jueves, julio 31, 2008

La Falacia Ad (Libet)um y el concepto de libre albedrío en neurociencia

Es importante tener una sensación de control sobre la propia vida. Cuando se carece de ella se experimenta ansiedad y la salud se resiente. Manejar nuestro tiempo e influir en nuestras circunstancias positivamente no es tarea fácil, y no se trata de que el medio nos ponga dificultades insalvables. Para empezar no sabemos exactamente lo que queremos. Nuestras vagas nociones de ello, que algunos convierten en certidumbres y objetivos perfectamente definidos más por carácter que por profundos y serenos autoconocimiento y convicción, no nos sirven para emprender un plan inmune al cambio.

Bien es cierto que, a pesar de todo, nos vamos definiendo según caminamos por la vida, y se “va haciendo” verdad la frase de Machado, pues hacemos camino al andar. Por pura acumulación de patrones cognitivos y dada la limitada capacidad de procesamiento de información de nuestro cerebro, nos hacemos de una determinada manera, nos especializamos psicológica, social y biológicamente. Y ello a su vez nos permite tener una mayor sensación de control sobre nuestras vidas, siempre y cuando nuestra especialización sirva en alguna medida a las demandas que los demás hacen. Hay que resaltar, eso sí, que no se parte de una hoja en blanco, sino que antes al contrario venimos al mundo provistos de predisposiciones que nos orientan por un conjunto reducido de caminos. Aunque no somos esclavos de un plan que nos supere, aunque no estamos estrictamente predeterminados ni predestinados, nuestra libertad no es completa, la ejercemos a partir de unas restricciones, de unas limitaciones y de unas predisposiciones impuestas por la naturaleza. Y estas, en nuestra mente, se presentan, o quizás debiéramos decir, se ocultan, en el inconsciente.

Por ejemplo, el que comete excesos, al hacerlo es “libre”, ejerce su voluntad consciente y su impulso inconsciente del momento, actúa como un yo que integra todo el procesamiento del cerebro y, en conjunto, del cuerpo, se sirve ad líbitum, a placer, a su gusto, a su “voluntad”. Tras el exceso podrá sentirse muy mal y sentir, y pensar, que no ha sido libre, sino esclavo de sus instintos, o, peor aún, de nefastas influencias de su medio social, que le llevan por el “mal camino”, pero el hecho es que él, como organismo, como individuo, eligió, ejerció su responsabilidad, con las consiguientes consecuencias. Si pierde el control de su vida no se debe a que otros le hayan condicionado, ni a que esté condenado a no tenerlo, sino a que libremente ha optado por hacerlo, dentro de las restricciones impuestas por su naturaleza.

Así, los agentes son responsables, y responden por sus actos sobre la sociedad y sobre el mundo ante los demás, sin poder ocultarse tras colectivos, fuerzas mayores del medio o internas (esto es, predeterminaciones genéticas).

El famoso experimento de Libet no constituye, en sí, un engaño, sino un descubrimiento científico más que hay que situar en su contexto. El problema surge cuando algunos se apresuran a extraer conclusiones de amplio y profundo calado sobre el mismo, y a sacarlo de ese contexto en el que debiera situarse. Pero expliquémoslo primero, para que sepamos de lo que estamos hablando, para lo cual, y para que no transmita yo engaño en una mala interpretación o expresión del tema, acudiremos a una fuente de absoluta confianza en neurociencia: Vilanayur S. Ramachandran.

Este brillantísimo neurocientífico indio, afincado en California, nos habla en Los Laberintos del Cerebro, su última obra, de distintas cuestiones de la mente y el cerebro de forma amena e ilustrativa, exponiendo sus propias ideas, bastante plausibles, sobre cada asunto abordado. En particular, el asunto del sí mismo y el libre albedrío lo trata en el último capítulo, y se muestra moderadamente simpatizante de la idea de que el libre albedrío queda en entredicho con el mentado experimento, quizás por su origen indio y la asimilación de tradiciones que apuntan a que el yo es solamente una ilusión. Describe Ramachandran el experimento de Libet en los siguientes términos:

