José Luis Betrán Moya |
La Historia de la Humanidad suele referirse a lo que acaeció a las sociedades e individuos humanos, integrantes de ella, en su mutua interacción y en su interacción con el medio natural del que surgieron.
Conforme avanzamos cronológicamente el relato parece centrarse cada vez más en lo propiamente humano y en lo más propiamente individual: aparecen personajes con nombres y apellidos que representan papeles destacados dentro del teatro de la cultura humana (entendida ésta en su sentido más amplio). La naturaleza (entendedida en su sentido más restrictivo) va quedando relegada a telón de fondo, y parece no tuviera otro papel que el de adornar con sus colores el cuadro de la tragedia del ser humano, representada por los principales individuos o grupos en escena, en su efímero paso, con sus costumbres y sus hechos.
Se puede asistir a una guerra, a un cambio político revolucionario, a un descubrimiento de nuevas tierras, a un avance tecnológico que nos permite hacer cosas nunca antes imaginadas, e incluso a las relaciones de poder, de amor, y a la evolución de las instituciones económicas, jurídicas, religiosas, políticas y sus diversos hitos.
Pero ninguno de nuestros artificios sucede en un vacío natural. Porque lo veamos o no, nos guste o no, lo aceptemos o no, todo lo que somos, todo lo que hemos hecho, es natural, es naturaleza. La Historia que debiera ir en mayúsculas es la natural, el río de la vida del que la historia humana es un mero afluente, acaso un mero accidente.
Resulta así de extraordinario interés el relato de nuestra relación con el medio ambiente natural mientras lo hemos ido transformando para acomodarlo a nuestros fines (biológicos). Una parte de este relato bastante importante es la de las epidemias. En ella se ve cómo hemos sido zarandeados como muñecos de trapo, y hemos perdido el control de algo que, de hecho, apenas controlábamos. Era lo que los psicólogos denominan "ilusión de control": uno cree que está al mando y es dueño de su destino, piensa que todo surge de su voluntad soberana, pero resulta que obedece a sus instintos y depende por completo de lo que le rodea.
En dicha historia se puede apreciar dentro de un marco temporal preciso y uno geográfico necesariamente más amplio, por imperativo del guión natural, cómo nos hemos encontrado tantas veces a merced de otros seres vivos que, siempre presentes, dirigen nuestros destinos de la cuna a la tumba. Ciertamente, y como bien señala el Profesor Ignacio López-Goñi, Catedrático de Microbiología en la Universidad de Navarra, con quien es probable tengamos también una entrevista, los microbios no entienden de razas, etnias, sexos, edades, de nacionalidades y de fronteras.
Ahora que despertamos abruptamente del brevísimo sueño de la era dorada de los antibióticos, que siguió a los sucesos relatados en dicha obra, quizás es tiempo de mirar atrás y ver cómo la naturaleza siguió su curso entre nosotros.
Agradecemos al
Profesor Betrán Moya que haya dedicado parte de su tiempo a responder unas
preguntas para La Nueva Ilustración Evolucionista.
1.- Cuando la Peste Negra llegó a la península ibérica muchos fueron los que culparon a los judíos de haberla provocado. ¿De aquellos tiempos a los nuestros, y pese al avance de la ciencia, que diría que ha cambiado y que permanece de esa búsqueda de chivos expiatorios?
La tendencia a buscar
“chivos expiatorios” en coyunturas epidémicas ha sido una constante histórica.
