Una de las cuestiones aparentemente irresolubles de la mente es la de los qualia. Son estos las sensaciones que experimentamos, cada uno de nosotros, y que por su naturaleza absolutamente subjetiva resultan incomunicables. Un ejemplo recurrente de qualia son los colores. Donde uno ve rojo el otro podría estar viendo verde. ¿cómo podemos determinar si es así?: de forma directa es imposible. Sería necesario que el uno se transformara en el otro por unos instantes, y percibiese desde su perspectiva única. La intersubjetividad es más limitada: se apoya en la teoría de la mente, en la empatía y en la mimética sutil de las neuronas espejo. No sabemos lo que hay dentro de la mente del otro, pero lo imaginamos a partir de lo que de él percibimos, puesto en relación con nuestros propios estados mentales.
¿Cómo podemos abordar, de forma indirecta, los qualia? Podríamos empezar por la geometría, continuar por la evolución, y terminar con la neurociencia. Quizá el viaje podría acercarnos un poco a ese bastión inexpugnable de la experiencia subjetiva única, para, de esta forma, contemplar con un mínimo de objetividad el paisaje interno de nuestra psique.
Los seres humanos podríamos percibir las dimensiones en distintas escalas, pero jamás en distintas proporciones. Sin embargo la “escala perceptiva” se igualaría desde el momento en que se ha de observar e intercomunicar un paisaje único. Si, por ejemplo, yo veo las cosas 3 veces más grandes que otra persona, necesariamente he de ver 3 veces más ampliamente, lo cual equivaldría a ver lo mismo, es decir, la misma cantidad de cosas dentro de un espacio equivalente. En lo que se refiere a las proporciones es claro. Todos percibimos una idéntica distancia entre nuestro pie y el borde del precipicio. Así, desde el punto de vista intersubjetivo la realidad es la misma, lo que significa que en la dimensión cognitiva es objetiva.
En cosas tales como las referentes a la percepción del espacio y las formas parece pues que no podrían existir divergencias significativas. No podría darse el caso de que para uno las caras fueran cuadradas y para otros triangulares, porque la necesaria proporción entre las partes haría que no coincidiesen en sus acciones respectivas los perceptores, y que no pudieran coordinarse en la intersubjetividad, en la comunicación fluida, ni siquiera en el espacio. Cabe imaginar unas relaciones matemáticas complejísimas que superasen nuestra capacidad de entendimiento e hicieran posible infinitas posibilidades geométricas mutuamente compatibles, pero para ello habría que pensar en un Dios y en una creación, y, en definitiva, en una realidad objetiva incognoscible y completamente distinta de la que percibimos. Por economía, por simplicidad, por la aplicación pertinente de la navaja de Occam, tendremos que inclinarnos por la realidad intersubjetiva única.
Las diferencias podrían darse en cosas aparentemente irrelevantes como los colores, citados una y otra vez como ejemplo de qualia. Pero tengo serias dudas que la percepción de distintos colores, de distintas experiencias subjetivas de color, pudiera ser irrelevante desde el punto de vista evolutivo. Los qualia estarían sometidos, como el organismo que los produce, a los rigores de la selección natural. No sería igual, en términos de supervivencia, un paisaje con unas tonalidades y unos colores que otro. Probablemente la selección natural, de haber existido en algún momento diferentes qualia para los colores, habría discriminado aquellos que más contribuyesen a una percepción del entorno ajustada al mismo (en lo que se refiere a sus oportunidades y peligros). Pensar que es igual ver naranja y verde que rosa y azul una fruta, o negro y plateado o marrón y blanco un perro, o cualquier otra combinación distinta en cualquier otro ser vivo o material inorgánico es un disparate. Tendría que haber una homologación en los contrastes, en las transiciones de una tonalidad a otra, en definitiva una percepción subjetiva igual en lo fundamental, que haría verdaderamente irrelevantes las diferencias existentes, de haberlas. Y dicha homologación sería de tal importancia que seleccionaría un tipo único de perceptor. El hecho de que otros organismos, con otras características, tengan sentidos diferentes o, dentro por ejemplo del sentido de la vista, vean otras longitudes de onda, obedece a su peculiar naturaleza, su hábitat, su nicho, su anatomía, su fisiología, su etología y todas aquellas cosas que le hacen único.
