Michael S. Gazzaniga escribió acerca de diversas cuestiones de la mente hace ya unos años. Entre los objetos de su interés estaban las obsesiones y las compulsiones. Buscando algo parecido en otros animales a las últimas se han encontrado comportamientos rituales sumamente extraños. Sobre esto Gazzaniga escribe lo siguiente:
La conducta ritualista que es gran parte de la enfermedad, ha sido estudiada en animales. En un experimento, al animal se le obligaba a reaccionar a un estímulo, pero a intervalos largos e irregulares se le suministraba una descarga eléctrica. Este ambiente impredecible creaba extraños patrones de conducta: el animal adopta una serie de movimientos estereotipados en el intervalo entre una respuesta y la otra, como si este tipo de acción pudiera, de algún modo reducir la posibilidad de recibir una descarga. En pocas palabras, se decreta un comportamiento ritualístico que debe tener efectos enormemente reforzadores.
Uno observa una situación de indefensión e ignorancia. Se aprecia que el animal trata de evitar un peligro con las armas de las que dispone: en el caso en el que no sabe por dónde le viene ni cómo pararlo, son rituales tranquilizadores. Quizás la dinámica de contorsionar el cuerpo de una determinada manera o saltar, o cualquier otra cosa, le alivie, o le cree la sensación de estar dando respuesta al peligro, ya que permanecer quieto se revela del todo inútil. Los seres vivos están hechos para huir o enfrentar el peligro. Si este no tiene rostro se lo ponen. Si no hay respuesta se inventan una estereotipada. En ocasiones, ante un depredador, lo mejor es quedarse paralizado, porque el depredador puede llegar a no percibir lo que permanece quieto. Pero en general los peligros, que son movimiento hostil, no siempre intencionado (pensemos en un terremoto) se enfrentan con movimiento en el mismo sentido o en el contrario, con huida o lucha.
Los seres humanos somos más sofisticados, y parte de esa sofisticación se traduce en rituales más elaborados, de los que los rituales compulsivos son una muestra extrema. Desde los rituales encaminados a aplacar a los dioses y a las fuerzas de la naturaleza divinizadas en el animismo, pasando por los rituales guerreros antes de y durante la batalla, por los rituales de cortejo, de buenas maneras, etc etc. Muchos de ellos son fórmulas óptimas, depuradas con el paso del tiempo y el ensayo y error de múltiples individuos y grupos, para relacionarse en determinados ámbitos, auténticas reglas de juego con pleno sentido, con independencia de que lo capten enteramente o no los participantes. Otros rituales en cambio son alambicadas absurdeces, quizás survivals, residuo de un pasado en el que tuvieran sentido, quizás simplemente compulsiones sociales o individuales, movimiento repetitivo y recurrente, sucesión ordenada de actos encaminados al alivio del sufriente más que a evitar un peligro real.
Como decía antes uno observa en los animales que ritualizan una situación de indefensión e ignorancia. Esa misma en la situación en la que se encuentra el hombre cuando realiza muchos de sus rituales, al menos los que no tienen sentido “real” sino solo sentido como fuente de alivio y de sosiego. No debemos subestimar, sin embargo, la importancia de estos rituales desde el punto de vista psicológico. El caso extremo que señalaba, que se considera patológico, las auténticas compulsiones, nacidas de un afán de perfección desmedido e irreal, al final resulta ser más destructivo que positivo para quien lo realiza. Se llega a la nada dudosa conclusión de que la compulsión produce mayores males que alivios. No es solamente que carezca de sentido: es que daña severamente al compulsivo.
¿Cómo pudo evolucionar algo así, entre nosotros?. Las personas perfeccionistas pueden resultar cargantes, pero aportan bastante a la sociedad, por razones obvias. Una sociedad de perfeccionistas sería un desastre, probablemente, pero una sociedad con varios tipos humanos se puede beneficiar del aporte diferencial del tipo perfeccionista. El problema surge cuando el perfeccionismo es tan desmesurado (se produce algún bucle cerrado nefasto en algún circuito cerebral) que quien lo tiene no puede dejar de hacer cosas que la evidencia muestra que son erróneas, absurdas, y perjudiciales para quien las hace y para los que le rodean. Su obsesión por el control puede estar fuera de lugar. Si a esto se suma la indefensión y la ignorancia tenemos a un compulsivo. No es extraño que la mayoría de los casos de compulsiones, hoy, tengan que ver con la limpieza. Las bacterias producen indefensión, pues uno puede morir si entran en su organismo, y se ignora, por otra parte, dónde pueden estar y por qué vía pueden llegar a nosotros las patógenas. Existe un peligro real, si bien muy reducido, de recibir una bacteria mortal del ambiente. Pero el compulsivo lo convierte en un peligro de gran relevancia psicológica.
