La evolución del cerebro en los primates y en el
género Homo ha sido estudiada desde
muchos puntos de vista. Sin embargo, todos ellos dependían de la materia prima con
la que se podían realizar mediciones, es decir, de los cerebros de primates
modernos y de los endomoldes que los fósiles nos proporcionaban. Con ellos se
han realizado numerosas mediciones de volumen, peso, cociente e índice de
encefalización (CE, IC), intentando buscar diferencias neurológicas que
avalasen las diferentes conductas que separan a los humanos de los demás primates.
En todas ellas se han olvidado del que podría ser el más importante, es decir,
la capacidad
de funcionalidad del cerebro en general o en áreas determinadas, pues ésta
sería la consecuencia del número de neuronas existente, de su capacidad de
interconexión, de su propia funcionalidad (primarias, secundarias y terciarias,
ya sean asociativas o no) y de la relación de todas ellas entre sí.
En este
sentido, ha sido tradicional asumir que el lóbulo prefrontal (LPF) sería la sede
de las funciones ejecutivas, las cuales están muy relacionadas con la conducta
humana, y que era significativamente más grande en los humanos que en cualquier
otro primate (Blinkov y Glezer, 1968).
Estudio sobre el lóbulo prefrontal de los primates
Desde el
inicio de estos estudios comparativos se ha mantenido que la diferencia en
volumen entre el LPF de los diferentes primates sería una razón importante para
justificar las diferencias en las formas complejas de conducta y cognición
(funciones ejecutivas) de los primates estudiados. Siguiendo la tradición
antropológica de medir y comparar índices y cocientes, se han realizado algunas mediciones
del LPF, las cuales no han encontrado diferencias entre la corteza
prefrontal humana y la de primates no humanos. Semendeferi, Lu, Schenker, y
Damasio (2002) midieron el volumen total del lóbulo frontal y de sus regiones
principales (incluyendo la corteza y la materia blanca justo debajo de ésta) en
humanos, chimpancés, gorilas, orangutanes, gibones y macacos, utilizando
reconstrucciones cerebrales en tercera dimensión a partir de escaneos de
resonancia magnética (RM). Aunque el volumen absoluto del cerebro y del lóbulo
frontal fue más grande en los humanos, el tamaño relativo del lóbulo frontal
fue similar en todos los homínidos: macacos (28.1%), gibones (31.1%),
orangutanes (35.3%), gorilas (32.4%), chimpancés (35.9%) y humanos (36.7%). Se
encontró que los humanos no poseen un lóbulo frontal más grande que lo esperado
en comparación con el cerebro de un primate. Más aún, el tamaño
relativo de regiones del lóbulo frontal (dorsal, mesial y orbital) fue similar
entre los primates estudiados.
Cuando se
leen estos datos, y conocida la gran diferencia cognitiva y conductual entre
humanos y los demás primates, solo podemos llegar a dos conclusiones. Primera,
que la base de las diferencias cognitivas no se localizan significativamente en
el LPF. Segunda, algo se nos está escapando y las cifras nos engañan sobre la
trascendencia del LPF y las funciones ejecutivas en la conducta. En este
análisis hay que tener en cuenta que lo que se compara es una relación entre el
volumen
total del cerebro y el volumen del lóbulo frontal (compuesto por las
áreas de asociación terciarias o LPF, área de asociación secundaria o premotora
y áreas primarias o motoras), lo que limita sus conclusiones.
Comentario
De todos
es conocido que la evolución neurológica produjo cerebros más grandes en los
seres humanos que en el resto de los primates. En esta evolución, la proporción
entre el volumen del lóbulo frontal y de todo el cerebro efectivamente es
semejante, pero la superficie del lóbulo frontal, tanto la motriz (áreas
motoras y premotoras) como la asociativa (sería el llamado LPF, compuesto por
áreas de asociación terciaras) distan mucho de tal semejanza, pues esta última
es mucho mayor. Las áreas motoras y premotoras, encargadas sobre todo de la
realización y control de la actividad
motriz, son proporcionales al volumen muscular del cuerpo. Si el cuerpo
aumenta de volumen, estas áreas aumentan en superficie, proceso similar ocurre
con las áreas de control sensorial. Esto explica en gran parte el gran tamaño (mayor
que en los humanos) de los grandes mamíferos (elefante, ballena, etc.).
Durante
la evolución de nuestro género se produjo un aumento evolutivo más o menos
homogéneo del cerebro de los homínidos, donde la proporción entre sus
diferentes partes sigue siendo similar, pero la superficie funcional
(corteza cerebral) aumentaría en todos sus componentes (áreas primarias,
secundarias y terciarias), pero al aumentar menos la masa corporal que la
neurológica la diferencia sería un mayor aumento de las áreas asociativas por
su carácter independiente del volumen corporal. Así, se produce una marcada
diferencia a favor de las áreas asociativas en general y del LPF en particular.
