Bryan Kolb y Ian Q. Whishaw nos cuentan en su libro Cerebro y conducta la ingenua interrogación de su amigo Harvey sobre lo que sucedería con su cerebro si lo depositasen, tras morir su cuerpo, en un frasco con los nutrientes adecuados. ¿Podría comunicarse con los demás a través de señales eléctricas? ¿Conservaría su ser, su consciencia, sus pensamientos, su inteligencia?
Cruse ha desarrollado una red neuronal artificial para imitar el comportamiento de acción-reacción de un hexápodo (un ejemplo es el insecto palo) con cierto éxito. Esto le ha servido para constatar la complejidad de elaborar una red que sea capaz de realizar movimientos complejos como los de las patas de un Jaguar o el brazo de un primate. Para estos últimos el cuerpo ha de adquirir una imagen interior de su propia geometría. Sólo entonces puede acometer tareas que admiten diversas soluciones, entre las cuales hay que decidirse por una…..los organismos complejos utilizan el modelo que tienen de su propio cuerpo para el control de los movimientos. Si pueden activarlos sin tener que obrar enseguida, entonces el sistema reactivo se convierte en cognoscente. En vez de ejecutar inmediatamente una acción –en respuesta a una percepción- un organismo de este tipo puede primero representársela en el cerebro y evaluar las consecuencias…..no tendría que aparecer ningún módulo nuevo, ninguna central mental nueva en el cerebro de los organismos, para que éstos pudieran por fin hallarse en condiciones de hacer un alto en sus movimientos y reflexionar. Para ello bastaría una pequeña modificación de los sistemas preexistentes. En apoyo de tal propuesta se aducen diversas pruebas. En el córtex prefrontal del cerebro humano se activan las mismas regiones en la planificación de las operaciones y en su ejecución.
También nuestras emociones, cimiento de nuestro sentir y por tanto en gran medida de nuestro pensar, se transmiten, se comunican, a través de movimientos del rostro y del cuerpo en general, que se reflejan en las neuronas especulares de los otros. Y así lo sensorial y lo motor se funden en un abrazo que une a las personas al tiempo que se unen en el cerebro de cada una de ellas.
La respuesta, por muy dolorosa que sea, es no. Y no sólo por las dificultades técnicas del embotellamiento del órgano. Como Kolb y Whishaw señalan, su amigo pensaba en el cerebro no cómo un órgano ubicado dentro de un cráneo, sino como aquello que ejerce el control de la conducta. ¿Nos la podemos ingeniar –se preguntan- para conservar lo que ejerce el control sobre nosotros mismos dentro de una botella?
El cerebro está conectado al resto del cuerpo, del que recibe todas las aferencias sensoriales y al que envía todas sus eferencias motoras, no es independiente del cuerpo del mismo modo que el alma no está separada tampoco del mismo. El fantasma en la máquina quizá pudiera ser un cerebro en una botella, o en silicio, pero el cerebro humano, producto vivo de la evolución, adaptación compleja al medio externo pero también al medio interno del organismo, no.
Lo que Harvey quería probar en el experimento cerebro en una botella era si su cerebro podía mantener una conducta inteligente en ausencia de las sensaciones y los movimientos que aportan las conexiones del encéfalo con el resto del cuerpo.
Nos hablan Kolb y Wishaw de los estudios de Edmond Jacobson y Donald O.Hebb, en los años 20 y 50 del siglo pasado, respectivamente.
Jacobson se percató de que la ausencia de movimientos total es mentalmente imposible. Hay siempre movimientos, siquiera subliminales relacionados con nuestra actividad pensante: los músculos de la laringe se mueven cuando pensamos con palabras, y los ojos lo hacen cuando imaginamos una escena visual. Los sujetos a los que Jacobson entrenó en la relajación total experimentaron un “vacío mental”, como si el cerebro hubiese quedado en blanco. El nirvana, supongo.
