martes, julio 28, 2009

Las emociones ni se crean ni se destruyen, sólo se transforman

En muchos ámbitos de nuestra vida social tenemos que comportarnos de forma racional. Esto implica juzgar serenamente los pros y contras de las distintas acciones a emprender en función de su adecuación, como medios, para determinados fines considerados deseables, fines que generalmente se logran en un futuro nada inmediato y que son distintos de nuestros fines ideales (por ejemplo el posicionamiento de una empresa en el mercado). Estos juicios sobre los pros y los contras de las distintas acciones, en realidad, son algo que ya hace nuestro sistema emocional desde hace millones de años. Lo que sucede es que nuestras emociones no son siempre la respuesta más adecuada en nuestra sociedad impersonal y tecnológicamente avanzada. Se fraguaron en grupos sociales pequeños y en entornos hostiles para la supervivencia. Nuestra mente piensa y siente muchas veces como lo haría en circunstancias muy distintas, aquellas a las que se veían expuestos cotidianamente nuestros lejanos ancestros del pleistoceno y el temprano holoceno, que nos legaron sus genes, en particular aquellos con los que se construye nuestro cerebro.

Las emociones, como apunto en el título, ni se crean ni se destruyen, sólo se transforman. Esto es así porque en cualquier situación de las que se dan en este nuevo entorno social impersonal y complejo, afloran invariablemente. Podemos maquillarlas, podemos canalizarlas, podemos incluso transformar una emoción en otra distinta, podemos jugar con los gestos y los ademanes, ocultando ciertas manifestaciones externas de nuestras reacciones emocionales ante los demás y ante nosotros mismos, pero las emociones permanecen vivas, con toda su fuerza, defendiendo la homeostasis y la seguridad del organismo que somos.

Esto da lugar a algunas de las más grandes hipocresías, locuras e imposturas entre nosotros, los sufridos comediantes humanos. Como no podemos deshacernos de las emociones tenemos que mentir sobre ellas, para que no traicionen el papel que estamos desarrollando en la escena social. También se da el caso de la “olla a presión” emocional, que de alguna forma percibió Freud: contenemos las emociones con una gran autodisciplina y un esfuerzo de “voluntad” sobrehumanos, con un exceso de racionalidad que responde, en el fondo, a un intento de hacer preponderar unas emociones más débiles sobre otras más fuertes, y se produce una explosión. Como las emociones no han podido ser destruidas y, una vez acumuladas, tampoco contenidas, salen de golpe, arrastrando con todo.

3 comentarios:

Arturo Goicoechea dijo...

Las emociones homeostáticas, somáticas, están desaforadas: el dolor, la sed, el hambre, el consumo de sal,el mareo, el cansancio... campan a sus anchas paradójicamente en un hábitat poblado de grifos, supermercados, suelos lisos predecibles con bloques perpendiculares y una cuota de garantismo como nunca ha habido.

Da a veces la impresión de que las emociones se recrean... en la suerte

Mariana Soffer dijo...

Las hemociones tambien en gran cantidad de los casos luego de aparecer van lentamente desvanesciendose, volviendose cada vez mas tenues hasta ya llegar a ser inexistentes. Esto es cuando se puede procesar la situacion que causo la emocion, y dejar fluir al mismo tiempo que sentir la emocion. TAmbien se transforman las emociones, pero creo que mas se desvanescen o se atoran.

Germánico dijo...

Cuanto mejor estamos peor estamos, Arturo....quizás porque todas esas emociones se fraguaron en unos entornos muy distintos de estos nuestros tan geométricamente predecibles (dentro de un orden).

Mariana, básicamente lo que trato de sugerir es que somos seres emocionales, y que ninguna de nuestras decisiones ni cogniciones escapa al control de ese sutil mecanismo evolucionado. Si no experimentamos una emoción, experimentamos otra. Esa es, en esencia, la transformación.