martes, mayo 13, 2008

Entre Escila y Caribdis

Nuestros sentidos no nos dan una imagen perfectamente nítida y fiel de lo que hay afuera: son aferencias que permiten una representación útil para la supervivencia. Cualquier información que no haya sido, por un motivo u otro, representativa en nuestro pasado evolutivo, no la percibimos. También información potencialmente útil, por contingencias sucesivas, no habrá sido captada y procesada. Y hay mucha información –me atrevería a sugerir que la mayoría- que no llega a ser procesada conscientemente. Nuestra percepción y nuestra cognición son adaptaciones al conjunto de entornos cambiantes en los que nos hemos desenvuelto y a los que nos hemos adaptado, mal que bien, a lo largo de los millones de años de arrastrarse primero, colgarse después, y luego caminar erguidos por la tierra. Y esa adaptación ha sido, durante casi todo el trayecto, biológica en un sentido fundamental, esto es: inconsciente.

El estudio de los sentidos arroja algunos datos interesantes al respecto. Estos, como todo en nosotros, son fruto de una evolución. Las objeciones a la teoría evolutiva basadas en la supuesta perfección del ojo y la imposibilidad de estados intermedios evolutivamente viables no tienen en cuenta la cantidad enorme de maneras de organización y selección que pueden llevar a un órgano complejo, con el suficiente tiempo. Dawkins, que pese a su vena mesiánica es un excelente naturalista, hace una exposición plausible de cómo podría haber evolucionado el ojo.

En general, los sentidos evolucionaron darwiniamente, lo cual viene a significar, en cierto "sentido" profundo, estadísticamente. Veamos la vista (valga la redundancia):

Poblaciones numerosísimas de células receptoras captan, cada una de ellas, un pequeño campo de la señal lumínica, y transmiten al cerebro su, digamos, círculo de enfoque, o, como lo denomina más acertadamente Christian W. Eurich, del Instituto de Neurofísica Teórica de la Universidad de Bremen, "cono del faro". Estos círculos son conjuntos que se superponen, existiendo por tanto numerosas intersecciones que aportan información redundante. Lo ideal, aparentemente, sería algo así como una neurona por cada pedazito infinitesimal de campo. Sin embargo esto no es lo que ocurre, ni es fácil que surja por evolución. El darwinismo neuronal postulado por Edelman explica mejor la evolución de la percepción, y el sistema de campos superpuestos su funcionamiento. El cerebro crea una imagen sin distorsiones, homogénea, a partir de una información de entrada múltiple y no óptimamente ordenada. Es el cerebro el que genera la información relevante a partir de esos imputs sólo ligeramente ordenados.

Al principio del desarrollo, muchas neuronas compiten por captar la atención de las otras del cerebro profundo con las que se conectan o tratan de conectarse, y disparan en proporción a los fotones que reciben. Llega un momento en que las conexiones básicas están establecidas entre aquellas neuronas que respondieron positivamente al entorno, al ser estimuladas, en términos relativos, es decir, que estuvieron más activas, y las neuronas en las que hacen eferencia en el cerebro. Una vez en el encéfalo la información, en algunos casos duplicada, en otros triplicada, en otros cuadruplicada, en función del número de campos que interseccionan, da lugar a la percepción. El hecho de que un determinado estímulo sea captado por unos grupos de neuronas u otros no es irrelevante. Si para un determinado estímulo se dispara un grupo de neuronas H, esto sitúa dicho estímulo en un lugar perfectamente definido del campo de visión, tanto o más que si solamente hubiera una neurona apuntando a ese punto. Se crean así mapas bastante ajustados en el cerebro, con la ventaja añadida de que la pérdida de función de unas cuantas neuronas no conlleva pérdida significativa de visión, puesto que otras trabajan los campos que estas hubieran dejado desiertos.

El neucientífico francés André Holley, en su recomendable obra sobre los sentidos del gusto y el olfato, apunta las dos vías de procesamiento de información sensitiva que se conocen:

La primera es la codificación mediante líneas etiquetadas (labeled line). "Esta representación" –nos dice Holley- "se postula cuando la actividad señala sin ambigüedad , en una vía sensorial, la naturaleza del estímulo presente en la entrada. La vía nerviosa excitada representa la identidad de ese estímulo. Si un teléfono tiene sólo un abonado no es difícil saber quien llama....

Según el otro modelo, el across-fiber pattern coding, la representación de la identidad del estímulo se distribuye entre un conjunto de neuronas activas. Cada neurona proporciona, en cierta forma, un punto de vista sobre el estímulo, pero se necesitan varios puntos de vista para individualizar el objeto representado".

Este segundo modelo es el que funciona más en los seres vivos. La mejor forma de poner de acuerdo a miles de millones de neuronas receptoras a lo largo de la evolución es dejar que compitan por los estímulos (por supuesto competir metafóricamente).

Las aferencias o entradas de los sentidos confluyen en el tálamo, que está estrechamente conectado a las regiones del sistema límbico, donde se procesan las emociones. Presumo que según sean los estímulos entrantes se dispararán, igualmente, distintos grupos de neuronas en el sistema límbico, provocando diversos estados emocionales. Durante la experiencia se habrán ido asociando emociones a vivencias, y el refuerzo de estas asociaciones provocará el disparo automático ante la presencia de elementos significativos en una experiencia pasada. Habrá, asimismo, circuitos innatos, o necesitados de muy poquita activación, como por ejemplo el que nos hace brincar ante las serpientes. Se ponen de manifiesto, en las emociones, tanto la historia personal como la de la especie.
La variabilidad de nuestra emociones no es muy grande: hay unas pocas emociones tipo que pueden vivirse en distintas combinaciones y con distinta intensidad, con sus correspondientes límites. Así que, en esa actividad de variados grupos ante los estímulos provenientes de los sentidos y del medio interno, en función de que se superen o no determinados umbrales se experimentará (o no) una concreta emoción. Así, el qué hayamos comido, la hora del día que sea, el color del cielo, la ropa que lleva nuestro acompañante, una palabra cargada de significado emocional para nosotros dicha en medio de una frase inocente por alguien cercano, las expectativas que tenemos para el resto del día, del mes, del año....etc etc.

Podría operar así, el cerebro, internamente, de forma análoga a como lo hace para manejar la información sensorial en las primeras etapas de su procesamiento. Se superponen en su disparo varios grupos de neuronas asociadas a distintas emociones. Su disparo es provocado por algún estimulo o conjunto de estímulos del ambiente, captado por cualquier vía sensitiva. Se forma un cuadro emocional a partir del cuadro sensorial y....¡¡¡zas!!! reaccionamos de una u otra forma. Como casi todo esto sucede por debajo del umbral de la consciencia es posible que nos pongamos de mal o buen humor si tener una idea clara de por qué. Quizás no fue siquiera una sola la razón que despertó nuestra emoción grata o ingrata, sino una combinación peculiar sumamente improbable y que probablemente nunca se repita.

La racionalidad, creo yo, se deriva de un estado de ánimo sereno, de un equilibrio bioquímico y fisiológico. Es como un barco en medio del inmenso océano. Si este último está calmo el barco navega hacia un horizonte claro rectamente. Si se desata la tormenta es llevado de un lado a otro con una fuerza insuperable. El timonel (el yo consciente) no puede hacer nada, en este último caso, todos sus esfuerzos son vanos, y pensar con claridad constituye una Odisea.

2 comentarios:

piezas dijo...

El timonel...

¿Sigmund, Alberto?

Tchx...

Germánico dijo...

Sois una panda muy divertida, Piezas.

Espero con ilusión una aportación interesante por vuestra parte.