No solo los judíos, como en el caso de las pestes medievales que apunta, sino
también otros colectivos han sido señalados como potenciales difusores. Al
tenerse noticia de los contagios muchas ciudades europeas en los primeros
siglos de la Edad Moderna dictaban bandos ordenando la expulsión de vagabundos
y prostitutas bajo duras penas. Algunos humanistas e el siglo XVI, como el caso
de Juan Luis Vives (De subventionem
pauperum, Brujas, 1526), ayudaron a estigmatizar la figura de los pobres y
mendigos acusándolos de ser propagadores de enfermedades. Y el estado casi
permanente de guerra en que vivió la vieja Europa durante siglos con sus conflictos
confesionales contribuyó en más de una ocasión a agitar el fantasma de “guerras
biológicas” provocadas por los enemigos que, con diversas pócimas, se dedicaban
a envenenar las pilas de las iglesias para contagiar las pestes entre la
población. Todavía en julio de 1834, durante la primera epidemia de cólera en
España, en Madrid se produjo la matanza de 73 frailes de diferentes conventos
del centro de la capital, en plena ceguera anticlerical, a los que se acusaba
de haber envenenado las aguas de las fuentes públicas. Todas estas acciones han
sido siempre el nefasto resultado de la irracionalidad, la mezcla entre el
miedo natural a morir como resultado del desconocimiento real de a lo que se
enfrentaban los hombres sobre la verdadera naturaleza de las enfermedades y,
por otra parte, los discursos intolerantes que en una u otra época se han
cebado sobre diferentes colectivos.
La intolerancia siempre es miedo. Es lo que está en su base. Miedo al otro, al que es diferente. Occidente ha tardado muchos siglos en conquistar lo que hoy entendemos por tolerancia y, en ello, sin duda, los avances médicos a partir de la segunda mitad del siglo XIX han sido fundamentales para dar el verdadero rostro a esos miedos, al centrar la atención sobre los microbios y no sobre los hombres fuesen cuales fuesen las condiciones y los comportamientos de éstos. No obstante, a pesar de que la razón parece haber ganado la partida, no podemos bajar la guardia pues esas reacciones viscerales que suscitan las epidemias siempre están prestas a retornar. A finales de los años ochenta del siglo XX el SIDA fue “moralmente” asociado con las prácticas homosexuales y en los últimos años enfermedades como el SARS o el EBOLA las hemos asociado colectivamente con la pobreza de ese Tercer Mundo del que tememos que pretenda asaltar nuestro nivel de bienestar occidental con sus pateras. El COVID 19 ha hecho revivir las viejas tesis conspirativas de enfermedades creadas en laboratorios, discurso solo entendible dentro de un contexto de lucha por la hegemonía mundial entre diferentes potencias. La insolidaridad está lejos de haber sido superada.
2.- Por orden de letalidad (número total de muertos en relación a la población) ¿Cuáles han sido los peores enemigos microbianos de los españoles? ¿Qué zonas de la Península han sido las más castigadas por todos y cada uno de ellos?
La lista de enfermedades
epidémicas padecidas por la sociedad española en su historia es enorme. Pocas
regiones, por no decir ninguna, han dejado de sufrirlas en los siglos pasados.
Por su letalidad y su continuidad en el tiempo, sin duda alguna, la peste
bubónica ha sido la más importante. En una época todavía preestadistica (el
primer censo general de población española es de 1857), solo podemos hacer
aproximaciones a partir de fuentes parroquiales o registros fiscales de la
época a lo que significó su rastro de victimas. La peste de 1348, que entró por
las regiones del Levante antes de internarse hacia Aragón, la Meseta castellana
y las costas andaluzas y se prolongó al menos hasta 1351, causó al menos la
muerte de un tercio de la población española de la época. Y todavía en lo que
quedó del siglo XIV la peste reapareció al menos en tres ocasiones más, con lo
que la población que en 1300 debía rondar los 5 millones y medio, al finalizar
el Trescientos a penas sobre pasaba los cuatro millones. Pero la peste continuó
su periódica visita: once epidemias más en el siglo XV, siete en el XVI y tres
en el XVII. Junto a la de 1348-51, la de 1596-1602 fue terrible para la
demografía castellana, que vio aquí frenado su crecimiento e inició su declive;
y la de 1647-1654 fue una autentica tragedia en las áreas mediterráneas, en
medio de un clima político de gran inestabilidad por las guerras con la vecina
Francia y las revueltas internas de la Monarquía Hispánica en Cataluña y el sur
de Italia.