A través de la neurociencia se van descubriendo las vías de los sentidos. La más estudiada al principio fue la del sentido de la vista, dada la importancia de este en los primates, a los que pertenecemos. No existen diferencias significativas en la estructura y función de nuestros cerebros a la hora de percibir el mundo visualmente. Al margen de casos patológicos la norma es que todos vemos de la misma forma. Si nos aventuramos en los qualia podemos especular cuanto queramos sobre diferencias imposibles de contrastar, pero cabe esperar que, a partir de las mismas bases neurológicas, surjan muy parecidas o iguales realidades subjetivas. Ocurre lo mismo con el oído, con el olfato, con el tacto, con el gusto, con la propiocepción. Tome dos cadáveres humanos y estudie su anatomía. Encontrará diferencias como se encuentran diferencias en las caras o en el tamaño relativo de los miembros, pero la organización del todo será la misma, la esencia permanecerá incólume.
Una forma de escapar de la realidad objetiva, es decir, de nuestro común mundo mental, es considerar que el mundo, con todos sus habitantes, es una representación. Esto lleva a un solipsismo exagerado, que exacerba las ideas de Schopenhauer y hace de nuestra consciencia una especie de burbuja autocontenida. Pues, o bien esa realidad que nos pertenece es creada desde fuera por algún genio o dios, habiendo por tanto una realidad objetiva que nos es completamente ajena e incognoscible, o bien somos una esfera que flota en el vacío, no creada. Esto último carece por completo de sentido. Puede tenerlo para un universo, nunca para una conciencia.
Otro aspecto que debe tenerse presente al reflexionar sobre los qualia es nuestro carácter social y natural. Sin relaciones sociales ni ecológicas, es decir, sin esos otros seres y objetos que representan nuestro mundo exterior, no poseeríamos lenguaje, ni actividades, ni sexo, ni finalidad, por muy mundana que esta sea. Por supuesto no existiría la abstracción: ¿de dónde abstraeríamos?...¿el qué? El ego es inconcebible sin su entorno. Si el entorno está contenido en el ego este último tendría que crearlo, cuando es él el creado.
¿Cómo podemos abordar, de forma indirecta, los qualia? Podríamos empezar por la geometría, continuar por la evolución, y terminar con la neurociencia. Quizá el viaje podría acercarnos un poco a ese bastión inexpugnable de la experiencia subjetiva única, para, de esta forma, contemplar con un mínimo de objetividad el paisaje interno de nuestra psique.
Los seres humanos podríamos percibir las dimensiones en distintas escalas, pero jamás en distintas proporciones. Sin embargo la “escala perceptiva” se igualaría desde el momento en que se ha de observar e intercomunicar un paisaje único. Si, por ejemplo, yo veo las cosas 3 veces más grandes que otra persona, necesariamente he de ver 3 veces más ampliamente, lo cual equivaldría a ver lo mismo, es decir, la misma cantidad de cosas dentro de un espacio equivalente. En lo que se refiere a las proporciones es claro. Todos percibimos una idéntica distancia entre nuestro pie y el borde del precipicio. Así, desde el punto de vista intersubjetivo la realidad es la misma, lo que significa que en la dimensión cognitiva es objetiva.
En cosas tales como las referentes a la percepción del espacio y las formas parece pues que no podrían existir divergencias significativas. No podría darse el caso de que para uno las caras fueran cuadradas y para otros triangulares, porque la necesaria proporción entre las partes haría que no coincidiesen en sus acciones respectivas los perceptores, y que no pudieran coordinarse en la intersubjetividad, en la comunicación fluida, ni siquiera en el espacio. Cabe imaginar unas relaciones matemáticas complejísimas que superasen nuestra capacidad de entendimiento e hicieran posible infinitas posibilidades geométricas mutuamente compatibles, pero para ello habría que pensar en un Dios y en una creación, y, en definitiva, en una realidad objetiva incognoscible y completamente distinta de la que percibimos. Por economía, por simplicidad, por la aplicación pertinente de la navaja de Occam, tendremos que inclinarnos por la realidad intersubjetiva única.