La conducta ritualista que es gran parte de la enfermedad, ha sido estudiada en animales. En un experimento, al animal se le obligaba a reaccionar a un estímulo, pero a intervalos largos e irregulares se le suministraba una descarga eléctrica. Este ambiente impredecible creaba extraños patrones de conducta: el animal adopta una serie de movimientos estereotipados en el intervalo entre una respuesta y la otra, como si este tipo de acción pudiera, de algún modo reducir la posibilidad de recibir una descarga. En pocas palabras, se decreta un comportamiento ritualístico que debe tener efectos enormemente reforzadores.
Uno observa una situación de indefensión e ignorancia. Se aprecia que el animal trata de evitar un peligro con las armas de las que dispone: en el caso en el que no sabe por dónde le viene ni cómo pararlo, son rituales tranquilizadores. Quizás la dinámica de contorsionar el cuerpo de una determinada manera o saltar, o cualquier otra cosa, le alivie, o le cree la sensación de estar dando respuesta al peligro, ya que permanecer quieto se revela del todo inútil. Los seres vivos están hechos para huir o enfrentar el peligro. Si este no tiene rostro se lo ponen. Si no hay respuesta se inventan una estereotipada. En ocasiones, ante un depredador, lo mejor es quedarse paralizado, porque el depredador puede llegar a no percibir lo que permanece quieto. Pero en general los peligros, que son movimiento hostil, no siempre intencionado (pensemos en un terremoto) se enfrentan con movimiento en el mismo sentido o en el contrario, con huida o lucha.
Los seres humanos somos más sofisticados, y parte de esa sofisticación se traduce en rituales más elaborados, de los que los rituales compulsivos son una muestra extrema. Desde los rituales encaminados a aplacar a los dioses y a las fuerzas de la naturaleza divinizadas en el animismo, pasando por los rituales guerreros antes de y durante la batalla, por los rituales de cortejo, de buenas maneras, etc etc. Muchos de ellos son fórmulas óptimas, depuradas con el paso del tiempo y el ensayo y error de múltiples individuos y grupos, para relacionarse en determinados ámbitos, auténticas reglas de juego con pleno sentido, con independencia de que lo capten enteramente o no los participantes. Otros rituales en cambio son alambicadas absurdeces, quizás survivals, residuo de un pasado en el que tuvieran sentido, quizás simplemente compulsiones sociales o individuales, movimiento repetitivo y recurrente, sucesión ordenada de actos encaminados al alivio del sufriente más que a evitar un peligro real.
Como decía antes uno observa en los animales que ritualizan una situación de indefensión e ignorancia. Esa misma en la situación en la que se encuentra el hombre cuando realiza muchos de sus rituales, al menos los que no tienen sentido “real” sino solo sentido como fuente de alivio y de sosiego. No debemos subestimar, sin embargo, la importancia de estos rituales desde el punto de vista psicológico. El caso extremo que señalaba, que se considera patológico, las auténticas compulsiones, nacidas de un afán de perfección desmedido e irreal, al final resulta ser más destructivo que positivo para quien lo realiza. Se llega a la nada dudosa conclusión de que la compulsión produce mayores males que alivios. No es solamente que carezca de sentido: es que daña severamente al compulsivo.
¿Cómo pudo evolucionar algo así, entre nosotros?. Las personas perfeccionistas pueden resultar cargantes, pero aportan bastante a la sociedad, por razones obvias. Una sociedad de perfeccionistas sería un desastre, probablemente, pero una sociedad con varios tipos humanos se puede beneficiar del aporte diferencial del tipo perfeccionista. El problema surge cuando el perfeccionismo es tan desmesurado (se produce algún bucle cerrado nefasto en algún circuito cerebral) que quien lo tiene no puede dejar de hacer cosas que la evidencia muestra que son erróneas, absurdas, y perjudiciales para quien las hace y para los que le rodean. Su obsesión por el control puede estar fuera de lugar. Si a esto se suma la indefensión y la ignorancia tenemos a un compulsivo. No es extraño que la mayoría de los casos de compulsiones, hoy, tengan que ver con la limpieza. Las bacterias producen indefensión, pues uno puede morir si entran en su organismo, y se ignora, por otra parte, dónde pueden estar y por qué vía pueden llegar a nosotros las patógenas. Existe un peligro real, si bien muy reducido, de recibir una bacteria mortal del ambiente. Pero el compulsivo lo convierte en un peligro de gran relevancia psicológica.
5 comentarios:
que ocurre con el operario que ajusta siempre las mismas tuercas en la cadena de montaje, en un articulo tan generalista se le echaba de menos.
¿¿¡¡Pues qué quieres que diga del operario, Iñigo!!???....¡Que pobrecito!, qué coñazo de curro.
Mi ritual de cortejo estaba basado en una gran experiencia de "prueba y error", a pesar de ello los resultados siempre fueron pésimos.
Saludos, German.
Mucho mejor ahora Germanico
¡Hola Jinete!. Probablemente subestimas tus resultados,....¿o es que no eres persona felizmente emparejada?.
Me alegro, Ministro, que percibas una mejoría.
;-)
Salu2 a ambos 2
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