Es una mixtificación que lleva siempre a proponer algún tipo de medida política, de esas cuyo anverso es el privilegio de unos pocos y cuyo reverso es un cargo en la cuenta del contribuyente. Generalmente el mixtificador es el que obtiene el beneficio, aunque no siempre, puesto que no son pocos los casos en que el engaño es tan fuerte que engaña a quien inconscientemente lo perpetra. Consideran al Estado como una chistera de mago de la que se pueden sacar cosas como de la nada. Pero ya sabemos que la generación espontánea es un mito, y que el mago miente, y se aprovecha de la ilusión de nuestros sentidos imperfectos.
La sociedad, esa realidad plural e impersonal, que obtiene toda su fuerza de esa diversidad y esa dispersión, se convierte por un instante milagroso en algo homogéneo y unificado, en un ser consciente dotado de intencionalidad, tanto para perjudicar a algunos de sus miembros, que pasan a ser, por arte de magia, cuerpos extraños, como para beneficiar a otros, que por la misma prestidigitación se convierten en la sociedad toda. “La sociedad tiene la culpa de tal o de cual”, o “nosotros (como sociedad) tenemos que hacer algo para resolver esto o lo otro”, o “esta medida mejorará la economía”.
La matemática aproximada la encontramos en la vaga retórica de la fórmula de Betham, en el “bien común”, el mayor para la mayoría, o, yendo a los límites, en el óptimo de Pareto, en el cual nadie puede mejorar sin perjudicar a otro. A esas modalidades desnatadas recurren los que no pueden por más tiempo soportar la farsa de la sociedad como superorganismo consciente y, sin embargo, se aferran, con la ilusión de su entendimiento, al mito colectivista.
En el terreno de la psicología la tabla rasa resulta una buena superficie sobre la que rodar, dando vueltas y más vueltas a la responsabilidad de los colectivos y retirándola de los individuos. Esto es así porque el mito de la tabla rasa propugna que todo lo que hacemos está determinado por nuestra cultura y nuestras circunstancias dentro de la sociedad. Esta psicología basura, que aleja de la ciencia a esa tentativa de conocimiento, no sólo no ha sido desterrada, sino que vuelve con fuerza. Le sucede lo mismo que a su hermana gemela, la política intervencionista, que no sólo no ha desaparecido tras caer el Muro, sino que retorna con energías renovadas a tejer su tela, en la que atrapar a todo bicho que intente volar. Lamentable es constatar que más que el fin de la Historia esto parece ese otro mito, el del eterno retorno, y que cuando el poder extiende sus groseros tentáculos la ciencia se corrompe (empiezan a sudar y lo atribuyen a un calentamiento global).
Leí hace unos días un artículo en Mente y Cerebro, escrito por Robert Epstein, un Profesor de Psicología de Harvard, que confirma mis temores. El mito de la sociedad culpable vuelve a la carga. Lo usa el autor con el pretexto de defendernos a todos del “mito del cerebro adolescente”. Transcribiré algunas perlas de esta luminaria de Occidente:
Es peligroso presumir que unas instantáneas de la actividad de determinadas zonas del cerebro aporten necesariamente información útil sobre las causas del pensamiento, los sentimientos y el comportamiento.......Existen claros indicios de que cualquier característica específica que pueda tener el cerebro de los adolescentes –suponiendo que exista alguna- es el resultado de las influencias sociales, no la causa de la crisis....El cerebro de los adolescentes encaja perfectamente en un mito más amplio, a saber: los adolescente son inherentemente incompetentes e irresponsables....Muchos creen que la crisis que se vive en la adolescencia constituye una parte inevitable del desarrollo humano.... (luego habla extensamente de que las edades en las que se cometen más delitos, se consumen más drogas, hay más suicidios, etc etc son las de la adolescencia)...Si el cerebro adolescente generador de semejantes crisis fuera un fenómeno universal del desarrollo biológico, ¿no pasarían por ella los adolescentes de todas las sociedades del mundo? (a continuación alude a un estudio antropológico hecho con 186 sociedades preindustrializadas que ponían de manifiesto que los adolescentes se integraban con naturalidad en la vida adulta y en la sociedad y otro que muestra que los problemas empiezan en esas sociedades cuando entran en contacto con la sociedad Occidental, especialmente con su tele y su cine).....Durante gran parte de la historia de la humanidad de la que tenemos registro, los años de la adolescencia eran un período bastante pacífico de transición a la edad adulta.... Mi propia investigación, sumada a otros estudios de antropología, psicología, sociología e historia, revela que la crisis por la que pasan los adolescentes estadounidenses –y occidentales, añado- es el resultado de lo que llamamos “una prolongación artificial de la infancia”....A lo largo del siglo pasado hemos venido infantilizando cada vez más a nuestros jóvenes, tratando como a niños a personas que se iban haciendo mayores, al tiempo que los aislábamos de los adultos y aprobábamos leyes que restringían su comportamiento....No hay duda de que la crisis de la adolescencia no es inevitable. Se trata, pura y simplemente, de una creación de la cultura moderna, igual que, por lo que parece, el cerebro de los adolescentes conflictivos....y bla bla bla bla bla
