viernes, noviembre 21, 2008

Hijos del hambre (entrevista a José Enrique Campillo)

Ganar el pan con el sudor de la frente es algo a lo que hemos estado abocados desde tiempos inmemoriales. El movimiento de los organismos es, de hecho, una estrategia para buscar alimento. La evolución, dentro de la maravillosa diversidad que creó, llevó a seres que huían de los depredadores y corrían tras potenciales presas. Gran parte del diseño de los organismos "superiores" tiene la función de hacerlos más hábiles, rápidos y fuertes en la denominada lucha por la existencia. Por debajo de la frenética actividad en pos de la supervivencia se dan procesos bioquímicos complejos en los que la energía se capta, se almacena y se libera. Originariamente la vida estaba constituída únicamente por esos procesos. Con el tiempo y la competencia por los recursos escasos se fue convirtiendo, en una proporción no desdeñable, en lo que ahora vemos en los documentales y en nuestra sociedad (para lo último se requiere una mirada naturalista más atenta).

La energía fluye por el sistema. La ecología estudia cómo la energía se genera y se mueve por entre los seres y su entorno abiótico. Múltiples semillas de luz solar germinan en tierra y mar en forma de plantas y plancton, y desde ahí se eleva una larga cadena trófica por la que fluyen los nutrientes hasta los menos autosuficientes de los seres, los carnívoros. Los autótrofos son devorados por los heterótrofos mansos que a su vez son devorados por los más fieros. El ser humano se halla en la cúspide de la pirámide alimenticia, al menos desde que, en un momento de su evolución, abandonó el cobijo de las selvas tropicales africanas para adentrarse en la árida sabana.

Entonces se vio obligado a cambiar sus hábitos alimenticios para sobrevivir. Dado que el ambiente no proveía apenas de frutos carnosos, el animal arborícora tuvo que poner pie en tierra de forma permanente y buscar su sustento de forma distinta. Obviamente nada de esto sucedió en unos pocos días, ni en unas pocas generaciones. Pequeños cambios genéticos, trasmitidos diferencialmente por homínidos mejor adaptados al nuevo ambiente a su descendencia, dieron origen, con el tiempo, al ser humano, capaz de correr largas distancias, de pensar sobre la muerte, de escribir y protagonizar dramas y de viajar al espacio. Este ser, que no nos es en absoluto ajeno, lleva dentro de sí miles de millones de años de evolución desde la primera molécula de ARN, o lo que fuera que comenzase el proceso de replicación. Nuestra evolución se lee en nuestros genes, pero también se lee en nuestra anatomía y en nuestra fisiología.

En particular en esta última lee desde hace tiempo nuestro entrevistado de hoy, José Enrique Campillo Álvarez, Catedrático de Fisiología en la Universidad de Extremadura. Aborda en sus estudios y trabajos un tema interesante no sólo desde el punto de vista científico, ni sólo para quien desea conocer sus orígenes, más allá de padres, abuelos y antecesores en época romana: la obesidad en la sociedad actual.

Este asunto es del interés de todo aquel que haya sufrido delante de algún manjar, por caer en la amarga contradicción de desear consumirlo y a un tiempo temer hacerlo. Su naturaleza está presente en ambas pulsiones. El deseo y el querer, en su lucha en nuestro interior, obedecen a dictados distintos de nuestro ser.

Se sabe que la obesidad afecta tanto a nuestra imagen como a nuestra salud. Es causa de enfermedad coronaria y de cáncer, y la mente de los demás, por término medio, no encuentra grata nuestra versión oronda. Enfermamos y no gustamos. Para un animal sexual, vanidoso y sediento de trascendencia la obesidad es una condena terrible. Nadie quiere estar gordo.

En El Mono Obeso, el Profesor Campillo expone amena y rigurosamente el por qué profundo de nuestra tendencia a engordar. Ese por qué no lo encontramos más que superficialmente en nuestra tendencia a comer grasas e hidratos de carbono con alegría. Esta sería solo la causa inmediata, conductual. Detrás de eso hay un cerebro y un organismo moldeados por la evolución, por una evolución que se dio en distintos ambientes ecológicos, con distintas presiones ambientales. Resumiendo y simplificando mucho podría decirse que ahora llenamos el buche porque en el pasado lo hacíamos, pero en el pasado tenía un sentido biológico, pues nos urgía acumular reservas en épocas de abundancia relativa para épocas de carestía -hambre, vaya- y hoy no lo tiene, ya que nuestra nevera está llena. Para más detalles, la obra del Profesor Campillo.

1) ¿Somos lo que comemos, comemos según somos o quizás alguna cosa intermedia o distinta?