El final del siglo XVIII y los primeros años del XIX vivieron algunos contagios portuarios por la fiebre amarilla importada desde el mundo americano a través del comercio con las colonias (Cádiz, Barcelona). Pero fue el cólera la enfermedad asociada por excelencia a las malas condiciones de higiene y salubridad, especialmente en los crecientes medios urbanos y a los conflictos civiles de las guerras carlistas. Las pandemias de 1833-35, 1854-56, 1865 y 1884-1885, se estima que causaron unos 800.000 muertos, un seis por ciento de la población media de quince millones de habitantes del país. Por último, la mal llamada “gripe española”, la que causó cerca de 50 millones de muertos en todo el planeta entre 1918 y 1919, según las cifras oficiales causó en España algo más de 182.865 muertos, si bien es posible que las cifras reales se acercaran a los 270.000, sobre una población próxima a los veintiún millones de habitantes, es decir, a penas un 1,2 por ciento.
3.- Se sabe que los gérmenes han influido poderosamente en la historia universal, marcando su curso. ¿Qué grandes eventos de nuestro devenir histórico pudiera decirse que fueron claramente afectados por ellos?
Todas las pandemias han tenido sus consecuencias graves y duraderas en lo económico, en lo social, en lo político o en lo cultural. La peste negra de 1348 fue una parte fundamental del desencadenante de la crisis del régimen feudal durante el periodo bajomedieval. La caída de la población supuso una disminución importante de la mano de obra y un aumento de los salarios mientras se contraía la demanda del consumo y caían los precios agrícolas. Ello provoco la reacción de los señores que trataron de recortar derechos de los campesinos y sujetarlos a la tierra. Allí se inició un violento periodo de conflictos entre señores y campesinos que en muchas ocasiones tardó más de un siglo en ser resuelto pero que hizo que el régimen feudal en Occidente ya no fuera el mismo que antes. Curiosamente la morbosidad de la violencia de la muerte por las pestes medievales despertó una reacción contraria en la cultura: el deseo de la vida intensa, aunque ello no nos debe hacer olvidar que en esa cultura se instaló para no marcharse la reflexión sobre la fragilidad y la levedad de la vida, como bien expresa Jorge Manrique en las famosas coplas que dirige a la muerte de su padre… En el XIX, la lucha contra el cólera hará despertar cada vez con más fuerza la conciencia sobre las desigualdades sociales. Muchos médicos estarán en la vanguardia de esta denuncia y en la lucha por una sociedad mejor. El higienismo será una corriente que nacerá en la primera mitad del siglo XIX con el liberalismo y que centrará a la enfermedad como un fenómeno social que abarca a todos los aspectos de la vida humana. Será fundamental para concienciar sobre la necesidad de mejorar las condiciones de salubridad urbanas con la instalación de agua corriente, sistemas de alcantarillado, control de industrias, alejamiento de las ciudades de los cementerios…, y, cuando llegue el tiempo de las vacunas (con las escuelas de Pasteur y Koch), con su insistencia en su aplicación universal. Es mucho lo que debemos a las figuras pioneras en España de Mateo Seoane, Pedro Felipe Monlau, Francisco Méndez Álvaro, Juan Giné Partagas, Rafael Rodríguez Méndez… Algunos de ellos serían fundamentales en la institucionalización y legislación en materia de higiene pública en nuestro país.
4.- Con la llegada de los españoles al nuevo mundo y su encuentro con los indígenas, ejércitos microbianos pasaron de unos a otros. Más tarde la llegada de esclavos africanos trajo nuevos microbios. ¿Qué balance se puede hacer en las distintas poblaciones y de intercambios de gérmenes?