Algo que se aprecia con claridad en las sociedades es cómo la proporción de edades y sexos en ellas no es irrelevante. Así, la alta proporción de varones jóvenes en el Islam explica bastantes cosas de su sociedad (si a esto le sumamos el papel que su cultura asigna a la mujer aún más). Otro factor a tener presente es el que el antropólogo americano Marvin Harris denominó condiciones tecnoeconómicas y tecnoecológicas. Las sociedades son una adaptación al ambiente, aunque no sean un superorganismo. Como tal adaptación pueden tener una relación más o menos directa con el mismo. Las sociedades tecnológicas y de gran división del trabajo modernas tienen una relación compleja con el ambiente, que consta de numerosos pasos ordenados y entrelazados en cadenas de retroalimentación. Sus individuos requieren un período más largo de formación que los de las sociedades agrarias tradicionales. Esto es una prolongación cultural de la neotenia. Así, cuando el individuo llega a la etapa reproductiva aún le quedan muchos años, en la mayoría de los casos, para convertirse en un miembro responsable de la comunidad. Las exigencias de una sociedad desarrollada con sus adolescentes no son las que se dan en una sociedad más pobre, de menos división del trabajo, con un contacto más directo con el medio natural, con menos capital, igual que las exigencias para con los bebés humanos, en el plano filogenético, no son las mismas que las que recaen sobre un cervatillo recién nacido, que rápidamente ha de ponerse en pie. No nos podemos permitir tener adultos prematuros, pero es que además la naturaleza apenas los produce. Madurar es un proceso, en el que además de ganar facultades se pierden. El potencial de los jóvenes adolescentes es grande, aunque su cerebro aún no esté plenamente formado (y quizás por ello). Es algo más que demostrado en neurociencia, dejando la sociedad y volviendo a los individuos que se desarrollan en ella, que el lóbulo frontal de cerebro tiene funciones ejecutivas y de evaluación moral de situaciones y circunstancias (sobre el particular puede leerse la obra de Elkhonon Goldberg o la de Antonio Damasio, por ejemplo) y que su disfunciones tienen consecuencias catastróficas en la capacidad de planificación y en la moralidad del individuo afectado por estas. Este lóbulo no termina de desarrollarse plenamente hasta la tercera década de la vida (cuando está completamente mielinizado), y esto supone que antes de esto, las personas, por término medio, son más inmaduras, es decir, tienen menos capacidades ejecutivas y de evaluación moral. Si a esto le sumamos la urgencia reproductiva y las respectivas formas de buscar pareja de hombres y mujeres el cóctel no es suave.
No se trata, como dice el autor, de que exista una “prolongación artificial de la infancia”, sino más bien de que se produce una penetración progresiva en la vida adulta, más tardía porque las demandas del medio son a más largo plazo, por un lado, y por otro porque el cerebro que crece y aprende no está aún, por término medio, perfectamente preparado para las actividades y responsabilidades de la vida en sociedad.
Y sobre todo no se trata de que ”hayamos venido infantilizando cada vez más a nuestros jóvenes, tratando como a niños a personas que se iban haciendo mayores, al tiempo que los aislábamos de los adultos y aprobábamos leyes que restringían su comportamiento”. En esa frase se encuentra el quid de la cuestión y sale a la luz el mito de la sociedad culpable. Resulta que los adolescentes no se comportan, siguiendo los dictados de su naturaleza, de forma infantil, en determinados contextos sociales en los que sus energías no obtienen una salida tradicional (de duro trabajo o guerra), sino que son así porque un “nosotros” intergeneracional y general, la sociedad, es culpable de aislarlos y de limitarlos. No es que se tomen medidas que limiten la libertad de personas que se comportan, por su naturaleza, de forma irresponsable, sino que se limita su libertad y esto les lleva a la irresponsabilidad. No es que los adolescentes se encierren en su grupo de iguales y desprecien a sus mayores, sino que estos últimos les aíslan. Demasiados despropósitos juntos, sólo rematables con la disparatada idea de que “Se trata, pura y simplemente, de una creación de la cultura moderna” .