Hace unas décadas, el neurocirujano americano Benjamín Libet y el fisiólogo alemán Hans Kornhuber estuvieron experimentando con voluntarios el desempeño del libre albedrío, ordenando a los sujetos, por ejemplo, que movieran un dedo en cualquier instante elegido en un período de diez minutos. Tres cuartos de segundo antes del movimiento del dedo, los investigadores detectaron un potencial en el EEG del cuero cabelludo, que denominaron “potencial de disposición o de alerta”, aunque la sensación del sujeto de desear conscientemente la acción coincidía casi exactamente con el inicio real del movimiento del dedo. Este descubrimiento produjo una gran sensación entre los filósofos interesados en el libre albedrío, puesto que parecía presuponer que los acontecimientos cerebrales observados por el EEG se producían casi un segundo antes de que existiera ninguna sensación de “desear” el movimiento del dedo, ¡aunque nuestra experiencia subjetiva era la de que nuestra voluntad producía el movimiento del dedo! Pero ¿cómo podíamos ser la causa si las órdenes del cerebro empezaban un segundo antes? Es casi como si nuestro cerebro fuera el verdadero responsable y nuestro “libre albedrío” fuera una racionalización post-hoc; casi una ilusión, como el Rey Canuto creyendo que puede controlar las mareas o un presidente americano creyendo que domina el mundo.


Puede parecer que la falta de libre albedrío, si es que se da, no tiene mayor relevancia para valorar cuestiones que están más allá, en las cumbres de lo social y lo “general” o político. Pero de todas estas pequeñas cosas nacen todas las grandes, por una parte (y esto Ramachandran lo admite), y de la percepción que se tenga de ellas también, por otra.

Pensar, creer, que no somos libres, que somos gobernados por fuerzas extrañas, puede llevarnos a delegar o abandonar nuestras responsabilidades. Podemos optar por flotar, por dejarnos llevar por la corriente y, al hacerlo, ponernos en manos de otros, de algún “sabio” benefactor que dirija nuestras vidas desde lo alto, del poder. Esto sería un relativismo activo. Si somos autómatas sin capacidad de elección moral, bien y mal se convierten, se pervierten, en meras ilusiones, porque optar es preferir, y preferir es jerarquizar, y jerarquizar es poner lo mejor por delante de lo bueno, esto por delante de lo indiferente, esto por delante de lo malo y por último lo malo por delante de lo peor. No es que todas las decisiones en la vida cumplan la propiedad transitiva, pero esta se da grosso modo en casi todas, y, desde luego, en todas las importantes en algún grado.

Pero si somos libres somos agentes, somos responsables, optamos, creemos que hay cosas mejores, buenas, indiferentes, malas y peores.

Mi interpretación del experimento de Libet dista mucho de la que niega el libre albedrío. Lo que sucede, en realidad, es que el proceso de toma de decisiones tiene una parte previa que no es consciente. No hay ningún otro agente que el que levanta el dedo. Es SU cerebro el que se prepara y da las órdenes para que el dedo se levante. Todo queda dentro del cráneo del decisor. El cerebro que decide ES el decisor, y el decisor ES el resultado de la actividad de ESE cerebro. Esto simplemente indica, visto desde la perspectiva más extrema, que en todo lo que hacemos obedecemos a nuestra naturaleza, que no obra un homúnculo desde una torre, sino el organismo entero, atendiendo a múltiples factores, algunos de los cuales se hacen conscientes y otros no. Y esto equivaldría a afirmar que somos libres, responsables y, por tanto, seres morales. Y desde luego obramos en un mundo en el que los actos tienen consecuencias, y la causa va seguida del efecto, con tiempos mentales que resultan ser sincrónicos, al menos por su efecto en términos de supervivencia.

En algunos enfermos mentales se da la paradójica situación de que sus propios movimientos le parecen dictados por otro. Esto se debe a que no tienen consciencia de haber hecho los movimientos. Pero en un cerebro sano no se producen esas falsas percepciones. Es el yo el que actúa en el mundo, y lo hace buscando lograr unos fines, que son establecidos a partir una moral, libremente. Si esa moral es en gran parte natural, surge, digámoslo así, de nuestro fondo, esto ni la hace de otro ni la convierte en falsa, en todo caso resulta ser más poderosa, tanto por su influencia en nuestro comportamiento cuanto por lo que representa de exitosa historia evolutiva.