Hemos de suponer que la historia de las epidemias nació con la sedentarización y el crecimiento de la densidad humana con los núcleos que fueron apareciendo a partir de la revolución del Neolítico que desarrollaron la agricultura y la ganadería entre el año 6.000 y el 3.000 a. C. A partir de entonces las epidemias comenzaron a ser corrientes y con el desarrollo de las primeras civilizaciones escritas hace cinco milenios comenzarnos a tener sus primeros testimonios directos. Aunque hubo epidemias importantes en el periodo clásico (la celebre peste de Atenas del siglo V a C, la Antonina del siglo II en el Imperio Romano, o la bizantina del siglo VI en tiempos del emperador Justiniano), ya hace años que el historiador francés Emmanuel Le Roy Ladurie insistió que hasta la Peste Negra de 1348 no se puede hablar con propiedad de una primera unificación microbiana de la enfermedad, en el sentido pandémico de la palabra, que afectó al viejo mundo euroasiático, único por entonces conocido. La peste fue una enfermedad ligada al desarrollo del capitalismo mercantil bajomedieval, donde el comercio marítimo y terrestre (desde la ruta de la seda hasta la navegación comercial por el Mediterráneo y las grandes rutas fluviales en el interior de Europa) jugaron un papel fundamental en su transmisión. Luego llegó el comercio oceánico con la expansión de las potencias ibéricas y más tarde de los nuevos estados del noroeste europeo que cuestionaron su monopolio. enfermedades endémicas en Europa como la viruela o el sarampión, se convirtieron en terriblemente mortíferas en el Nuevo Mundo hasta reducir de 40 o 50 millones de habitantes antes de la llegada de Colón a apenas 15 millones un siglo después. También desde América vendrían enfermedades contagiosas en los viajes de retorno. Fue el caso de la sífilis desde finales del siglo XV o del vómito negro o fiebre amarilla en el siglo XVIII, posiblemente originado en África y trasladada hacia América con el comercio negrero y, desde las Antillas, proyectándose sobre las zonas portuarias europeas que dominaban el llamado “comercio triangular”. Ya, en el XIX, con la segunda revolución industrial, la de los transportes como el ferrocarril o la navegación a vapor, y con el desarrollo de grandes infraestructuras como el Canal de Suez (1859-1867), el espacio, que había sido una barrera protectora y relentizadora de la propagación de virus y bacterias durante siglos, fue poco a poco perdiendo su valor como escudo. En buena medida abrió el paso de finito a que las epidemias de nuestra era, la era de la globalización tenga cada vez más un carácter de explosividad pandémica.
5.- De los Lazaretos y cuarentenas a las medidas de salubridad de las ciudades y sus suministros e infraestructuras, sobre todo lo relacionado con las aguas ¿Cómo ha sido a grandes trazas la historia de España en cuestión de mejora de los sistemas y medidas de saneamiento? Realmente algunas medidas que hoy se toman con la nueva Pandemia no tienen nada de "nuevas" ¿Qué sigue siendo igual desde la peste negra en cuanto a medidas de contención?
Durante el Renacimiento europeo nacieron las primeras instituciones
sanitarias publicas propiamente dichas, con un carácter permanente de vigilar
las noticias que se tenían sobre los avances de las epidemias y de luchar
contra ellas de la manera más eficaz posible si sus regiones eran alcanzadas.
Puede decirse que fue una contribución de la cultura mediterránea a la
civilización europea. La mayor exposición a las oleadas epidémicas llegadas
desde el mundo asiático hasta sus puertos hizo que en algunas ciudades
italianas como Venecia, Milán, Ragusa luego Nápoles, se establecieran
autenticas Magistraturas sanitarias (capaces de legislar en materia sanitaria y
de castigar severamente las infracciones cometidas, a la vez que organizar toda
la política asistencial hacia las personas infectadas en sus jurisdicciones.
