La adolescencia es un período difícil para los machos
humanos. Habiendo descubierto su sexualidad y los roles masculinos que más “enrollan”
a las hembras que seleccionan sexualmente, compiten entre sí como fieras para
ser los primeros en algo, sea lo que sea, que haga destacar su fortaleza física
o mental. Pueden ser atletas o músicos, macarras “pasotas” que pretenden
mostrar una especie de autonomía y seguridad desafiando a lo establecido, y con
ello valentía y una especie de criterio propio (fortaleza la primera física y
la segunda mental) o bien buenos chicos que triunfan o emulan a los que lo
hacen en las etapas de los caminos más convencionales trazados por su cultura.
Paradójicamente dicha competencia feroz y “salvaje” (merecen dicho calificativo
aunque se barnicen con eufemismos políticamente correctos) conlleva un
grupalismo no menos feroz por su carácter excluyente: Dios los cría y ellos se juntan. En el fondo el juego consiste en que cada uno
busca a “otros” que le sirvan de aliados en su lucha individual por tener éxito
contra todos los demás, siendo el “otro” elegido lo más parecido a uno mismo en
la elección de rol, lo más parecido a uno mismo, en definitiva, y no siendo
considerado por ello, en principio, como un “otro” cualquiera. La mente separa
rápidamente al endogrupo del exogrupo y hay dos tipos de prójimos: los que
forman parte del proyecto vital individual de uno y los que son rivales, por
formar parte de otras agrupaciones con fines inmediatos distintos, aunque con
fines últimos idénticos.
¿Que qué es lo
que busca el adolescente?: su grupo final. A lo largo de una extensa historia
evolutiva ese grupo ha estado compuesto en casi todos los casos por una mujer y
los hijos con ella engendrados., lo que
se conoce como familia nuclear. Alrededor de ella termina por recuperarse a la
familia extensa, temporalmente olvidada u obviada por el gran número de
hormonas en circulación. Pero los hombres, como dicen algunos con buen criterio,
tienden a la promiscuidad y a la poligamia, a contravenir la Ley Mosaica y desear a la
mujer del prójimo, a buscar a todo bicho viviente con aspecto de
mujer apetecible y cazarlo sexualmente. Y ésta tendencia masculina tan
arraigada tiene sus correlatos neuronales. Sí, lo han oído bien, pero si son
hombres y leen este texto lo habrán “visto” mejor….porque su sistema visual,
que no es enteramente guiado por el cerebro consciente, les lleva a mirar, sin
que ustedes puedan fácilmente controlarlo y en muchas ocasiones sin que tengan
tiempo de percatarse, hacia objetos y objetivos sexuales potenciales.
Ustedes
formarán familias y serán fieles, porque es algo que conviene a la crianza de
los hijos y tiene también su programa neuronal completo dentro de su cabeza, pero
en su mente masculina, emanada de un cerebro masculino también seleccionado para
seleccionar buenos traseros, buenas delanteras , rostros angelicales y melenas
tupidas ondeando al viento, usted no podrá evitar imaginar a mujeres bellas o
conjeturar de forma rápida y acrítica que ésa chica que pasa y da la vuelta a
la esquina es la mujer de su vida. Su cerebro no ha procesado apenas información visual pero ha
rellenado los huecos dejados por el rápido vistazo en una imagen idealizada de
la belleza de la fémina. Algo en usted
le impulsa a perseguirla, mientras su lóbulo frontal trata denodadamente de
inhibir el impulso persecutorio. Si es usted lo sufientemente razonable, experimentado o incluso sabio se
dirá: “¡Bah, otra vez mi mente me está engañando! Es una mujer como otra
cualquiera, todo lo más es un poco más guapa que la media. Y total, si entro en
relaciones con ella no puede darme más que problemas con mi pareja y la
estabilidad que representa, trayendo solo los conflictos propios de una nueva
relación, quizás peores que los que sufro ahora”.
Pero, esperen……he dado un
salto de la mente adolescente a la de un adulto ya emparejado sin solución de
continuidad, ¿qué es lo que ha pasado? Básicamente nada: un cerebro y otro
buscan mujeres nuevas continuamente, y sólo la capa de racionalidad de la que
nos ha dotado la selección natural igual que nos dotó del impulso sexual
indiscriminado pone freno a éste último en cada batalla de una guerra sin
cuartel entre distintas facciones del cerebro.
Pero la capa de racionalidad no está del todo asentada en la adolescencia,
por lo que el impulso es más fuerte. Y
es más fuerte aún porque en la adolescencia la tormenta hormonal nos hace
terriblemente proclives a los pensamientos libidinosos. Así, un lóbulo frontal
no completamente desarrollado y unas emociones a flor de piel exacerbadas por
cascadas y cascadas de hormonas sexuales volcadas al torrente sanguíneo nos
convierten, en la adolescencia, en perseguidores
activos de hembras potencialmente receptivas. Y ese programa chapucero nos
lleva a buscar sexo, lo que, una vez se encuentra, con otras hormonas sexuales
de vinculación nos puede conducir
suavemente a una monogamia primero asediada permanentemente por las
tentaciones, y con posterioridad asentada relativamente en la medida en que los
conflictos surgidos de ella no desborden los diques creados por el cerebro
racional y el flujo contracorriente de los impulsos sexuales indiscriminados de
las hormonas de vinculación (oxitocina,
vasopresina).
