Nuestro cerebro debe obtener a partir de la muestra que representa la información disponible en el ambiente circundante un conocimiento aproximado del mundo. Para ello es necesario abstraer de los objetos inanimados y en especial de los seres vivos, sus características fundamentales. Dado que la prioridad ha sido y es la supervivencia, lo primero que debiéramos aprehender de objetos y sujetos es su potencial para hacernos daño o procurarnos satisfacción. Pero antes de apreciar estas cualidades se requiere tener un conocimiento previo de otras de índole físico. Así, en el cerebro, se procesa la información visual del movimiento separadamente de la de la forma o el color. El movimiento a nuestro alrededor puede deberse a fuerzas físicas, como el viento que empuja una hoja, o biológicas, y tenemos que distinguir muy bien los movimientos intencionados, encaminados a un fin, de los puramente aleatorios, pero, primero, tenemos que distinguir claramente los movimientos, puesto que todos ellos son oportunidades que pasan o peligros que pueden sobrevenir.
A lo largo de la evolución de nuestro cerebro se han ido acoplando nuevas facultades de asociación de la información percibida por los sentidos. Dada la particular naturaleza de las células neuronales, estas se han organizado de la forma en que “han sabido”, o en que “han podido”, formando redes y flujos entre ellas. Esto ha llevado a un sistema nervioso central consistente en un complejo entramado de grupos de neuronas estrecha e imbricadamente unidos en núcleos, conectados estos a su vez, como conjunto, como paquete de información completa, con otros núcleos, formándose de esta manera redes encerradas en redes, conjuntos encerrados en conjuntos, con sus intersecciones en lugares concretos y sus conjuntos incluidos en otros conjuntos.
Con ese conglomerado nada caótico se crea un mapa del mundo. Reúne este las características precisas. Permite categorizar las percepciones y ordenarlas de menos a más, de más a menos, de acuerdo con un etiquetado emocional que es, a su vez, un sutil etiquetado de supervivencia. Este mapa viene con nosotros al mundo de forma esquemática, y se va puliendo con la experiencia, a través de un proceso de expectativa, acción, error, aprendizaje, y vuelta a comenzar, como dice Chris Frith en su imprescindible obra sobre el Poder de la mente, de la que ya he hablado aquí.
En es el lóbulo temporal donde tenemos la mayor parte de nuestras categorías almacenadas. Es también, en las profundidades de ese lóbulo, donde se etiquetan emocionalmente las percepciones y se dan los primeros pasos en la memoria. Pero las categorías primarias, las que recogen las expectativas evolutivas del mundo físico y biológico, urdidas por los genes en el temprano desarrollo del cerebro, están, por decirlo de alguna manera, en los mismos sentidos. Para aclarar este punto tenemos que volver a la vista, y a su procesamiento paralelo de información sobre el movimiento, la forma y el color.
El psicólogo cognitivo americano Stephen M.Kosslyn, de quien pronto ofreceremos a nuestros lectores una entrevista, ha sido el principal defensor de la idea, más que contrastada ya experimentalmente, de que el cerebro, del ojo al lóbulo occipital, procesa paralelamente la información visual, así como de la otra idea de que pensamos, básicamente, en imágenes. Se crea un mapa visual a partir de la retina, un mapa bastante fiel de lo que la luz “informa”. Dicho de otra forma: la información visual se representa en el cerebro topográficamente. Después esta imagen se desbroza en sus partes constituyentes, tales como color, forma y movimiento. Y finalmente se crea, en las zonas de asociación de la corteza, la percepción, el qualia visual, la experiencia subjetiva de una manzana roja cayendo de un árbol o de un perro pastor alemán mordiendo una pelota de trapo. Esa imagen en sí no es nada, solamente colores, formas y movimiento. Lo que las dota de significado también se integra en esa imagen de conjunto, en la zona asociativa de la corteza. Proviene de las categorías almacenadas en el lóbulo temporal. Cada manzana y cada perro son únicos, no hay ninguno que sea igual que ellos. Sin embargo tienen unas características que les hacen “únicos” también, sobre el telón de fondo del resto de las percepciones entrantes, como manzana o perro, características que distinguimos precisamente en la imagen. No es un proceso enteramente abstracto, pues hay dentro de nuestro cerebro, almacenada, una imagen “ideal” de una manzana o un perro, topográficamente organizada. A esto se puede objetar que podemos imaginar distintas manzanas y distintos perros. Pero al hacerlo solamente jugamos mentalmente con las características físicas, de la imagen, del objeto, que integramos y desintegramos casi a nuestro gusto. Un grupo de neuronas especializado genera esas distintas imágenes. Forman una unidad de procesamiento visual (también para las imágenes internas de la imaginación). También hay unidades de ese estilo en la corteza auditiva, o en la somatosensorial y en la misma motora. Aunque el ser humano es principalmente un animal visual.
