están cayendo en muchas condiciones en medicina (p.ej., prediabetes).
Parece que estamos transformando cada vez a más personas en pacientes y un
esfuerzo de investigación creciente está intentando investigar las causas y
consecuencias de estos problemas y cómo prevenirlos.
En
2012 yo ayudé a iniciar unas conferencias científicas internacionales llamadas
Preventing Overdiagnosis (Previniendo el sobrediagnóstico). La 4ª conferencia
tendrá lugar en Barcelona los días 20-22 de Septiembre de 2016. Actualmente soy
uno de los co-presidentes del comité organizador de la conferencia. www.preventingoverdiagnosis.net
Creo que la crítica de Ray es rigurosa, seria y bien fundamentada. Pero en este tema yo echo en falta ir más allá de la crítica a la Big Pharma. Creo que hay que empezar a criticar y presionar a los gobiernos que son los que permiten este estado de cosas. Creo que este video es muy bueno:
ResponderEliminarhttp://muscleblog.es/forum/viewtopic.php?f=22&t=2728
critica nuestro sistema actual de desarrollo y comercialización de fármacos que, a juicio de la mayoría de los entrevistados, es insostenible. Entre otras cosas es inasumible que los fármacos anticancerosos cuesten 200.000$ al año o más.
Al final del video se proponen diversas medidas para cambiar la situación pero prácticamente todas ellas pasan por una acción concertada de los gobiernos y lo que vemos ahora es que se están inhibiendo por completo en este tema
Es un contubernio de legisladores y altos ejecutivos carentes de escrúpulos que juegan a las puertas giratorias, pasando de trabajar en organismos reguladores a trabajar en la industria, o a la inversa.
ResponderEliminarDe momento el único "concierto" que parece funcionar, una sinfonía de Schömberg, es el de los cárteles industriales y sus lobbies con los partidos políticos ávidos de financiación para sus campañas (y especialmente para sus militantes mejor situados). Como dijo alguien por ahí, sigue la pista al dinero....