martes, octubre 08, 2024

La singularidad humana (entrevista a Camilo J. Cela Conde)

Camilo José Cela Conde. Foto de Belén Tánago. 


Camilo José Cela Conde, a quien no hay que confundir con su padre, el gran literato y, por cierto, caminante, es un científico que ha dedicado varias décadas a tratar de conocer e interpretar las huellas que hemos ido dejando en nuestro caminar a lo largo de millones de años y a través de diversos ecosistemas, los seres humanos, desde nuestros orígenes como singulares homíninos bípedos, hasta el día de hoy, en el que hacemos simulaciones de navegación en nubes artificiales ¿En qué momento y lugar del camino comenzamos a volar con la imaginación y a crear representaciones cada vez más abstractas de la realidad? ¿Cómo, cuándo y por qué, en definitiva, surgió la creatividad humana que permite la tecnología y el arte, que nos singularizan cognitiva y conductualmente como Homo sapiens? El "qué nos hace humanos" ha sido, podría decirse, el interrogante conductor de muchas de sus investigaciones. 

Algunos de sus trabajos han sido más divulgativos, y en esa empresa ha contado con la invaluable colaboración del ya tristemente desaparecido Francisco J. Ayala, uno de los padres de la Síntesis Evolucionista Moderna. Una obra monumental sobre Evolución Humana, cuyo volumen se corresponde con su exhaustividad, y un libro en cuyo título se hace la gran pregunta sobre nuestra naturaleza (y que da una tentativa de respuesta en sus páginas) dan testimonio de la profundidad de campo e implicaciones para la comprensión de nuestra naturaleza del estudio de nuestra evolución. 

El Profesor Cela Conde ha tenido la inmensa amabilidad de responder nuestras preguntas para La Nueva Ilustración Evolucionista. 





1.- De todo lo que tiene de singular nuestra especie, en su naturaleza, y tras un largo periplo evolutivo ¿Qué diría que nos hace más humanos?


Nuestra especie es el eslabón final del linaje evolutivo que apareció hace unos 7 millones de años en África con la separación de las tribus Panini (chimpancés) y Hominini (humanos). El único rasgo que comparten todos los géneros y especies del linaje humano —un rasgo que está ausente en los chimpancés— es funcional: la bipedia. Pero numerosos rasgos anatómicos exclusivos de nuestro linaje están relacionados con esa forma de caminar bípeda.

Sin embargo, la pregunta se refiere a las singularidades de nuestra especie, no del linaje humano entero. Para identificarlas, nos basta comparar Homo sapiens con nuestra especie hermana, Homo neanderthalensis. Desde la aparición de los primeros neandertales se indicaron los principales rasgos anatómicos que nos separan de ellos; algunos de los más notorios, como la forma y volumen del cuerpo o el orificio nasal, se interpretan como una consecuencia de la adaptación de los neandertales a climas fríos como son los de Europa y Oriente Medio. Por otra parte, muchos de esos rasgos anatómicos, como el espacio retromolar de los neandertales o nuestra barbilla prominente, dicen poco acerca de nuestra mayor o menor humanidad.

Desde que se secuenciaron los genomas respectivos de humanos modernos (nuestra especie) y neandertales, se sabe cuáles son las principales diferencias en ese nivel esencial; sin embargo, no se han obtenido aún (que yo sepa) las expresiones en el cerebro de los alelos que podrían relacionarse con esa singularidad, con esa forma de ser “más humanos”. Por ejemplo, a pesar de los inicios prometedores del estudio del gen FoxP2, seguimos sin saber el grado de lenguaje que tendrían los neandertales.

En términos digamos generalistas, la mayor parte de los interesados en la evolución identificarían la forma de ser “más humanos” con aspectos como la creatividad o el arte. Son mentales, sí, pero dejan huellas empíricas al estilo del arte rupestre. Y si bien la capacidad artística se ha atribuido de manera tradicional a Homo sapiens, los estudios de la última quincena de años han llevado a que no podamos excluir a los neandertales como posibles autores de las formas de arte más antiguas de las cuevas de la Cordillera Cantábrica (España).