Más no yendo a la interpretación extrema, como hemos hecho, para forzar la caricatura y resaltar con ello los rasgos prominentes, podemos decir que la observación del proceso neuronal que lleva a un acto motor sencillo, hecha en condiciones experimentales que limitan considerablemente la libertad del actor, no permite llevar las consideraciones muy lejos.

La falacia Ad (Libet)um se ha extendido dentro de los círculos neurocientíficos, por otro lado muy lógicos y sensatos. Tiene un encanto innegable. Algo tan paradójico como una voluntad que resulta ser una ilusión, un ad libitum dirigido desde un “afuera” que está dentro de nosotros, es una idea de enorme fuerza, que sugestiona y a un tiempo maravilla. Pero la voluntad, y el libre albedrío, no son ilusiones, sino realidades mucho más complejas de lo que hasta ahora se había creído y que deberá ser desveladas, poco a poco, con más investigaciones. Para mi es solamente otra prueba de la evolución y del inmenso poder de lo irracional, seleccionado por esta, sobre nuestro yo racional y consciente. Nunca debe olvidarse, dicho esto, que lo irracional, en este contexto, responde a una racionalidad de orden superior, de la que no somos conscientes....para algunos toma forma en nuestra conciencia moral, en nuestro ángel de la guarda, que vela porque obremos bien y sobrevivamos.

19 comentarios:

Marzo dijo...

>Es casi como si nuestro cerebro fuera el verdadero responsable y nuestro “libre albedrío” fuera una racionalización post-hoc

Qué curioso. Habla como si nuestro cerebro no fuese parte de nosotros.

Germánico dijo...

Es más, si lees su obra detenidamente encontrarás que sugiere lo contrario: que nuestro yo es sólamente una parte de ese cerebro. Y en "parte" no le falta razón....

Wm Gille Moire dijo...

Si MI cerebro, o una parte de MI cerebro, es el que decide, soy un títere. Un títere movido por un objeto físico: un cerebro (también podría ser un títere movido por un motor de combustión interna: sería exactamente lo mismo, aunque mis movimientos serían repetitivos y aburridos). Puedo hacerme ilusiones de libre albedrío y decir que "mi verdadero yo" es ese objeto físico que mueve a mi cuerpo. Pero de nada me serviría: porque ese objeto físico que me mueve es movido, a su vez, por otras fuerzas físicas (el titeretero es también un títere).

(Tampoco serviría de nada meter almas u otros objetos no físicos (vgr, la sustancia inextensa de Descartes). Porque las almas también son títeres de sus afecciones, pasiones, etc.)

"Mis" pensamientos nacen solos. Yo... nada tengo que ver. Parece que el experimento de Libet lo confirma. El libre albedrío es un inconcebible. Podemos adorarlo como se adora a un misterio inescrutable, y podemos hacer religiones o ideologías sustentadas en ese misterio, pero eso es todo.

Marzo dijo...

Los títeres que creen que no hay libre albedrío bien podrían aceptar que hay otros títeres que sí lo creen y no insistir en un (por su propia hipótesis) fútil proselitismo. Pero supongo que no Está Escrito así.

Wm Gille Moire dijo...

Lo único que Está Escrito es que todo se decide un segundo antes.

Germánico dijo...

Wg, no conviene dejarse arrastrar por la ilusión de que todo es ilusión; uno puede acabar –mal. Quizás pueda permitírsela, moderadamente, quien no tenga que ganarse la vida. El fatalismo provoca el efecto pigmalion, la profecía que lleva en sí la semilla de su cumplimiento.

Sugieres, en tu comentario, que no hay libre albedrío porque el cerebro y sus procesos son materiales, abundando en la idea del fantasma en la máquina. Si somos nuestro cerebro, nuestro cerebro no nos dirige. Sugieres asimismo que el cerebro es guiado por otras fuerzas físicas, y tampoco es libre, pero el cerebro es una parte del organismo, y si somos nuestro organismo, nuestro organismo no nos dirige. Si tenemos pasiones, emociones, con las que expresamos lo que somos, siendo con ellas, tampoco somos títeres de ellas. Hay, pues, que salirse fuera de uno para ver al gran titiritero, siguiendo el camino trazado por ti. En tal caso sería el medio ambiente físico o el social el que determinaría lo que somos, pero llegar a eso supondría incurrir en la falacia de la tabla rasa, que las modernas investigaciones biológicas han descartado por completo....

