viernes, julio 10, 2020

Los dictados de la naturaleza (entrevista a Miguel Pita)

Miguel Pita
Sería correcto decir que el ser humano es un animal dotado de un lenguaje y una cognición asociada, diseñados ambos por la evolución en estrecha relación, para generar relatos y creérlos, actuando en consecuencia. Y sería correcto pensar que esto ha sido evolutivamente ventajoso para nuestra especie, porque los relatos han sido buenos dando cohesión y sentido a los grupos humanos.

 
Hoy, que la información y el ruido son tan abundantes y conviven promíscuamente en redes sociales y medios de comunicación, se puede hablar tanto de "sociedad de la información" como de "era de la posverdad", y no incurririamos en contradicción alguna al señalar ambas realidades como coexistentes, si bien en una dialéctica más bien difícil.

Desde las campañas electorales hasta las medidas a adoptar ante sucesos imprevistos, como el Sars-Cov-2, la mezcla de conocimiento y de creencias, de datos contrastados e invenciones, es "el medio" en una jungla de medios "oficiales" y "alternativos". Y no podemos caer en el error de considerar que la verdad se encuentra en los comunicados oficiales, pues estos obedecen a unos intereses (principalmente preservar el poder), y no toda la información que proporcionan es fidedigna. Tampoco podemos entregarnos al primer medio alternativo que se nos aparezca, como a Pablo de Tarso la divinidad, en nuestro particular camino a Damasco en busca de herejes a los que ajusticiar. Estos medios también compiten por un espacio de difusión mayor, y buscan también su cuota de poder, por la cual bien pueden sacrificar la verdad. 


Aunque el escalón más bajo que podemos alcanzar por pura y adocenada pereza cognitiva siempre será el que el jurista y científico social Cass Sunstein abordó en su obra Rumorología: los rumores. Muchos, leído esto, se preguntarán de quién pueden fiarse entonces. Otros confiarán ciegamente en su criterio para distinguir lo verdadero de lo falso en las informaciones recibidas. Allá los últimos. Los primeros, al formularse la pregunta, revelarán el fondo de duda y escepticismo que es necesario pero no suficiente para hacer ciencia, esto es, para indagar los misterios de la naturaleza de forma cabal y ordenada, y desconfiando en todo momento de los resultados obtenidos, que deben ser puestos una y otra vez en entredicho y a prueba con la piedra de toque de la realidad. 


Entiendo que el camino fácil, y el que la evolución nos ha proporcionado para sobrevivir en ambientes en los que no se podía uno parar a pensar, es el de los atajos, que dan origen a soluciones sencillas para problemas complejos, y en innumerables casos a sesgos. Todo esto está muy estudiado precisamente por la ciencia, que toma tanto tiempo y precauciones. Y este estudio es posible porque, aunque nuestro cerebro está adaptado para actuar en medios inseguros, inciertos o abiertamente hostiles, nuestro desarrollo cultural y tecnológico nos permiten no estar sujetos a la supervivencia de forma tan inmediata como en nuestro pasado evolutivo. 

 
La búsqueda del conocimiento verdadero y la aceptación del relato falso son dos aspectos contradictorios de nuestra naturaleza que obedecen a necesidades muy distintas, y son más o menos adecuados, uno u otro, según el contexto. Ahora que nos encontramos sobre una plataforma de civilización tecnológica y científicamente avanzada, que permite mirar al largo plazo, nuestras capacidades conocidas como superiores, las que nos hacen sapiens, deben prevalecer en el discurso público y, en la medida que no lo hagan, retrocederémos a estadios anteriores de civilización más bárbaros, o incluso salvajes, por no hablar de que con la espada de Damocles que siempre pende sobre nosotros, corremos el riesgo de la extinción. 

Gran parte de nuestros problemas se derivan de que no prestamos la debida atención a la naturaleza. Por un lado, como vimos en la anterior entrevista a la periodista Soledad Barruti, a la naturaleza de la que venimos y de la que nos aislamos. Por otro a nuestra propia naturaleza, la naturaleza humana, que es la que en gran medida determina los límites de lo que podemos ser, hacer, lograr. Y de ella vamos a hablar hoy con el científico Miguel Pita. 

Partiremos de que nuestra atención se centró en él a partir de sus obras de divulgación, que son muy asequibles y muy recomendables para el lector medio interesado en la ciencia. En la primera, El ADN Dictador, nos conduce a través de un relato sobre un personaje de ficción, que podría ser casi cualquiera, a las profundidades de nuestro ser y estar en el mundo, como animales. 

En la segunda, ahora en promoción, nos relata Un Día en la Vida de un Virus, haciendo uso nuevamente de la ficción para mejor acercarnos a la realidad. En estos tiempos en los que la ficción tantas veces se entremezcla y confunde con la verdad para fines espurios, Miguel Pita hace uso de la primera para llevarnos de la mano, como un cicerone del mundo natural y de nuestro mundo interior, a la verdad conocida, a la ciencia, a lo que se sabe de cierto, provisionalmente, dentro de lo que no se sabe. 

Las jornadas propuestas en sus relatos con trasfondo y moraleja científicos nos describen con sencillez y claridad lo que hacemos los humanos y lo que hacen los virus. Uno puede tener idea de esas cosas, pero el relato aquí juega un papel crucial, pues da movimiento y vida a conceptos abstractos que pasan con ello de ser abstrusos a ser algo vivo. 

Como decíamos antes, partiríamos de que nuestra atención se centró en él con motivo de estos dos libros, pero hay mucho más, que se puede vislumbrar al final de esta entrevista que nos ha concedido. Su área de investigación es fascinante, y da para otra entrevista, que esperamos poder hacerle muy pronto.
 
Agradecemos a Miguel Pita que haya respondido las preguntas de La Nueva Ilustración Evolucionista sobre sus libros, por vídeo.
 

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