2.- Pareciera que hubiéramos tomado la tierra por asalto, como oportunistas intrépidos que todo lo recorren y ocupan ¿Qué sabemos de nuestra expansión por el orbe a partir de los fósiles, los genes, nuestra historia y nuestras costumbres?


El panorama general de las diversas expansiones de miembros del linaje humano desde África a Eurasia está bastante claro. Son sobre todo las huellas fósiles y arqueológicas las que apuntan a diversas salidas a través del llamado Corredor Levantino a partir de la primera de todas de la que se tiene constancia sólida gracias a los restos de Dmanisi (Georgia), con cerca de 1,8 millones de años, aunque pudo haber salidas esporádicas anteriores peor documentadas. A partir de la colonización de Asia y, más tarde, de Europa, las especies del género Homo se diversificaron con relaciones filogenéticas entre ellas que se están aclarando gracias a los estudios genéticos.

Por lo que hace a la ocupación del continente americano, los responsables son los miembros de nuestra propia especie; es en términos evolutivos muy reciente.

Caben pocas dudas acerca de nuestra condición de “oportunistas intrépidos” pero es posible, e incluso probable, que las poblaciones protagonistas de los principales desplazamientos humanos estuviesen en realidad formadas por los miembros más débiles y con menos recursos, obligados, por tanto, a migrar. Hoy día sucede lo mismo.


3.- ¿Qué podría decirse que es, desde una perspectiva evolucionista, la cultura?


Es un componente más en las capacidades adaptativas de nuestra especie. Pero de características diferenciales importantes. La cultura aparece muy tarde en la evolución del linaje humano, hace poco más de 2,5 millones de años y, aunque manifestaciones más antiguas de uso de útiles de piedra pueden ser atribuidas a los australopitecos, la que se considera primera tradición cultural, la Olduvaiense o Modo 1, se asocia al género Homo igual que todas las que le siguieron.

Pero por tardía que fuese la irrupción cultural, supuso un cambio enorme para la adaptación al ecosistema, proporcionando medios de transformación cuya capacidad de evolución y transmisión supera muchísimo al mecanismo de mutación/selección/evolución genética.

Hoy día, la cultura parece ser la única variable con peso adaptativo y evolutivo pero no nos engañemos. Es fácil demostrar, mediante la comparación de la dinámica de las poblaciones, que la evolución genética continúa.


4.- ¿Dónde tendría cabida, según su parecer, una perspectiva trascendente, espiritual, dentro del gran fresco del cosmos, y más particularmente en el de la evolución y la naturaleza humanas, que usted ha estudiado más a fondo?


Las posibles comparaciones, contraposiciones, colaboraciones o conflictos entre ciencia y religión forman parte de una discusión que aún no se ha resuelto. Es sabido que los avances científicos han ido restando competencias a las interpretaciones trascedentes, con el ejemplo bien cercano al contexto de esta charla de la evolución de las especies. Pero en la medida en que la ciencia exige hipótesis falsables y se basa en evidencias empíricas, siempre dejará, en mi opinión, un espacio a las creencias religiosas. Lo diré de otra manera: desde Kant sabemos que el conocimiento humano se sitúa a partir de las categorías de espacio y tiempo. Eso quiere decir que no podemos proponer ninguna hipótesis falsable anterior al Big Bang, que supone el origen del espacio y del tiempo. Así que cualquier propuesta acerca de una entidad sobrenatural que haya creado el universo no tiene cabida en la ciencia: se instala en una perspectiva trascendente, es decir, religiosa.


5.- Con el Profesor Francisco José Ayala, uno de los padres de la Síntesis Evolutiva tuvo usted, durante un tiempo, una fructífera colaboración ¿Qué destacaría de su figura? ¿Cómo ve a día de hoy el marco de la Síntesis Evolutiva dentro de la ciencia y más concretamente en las ciencias de la vida y el estudio de la evolución humana?