Wm Gille Moire dijo...

Germánico, no defiendo el fatalismo ni ningún tipo de determinismo. Si hay azar en el mundo (y parece que sí lo hay), es lo mismo: "mis" pensamientos, decisiones, elecciones, emociones, etc, nacen de la nada. Pero entonces no soy YO el que los ha creado. Nacen en mi cerebro, pero no soy yo su creador. Sólo soy un testigo pasivo de lo que acontece en mi cerebro. Cuando, en apariencia, yo elijo entre A,B,C, en realidad no soy yo: es el azar el que elige. ¿Cuál libre albedrío?

Germánico dijo...

Supongo entonces que no hablo contigo, sino con algún otro que habla a través de ti.

Lamento que tengas tan poco control y poder de decisión sobre tu propia vida y tus circunstancias.

:-(

Wm Gille Moire dijo...

No llores por mí, Germánico. Aunque he interiorizado bastante esa idea de que "soy un títere, no tengo LA, los pensamientos nacen solos, etc" (todo de forma intuitiva, sin saber nada de neurología ni de ese experimento de Libet, del cual hasta ahora me entero), todavía no me vuelvo loco y todavía siento que tengo el control (no lo tengo; nada más siento que lo tengo, lo cual me coloca dentro del grupo de cuerdos).

En fin, en lugar de llorar, ¿por qué mejor no explicas eso que, según tú, sucede en el inconsciente y convierte a la voluntad en un agente auténticamente libre (con libertad limitada, pero libertad real)?

En cuanto a mí, ya di mi argumento. El cual se resume en esto: que algo suceda en mi mente o cerebro, o en alguna cueva secreta de mi mente o cerebro, no implica que YO sea su creador.

Que Fatalidad y/o Azar te bendigan y no te hagan llorar más de lo políticamente correcto.

Germánico dijo...

Eso de "convertir la voluntad en un agente auténticamente libre" me encanta.

En efecto, tú ya has dado tu argumento, si es que así se puede llamar.

;-D

Carlos Suchowolski dijo...

La ilusión a propósito de este asunto es la que se produce por desdoblarnos en un observador y un/unos objetos observado. Esa propiedad nos induce extrañeza que es extrapolada al mito. No es fácil evitarla en la práctica y en el lenguaje. Además, es obvio que es parte de la imperfección y parte de la eficacia necesarias para funcionar operativamente; pero no porque se hayan diseñado apriori para eso, sino porque se han construido sobre la necesidad de conseguirlo. Creo que debemos observar todo, incluso la generación de nuestras teorizaciones, como parte de ese mecanismo objetivo que somos y tratar de distanciarnos de la "caída" en el mito de la verdad absoluta o científica o racional, etc. sin por ello dejar de reconocer su eficacia adaptativa, su utilidad (conservadora/protectora/reproductora de la vida) para... lo "inútil" (lógicamente, formal, racional .o teóricamente hablando).
En breve: la dicotomía sería un resultado más de la evolución (así hemos salido) y en base a ella nos haríamos capaces de controlar hasta donde es posible cada vez la realidad...
Lo demás sería... simple narrativa.

Tay dijo...

Muy interesante el texto, aunque no comparto al visión del autor.

Creo que llamar "muerte del libre albedrio" a esto depende de en qué lugar posicionemos el "yo", si en la consciencia, o si lo "colocamos" en el organismo. Particularmente me decanto por la primera opción, así que para mí el libre albedrio ha muerto oficialmente (hasta que se demuestre lo contrario claro).

Creo que la trascendencia de los experimentos de Libet, y sus recientes continuaciones, aun no han calado en la sociedad, hace falta tiempo para que algo de tal calibre se asuma como "cierto".

Un saludo y felicidades por el genial blog.

Tay.

Marzo dijo...

Tay: ¿por qué debo suponer que mi yo es yo (o que yo soy mi yo, si lo prefieres)? (Creo que a algo así se refería Carlos con la ilusión de de desdoblarnos en observador y observado).

