En la novela El Desierto de los Tártaros, el protagonista, el teniente Giovanni Drogo, pasa toda una vida entregado a la labor de vigilancia de un punto fronterizo otrora caliente, encerrado dentro de las cuatro paredes y las tediosas rutinas de una fortaleza castrense. Es después de su muerte cuando llega la temida invasión del enemigo.
Los centinelas tienen encomendada la misión de permanecer despiertos y atentos, en vigilia y vigilantes, y de dar la voz de alarma en cuanto perciban que el peligro para el grupo se materializa, de forma que este pueda recabar todas las fuerzas vivas para la acción defensiva solamente entonces, cuando es necesario.
La mayor parte del tiempo, pues, el centinela trabaja en solitario, sufriendo en sus carnes la tensión de la espera y sobre sus hombros el peso de la responsabilidad. Los demás miembros del grupo duermen o descansan confiados.
Nuestro cerebro, como el de los demás seres vivos con tejido nervioso, evolucionó para detectar oportunidades y peligros en el ambiente y establecer los patrones de movimiento adecuados a dichas condiciones ambientales. Así que si tuviéramos que encontrar al centinela originario deberíamos buscarlo en él.
Hay, en todos nosotros, un sistema de vigilancia permanentemente activado, que atiende a todos los estímulos que penetran por nuestros sentidos y discrimina rápidamente en ellos aquello novedoso que pueda representar un peligro o una oportunidad de aquello otro conocido que está bajo nuestro control, de una u otra manera. Este sistema funciona, la mayor parte de las veces, por debajo del umbral de la consciencia. Dada su particular función y el modo en que la desempeña, le llamaré el Centinela.
Un Centinela hiperactivo puede conducir al organismo que lo tenga a una saturación de alarmas, la mayoría de las cuales serán falsas. El umbral de la consciencia se sobrepasará, en tal caso, de forma habitual, padeciendo su poseedor una sensación de zozobra y angustia plenamente conscientes, aunque en pocos casos se conozca el origen. Los Tártaros estarán siempre a las puertas, aunque en el horizonte no se divise más que un extenso desierto.
Muchas de las denominadas enfermedades psiquiátricas están causadas por esta sobreexcitación del Centinela. Ésta, a su vez, puede deberse a algún acontecimiento traumático que lo activó intensamente en algún momento del pasado vital, dejando en él una huella neuronal indeleble en forma de bucle, o bien a una predisposición genética que se traduce en una anatomía y función nerviosas más susceptibles a la vigilancia.
Por lo general, las personas en exceso vigilantes, padecen una falta de descanso psicológico que conduce a la ansiedad y a la depresión. Pueden, asimismo, ser extremadamente creativas, pues su mente no cesa de indagar en el medio, encontrando en él combinaciones insospechadas para quien presta solamente la atención necesaria.
Ciertas drogas, por ejemplo el alcohol, como depresores del sistema nervioso que son, suelen mitigar la ansiedad. Activan el sistema gabaérgico, que es inhibidor de la actividad neuronal, y, al hacerlo, desactivan parcialmente amplias regiones del cerebro, en particular, parece, la que provoca el estado de alerta hipertrofiado del Centinela.
No obstante cuando cesa su efecto, la reactivación de la alerta aumenta la ansiedad, pues a los estímulos externos potencialmente nocivos se suman los internos, debidos a la percepción de la notable desviación en la bioquímica cerebral causada por el alcohol.
La localización cerebral precisa del sistema Centinela no es sencilla. No obstante algunos indicios apuntan a que el sistema límbico (y, dentro de este, muy en particular, la amígdala) , en sus conexiones con el tálamo (estación de entrada de los estímulos sensoriales), es un buen lugar anatómico dónde buscar. Y también parecen ser de gran importancia, en esta búsqueda, las diferencias que puedan darse entre los hemisferios izquierdo y derecho, estando uno más lateralizado para rutinas y subrutinas y el otro para afrontar la novedad.
El Centinela nunca descansa. Vive en nosotros y está despierto mientras nosotros dormimos. Paradójicamente nuestra consciencia está dormida la mayor parte del tiempo: somos como ese grupo de soldados durmientes que esperan ser despertados para la acción por el Centinela. Y son los procesos que se dan por debajo del umbral de la consciencia que somos, o creemos ser, los que determinan hacia dónde iremos, qué buscaremos y qué eludiremos, así como aquello a lo que debemos temer.