Así pues:
1) Puede haber, en efecto, culturas en la que los adolescentes se integren rápidamente a la vida adulta tras algún rito iniciático, pero estas culturas serán necesariamente poco desarrolladas económicamente. Como se aprecia en el extracto tomado del artículo se estudiaron 186 sociedades preindustrializadas, no contaminadas por Occidente (sirva esto de paso de ataque al capitalismo y a la civilización occidental, que nunca puede faltar).
La sociedad, esa realidad plural e impersonal, que obtiene toda su fuerza de esa diversidad y esa dispersión, se convierte por un instante milagroso en algo homogéneo y unificado, en un ser consciente dotado de intencionalidad, tanto para perjudicar a algunos de sus miembros, que pasan a ser, por arte de magia, cuerpos extraños, como para beneficiar a otros, que por la misma prestidigitación se convierten en la sociedad toda. “La sociedad tiene la culpa de tal o de cual”, o “nosotros (como sociedad) tenemos que hacer algo para resolver esto o lo otro”, o “esta medida mejorará la economía”.
La matemática aproximada la encontramos en la vaga retórica de la fórmula de Betham, en el “bien común”, el mayor para la mayoría, o, yendo a los límites, en el óptimo de Pareto, en el cual nadie puede mejorar sin perjudicar a otro. A esas modalidades desnatadas recurren los que no pueden por más tiempo soportar la farsa de la sociedad como superorganismo consciente y, sin embargo, se aferran, con la ilusión de su entendimiento, al mito colectivista.
En el terreno de la psicología la tabla rasa resulta una buena superficie sobre la que rodar, dando vueltas y más vueltas a la responsabilidad de los colectivos y retirándola de los individuos. Esto es así porque el mito de la tabla rasa propugna que todo lo que hacemos está determinado por nuestra cultura y nuestras circunstancias dentro de la sociedad. Esta psicología basura, que aleja de la ciencia a esa tentativa de conocimiento, no sólo no ha sido desterrada, sino que vuelve con fuerza. Le sucede lo mismo que a su hermana gemela, la política intervencionista, que no sólo no ha desaparecido tras caer el Muro, sino que retorna con energías renovadas a tejer su tela, en la que atrapar a todo bicho que intente volar. Lamentable es constatar que más que el fin de la Historia esto parece ese otro mito, el del eterno retorno, y que cuando el poder extiende sus groseros tentáculos la ciencia se corrompe (empiezan a sudar y lo atribuyen a un calentamiento global).
Leí hace unos días un artículo en Mente y Cerebro, escrito por Robert Epstein, un Profesor de Psicología de Harvard, que confirma mis temores. El mito de la sociedad culpable vuelve a la carga. Lo usa el autor con el pretexto de defendernos a todos del “mito del cerebro adolescente”. Transcribiré algunas perlas de esta luminaria de Occidente:
Es peligroso presumir que unas instantáneas de la actividad de determinadas zonas del cerebro aporten necesariamente información útil sobre las causas del pensamiento, los sentimientos y el comportamiento.......Existen claros indicios de que cualquier característica específica que pueda tener el cerebro de los adolescentes –suponiendo que exista alguna- es el resultado de las influencias sociales, no la causa de la crisis....El cerebro de los adolescentes encaja perfectamente en un mito más amplio, a saber: los adolescente son inherentemente incompetentes e irresponsables....Muchos creen que la crisis que se vive en la adolescencia constituye una parte inevitable del desarrollo humano.... (luego habla extensamente de que las edades en las que se cometen más delitos, se consumen más drogas, hay más suicidios, etc etc son las de la adolescencia)...Si el cerebro adolescente generador de semejantes crisis fuera un fenómeno universal del desarrollo biológico, ¿no pasarían por ella los adolescentes de todas las sociedades del mundo? (a continuación alude a un estudio antropológico hecho con 186 sociedades preindustrializadas que ponían de manifiesto que los adolescentes se integraban con naturalidad en la vida adulta y en la sociedad y otro que muestra que los problemas empiezan en esas sociedades cuando entran en contacto con la sociedad Occidental, especialmente con su tele y su cine).....Durante gran parte de la historia de la humanidad de la que tenemos registro, los años de la adolescencia eran un período bastante pacífico de transición a la edad adulta.... Mi propia investigación, sumada a otros estudios de antropología, psicología, sociología e historia, revela que la crisis por la que pasan los adolescentes estadounidenses –y occidentales, añado- es el resultado de lo que llamamos “una prolongación artificial de la infancia”....A lo largo del siglo pasado hemos venido infantilizando cada vez más a nuestros jóvenes, tratando como a niños a personas que se iban haciendo mayores, al tiempo que los aislábamos de los adultos y aprobábamos leyes que restringían su comportamiento....No hay duda de que la crisis de la adolescencia no es inevitable. Se trata, pura y simplemente, de una creación de la cultura moderna, igual que, por lo que parece, el cerebro de los adolescentes conflictivos....y bla bla bla bla bla