Tay dijo...

Hola Marzo

Me preguntas que por que debes suponer que tu "yo" eres "tu"?
No tengo claro haber entendido la pregunta... intentare responder de todos modos.

-En mi opinión- el "yo" no tiene una localización, es un proceso de percepción, por mucho que lo busques no lo vas a encontrar.

El yo es una abstracción consciente, llamamos "yo" al sujeto consciente, requiere de un sujeto (requiere subjetividad) y la consciencia (donde se apoya la subjetividad).

El ser consciente de su propia consciencia es el sujeto consciente. Es el observador observado. El "yo".

Claro, si hay alguien que prefiere llamar "yo" al propio organismo, pues muy bien, ponerle nombre a las "cosas" es algo que nos gusta a todos, y los ponemos como nos parece a cada uno.

Un saludo

Marzo dijo...

Hola, Tay.

No sé exactamente lo que quiero decir; estoy improvisando. Seguiré con ello.

Creo que el sustantivo "el yo" no se refiere a lo mismo que el pronombre "yo". La respuesta a la pregunta "¿quién soy yo?" no es "mi yo", sino más bien "este yo y este cuerpo" o, mejor, "este cuerpo y su yo", donde "el yo" es una función corporal (los informes acerca de yos incorpóreos no me parecen muy de fiar).

Eras tú, por otra parte, quien intentaba "posicionar" y "colocar" el yo. Como modo de decidir sobre el libre albedrío me parece algo fútil: WG ha estado arguyendo que no puede haber libre albedrío, esté donde esté el yo.

Tay dijo...

Hola Marzo

Haces bien en improvisar, muchas veces se consiguen así las mejores ideas.

Por supuesto mi "posicionamiento del yo" no era físico, al decir "colocar el yo" en algún lugar, me estoy refiriendo a la palabra, que queremos nombrar como "yo", no busco un lugar físico en el cerebro.

Estamos de acuerdo en no confundir o mezclar "el yo" con "la identidad" el "quien soy yo".

Si el yo es una función del cerebro o un resultado no seleccionado a partir de otras
Funciones si seleccionadas, en mi opinión, aun está por demostrar.
Aunque apostaría por que posee un valor adaptativo importante.

Bueno no se qué idea tendrá Wg del tema, pero en mi visión del asunto, considero que el libre albedrio requiere de la decisión consciente del sujeto, para ser libre, pues si la elección se realiza a espaldas del sujeto consciente, este pasa a ser un espectador-evaluador.

Esa es la función que le atribuyo, al "yo", evaluador del input. Para que el albedrio, lejos de ser libre, al menos, se base en la experiencia anterior. Claro, que puedo equivocarme.

Un saludo

memetic warrior dijo...

Hice hace mucho tiempo un post sobre la evolución biológica (la emergencia de) la autoconciencia que es compatible (y menciona) este experimento:


Mi teoría evolucionista de la auto-conciencia y el Yo

Germánico dijo...

No somos libres en un sentido esencialista y metafísico, pero sí lo somos dentro del marco de nuestra naturaleza.

Miquel dijo...

Spinoza lo vio hace mucho tiempo:“no hay en el alma ninguna voluntad absoluta o libre, sino que el alma es determinada a querer esto o aquello por una causa, que también es determinada por otra, y ésta a su vez por otra, y así hasta el infinito” (proposición XLVIII de Ética)
O en las palabras de Einstein: “Dios no juega a los dados con el Universo”
Nuestras acciones están programadas por todo lo que va acumulándose en el subconsciente de programación genética, experiencias, influencias sociales, aprendizaje, traumas, ( genetica + itinerario vital).
Todo esto no tiene por qué afectar al sentido de la responsabilidad moral de los ciudadanos, pero esto es otra historia. De todos modos, uno puede perfectamente comportarse "como si" tuviera libre albedrío, aunque sabe que no lo tiene. Igual que pensamos como dualistas, sabiendo que está descartado por la ciencia.
Uno puede tener grados de libertad para hacer lo que quiera, (también los gatos, los pajaros y las amebas, aunque menos) pero no puede querer lo que quiera.
http://memoriasdesoledad.blogspot.com/2010/11/el-libre-albedrio.html