El dedo corazón se destaca en el medio de la mano, especialmente cuando los otros se retraen. La imagen de un dedo corazón en el centro de la mano, en el centro del campo de visión del observador, alzado por encima de todos los demás, que se arrodillan ante él, es muy elocuente. “Súbete y pedalea”, dicen algunos, para rubricar con la palabra lo que la mano dice. Desconozco cual es el origen de tan entrañable símbolo de gratitud y aprecio, pero tanto en Estados Unidos como en Europa se saluda así a quien se le desea “un mal día”. Esta sucesión definida de actos motores para adoptar una determinada conformación física que comunica un mensaje claro, si bien no verbal, es denominada por Paul Ekman -psicólogo magistral estudioso de gestos, ademanes y mentiras, en sus aspectos culturales y universales- “emblema”.
Un emblema tiene un fuerte contenido cultural. Levantar los hombros y volver las manos hacia arriba, acompañando estos movimientos por otro de levantamiento de cejas, también tienen un significado preciso en determinados contextos sociales y culturales. Etólogos, antropólogos y sociólogos tienen material de sobra para sus estudios culturales y biológicos. Lo que a Ekman parece interesarle en especial de los emblemas es lo que delatan, más que lo que muestran. Así, hacemos emblemas incompletos que nos traicionan cuando tratamos de ocultar alguna información, cuando mentimos. En su interesante obra sobre las mentiras, Telling Lies (traducida al castellano con el sensacional y sensacionalista título de “Cómo Detectar Mentiras”) Ekman nos introduce profundísimamente en el mundo de los engaños y fingimientos y en las técnicas para su detección. Lo que a mi me interesa especialmente de los emblemas es su carácter parcialmente consciente. Ya no se trata de que los hagamos sin pensar en ellos en nuestro trato social. Estos pueden delatar al mentiroso de formas sutiles, apareciendo, sin que él sea consciente, en medio del relato de su invención, rompiendo inadvertidamente con la pose falsa. Suelen aparecer fuera del lugar donde normalmente aparecen cuando son conscientes y deliberados, y lo hacen de manera incompleta. En concreto, el dedo grosero, cuya elevación indica enojo de quien lo levanta hacia su interlocutor, tiende a alzarse sutilmente en ocasiones en las que debemos mantener la compostura pero desearíamos mandar a paseo a la persona con la que interaccionamos. El sentimiento de enojo, de impotencia, de odio, de malestar, es consciente. Lo que no lo es es el emblema. Esto lo comprobó Ekman en uno de sus primeros experimentos, siendo estudiante de postgrado, con compañeros suyos que se presentaron voluntarios. Un profesor suyo especialmente severo y temido, de quien dependían además en gran medida sus carreras, les sometía a una entrevista en la que pedía que le plantearan su futuro profesional, contrariándoles a las primeras de cambio y apenas dejándoles hablar. En esta situación más de uno de los compañeros de Ekman puso su mano en la conformación precisa, en medio de un ataque de rabia, sin percatarse. Tampoco se percataba el entrevistador. Luego Ekman les pasaba los vídeos en los que se ponía de manifiesto. El dedo se adelantaba, sus compañeros en la mano se retraían, y todo sucedía fuera de la vista del profesor-entrevistador (por ejemplo en una mano apoyada en el regazo) y fuera de la consciencia del alumno-entrevistado.
Cuando tratamos de ocultar nuestros pensamientos y nuestras emociones, especialmente cuando hay mucho en juego, podemos autodelatarnos de muchas maneras. Existen lo que podría llamarse “falsos positivos”, movimientos del cuerpo, quiebros en la voz, sudor, etc etc, que no tienen porqué reflejar una ocultación. Pero en el caso de los emblemas el mensaje suele ser claro. Nuestra mente consciente no quiere comunicar una emoción o una idea, pero el cuerpo se resiste y el control ejercido por la atención despierta no basta, en ocasiones, para contener su expresión. El dedo corazón habla "desde el corazón".
Un emblema tiene un fuerte contenido cultural. Levantar los hombros y volver las manos hacia arriba, acompañando estos movimientos por otro de levantamiento de cejas, también tienen un significado preciso en determinados contextos sociales y culturales. Etólogos, antropólogos y sociólogos tienen material de sobra para sus estudios culturales y biológicos. Lo que a Ekman parece interesarle en especial de los emblemas es lo que delatan, más que lo que muestran. Así, hacemos emblemas incompletos que nos traicionan cuando tratamos de ocultar alguna información, cuando mentimos. En su interesante obra sobre las mentiras, Telling Lies (traducida al castellano con el sensacional y sensacionalista título de “Cómo Detectar Mentiras”) Ekman nos introduce profundísimamente en el mundo de los engaños y fingimientos y en las técnicas para su detección. Lo que a mi me interesa especialmente de los emblemas es su carácter parcialmente consciente. Ya no se trata de que los hagamos sin pensar en ellos en nuestro trato social. Estos pueden delatar al mentiroso de formas sutiles, apareciendo, sin que él sea consciente, en medio del relato de su invención, rompiendo inadvertidamente con la pose falsa. Suelen aparecer fuera del lugar donde normalmente aparecen cuando son conscientes y deliberados, y lo hacen de manera incompleta. En concreto, el dedo grosero, cuya elevación indica enojo de quien lo levanta hacia su interlocutor, tiende a alzarse sutilmente en ocasiones en las que debemos mantener la compostura pero desearíamos mandar a paseo a la persona con la que interaccionamos. El sentimiento de enojo, de impotencia, de odio, de malestar, es consciente. Lo que no lo es es el emblema. Esto lo comprobó Ekman en uno de sus primeros experimentos, siendo estudiante de postgrado, con compañeros suyos que se presentaron voluntarios. Un profesor suyo especialmente severo y temido, de quien dependían además en gran medida sus carreras, les sometía a una entrevista en la que pedía que le plantearan su futuro profesional, contrariándoles a las primeras de cambio y apenas dejándoles hablar. En esta situación más de uno de los compañeros de Ekman puso su mano en la conformación precisa, en medio de un ataque de rabia, sin percatarse. Tampoco se percataba el entrevistador. Luego Ekman les pasaba los vídeos en los que se ponía de manifiesto. El dedo se adelantaba, sus compañeros en la mano se retraían, y todo sucedía fuera de la vista del profesor-entrevistador (por ejemplo en una mano apoyada en el regazo) y fuera de la consciencia del alumno-entrevistado.
Cuando tratamos de ocultar nuestros pensamientos y nuestras emociones, especialmente cuando hay mucho en juego, podemos autodelatarnos de muchas maneras. Existen lo que podría llamarse “falsos positivos”, movimientos del cuerpo, quiebros en la voz, sudor, etc etc, que no tienen porqué reflejar una ocultación. Pero en el caso de los emblemas el mensaje suele ser claro. Nuestra mente consciente no quiere comunicar una emoción o una idea, pero el cuerpo se resiste y el control ejercido por la atención despierta no basta, en ocasiones, para contener su expresión. El dedo corazón habla "desde el corazón".
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