Estas unidades de procesamiento visual están vinculadas a la categoría correspondiente. Hay una conectividad estrecha y fuerte entre las mismas y otro grupo de neuronas que, ubicado en el lóbulo temporal, forma un conjunto, vinculado por otro lado al lenguaje y al cerebro emocional, los cuales etiquetan lo que ES y lo que representa el objeto en cuestión, para la acción directa o indirecta sobre el mismo.
Todo lo que percibimos es pues categorizado, englobado dentro de un conjunto de objetos, con intersección y/o siendo subconjunto de otros. Finalmente se suscita en nosotros una respuesta emocional y un movimiento. El lenguaje mismo es un movimiento. Llamar perro a ese borrón que salta sobre otro borrón, al que se llama pelota de trapo, es un movimiento. Es una acción que no se traduce, salvo que se pronuncien palabras con la boca o se reaccione de alguna forma, en una acción en el mundo. Aunque toda acción interna es el preludio de algún tipo de acción exterior, a pesar de que aparentemente no haya nexo entre ellas. San Anselmo fue el primero en aprender a leer en silencio. El lenguaje es un movimiento en el mundo social, que pretende mover asimismo otras mentes, y con ello otros cuerpos. Nuestras categorías perceptivas y nuestras categorías más abstractas, que no son otra cosa que conjuntos entrelazados en un mapa aproximado de la realidad, social y natural, que nos permiten ver más allá de la muestra que representa en cada momento nuestro entorno, sirven al fin de la comunicación, que no es otra cosa que un medio para la acción, y, en definitiva, para sobrevivir en un mundo hostil.
Percibimos, como es natural, como nuestro sistema nervioso puede percibir. La estructura de nuestro mundo se corresponde con la estructura de nuestro sistema nervioso. Vemos el mundo en conjuntos (núcleos de neuronas vinculados entre sí) y como movimiento (disparos neuronales) puesto que esto es lo que puede hacer y representar nuestro sistema nervioso. Pero el bucle se cierra desde el momento en que comprendemos que nuestro cerebro es una adaptación por selección natural a ese mismo mundo. Si es cierto que la estructura de lo que vemos se corresponde con la que puede generar nuestro sistema nervioso no es menos cierto que la estructura de nuestro sistema nervioso ha de ser una adaptación al entorno, y mostrar, por tanto, una imagen razonablemente fiel de la realidad.
A lo largo de la evolución de nuestro cerebro se han ido acoplando nuevas facultades de asociación de la información percibida por los sentidos. Dada la particular naturaleza de las células neuronales, estas se han organizado de la forma en que “han sabido”, o en que “han podido”, formando redes y flujos entre ellas. Esto ha llevado a un sistema nervioso central consistente en un complejo entramado de grupos de neuronas estrecha e imbricadamente unidos en núcleos, conectados estos a su vez, como conjunto, como paquete de información completa, con otros núcleos, formándose de esta manera redes encerradas en redes, conjuntos encerrados en conjuntos, con sus intersecciones en lugares concretos y sus conjuntos incluidos en otros conjuntos.
Con ese conglomerado nada caótico se crea un mapa del mundo. Reúne este las características precisas. Permite categorizar las percepciones y ordenarlas de menos a más, de más a menos, de acuerdo con un etiquetado emocional que es, a su vez, un sutil etiquetado de supervivencia. Este mapa viene con nosotros al mundo de forma esquemática, y se va puliendo con la experiencia, a través de un proceso de expectativa, acción, error, aprendizaje, y vuelta a comenzar, como dice Chris Frith en su imprescindible obra sobre el Poder de la mente, de la que ya he hablado aquí.
En es el lóbulo temporal donde tenemos la mayor parte de nuestras categorías almacenadas. Es también, en las profundidades de ese lóbulo, donde se etiquetan emocionalmente las percepciones y se dan los primeros pasos en la memoria. Pero las categorías primarias, las que recogen las expectativas evolutivas del mundo físico y biológico, urdidas por los genes en el temprano desarrollo del cerebro, están, por decirlo de alguna manera, en los mismos sentidos. Para aclarar este punto tenemos que volver a la vista, y a su procesamiento paralelo de información sobre el movimiento, la forma y el color.
