sábado, febrero 17, 2018

¿Por qué en la especie humana se hace más énfasis en la belleza femenina?

Hay bastantes datos de que en la especie humana se hace más énfasis en el atractivo físico en el caso de las mujeres. Esto está muy documentado en las sociedades occidentales pero también en estudios trans-culturales se ha observado que los hombres muestran una mayor preferencia por el atractivo físico de sus parejas que las mujeres. Los pocos estudios trans-culturales a gran escala coinciden con los de poblaciones occidentales y en otros se ve que el empleo de la belleza femenina en anuncios está también extendida en todas las culturas. Las mujeres, por ejemplo, muestran más ansiedad acerca de su aspecto físico y sufren más trastornos de alimentación.

Este énfasis en la belleza femenina ha desatado la indignación de las feministas desde el comienzo de este movimiento y ha supuesto un enigma para los evolucionistas. El mismo Darwin se dio cuenta de este problema porque en la selección sexual en el caso de la mayoría de las especies son los machos los que suelen mostrar los adornos y los que utilizan el atractivo físico para atraer a las hembras. El ejemplo clásico es la cola del pavo real. Sin embargo en la especie humana es al revés.  Dawkins también se pregunta en el Gen Egoista cuál puede ser la explicación sin encontrarla:

“Pero de media no hay duda de que en nuestra sociedad el equivalente de la cola del pavo real es exhibido por la mujer y no por el hombre…Enfrentados con estos hechos, un biólogo se vería forzado a sospechar que estamos observando una sociedad en la que las hembras compiten por los machos más que al revés…¿Se ha convertido de verdad el hombre en el sexo más buscado, el que está en demanda, el sexo que puede permitirse ser selectivo? Y si es así, ¿por qué?


Aquí voy a comentar la respuesta que da Jonathan Gottschall en el artículo que cito en la bibliografía. Symons ya dio una primera respuesta a la pregunta de Dawkins cuando planteó que el énfasis en el atractivo físico de las mujeres en todo el mundo reflejaba la gran variabilidad y detectabilidad del valor reproductivo de las mujeres, especialmente aspectos del valor reproductivo de las mujeres que pueden ser evaluados simplemente por la edad. Symons resumió: “el valor reproductivo de una mujer puede ser medido de manera más segura por su aspecto físico que el valor reproductivo de un hombre”.

La solución de Symons es acertada pero no es completa. La solución al puzzle es darse cuenta de que la especie humana es una especie donde hay una reversión parcial de roles. Es decir, nos hemos comparado con las especies equivocadas. El modelo actual entre los biólogos reconoce tres factores básicos que determinan el grado de elección que realiza cada sexo: la inversión parental, la variación en la calidad de la pareja y el coste de elegir. En la mayoría de las especies animales, y especialmente entre los mamíferos, la inversión por defecto de las hembras en la reproducción es mucho mayor que la de los machos y por eso se da el patrón de competición entre machos y elección femenina. Pero ocurren excepciones a esta regla cuando: 1) los machos también invierten mucho en la reproducción, 2) cuando la variación en la calidad de emparejamiento de la hembra es alta y/o 3) cuando los costes de la elección para los machos son muy bajos (estos costes se refieren al aumento de oportunidades, al coste de buscar pareja y a los costes de competir por la pareja). El caso es que estas condiciones dan lugar a un continuo desde especies donde hay una reversión parcial de roles, como la humana, en donde los machos son a la vez selectivos y competitivos, es decir, eligen pero también tienen que competir. Y hay otras especies donde hay una inversión total de roles como los caballitos de mar en las que los machos hacen la mayor inversión en la reproducción y son por tanto los que eligen y las hembras compiten.

Según algunos estudios comparativos, la variación en la calidad femenina puede influenciar la selectividad de los machos a la hora de elegir  tanto como la inversión parental. La selectividad de los machos puede surgir en especies con poca inversión parental siempre que la variación en la calidad femenina sea lo suficientemente alta. Los machos exigentes discriminan en base a los indicadores fenotípicos de fecundidad femenina. Esta preferencia de los machos por indicadores de fecundidad es mayor en especies poligínicas. En sistemas más monógamos la preferencia por fecundidad se balancea con la preferencia por buenos genes. Así que si tenemos todo esto en cuenta el puzzle empieza a no ser tan complicado: los humanos -que tienen una excepcionalmente alta inversión parental y alta variación en la calidad como pareja de la mujer-  representan un ejemplo de especie con una revisión parcial de los roles. Los machos de estas especies son competitivos pero también son más selectivos al elegir pareja. En docenas de especies con rol revertido parcialmente que se conocen -peces, insectos y otros invertebrados- los machos discriminan en base al atractivo físico. Estos machos prefieren hembras con indicadores fenotípicos de fecundidad y, según el grado de monogamia, de buenos genes.

