La mayor parte de nuestro conocimiento es implícito. Esto significa que no es consciente y que no es fácilmente verbalizable. Traducirlo al lenguaje común requiere un esfuerzo de reflexión y ordenación. No obstante no es un pensamiento carente de orden, de lógica o de verdad. Tiene su asiento entre las denominadas memoria implícita y explícita, y está ordenado de acuerdo con el imperativo de la supervivencia.
La forma que toma es siempre, al principio, intuitiva y aproximativa. No es un cálculo preciso ni una verdad demostrable. Sabemos que algo no está bien o sí lo está, que una circunstancia es una oportunidad o un peligro, que alguien merece o no merece nuestra confianza, que un camino probablemente lleve a un destino u a otro, que ciertas cosas conducen a ciertas otras. A veces, cómo no, nos equivocamos. Pero el número de errores cometidos es inversamente proporcional a nuestra experiencia.
La forma que toma es siempre, al principio, intuitiva y aproximativa. No es un cálculo preciso ni una verdad demostrable. Sabemos que algo no está bien o sí lo está, que una circunstancia es una oportunidad o un peligro, que alguien merece o no merece nuestra confianza, que un camino probablemente lleve a un destino u a otro, que ciertas cosas conducen a ciertas otras. A veces, cómo no, nos equivocamos. Pero el número de errores cometidos es inversamente proporcional a nuestra experiencia.
Normalmente el pensamiento intuitivo, al comunicarse, se expresa con certidumbres y convicciones. Esto puede llevar al receptor del mensaje a la impresión de que quien la habla lo hace desde la ignorancia (falta de conocimiento) o la arrogancia (creer saber lo que no se sabe). Sin embargo, con sus limitaciones y las debidas matizaciones, el pensamiento implícito es una guía excelente para la acción en el mundo, especialmente en circunstancias que requieren cierta celeridad en la decisión.
Pensemos en la forma en que adquirimos conocimientos, en que aprendemos. Para la mayoría de las cosas se aprende haciendo. Esto se traduce en la denominada memoria implícita o de procedimientos. El ejemplo recurrente es conducir una bicicleta. No tenemos que ser conscientes de cada movimiento realizado. De hecho, tratar de controlar conscientemente el proceso interfiere negativamente en el mismo.
Otros conocimientos, en cambio, son conceptuales, terminológicos, definitorios, descriptivos, y se aprenden con cierto esfuerzo y, podría decirse, reduciendo el ritmo de procesamiento perceptivo (focalizando con la atención) o repitiendo (memorizando) para reforzar las sinapsis y las redes neurales que están en la base de esta memoria. Son datos y sus relaciones lógicas. No admiten discusión, al menos partiendo de los axiomas, de los presupuestos, de los cimientos establecidos, que tienen una parte empírica, inducida, otra racional, deducida y otra puramente nominal, linguistica. El nombre de la capital de un país, la o una ecuación matemática son conocimientos de este tipo, con mayor o menor proporción de empirismo, lenguaje y racionalismo.
Lo que se denomina memoria declarativa o explícita incluye, por supuesto, este último tipo de conocimientos.
También tenemos la llamada memoria episódica, que se considera, quizá erróneamente, dentro de la declarativa. Es relativa a nuestros recuerdos de vivencias. Esta memoria y el conocimiento que representa son fundamentalmente implícitos, no declarativos, pese a que en la superficie quede una impresión consciente de la taza de café que nos traía la abuela o el caballo que montamos en cierta ocasión. Esto es así porque toda vivencia recordada lo es porque es significativa. Esto puede ser por su novedad o su valor de supervivencia. Lo primero (la novedad) puede ser explicado por lo segundo (valor de supervivencia), pero aquí lo disocio.
Que algo sea significativo significa (valga la redundancia) que es emocionalmente significativo. Aquello que no recibe ponderación emocional carece de valor en cuanto a vivencias se refiere. Ya desde la percepción nos encargamos de cribar emocionalmente aquello que llega y aquello que no llega a la consciencia. Nos fijamos en lo que nos interesa inconscientemente (atiéndase a este punto), y pasamos por alto todo lo demás, que resulta ser un gris telón de fondo.
Asimismo, una vez hemos guardado un recuerdo episódico, lo transformamos. Cada vez que lo recuperamos para fantasear con él o para contarlo, introducimos sutiles cambios en él, que, por efecto acumulativo, pueden llegar a convertir una vivencia recordada en algo completamente distinto a lo que sucedió, en casos extremos.
Esta transformación es una transformación no aleatoria, sino emocional. Contamos las cosas según el cristal con que las miremos.
Una vez dicho esto, podemos volver al conocimiento implícito. Este no se corresponde con la memoria implícita. Abarca también la explícita porque se trata de un “conocimiento” integrador tanto de aspectos conscientes como de aspectos inconscientes de nuestra psique, pero, como su carácter “implícito” indica, recopila la información que lo compone, fundamentalmente, de lo sabido que no se sabe, de lo sabido inconscientemente, haciéndolo aflorar a la consciencia y casándolo con datos tomados de la memoria explícita.
