
En el lóbulo frontal se asienta la función motora. De la articulación del habla al movimiento de los músculos de los brazos y las piernas. Su crecimiento supuso una ampliación de las denominadas regiones de asociación del córtex. Particularmente, creo yo, supuso una ampliación de las capacidades de percibir y manejar mentalmente el tiempo. Tiempo y movimiento son entidades indisolubles. Percibir y manejar mejor el movimiento supone percibir y manejar mejor el tiempo. El ser humano se convirtió, al desarrollar notablemente el lóbulo frontal, en un ser caído en el tiempo, como dijera Cioran. Ya no nos movíamos en el tiempo sin ser conscientes de ello, como el resto de los animales. De pronto percibíamos el tiempo, habíamos entrado en la cuarta dimensión, lo cual nos hacía conscientes. El lenguaje es una sucesión de palabras, símbolos. Las frases son concatenaciones ordenadas de imágenes mentales, movimiento organizador de piezas de significado. Cualquier animal puede construir una morada, por ejemplo, con una sucesión ordenada de movimientos. Mientras sus cerebros no entren en el tiempo no se proyectarán más allá de los instintos prefijados por los genes en su desarrollo. Su reloj biológico (entendiendo este en un sentido amplio, considerando los ritmos de la célula y el organismo como proyecto) marcará sus pasos. El movimiento carecerá de sentido. El sentido de las cosas se adquiere por el sentido en el espacio, y este por el tiempo percibido. Asimismo el tiempo se percibe cuando hay neuronas dedicadas en exclusiva a percibirlo.

Caer en el tiempo nos ha permitido apreciar nuestra caducidad de forma dolorosa. Nos permite también algo que contribuye a eludir dicha caducidad con mayor fortuna: proyectar a medio y largo plazo. Nos movemos en un espacio ampliado dentro de los 4 ejes del espacio-tiempo, a diferencia de otras especies, que están encerradas en un cubo tridimensional.
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