Mientras escribo estas líneas escucho en Spotify música de Tomás Luis de Victoria y Pierluigi da Palestrina. En la pared de enfrente cuelga una reproducción de Ariadna en Naxos de Tiziano y el cartel de Terciopelo azul de David Lynch. En la estantería de mi izquierda alternan volúmenes de Cervantes con Shakespeare, Lorca con Borges, Frank Miller con Alan Moore. Y en las tripas del notebook hay unas cuantas películas recién descargadas, como Crash –la de Cronenberg, por supuesto–, Madame Bovary de Chabrol-Huppert y un capítulo de Treme, la nueva serie de David Simon. No es que esté rodeado de arte: es que soy un adicto al placer estético. Como usted, estimado lector y colega de chutes artísticos. La pregunta es: ¿por qué nos gusta tanto el arte que no podemos vivir sin él?
Pueden leer entero el artículo de Santiago Navajas en Libertad Digital.
DENNIS DUTTON: EL INSTINTO DEL ARTE. BELLEZA, PLACER Y EVOLUCIÓN HUMANA. Paidós (Barcelona), 2010.
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