Hebb deprivó sensorialmente a sujetos (voluntarios, claro), manteniéndoles en una cama en una habitación insonorizada, totalmente quietos y cubiertos sus brazos con cilindros que anulaban su tacto y los ojos con gafas translúcidas que les cegaban. Los voluntarios lo pasaron bastante mal, y muchos tuvieron alucinaciones, “como si sus cerebros estuvieran intentando crear de algún modo las experiencias sensoriales que habían perdido repentinamente”.
A partir de aquí Kolb y Wishaw concluyen que “el cerebro necesita una experiencia sensorial y motora continua para mantener su actividad inteligente”.
Pienso que las experiencias que se dan en las cercanías de la muerte, como la de flotar por encima del propio cuerpo o la de atravesar un túnel, quizá no sean más que alucinaciones producto de la deprivación sensorial progresiva.
La filósofa Manuela Lenzen nos expone en la revista Mente y Cerebro (Nº 10, Enero 2005) la idea de Holk Cruse, experto en biocibernética de la Universidad de Bielefeld, sobre el movimiento y el cerebro: Sólo en relación con el control de los movimientos se hace necesario el pensamiento en los organismos complejos, y a la vez, sólo con ello se hace también posible.
Cruse ha desarrollado una red neuronal artificial para imitar el comportamiento de acción-reacción de un hexápodo (un ejemplo es el insecto palo) con cierto éxito. Esto le ha servido para constatar la complejidad de elaborar una red que sea capaz de realizar movimientos complejos como los de las patas de un Jaguar o el brazo de un primate. Para estos últimos el cuerpo ha de adquirir una imagen interior de su propia geometría. Sólo entonces puede acometer tareas que admiten diversas soluciones, entre las cuales hay que decidirse por una…..los organismos complejos utilizan el modelo que tienen de su propio cuerpo para el control de los movimientos. Si pueden activarlos sin tener que obrar enseguida, entonces el sistema reactivo se convierte en cognoscente. En vez de ejecutar inmediatamente una acción –en respuesta a una percepción- un organismo de este tipo puede primero representársela en el cerebro y evaluar las consecuencias…..no tendría que aparecer ningún módulo nuevo, ninguna central mental nueva en el cerebro de los organismos, para que éstos pudieran por fin hallarse en condiciones de hacer un alto en sus movimientos y reflexionar. Para ello bastaría una pequeña modificación de los sistemas preexistentes. En apoyo de tal propuesta se aducen diversas pruebas. En el córtex prefrontal del cerebro humano se activan las mismas regiones en la planificación de las operaciones y en su ejecución.
También nuestras emociones, cimiento de nuestro sentir y por tanto en gran medida de nuestro pensar, se transmiten, se comunican, a través de movimientos del rostro y del cuerpo en general, que se reflejan en las neuronas especulares de los otros. Y así lo sensorial y lo motor se funden en un abrazo que une a las personas al tiempo que se unen en el cerebro de cada una de ellas.
El modelo del cuerpo interviene también en la percepción y probablemente en a comprensión de los movimientos de los demás.
¿Podemos meter un cerebro en una botella y esperar que se comunique con los demás, que sea una especie de mensaje con mensajero, de genio, en la botella?...¿podemos esperar que sienta algo, si no tiene cuerpo que sentir, y que piense algo, si no tiene laringe que articular, que vea algo si no tiene ojos que mover, en definitiva que haga algo si no tiene nada que mover? La respuesta, ante lo expuesto, es no.
En la película Despertares, unos enfermos de una forma extrema de parkinson suscitada por un microbio patógeno, llevados a la parálisis total, despiertan muchos años después al tratarles un doctor (Oliver Sacks) con L-Dopa, un precursor de la dopamina. Recuerdo vagamente una escena: Robin Williams preguntaba a De Niro, después de salir este de su letargo, si había sentido algo. De Niro decía haber estado atrapado en una prisión. En dicha prisión tampoco podía pensar, solo sentir la claustrofobia. Pero algo de cuerpo le quedaba, no era un cerebro en una botella.
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