Barcelona fue la primera en seguir este modelo a partir de comienzos del siglo
XVI. En buena parte su práctica fue la combinación de la experiencia cotidiana
y de las teorías médicas de la época marcadas pro la tradición
hipocrática-galénica sobre la naturaleza y las formas en que se entendían que
se difundían y afectaban las enfermedades morbosas. Géneros y personas
comenzaron a ser vigiladas y se crearon guardias especificas para su control en
caminos, en las entradas de las ciudades, en el desembarco de las mercancías en
sus puertos en los que se exigían patentes sanitarias limpias o se confinaban
durante un periodo de cuarenta días -pues este era el tiempo que Jesús había
resistido las tentaciones del demonio en el desierto-, hasta que se
consideraban limpias para poder entrar en las ciudades. El paludismo -que en
los siglos XVI al XIX afectó a muchas regiones del Levante dedicadas a
actividades como el arroz-, hizo que los gobiernos ilustrados iniciasen
numerosas obras para disminuir su perniciosidad con la desecación de zonas
endorreicas próximas a núcleos urbanos.
Efectivamente, muchas de las medidas políticas sanitarias que hemos vivido durante este periodo del COVID 19 no son nuevas, como tampoco los debates sobre su utilidad. En el siglo XIX son muy conocidas las disputas entre librecambistas y proteccionistas sobre la conveniencia de los sistemas de cuarentena y lazaretos que se había seguido en el pasado. Los primeros acusaban a los segundos de encubrir con ello medidas proteccionistas que restaban alas a la actividad comercial y al progreso. Por eso, cuestionaron cada vez más su validez por los inconvenientes que ello suponía para las economías. Como vemos hoy en día, el debate entre salud y economía no ha sido cerrado, y seguimos debatiendo cuales son los mecanismos que no permitan identificar y rastrear a las personas potencialmente capaces de contagiar.
6.- Santiago Ramón y Cajal es probablemente nuestro más ilustre científico. Pocos saben que nuestro Premio Nobel por sus contribuciones decisivas a la neurología, trabajó años antes, en 1885, en la epidemia de Cólera que se desató en Valencia, identificando al patógeno. Por poco se dedicó a la microbiología. ¿Qué historia tiene nuestra ciencia médica, en su lucha contra los agentes infecciosos, y que protagonistas desfilan por ella?
Efectivamente, nuestra medicina ha tenido históricamente un papel destacado., ya desde tiempos remotos. Nuestra posición de frontera entre las civilizaciones cristiana y árabe durante el periodo medieval y la coexistencia entre las culturas hebrea, cristiana y musulmana, favorecieron una rica transmisión de conocimientos médicos de la que se benefició todo Occidente en el arranque de la Edad Moderna. Nuestra medicina renacentista fue especialmente reconocida con figuras como el segoviano Andrés Laguna, de sangre judeoconversa, Francisco Valles, Luis Mercado, Alonso López de Corella… Algunos médicos de la corte, como Francisco Hernández, nos dejaron descripciones de los efectos terribles de las epidemias de viruela en México en 1576, pero también ayudaron a difundir noticias sobre plantas medicinales americanas. El guayaco fue empleado en las curaciones de la sífilis desde 1530 como método menos nocivo que el uso del mercurio propiciado por Paracelso y para las tercianas el empleo de la quina fue también decisivo. En el caso de la viruela, cuya vacuna fue descubierta por el médico inglés Edward Jenner en 1796, no podemos olvidar que esta llegó a España raídamente en 1800, concretamente en Puigcerdà de la mano del doctor Francisco Piguillem y que solo tres años después, el medico alicantino Francisco Javier Balmis iniciaría la fascinante aventura de la primera expedición para lograr una vacunación universal en todos los territorios del Imperio español, lo que le llevaría hasta América y Filipinas. Ya con los avances más contemporáneos de la segunda mitad del siglo XIX liderados por las escuelas microbiológicas del francés Louis Pasteur y del alemán Robert Koch, no solo el caso que menciona de Santiago Ramón y Cajal, sino de algunos otros contemporáneos con desigual éxito. Estoy pensando en el caso del médico catalán Jaume Ferran y Clua, que informado de los avances que en el campo de la microbiología se desarrollaban en Europa también trató de desarrollar una vacuna anticolérica en 1885. También en el caso de la tisis o tuberculosis fue muy destacada la labor de médicos como Manuel Tolosa Latour, Francisco Suñer y Caddevila, Luis Comenge y Ferrer o del citado Jaume Ferran. La vacuna descubierta por el francés Albert Calmette en 1921 fue introducida en España en 1924 por el tisiólogo catalán Luis Sayé y Sempere. Son solo una muestra de una generación de médicos españoles que estuvieron siempre a la vanguardia de las novedades en un momento clave en la lucha contra las enfermedades contagiosas entre el final del siglo XIX y los comienzos del siglo XX.