Por lo tanto, el éxito reproductivo del sexo que elige se basa en tres cosas: inversión parental, fertilidad y buenos genes y la teoría predice que la preferencias en cada especie estarán sesgadas hacia aquellos rasgos que muestren la mayor variación y detectabilidad en el sexo contrario. Tenéis el resumen en el gráfico. La predicción fundamental es que los hombres y las mujeres mostrarán fuertes preferencias por los rasgos reproductivos que 1) varían más en el otro sexo y 2) pueden ser detectados de una manera fiable. Vamos a analizarlo.

El éxito reproductivo de la mujer depende mucho de la inversión paterna y hay mucha variación en la capacidad y deseo de los hombres de invertir en los hijos. Por lo tanto, es de esperar una fuerte preferencia de las mujeres por indicadores de capacidad de inversión parental y de voluntad de invertir. Las mujeres ancestrales no pudieron permitirse concentrarse sólo en el atractivo físico de los hombres. Las mujeres que se concentraron sólo en el atractivo físico tuvieron una éxito reproductivo menor que las que balancearon o supeditaron sus deseos de machos atractivos físicamente con sus deseos por machos que proveyeran recursos. En relaciones sexuales a corto plazo sí podemos esperar que las mujeres hagan más énfasis en indicadores de buenos genes. Pero aún así, hay datos de sociedades preindustriales en las que se ve que los hombres elegidos como parejas a corto plazo también proveen recursos y que a veces la relación a corto plazo es un paso hacia una relación a más largo plazo. Todo esto predice que la inversión parental  no es una factor insignificante, ni siquiera en relaciones a corto plazo.

Por otro lado, la variación en fertilidad de los hombres es menor y es difícil valorar por claves externas la fertilidad de los hombres (excepto en los muy jóvenes, muy viejos o muy enfermos) ya que pueden ser fértiles hasta edades muy avanzadas. Por eso, es de esperar que la fertilidad masculina juegue un papel menor en las decisiones de emparejamiento de las mujeres.

En el caso de los hombres ocurre todo lo contrario. La fertilidad de las mujeres varía enormemente y además es predecible en base a claves sencillas como la edad y parece que también la figura y los rasgos de la cara. Sin embargo, hay menos variación en la inversión parental que realizan las mujeres, que es muy alta y relativamente fija (embarazo, lactancia, cuidados los primeros años…). Los hombres ancestrales podían dar por garantizada esa inversión y concentrarse en otros rasgos. La preferencia de los hombres por el atractivo físico ocurre también en relaciones a corto plazo como a largo plazo aunque en las relaciones a largo plazo los hombres balancean las pistas que indican fertilidad con las que indican buenos genes.

El meollo del asunto es este: En contraste con las mujeres ancestrales, que tuvieron que balancear sus preferencias por el atractivo físico de los hombres con sus preferencias por hombres que realizaran inversión paternal, los hombres ancestrales no se vieron obligados a ceder tanto con respecto al atractivo físico. Como podían dar por supuesta la inversión parental de la mujer se pudieron concentrar en indicadores fenotípicos de fertilidad y buenos genes.

En definitiva, en la especie humana se da una situación en la que tanto hombres como mujeres eligen y compiten, seleccionan características del otro sexo que indican un mayor éxito reproductivo pero también tienen que competir con los individuos de su propio sexo por el acceso a las mejores parejas disponibles en el “mercado”. Este aspecto de la competición intrasexual en las mujeres ha sido poco estudiado hasta fechas recientes. Y un aspecto en el que compiten es precisamente el que constituye el tema de esta entrada promocionando su atractivo físico y derogando el de las competidoras.

@pitiklinov

Referencia:












1 comentario:

idea21 dijo...

"tanto hombres como mujeres eligen y compiten, seleccionan características del otro sexo que indican un mayor éxito reproductivo pero también tienen que competir con los individuos de su propio sexo por el acceso a las mejores parejas disponibles en el “mercado”

En el varón civilizado coincide el atractivo sexual y el éxito social, de modo que, en general, la competencia entre varones equivale casi al atractivo para el otro sexo: la mujer no quiere fracasados y el hombre no quiere fracasar.

Por otra parte, el ideal de belleza femenina en la sociedad civilizada da la impresión de que trasciende del mero atractivo sexual. La idealización de la belleza femenina parece bastante relacionada con un ideal moral, tal como demuestra el arte y la mitología.