No
obstante, es dudoso que el tamaño de la corteza prefrontal sea la única
responsable de las capacidades cognitivas que alberga. Otros factores deben ser
considerados, tales como la conectividad o capacidad de
adquirir, procesar y responder a mayores estimulaciones. Schoenemann, Sheehan y
Glotzer (2005) encontraron que una diferencia importante entre los humanos y
otros primates era el volumen de la materia blanca. Utilizando técnicas de
visualización cerebral como la Resonancia Magnética en 11 especies de primates,
los autores midieron el volumen de la materia gris, blanca y el volumen total
del lóbulo prefrontal y de todo el cerebro en cada espécimen. En términos
relativos, se encontró que la materia blanca prefrontal fue la mayor diferencia
entre los humanos y los no humanos, mientras que la materia gris no mostró
diferencias significativas. Una mayor
interconexión cerebral puede
representar entonces una característica crucial del cerebro humano. No
obstante, hay que tener en mente que los humanos utilizados en este estudio
fueron personas contemporáneas, procedentes de zonas urbanas, con niveles
educativos altos, etc., no los sujetos humanos que vivían en las condiciones
prehistóricas de hace 150,000 años. Pensamos que tendrían las mismas
capacidades cognitivas, pero su desarrollo no pudo ser igual, pues en medio
ambiente es totalmente diferente en todos los aspectos.
Igualmente,
conocemos que los humanos modernos presentan una superficie mucho más amplia que los
demás primates. Sin embargo, su estructura neurológica es menos densa,
permitiendo que existan entre ellas unas interconectividad mucho mayor,
como se deduce de la mayor
y tardía mielinización observada (Bufill y Carbonell,
2004; Semendeferi et
al. 2002). Estos estudios apuntan a que la superficie
asociativa del córtex del LPF de los humanos tiene un carácter alométrico cuantitativo (aumento
de la superficie funcional del córtex) y cualitativo (nuevas
funciones cognitivas). Igualmente, se conoce que las áreas terciarias del
lóbulo frontal son mayores, proporcionalmente, que la del resto de los primates
conocidos, como se deduce de su mayor
circunvolución y girificación (Cela
Conde, 2002; Rilling e Insel, 1999). Por tanto, no parece difícil establecer
una relación entre el aumento (de superficie y interconectividad) de estas
áreas con la conducta moderna (funciones ejecutivas). La diferenciación
funcional o el aumento respecto de los demás homínidos conlleva a que nuestra
especie tendría una mayor capacidad funcional de dos tipos (fundamentales en la
conducta humana) (Ardilla y Ostrosky-Solis, 2008):
* Metacognitivos (área
dorsolateral de la corteza prefrontal), para procesar la información,
asimilarla y utilizarla para mejorar su conducta, mediante el mayor desarrollo
de sus funciones
ejecutivas, imprescindibles para la organización de
todo tipo de conducta y lenguaje, y al aumento de las capacidades de abstracción y simbolismo.
* Emocionales (área
ventromedial de la corteza prefrontal), que coordina la cognición y la emoción.
En ese sentido, la función principal del lóbulo prefrontal es encontrar
justificaciones aparentemente aceptables para los impulsos límbicos (los cuales
constituyen las “funciones ejecutivas emocionales”).
Conclusión
Las simples comparaciones de volumen,
peso, cociente e índice de encefalización no son más que levemente
orientativas, por lo menos respecto a la funcionalidad del cerebro, lo que en
definitiva es lo que más nos interesa.
Por tanto, existe una trascendente diferencia neurológica
funcional en las áreas terciarias del lóbulo prefrontal (LPF) entre el
ser humano y el resto de los primates (Semendeferi y Damasio, 2000). La manifestación
de que no se han encontrado diferencias entre la corteza prefrontal humana y la
de primates no humanos, ciertos en la proporción pero no en el aumento de las
áreas asociativas y la funcionalidad, son
poco relevantes, y lo único que conducen es a generar confusión sobre la relación
del LPF con la conducta humana.
Para ampliar el tema de las funciones ejecutivas, su
desarrollo evolutivo y estudio por medio de la Arqueología cognitiva, tenemos
tres entradas en este mismo blog.
* Ardila,
A.; Ostrosky-Solís, F. (2008): Desarrollo Histórico de las Funciones
Ejecutivas. Revista Neuropsicología,
Neuropsiquiatría y Neurociencias, Vol.8, No.1, pp. 1-21.
*
Blinkov, S. M., y Glezer, I. I. (1968). Das Zentralnervensystem in Zahlen und Tabellen. Jena:
Fischer.
* Bufill,
E. y Carbonel, E. (2004), “Conducta simbólica y neuroplasticidad: ¿un ejemplo
de coevolución gen-cultura?”. Revista de
neurología, 39 (1): 48-55.
* Cela
Conde, C. J. (2002), “La filogénesis de los homínidos”. Diálogo filosófico, 53: 228-258.
*
Rilling, J. K. e Insel, T. R. (1999), “The primate neocórtex in comparative
perspective using magnetic resonance imaging”. Journal of Human Evolution, 37, 191-223.
* Semendeferi, K. y Damasio, H. (2000), “The brain and
its main anatomical subdivisions in living hominoids using magnetic resonance
imaging”. Journal of Human Evolution, 38:
317-332.
* Semendeferi, K.; Lu, A.; Schenker, N. y Damasio, H.
(2002), “Humans and great apes share a large frontal cortex”. Nature neuroscience 5 (3): 272-276.
* Schoenemann, P. T.; Sheehan, M. J. y Glotzer, L. D. (2005): Prefrontal white matter volume is disproportionately larger in humans than in other primates. Nature Neuroscience, 8(2):242-52.
* Schoenemann, P. T.; Sheehan, M. J. y Glotzer, L. D. (2005): Prefrontal white matter volume is disproportionately larger in humans than in other primates. Nature Neuroscience, 8(2):242-52.
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