Que todo es movimiento es una verdad que no precisa demostración. Se trata de un “hecho”. “El mundo es el conjunto de los hechos, no de las cosas”, sentenciaba Wittgenstein al principio de su Tractatus Logico-Philosophicus. ¿Qué diferencia habría entre un Universo completamente quieto y ninguno, realmente?
Del tiempo Newtoniano, el de un reloj suspendido sobre el universo que se mueve con “isócrona majestad” (como decía Umberto Eco refiriéndose al péndulo de Foucault), se pasó al Einsteniano, que se convertía en una cuarta dimensión de un espacio inimaginable por nuestra mente. Dicho espacio se desliza sobre sí mismo provocando cambios de estado (estos cambios de estado son cualquier cambio, sea el que sea, y van mucho más allá del paso de lo sólido a lo líquido o de esto a lo gaseoso). Comparando un movimiento o cambio de estado predecible, constante, regular, como el de las manecillas de un reloj clásico o, puestos a ir al centro del asunto, el siempre igual de los astros y consiguiente de los días y las estaciones, con todos los demás cambios, nuestra mente crea el tiempo como categoría y “realidad objetiva”. Proyectamos en parte, al hacerlo, nuestro propio tiempo interior, creado por las células en forma de procesos moleculares en bucles, en especial por las neuronas, conforme al ritmo del día (ritmo circadiano, “cerca de un día"), y a los ritmos estacionales, o lunares (piénsese en el ciclo menstrual, tan importante para la vida). Estamos biológicamente sincronizados con la gravedad.
El tiempo es una referencia del movimiento en el espacio, y una curiosa propiedad de la fuerza gravitatoria.
Del tiempo Newtoniano, el de un reloj suspendido sobre el universo que se mueve con “isócrona majestad” (como decía Umberto Eco refiriéndose al péndulo de Foucault), se pasó al Einsteniano, que se convertía en una cuarta dimensión de un espacio inimaginable por nuestra mente. Dicho espacio se desliza sobre sí mismo provocando cambios de estado (estos cambios de estado son cualquier cambio, sea el que sea, y van mucho más allá del paso de lo sólido a lo líquido o de esto a lo gaseoso). Comparando un movimiento o cambio de estado predecible, constante, regular, como el de las manecillas de un reloj clásico o, puestos a ir al centro del asunto, el siempre igual de los astros y consiguiente de los días y las estaciones, con todos los demás cambios, nuestra mente crea el tiempo como categoría y “realidad objetiva”. Proyectamos en parte, al hacerlo, nuestro propio tiempo interior, creado por las células en forma de procesos moleculares en bucles, en especial por las neuronas, conforme al ritmo del día (ritmo circadiano, “cerca de un día"), y a los ritmos estacionales, o lunares (piénsese en el ciclo menstrual, tan importante para la vida). Estamos biológicamente sincronizados con la gravedad.
El tiempo es una referencia del movimiento en el espacio, y una curiosa propiedad de la fuerza gravitatoria.
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