Con este conocimiento nos manejamos en sociedad, en nuestras habituales y recurrentes interacciones. Cuando tomamos las riendas de una rutina podemos desarrollarla sin apenas usar la consciencia. Ponemos el piloto automático. A la hora de moverse en sociedad lo básico, lo principal para no errar, no son los conocimientos explícitos, sino los implícitos, especialmente a la hora de valorar a nuestros semejantes. El juego psicológico permanente en el que estamos inmersos nos obliga a inferir lo que hay en la mente del otro. Llega un punto, ese que se denomina “confianza”, en el que hemos calado a alguien. Sabemos qué podemos y qué no podemos esperar de él. Se trata del más elaborado de nuestros conocimientos implícitos, y me atrevería a decir que de nuestros conocimientos.
¿Cómo “sabe” usted que su mujer no se la pega?.....¿qué le hace pensar que el comunismo no es realizable?.....¿cómo se atreve a sugerir que la “selección natural” es una metáfora?...¿por qué cree que su vecino no le está diciendo toda la verdad sobre lo que pasó anoche en el portal?...etc etc etc....
Dar explicación a estas y otras cosas requeriría una larga exposición de “razones”, una larga cadena de argumentaciones. Sin embargo la intuición hace de golpe la luz en la mente. Como decía al principio, a veces nos equivocamos. Pero equivocados o no, siempre estamos acompañados, vayamos donde vayamos, de este conocimiento implícito, mayor o menor según la experiencia de cada cual, pero omnipresente en la mente humana que es, además, el principal aliado de toda creación y de todo nuevo impulso, campo de las ciencias incluido. ¿O acaso pensamos avanzar hacia el futuro pensando cada paso que damos?.
Para seguir adelante con nuestros proyectos vitales tenemos que apoyarnos de continuo, por tanto, en el conocimiento implícito, y, además, en la confianza que de él se deriva. Hay, como es natural, diversos grados de confianza (no cuantificables con la precisión matemática del número). Para formar esa vasta red que es una economía de mercado, por ejemplo, es precisa la confianza en instituciones tales como el dinero, los precios, la propiedad privada o la justicia. También es muy necesaria la confianza en los tratos, en los contratos, en aquellos con quienes los establecemos. Aunque no es el mismo tipo de confianza, ni requiere tantas demostraciones, como la que se establece en esa otra vasta red (no tan interconectada) que es la red de solidaridad y ayuda mutua.
Casi todo lo que hacemos está basado en rituales, en costumbres, en procedimientos, en usos sociales, culturales, en instituciones: todo ello representan una tradición que otorga seguridad y garantía. Inspira confianza a nuestra intuición, y entra dentro de la constelación de nuestro conocimiento implícito. Todo lo que se construye debe hacerse no sobre las ruinas de lo pasado en nombre de un futuro incierto, sino a partir de lo ya hecho, añadiendo y quitando cosas de los lados, de arriba y de abajo.
¿Entenderán esto algún día nuestros radicales progres?.
10 comentarios:
Qué buen post, Germánico. Enhorabuena. (Y bienvenido).
Gracias, Mary White.
Germánico, como encajas la noción de sentido común entre esos varios tipos de conocimiento?
No sé, yo diría, así a bote pronto, que es el conocimiento implícito. Porque no se puede dudar que el sentido común es un conocimiento que tiene mucho de sexto sentido, de "irracional" (como partido del inconsciente, y entendiendo irracional como axiomático-natural, no como carente de sentido).
Es curioso que en toda esta reflexión no haya mencionado el sentido común. Estuvo siempre ahí, en el centro mismo de la argumentación, y no lo vi.....
Pero no, el conocimiento implícito abarca mucho más que el sentido común, como tal conocimiento. La identificación entre conocimiento implícito y sentido común fue intuitiva, y por tanto aproximativa, y no exacta, que expresé en ese "bote pronto".
Aproximativa porque, en efecto, la relación existe, pero inexacta porque no es de identidad. El sentido común sería un conjunto de certidumbres derivadas del conocimiento implícito, no el propio conocimiento; una claridad que se tiene en la mente, no la información y el procesado de la misma (en gran medida inconsciente) que lleva a esa claridad consciente.
Sirva esto de rectificación y de profundización en el asunto.
Que me disculpen los que por aquí pasen estos pequeños devaneos, pero perfilar un concepto tiene mucho de dar vueltas en círculo. Lo dicho antes podría corresponderse mejor con la intuición, y ser el sentido común una forma particular de la misma que, como su propia denominación indica, sería bastante común. Esto último sería asimismo indicativo de un elemento innato, y tendría mucho que ver con el desarrollo del lóbulo frontal de cerebro, sede cerebral de la planificación, la organización y la moral, entre otras cosas. Sobre este desarrollo tengo algunas cosas que decir, pero lo haré en un futuro post.
Muy interesante la asociación entre "confianza" y conocimiento implícito.
Un profesor de economía que tuve siempre hacía hincapié en la importancia de la confianza en el funcionamiento de los mercados (y de la bolsa). No todo es preciso y cuantificable hoy día. Siempre hay un cierto componente emocional (además de intuitivo) en esa "confianza".
Hola Ijon,
Al final "confiar" siempre es dejar algo al azar y/o en las manos de otros, es decir, entregar algo a fuerzas que no podemos controlar. Para confiar uno tiene que tener una certidumbre de que las cosas iran "bien". Esa certidumbre, por la misma naturaleza de la confianza, no puede estar basada en un conocimiento perfecto y pormenorizado -pues si no sería una seguridad absoluta- sino más bien, en intuiciones.
La parte inconsciente del cálculo y los conocimientos que llevan a estas intuiciones es fundamental.
...Siempre hay un cierto componente emocional (además de intuitivo)...
Valga la redundancia..
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