Cada especie animal porta en sus genes el diseño de cuáles son los alimentos más adecuados para su supervivencia. Las vacas se alimentan de vegetales y para digerirlos han desarrollado un sistema fermentador en el estómago. Un caballo y un gorila se alimentan de vegetales que digieren en un gran colon fermentado. Un león o un gato se alimentan de carne y el escaso tamaño de su colon les impide nutrirse de vegetales, son carnívoros estrictos. Hay animales como el cerdo y el oso que pueden alimentarse de alimentos de origen animal o vegetal. La historia evolutiva de nuestra especie nos ha hecho, lo que podíamos denominar “carnívoros facultativos”. No somos omnívoros porque a diferencia del cerdo y del oso, no sobreviviríamos a base exclusivamente de hierba. Nuestro pequeño colon solo puede digerir unos vegetales muy especiales llamados verduras, hortalizas y frutas. No podemos alimentarnos de césped.

2) Antonio Damasio sugiere que nuestras emociones y nuestros más elevados sentimientos se asientan sobre la información que recibe el cerebro del estado del cuerpo. En lo que se refiere a la importante función de alimentarse ¿en qué medida y de qué manera diría que afecta a nuestras emociones, nuestros pensamientos y nuestro comportamiento?

Las dos funciones fundamentales de cualquier ser vivo son la alimentación ( de interés a nivel de individuo) y la reproducción (de interés a nivel de especie). Los genes, que son los que verdaderamente mandan, se han encargado de que cumplamos ambas y para ello han hecho que nutrirnos y reproducirnos sean actos placenteros. De hecho, uno de los problemas para perder peso es que comer es placer. Por ello en lo que preguntas hay una doble relación que complica las cosas: por una parte nuestras emociones, nuestros pensamientos influyen la forma en que nos nutrimos y, por otra, los alimentos que tomamos influyen en nuestro comportamiento. Muchos alimentos son los precursores de neurotransmisores importantes, por ejemplo el triptófano de la carne es precursor de la serotonina.

3) Hace unos años se descubrió la hormona leptina, que puso de manifiesto que las células adiposas, a las que se consideraba meros receptores pasivos de las grasas, envían mensajes al cerebro sobre la cantidad de grasas que almacenaban. Desde entonces se han encontrado muchas otras hormonas que participan en este circuito de información entre el cerebro, las células adiposas y el aparato digestivo. ¿Podría hacernos inventario y explicarnos brevemente el proceso?

En efecto, hace unos pocos años se pensaba que los adipocitos eran una especie de células tontas que solo sabían almacenar grasa. Hoy sabemos que son uno de los órganos endocrinos más importantes del organismo. El adipocito funciona como un “ponderostato”. Si aumenta de tamaño la grasa acumulada, dispara señales para que se inhiba el hambre y se gaste mas energía, para que bajen los depósitos grasos. Si se adelgaza, se disparan otras señales que nos dan hambre y reducen el gasto energético. Cada persona tiene ajustado su “ponderostato” a un determinado nivel. Si se desajusta, viene la obesidad o el adelgazamiento excesivo. Hay muchas señales que intervienen en este complejo proceso Además de la leptina, están bien estudiadas y reconocidas la adiponectina, la resistina y también, sorprendentemente, producen factores proinflamatorios como la Interleuquina y el llamado Factor de Necrosis Tumoral (TNFα). Hoy se considera a la obesidad como un auténtico estado inflamatorio, además de acúmulo de grasa.

4) La medicina evolucionista ayuda a explicar la génesis y la razón de ser de muchas enfermedades. Mel Greaves, por ejemplo, ha explicado el cáncer desde una perspectiva evolucionista en Cáncer, el legado evolutivo, y usted nos habla de esa pandemia terrible de la opulencia y el sedentarismo que es la obesidad, en El Mono Obeso. ¿En qué áreas de la medicina cree que puede contribuir positivamente la explicación evolucionista? ¿cree que puede servir para obtener terapias eficaces, aparte de un conocimiento más exhaustivo?

Bueno, hay auténticos tratados sobre Medicina Evolucionista. En español esta publicado “¿Por qué enfermamos?”, creo que por Grijalbo. Prácticamente no hay especialidad médica sin tratamiento evolucionista.

5) ¿Cuán inadaptado diría que está nuestro diseño en las modernas sociedades tecnológicas, multiculturales, impersonales, de masas....?
Depende de la carga genética que tenga cada cual. Los genes paleolíticos que todos llevamos muestran muchos polimorfismos y las diferentes personas responden de forma diferente ante las mismas presiones ambientales

6) ¿Padecen los obesos una adicción, en un sentido estricto del término, cómo la padecen los drogadictos?

Si; en USA la obesidad se trata con los mismos esquemas que otras adicciones como el alcoholismo. Sólo hay comercializadas dos medicinas con la indicación oficial de tratamiento de la obesidad, así que el resto es “abstinencia” de comer y gastar más con el ejercicio físico. Para eso se requiere psicoterapia.

7) ¿Qué está investigando ahora? ¿Cuál es su mayor reto científico, cuál el misterio que desearía desvelar?

Bueno, ahora estoy metido de lleno en completar la idea lanzada en El Mono Obeso, en otro libro que se titulará: Hijos del Hambre.

Es difícil clasificar los misterios por su interés, ya que hay que establecer qué tipo de interés consideramos. Posiblemente unos de los temas más apasionante sea los mecanismos del envejecimiento.

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