El psicólogo cognitivo americano Stephen M.Kosslyn, de quien pronto ofreceremos a nuestros lectores una entrevista, ha sido el principal defensor de la idea, más que contrastada ya experimentalmente, de que el cerebro, del ojo al lóbulo occipital, procesa paralelamente la información visual, así como de la otra idea de que pensamos, básicamente, en imágenes. Se crea un mapa visual a partir de la retina, un mapa bastante fiel de lo que la luz “informa”. Dicho de otra forma: la información visual se representa en el cerebro topográficamente. Después esta imagen se desbroza en sus partes constituyentes, tales como color, forma y movimiento. Y finalmente se crea, en las zonas de asociación de la corteza, la percepción, el qualia visual, la experiencia subjetiva de una manzana roja cayendo de un árbol o de un perro pastor alemán mordiendo una pelota de trapo. Esa imagen en sí no es nada, solamente colores, formas y movimiento. Lo que las dota de significado también se integra en esa imagen de conjunto, en la zona asociativa de la corteza. Proviene de las categorías almacenadas en el lóbulo temporal. Cada manzana y cada perro son únicos, no hay ninguno que sea igual que ellos. Sin embargo tienen unas características que les hacen “únicos” también, sobre el telón de fondo del resto de las percepciones entrantes, como manzana o perro, características que distinguimos precisamente en la imagen. No es un proceso enteramente abstracto, pues hay dentro de nuestro cerebro, almacenada, una imagen “ideal” de una manzana o un perro, topográficamente organizada. A esto se puede objetar que podemos imaginar distintas manzanas y distintos perros. Pero al hacerlo solamente jugamos mentalmente con las características físicas, de la imagen, del objeto, que integramos y desintegramos casi a nuestro gusto. Un grupo de neuronas especializado genera esas distintas imágenes. Forman una unidad de procesamiento visual (también para las imágenes internas de la imaginación). También hay unidades de ese estilo en la corteza auditiva, o en la somatosensorial y en la misma motora. Aunque el ser humano es principalmente un animal visual.
Estas unidades de procesamiento visual están vinculadas a la categoría correspondiente. Hay una conectividad estrecha y fuerte entre las mismas y otro grupo de neuronas que, ubicado en el lóbulo temporal, forma un conjunto, vinculado por otro lado al lenguaje y al cerebro emocional, los cuales etiquetan lo que ES y lo que representa el objeto en cuestión, para la acción directa o indirecta sobre el mismo.
Todo lo que percibimos es pues categorizado, englobado dentro de un conjunto de objetos, con intersección y/o siendo subconjunto de otros. Finalmente se suscita en nosotros una respuesta emocional y un movimiento. El lenguaje mismo es un movimiento. Llamar perro a ese borrón que salta sobre otro borrón, al que se llama pelota de trapo, es un movimiento. Es una acción que no se traduce, salvo que se pronuncien palabras con la boca o se reaccione de alguna forma, en una acción en el mundo. Aunque toda acción interna es el preludio de algún tipo de acción exterior, a pesar de que aparentemente no haya nexo entre ellas. San Anselmo fue el primero en aprender a leer en silencio. El lenguaje es un movimiento en el mundo social, que pretende mover asimismo otras mentes, y con ello otros cuerpos. Nuestras categorías perceptivas y nuestras categorías más abstractas, que no son otra cosa que conjuntos entrelazados en un mapa aproximado de la realidad, social y natural, que nos permiten ver más allá de la muestra que representa en cada momento nuestro entorno, sirven al fin de la comunicación, que no es otra cosa que un medio para la acción, y, en definitiva, para sobrevivir en un mundo hostil.
Percibimos, como es natural, como nuestro sistema nervioso puede percibir. La estructura de nuestro mundo se corresponde con la estructura de nuestro sistema nervioso. Vemos el mundo en conjuntos (núcleos de neuronas vinculados entre sí) y como movimiento (disparos neuronales) puesto que esto es lo que puede hacer y representar nuestro sistema nervioso. Pero el bucle se cierra desde el momento en que comprendemos que nuestro cerebro es una adaptación por selección natural a ese mismo mundo. Si es cierto que la estructura de lo que vemos se corresponde con la que puede generar nuestro sistema nervioso no es menos cierto que la estructura de nuestro sistema nervioso ha de ser una adaptación al entorno, y mostrar, por tanto, una imagen razonablemente fiel de la realidad.
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