El profesor Ayala fue uno de los últimos grandes pensadores que dieron lugar al paradigma del neodarwinismo. Sus contribuciones a la teoría de la evolución tal y como se entiende hoy son esenciales. Yo trabajé con Francisco Ayala más bien en el campo de la evolución humana y, dentro de él, la influencia del profesor Ayala en aspectos controvertidos como pueda ser la explicación evolutiva de la conducta altruista es reconocida de forma universal.

Respecto de la importancia del neodarwinismo en la ciencia, se resume con una frase bien famosa de Theodosius Dobzhansky que, según creo, siendo del todo válida: Nada en biología tiene sentido al margen de la teoría de la evolución.


6.- La acción humana ha dejado y sigue dejando una huella indudable en el medio ecológico, en la naturaleza, en la biosfera ¿Cómo cree que evoluciona esta relación entre el ser humano y el medio natural del que surgió y en el que, inevitablemente, vive, se desarrolla y acaso termine por extinguirse?


Todas las especies dejan huella en el medio al que están adaptadas pero el impacto que hemos producido nosotros es de dimensiones gigantescas. Sin la menor duda, son los productos culturales —entendiendo los mecanismos sociales como parte de la cultura en general— los que han permitido a los humanos multiplicar su población de forma desmesurada y ocupar cualquier hábitat procediendo a transformarlo. A partir de acontecimientos como la invención de la escritura, la aglomeración urbana y el despotismo que surgieron en Oriente Medio hace más de 5.000 años, o la revolución industrial de finales del siglo XIX, las modificaciones del ecosistema han llevado a que nuestro nivel de población sea incomparable no ya con los demás primates sino con cualquier mamífero. La biomasa humana supera incluso la de las hormigas; pesamos en conjunto unas cinco veces más.

La ecología nos ha enseñado que cualquier ecosistema cuenta con una capacidad de carga máxima para cualquier organismo que indica el número máximo de individuos que puede soportar sin que los recursos naturales se agoten y la especie se vea amenazada por la extinción. No se trata de una cuestión ideológica sino técnica: entendiendo el ecosistema como una isla, en dicha isla cabe una cantidad determinada de humanos; si hay más, las hambrunas y las enfermedades letales se disparan y la población disminuye hasta ajustarse a la capacidad de carga. Con el riesgo de que la caída de población continúe al alcanzarlo y la especie desaparezca.

La propia capacidad de carga de un ecosistema puede incrementarse por medios culturales: las desaladoras nos proporcionan un buen ejemplo cuando el agua potable falta. Pero ese incremento artificial altera y consume aún más los recursos; la capacidad de carga no puede incrementarse hasta el infinito.


7.- ¿En qué está trabajando e investigando ahora? ¿Qué misterio quisiera desvelar o ver desvelado?


Desde hace veinte años he llevado a cabo trabajos de investigación acerca de las redes cerebrales responsables de tareas cognitivas complejas (bueno; todas lo son); en particular, la capacidad de producir y apreciar la belleza.

Por desgracia, cuando dejé de ser profesor en activo la universidad en la que había creado un laboratorio dedicado a investigar la evolución de la cognición humana el laboratorio lo cerró, las asignaturas que yo impartía desaparecieron y tuve que buscarme la vida investigadora en otras partes.

Ahora estamos terminando un proyecto promovido por la universidad de Comillas en colaboración con la Complutense que analiza los cambios en las redes cerebrales debidos a la enseñanza de la creatividad.

Los resultados que hemos obtenido me hacen confiar en que pronto se logrará entrar en los aspectos más intrincados del pensamiento humano. Creo que artículos como el que publicamos en 2013 sobre la dinámica de las redes cerebrales en el proceso de apreciación de la belleza y los que estamos preparando ahora sobre la creatividad nos permiten acercarnos a lo que los filósofos denominan “quale”, las sensaciones personales y subjetivas que Christof Koch y Francis Crick, en su teoría neurobiológica de la consciencia, creían que jamás podrían explicarse en términos científicos.

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