Los centinelas tienen encomendada la misión de permanecer despiertos y atentos, en vigilia y vigilantes, y de dar la voz de alarma en cuanto perciban que el peligro para el grupo se materializa, de forma que este pueda recabar todas las fuerzas vivas para la acción defensiva solamente entonces, cuando es necesario.
La mayor parte del tiempo, pues, el centinela trabaja en solitario, sufriendo en sus carnes la tensión de la espera y sobre sus hombros el peso de la responsabilidad. Los demás miembros del grupo duermen o descansan confiados.
Nuestro cerebro, como el de los demás seres vivos con tejido nervioso, evolucionó para detectar oportunidades y peligros en el ambiente y establecer los patrones de movimiento adecuados a dichas condiciones ambientales. Así que si tuviéramos que encontrar al centinela originario deberíamos buscarlo en él.
Hay, en todos nosotros, un sistema de vigilancia permanentemente activado, que atiende a todos los estímulos que penetran por nuestros sentidos y discrimina rápidamente en ellos aquello novedoso que pueda representar un peligro o una oportunidad de aquello otro conocido que está bajo nuestro control, de una u otra manera. Este sistema funciona, la mayor parte de las veces, por debajo del umbral de la consciencia. Dada su particular función y el modo en que la desempeña, le llamaré el Centinela.
Un Centinela hiperactivo puede conducir al organismo que lo tenga a una saturación de alarmas, la mayoría de las cuales serán falsas. El umbral de la consciencia se sobrepasará, en tal caso, de forma habitual, padeciendo su poseedor una sensación de zozobra y angustia plenamente conscientes, aunque en pocos casos se conozca el origen. Los Tártaros estarán siempre a las puertas, aunque en el horizonte no se divise más que un extenso desierto.
Muchas de las denominadas enfermedades psiquiátricas están causadas por esta sobreexcitación del Centinela. Ésta, a su vez, puede deberse a algún acontecimiento traumático que lo activó intensamente en algún momento del pasado vital, dejando en él una huella neuronal indeleble en forma de bucle, o bien a una predisposición genética que se traduce en una anatomía y función nerviosas más susceptibles a la vigilancia.
Por lo general, las personas en exceso vigilantes, padecen una falta de descanso psicológico que conduce a la ansiedad y a la depresión. Pueden, asimismo, ser extremadamente creativas, pues su mente no cesa de indagar en el medio, encontrando en él combinaciones insospechadas para quien presta solamente la atención necesaria.
Ciertas drogas, por ejemplo el alcohol, como depresores del sistema nervioso que son, suelen mitigar la ansiedad. Activan el sistema gabaérgico, que es inhibidor de la actividad neuronal, y, al hacerlo, desactivan parcialmente amplias regiones del cerebro, en particular, parece, la que provoca el estado de alerta hipertrofiado del Centinela.
No obstante cuando cesa su efecto, la reactivación de la alerta aumenta la ansiedad, pues a los estímulos externos potencialmente nocivos se suman los internos, debidos a la percepción de la notable desviación en la bioquímica cerebral causada por el alcohol.
La localización cerebral precisa del sistema Centinela no es sencilla. No obstante algunos indicios apuntan a que el sistema límbico (y, dentro de este, muy en particular, la amígdala) , en sus conexiones con el tálamo (estación de entrada de los estímulos sensoriales), es un buen lugar anatómico dónde buscar. Y también parecen ser de gran importancia, en esta búsqueda, las diferencias que puedan darse entre los hemisferios izquierdo y derecho, estando uno más lateralizado para rutinas y subrutinas y el otro para afrontar la novedad.
El Centinela nunca descansa. Vive en nosotros y está despierto mientras nosotros dormimos. Paradójicamente nuestra consciencia está dormida la mayor parte del tiempo: somos como ese grupo de soldados durmientes que esperan ser despertados para la acción por el Centinela. Y son los procesos que se dan por debajo del umbral de la consciencia que somos, o creemos ser, los que determinan hacia dónde iremos, qué buscaremos y qué eludiremos, así como aquello a lo que debemos temer.
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