Algo que se aprecia con claridad en las sociedades es cómo la proporción de edades y sexos en ellas no es irrelevante. Así, la alta proporción de varones jóvenes en el Islam explica bastantes cosas de su sociedad (si a esto le sumamos el papel que su cultura asigna a la mujer aún más). Otro factor a tener presente es el que el antropólogo americano Marvin Harris denominó condiciones tecnoeconómicas y tecnoecológicas. Las sociedades son una adaptación al ambiente, aunque no sean un superorganismo. Como tal adaptación pueden tener una relación más o menos directa con el mismo. Las sociedades tecnológicas y de gran división del trabajo modernas tienen una relación compleja con el ambiente, que consta de numerosos pasos ordenados y entrelazados en cadenas de retroalimentación. Sus individuos requieren un período más largo de formación que los de las sociedades agrarias tradicionales. Esto es una prolongación cultural de la neotenia. Así, cuando el individuo llega a la etapa reproductiva aún le quedan muchos años, en la mayoría de los casos, para convertirse en un miembro responsable de la comunidad. Las exigencias de una sociedad desarrollada con sus adolescentes no son las que se dan en una sociedad más pobre, de menos división del trabajo, con un contacto más directo con el medio natural, con menos capital, igual que las exigencias para con los bebés humanos, en el plano filogenético, no son las mismas que las que recaen sobre un cervatillo recién nacido, que rápidamente ha de ponerse en pie. No nos podemos permitir tener adultos prematuros, pero es que además la naturaleza apenas los produce. Madurar es un proceso, en el que además de ganar facultades se pierden. El potencial de los jóvenes adolescentes es grande, aunque su cerebro aún no esté plenamente formado (y quizás por ello). Es algo más que demostrado en neurociencia, dejando la sociedad y volviendo a los individuos que se desarrollan en ella, que el lóbulo frontal de cerebro tiene funciones ejecutivas y de evaluación moral de situaciones y circunstancias (sobre el particular puede leerse la obra de Elkhonon Goldberg o la de Antonio Damasio, por ejemplo) y que su disfunciones tienen consecuencias catastróficas en la capacidad de planificación y en la moralidad del individuo afectado por estas. Este lóbulo no termina de desarrollarse plenamente hasta la tercera década de la vida (cuando está completamente mielinizado), y esto supone que antes de esto, las personas, por término medio, son más inmaduras, es decir, tienen menos capacidades ejecutivas y de evaluación moral. Si a esto le sumamos la urgencia reproductiva y las respectivas formas de buscar pareja de hombres y mujeres el cóctel no es suave.
No se trata, como dice el autor, de que exista una “prolongación artificial de la infancia”, sino más bien de que se produce una penetración progresiva en la vida adulta, más tardía porque las demandas del medio son a más largo plazo, por un lado, y por otro porque el cerebro que crece y aprende no está aún, por término medio, perfectamente preparado para las actividades y responsabilidades de la vida en sociedad.
Y sobre todo no se trata de que ”hayamos venido infantilizando cada vez más a nuestros jóvenes, tratando como a niños a personas que se iban haciendo mayores, al tiempo que los aislábamos de los adultos y aprobábamos leyes que restringían su comportamiento”. En esa frase se encuentra el quid de la cuestión y sale a la luz el mito de la sociedad culpable. Resulta que los adolescentes no se comportan, siguiendo los dictados de su naturaleza, de forma infantil, en determinados contextos sociales en los que sus energías no obtienen una salida tradicional (de duro trabajo o guerra), sino que son así porque un “nosotros” intergeneracional y general, la sociedad, es culpable de aislarlos y de limitarlos. No es que se tomen medidas que limiten la libertad de personas que se comportan, por su naturaleza, de forma irresponsable, sino que se limita su libertad y esto les lleva a la irresponsabilidad. No es que los adolescentes se encierren en su grupo de iguales y desprecien a sus mayores, sino que estos últimos les aíslan. Demasiados despropósitos juntos, sólo rematables con la disparatada idea de que “Se trata, pura y simplemente, de una creación de la cultura moderna” .