7.- Guerras, hambrunas…y epidemias. Sin embargo, un análisis histórico no establece una relación exacta entre ellas. ¿Acaso no la hay, o existe una correlación?
Al contrario. Es cierto que se ha discutido en ocasiones sobre la vinculación directa entre estados de desnutrición y difusión de determinadas enfermedades. Existen alguna en las que esta relación parece probada, como en el caso del tifus exantemático. Pero fuera de esas precisiones científicas es indudable que esos “tres jinetes del Apocalipsis” han caminado estrechamente a lo largo de la Historia interactuando en beneficio propio: la escasez ha debilitado los cuerpos que han sido presa fácil de los microbios; los microbios han destruido poblaciones antes de que fueran fácilmente conquistadas por los soldados; y finalmente los soldados, al desplazarse de un lugar a otro han destruido cosechas y han propagado con mayor rapidez los contagios. Es un ciclo infernal que se repite con mucha frecuencia en el pasado de la humanidad.
8.- ¿En qué está trabajando ahora? ¿Qué parte de la historia le interesa más, época, ámbito...etc?
Por formación y vocación soy modernista, es decir, me
interesa especialmente ese periodo de la historia que discurre entre el final
de la Edad Media y el arranque del periodo contemporáneo que se liga a los
episodios de la Revolución Francesa de 1789. Es un periodo fascinante, lleno de
cambios y de un optimismo creciente y autoconsciente del hombre por sentirse cada
vez más dueño de la creación y de su destino. Es la época de los
descubrimientos, de ese mundo que por primera vez inicia una autentica
expansión globalizadora, con sus claros y sus sombras, pero que trata por
primera vez de hacer universales, es decir, para todos, sus conocimientos con
una idea de progreso cuya meta será esa la felicidad y la justicia humana que
propagaran los ilustrados. Es una época
que no está exenta de conflictos, de tensiones a superar. Me interesó en su
momento el estudio de los comportamientos de las sociedades frente a las
epidemias porque era un magnifico observatorio para descubrir las pautas con
las que los hombres y mujeres de aquella época se enfrentaban a la lucha
cotidiana entre la vida y la muerte y los discursos (sociales, políticos,
culturales o religiosos) que construían para dar sentido a sus vidas
enfrentadas a la calamidad al menos una vez cada generación. He de decir, que
cada vez he dejado un poco más de lado los aspectos puramente económicos o demográficos
y me he interesado más por los ámbitos culturales. Soy un entusiasta del
estudio del mundo del libro y la lectura en la Edad Moderna, uno de los
instrumentos revolucionarios de esa universalización del saber y de algunos de
los gestores de esa cultura como es el mundo religioso del catolicismo
postridentino. Esta fue una época apasionante de confrontación entre los
objetivos del clero ayudado por los estados de la época por uniformizar los
comportamientos de sus fieles y las resistencias que a ello mostró la llamada
cultura popular. En definitiva, me gusta el estudio del conflicto allá donde se
produjera pues de ello, siempre surgía una realidad nueva.
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