Miramos pues a las mujeres que pasan, digamos, con interés.
Dicho interés será mayor o menor en función de nuestra edad, experiencia y
circunstancias, pero existirá siempre y moverá nuestros ojos a dónde le de la
real gana, es decir, a las formas femeninas que parezcan ser bellas en un
primer vistazo. Y eso es el sexo a
primera vista, una cosa que tenemos metida dentro y que no desaparece con
la edad, en todo caso se atenúa. Tiene pleno sentido evolutivo. Si lo piensan
detenidamente su pareja no es la única potencial pareja que tienen. Las cosas
pueden ir mal…¿y entonces? Conviene no haber perdido el instinto de cazador de
parejas sexuales. Sigue siendo usted un individuo que busca o bien una pareja y
una estabilidad emocional o bien un sucedáneo o un simulacro, aunque se
convenza de que sólo quiere divertirse. Habrá entre los hombres una
variabilidad inherente a cosas tales como el número de receptores de vasopresina
(1), pero en general la tendencia
existirá en casi todas las personas “normales” (dentro de una distribución
normal).
David Eagleman, en su libro Incógnito (2), nos habla de este asunto, y de un experimento de laboratorio que condujo con un colega suyo:
En un estudio llevado
a cabo en el laboratorio, los participantes vislumbraban brevemente fotografías
de hombres y mujeres y clasificaban su atractivo (3). Posteriormente se les volvía a enseñar las fotos y se les
pedía que las clasificaran igual que antes, pero esta vez disponían de todo el
tiempo que deseaban para examinarlas. ¿El resultado? Las personas que ves
durante un momento son más hermosas. En otras palabras, si vislumbras a una
persona doblando una esquina o pasando en coche rápidamente, el sistema perceptivo te dirá que es más hermosa
de lo que considerarías en otras circunstancias. En los hombres este error de
juicio es más poderoso que en las mujeres, presumiblemente porque ellos son más
visuales a la hora de valorar el atractivo. Este “efecto vislumbre”concuerda
con nuestra experiencia cotidiana, en la que un hombre ve brevemente a una
mujer y cree haberse perdido una singular belleza; luego, cuando ha doblado
apresuradamente la esquina, descubre que se había equivocado.
Visto todo esto me
siento inclinado, lo sé, no sólo a mirar a mujeres que son solamente un
bosquejo de hermosura brevemente pintado y borrado en mi campo visual, sino a
reafirmarme en lo duro que es ser adolescente masculino, y más en éstos
tiempos, al menos respecto al sexo y a todo lo que lo rodea. El joven de
hoy se ve bombardeado por estímulos
visuales rápidos tanto en la calle de las grandes urbes, dónde el tránsito es
continuo y acelerado y se ven muchos rostros y cuerpos por minuto, como en la
caja de trolas de la televisión, dónde se juega con planos rápidos para crear
efectos de belleza tanto en anuncios como en vídeos musicales, por poner dos
ejemplos, y como en los lugares de ocio inventados para el encuentro sexual como
discotecas y pubs, dónde el juego de luces y sombras contribuye poderosamente a
generar efectos visuales de flash. Dicho bombardeo, unido al hormonal, genera
una ansiedad y una insatisfacción permanentes en nuestros jóvenes que no
contribuye en nada a su adaptación medianamente serena a los cambios propios de
la edad y a la entrada en la madurez y en la aceptación de las
responsabilidades a ella asociadas, lo cual, en sí, tampoco contribuye demasiado a "generar adultos responsables". El complejo de Peter Pan (en éste caso un
Peter Pan ligón que sigue saliendo de copas en busca de un nuevo lío, llevado
por los espejismos de la sociedad de masas y comunicaciones, y no un niño que
quiere seguir jugando) se mantiene hasta bien entrada la madurez. Y no me digan
que no conocen ejemplos….algunos incluso pueden mirarse a sí mismos y constatar
que es así.
( 1) H.
Walum, L.Westberg, S. Henningsson, J.M. Neiderhiser, D.Reiss, W.Igl, J.M.
Ganiban et al., “Genetic Variation in the Vasopressin receptor 1a gene (AVPRIA) asociates with
pairbording behavior in humans”. PNAS 105, nº 37 (2008): 14153-14156.
2) "Incógnito. Las vidas secretas del cerebro". David Eagleman.
(
3) Vaughn y Eagleman, “Faces briefly
glimpsed”.
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