Las diferencias podrían darse en cosas aparentemente irrelevantes como los colores, citados una y otra vez como ejemplo de qualia. Pero tengo serias dudas que la percepción de distintos colores, de distintas experiencias subjetivas de color, pudiera ser irrelevante desde el punto de vista evolutivo. Los qualia estarían sometidos, como el organismo que los produce, a los rigores de la selección natural. No sería igual, en términos de supervivencia, un paisaje con unas tonalidades y unos colores que otro. Probablemente la selección natural, de haber existido en algún momento diferentes qualia para los colores, habría discriminado aquellos que más contribuyesen a una percepción del entorno ajustada al mismo (en lo que se refiere a sus oportunidades y peligros). Pensar que es igual ver naranja y verde que rosa y azul una fruta, o negro y plateado o marrón y blanco un perro, o cualquier otra combinación distinta en cualquier otro ser vivo o material inorgánico es un disparate. Tendría que haber una homologación en los contrastes, en las transiciones de una tonalidad a otra, en definitiva una percepción subjetiva igual en lo fundamental, que haría verdaderamente irrelevantes las diferencias existentes, de haberlas. Y dicha homologación sería de tal importancia que seleccionaría un tipo único de perceptor. El hecho de que otros organismos, con otras características, tengan sentidos diferentes o, dentro por ejemplo del sentido de la vista, vean otras longitudes de onda, obedece a su peculiar naturaleza, su hábitat, su nicho, su anatomía, su fisiología, su etología y todas aquellas cosas que le hacen único.
A través de la neurociencia se van descubriendo las vías de los sentidos. La más estudiada al principio fue la del sentido de la vista, dada la importancia de este en los primates, a los que pertenecemos. No existen diferencias significativas en la estructura y función de nuestros cerebros a la hora de percibir el mundo visualmente. Al margen de casos patológicos la norma es que todos vemos de la misma forma. Si nos aventuramos en los qualia podemos especular cuanto queramos sobre diferencias imposibles de contrastar, pero cabe esperar que, a partir de las mismas bases neurológicas, surjan muy parecidas o iguales realidades subjetivas. Ocurre lo mismo con el oído, con el olfato, con el tacto, con el gusto, con la propiocepción. Tome dos cadáveres humanos y estudie su anatomía. Encontrará diferencias como se encuentran diferencias en las caras o en el tamaño relativo de los miembros, pero la organización del todo será la misma, la esencia permanecerá incólume.
Una forma de escapar de la realidad objetiva, es decir, de nuestro común mundo mental, es considerar que el mundo, con todos sus habitantes, es una representación. Esto lleva a un solipsismo exagerado, que exacerba las ideas de Schopenhauer y hace de nuestra consciencia una especie de burbuja autocontenida. Pues, o bien esa realidad que nos pertenece es creada desde fuera por algún genio o dios, habiendo por tanto una realidad objetiva que nos es completamente ajena e incognoscible, o bien somos una esfera que flota en el vacío, no creada. Esto último carece por completo de sentido. Puede tenerlo para un universo, nunca para una conciencia.
Otro aspecto que debe tenerse presente al reflexionar sobre los qualia es nuestro carácter social y natural. Sin relaciones sociales ni ecológicas, es decir, sin esos otros seres y objetos que representan nuestro mundo exterior, no poseeríamos lenguaje, ni actividades, ni sexo, ni finalidad, por muy mundana que esta sea. Por supuesto no existiría la abstracción: ¿de dónde abstraeríamos?...¿el qué? El ego es inconcebible sin su entorno. Si el entorno está contenido en el ego este último tendría que crearlo, cuando es él el creado.
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