Así pues:
1) Puede haber, en efecto, culturas en la que los adolescentes se integren rápidamente a la vida adulta tras algún rito iniciático, pero estas culturas serán necesariamente poco desarrolladas económicamente. Como se aprecia en el extracto tomado del artículo se estudiaron 186 sociedades preindustrializadas, no contaminadas por Occidente (sirva esto de paso de ataque al capitalismo y a la civilización occidental, que nunca puede faltar).
2) Generalmente la iniciación del punto precedente integra a los jóvenes en actividades físicas y agresivas, como la caza o la milicia, quedando las más políticas o filosóficas para los mayores, como se comprueba incluso en nuestra sociedad democrática, en la que somos todos “iguales” ante la ley. Especialmente en sociedades atrasadas y ancestrales se percibe esta tendencia. Lo que dice el autor de que “los años de la adolescencia eran un período bastante pacífico de transición a la edad adulta” seguramente se cumpla, en lo que a paz se refiere, mucho más hoy en día que en la época romana o en la Edad Media.
3) Los jóvenes son problemáticos en toda sociedad, y más cuanto más elevada sea su proporción en ella.
4) El cerebro adolescente es una etapa del cerebro en el desarrollo ontogenético del organismo y en el desarrollo del individuo dentro de la sociedad. Fue seleccionado y es una adaptación. No hay hombres y mujeres adultos en miniatura o de mediano tamaño, o con granos: hay niños y adolescentes, luego personas maduras y después ancianos, en el ciclo vital, cada uno con sus fortalezas y sus debilidades.
Nada desmiente que haya cerebro adolescente, y hay un sinnúmero de pruebas de su existencia, tanto del comportamiento de los jóvenes como del funcionamiento del propio cerebro medido con Resonancia Magnética. Y además nada prueba que la sociedad o la “cultura moderna” cree adolescentes descontentos o poco integrados, porque la sociedad no crea nada, y la cultura moderna menos, simplemente SON una adaptación al ambiente derivada de las adaptaciones que representan todos y cada uno de sus miembros, y en ella los individuos expresan sus genes en su desarrollo con mejor o peor fortuna. No hay sociedades culpables: hay individuos culpables de utilizar la sociedad y fantasías de sociedad como pretexto para beneficiarse ellos y/o perjudicar a otros.
Nada desmiente que haya cerebro adolescente, y hay un sinnúmero de pruebas de su existencia, tanto del comportamiento de los jóvenes como del funcionamiento del propio cerebro medido con Resonancia Magnética. Y además nada prueba que la sociedad o la “cultura moderna” cree adolescentes descontentos o poco integrados, porque la sociedad no crea nada, y la cultura moderna menos, simplemente SON una adaptación al ambiente derivada de las adaptaciones que representan todos y cada uno de sus miembros, y en ella los individuos expresan sus genes en su desarrollo con mejor o peor fortuna. No hay sociedades culpables: hay individuos culpables de utilizar la sociedad y fantasías de sociedad como pretexto para beneficiarse ellos y/o perjudicar a otros.
2 comentarios:
Solo me he perdido en la edad... ¿Sería desde la tercera década (aporx.) cuando el cerebro adolescente deja de ser tal?
¿Podría resumir (algo groseramente) el asunto diciendo que cada etapa de la vida humana tiene ventajas para realizar ciertas tareas (distintas)?
No hay una frontera definida, aunque a los 30 años se puede decir que, en general, se puede dar por concluido el proceso (aunque el proceso nunca se detiene, va hacia delante o hacia atrás, en el continuo del desarrollo, pero sí cabe esperar que cortando por los 30 años encontremos un cerebro con unas características que permitan clasificarlo como cerebro adulto). Debo decir de todas formas que, en cuanto a la edad en la que se considera que se ha desarrollado plenamente el lóbulo frontal no hay acuerdo, pero se suele situar entre los 20 y los 30.
Supongo que no es justo, entre otras cosas por lo dicho anteriormente, calificar de adolescente a una persona de 27 años. No he hecho la distinción, pero debiera haberla hecho, entre adolescencia y juventud.
Cada etapa de la vida humana tiene sus ventajas e inconvenientes, sus potenciales y sus demandas. Nuestro cuerpo no es el mismo, y nuestra mente tampoco, a lo largo de toda nuestra existencia.
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