El ostracismo, el que una persona sea ignorada, excluida o rechazada socialmente es un fenómeno que ocurre en muchos contextos y culturas a lo largo del mundo. Este rechazo frustra cuatro necesidades humanas básicas (la necesidad de pertenencia, la autoestima, el control y la necesidad de una existencia con sentido) y aumenta los sentimientos de dolor psicológico y un afecto negativo. Los individuos que sufren este aislamiento social experimentan graves consecuencias negativas: depresión, problemas físicos de salud, y mayor mortalidad.
Diversos autores han planteado que la detección del ostracismo tiene ventajas adaptativas desde el punto de vista evolucionista, es decir, que tendríamos adaptaciones, mecanismos psicológicos adaptativos, para detectar el más mínimo signo de rechazo o exclusión. Existe evidencia en estudios transculturales, de cazadores recolectores y filogenéticos que apoyan este punto de vista, pero no hay evidencia experimental que demuestre que tal adaptación para detectar la exclusión aumente el éxito reproductivo.
Lo que es evidente es que el ostracismo amenaza la supervivencia del individuo que lo sufre. La exclusión social se ha utilizado desde tiempo inmemorial (tanto por humanos como por animales sociales no humanos) para una función muy útil: controlar socialmente a los miembros problemáticos del grupo. El ostracismo puede fortalecer al grupo al motivar a los individuos problemáticos a obedecer las normas sociales y contribuir al bienestar del grupo y , en última instancia, serviría para eliminar a los que no se sometan a la voluntad del grupo. El ostracismo o exclusión por tiempo indefinido se ha descrito como “muerte social”, en sociedades tribales y ancestrales, ya que elimina todas las conexiones necesarias para la supervivencia en culturas de cazadores recolectores. La exclusión social, significaba literalmente la muerte, porque en aquellas sociedades no se podía sobrevivir a la exclusión social.
Dado que el ostracismo podía conducir a la muerte, el enfoque evolucionista del mismo plantea que las presiones selectivas habrían favorecido a los organismos que pudieran detectar (y responder apropiadamente) a indicios o pistas de rechazo. Estos organismos sobrevivirían y serían capaces de reproducirse y pasar su material genético a las siguientes generaciones. Hay investigación en tres áreas de la psicología social que apoyan este punto de vista de que el ostracismo puede influir en el éxito reproductivo: la investigación que compara el dolor físico y social, la investigación centrada en detectar el ostracismo, y la investigación que examina la respuesta de los individuos rechazados, centrada en la reinclusión social.
Hoy en día sabemos que existe un solapamiento en los sistemas fisiológicos y neurológicos que detectan el dolor físico y el social. Según los investigadores en este campo, la función principal de los sensores de dolor físico en el cerebro es detectar heridas o amenazas físicas a la supervivencia del organismo y , dado que tanto el ostracismo como las amenazas físicas pueden afectar a la supervivencia, es lógico esperar que se detecte tanto el dolor físico como el social. El dolor social es un estado emocional negativo evocado por experiencias de exclusión y devaluación en las relaciones interpersonales y probablemente evolucionó para alertar a los individuos de que su estado de inclusión social, de aceptación dentro del grupo, se encontraba en peligro. Estudios con RMN funcional han demostrado que individuos que sufren ostracismo muestran activación en la corteza cingulada dorsal anterior y en la corteza prefrontal ventral derecha. Estas regiones se asocian también con el procesamiento del dolor físico por lo que los investigadores han concluido que los humanos experimentan el ostracismo como dolor a nivel neurológico. Individuos que toman paracetamol sienten menos malestar cuando son rechazados socialmente que los que toman placebo, lo que sugiere que disminuir el dolor físico disminuye también el dolor social (y viceversa, probablemente). En este sentido es interesante que en la práctica clínica sabemos que los antidepresivos tienen un efecto analgésico, y es relativamente frecuente que algunos pacientes depresivos y ansiosos comentan que utilizan aspirina o paracetamol cuando se encuentran mal psíquicamente, y que les funciona (y también relacionado con este tema dolor físico/mental se encuentra el nebuloso campo de las fibromialgias).
Estos estudios comentados demuestran un solapamiento entre dolor físico y mental, pero también que algunos matices son exclusivos del dolor social. La diferencia fundamental es que el dolor social puede ser reexperimentado y el físico no. En estudios se ha pedido a los sujetos que recuerden una experiencia autobiográfica de dolor físico o de dolor social (una traición por personas cercanas , por ejemplo) que hubiera ocurrido en los últimos cinco años. Se les pedía que valoraran el dolor que sintieron entonces e, inmediatamente, el dolor que sentían justo ahora, en ese momento. Los que recordaban un dolor físico no sentían dolor físico en el momento de recordar el suceso doloroso. Los sujetos que recordaron un dolor social sí decían sentirse mal en ese momento, por haberlo recordado. En conjunto, estas investigaciones sí apoyan el argumento de que las oportunidades de supervivencia y reproducción serán mayores en los que detecten la exclusión social, igual que ocurre con el dolor físico.
Otra línea de investigación se refiere a la capacidad de los humanos para detectar el ostracismo/exclusión y se ha observado que el ostracismo duele ocurra cara a cara, en chats, en juegos on-line, o en entornos virtuales. El ostracismo duele incluso cuando se dice al sujeto que fue no intencionado y producido por un ordenador, cuando la inclusión cuesta dinero, y aunque los que te excluyen sean un grupo despreciado, como podría ser el Ku Klux Klan. Una clave no verbal, la falta de contacto visual, induce sentimientos de exclusión social fácilmente. Que no te miren es una de las claves que más hace sentir que uno está siendo rechazado por los demás. Toda esta investigación sugiere que los humanos son sensibles incluso a señales muy ligeras de ostracismo. Todo ello apoya la existencia de un Sistema de Detección de Ostracismo.
La tercera línea de investigación viene de estudiar las respuestas a la exclusión, y la más habitual es buscar la reinclusión en el grupo social. Los individuos excluidos analizan más las razones o las explicaciones de su experiencia y se centran en estrategias de reinclusión. Se someten a tácticas de influencia social, muestran interés en nuevos grupos, es más probable que imiten no conscientemente los movimientos, la mímica de los demás, y están más atentos a la información social y la recuerdan mejor.
Como hemos visto más arriba de pasada, existe una correlación entre aislamiento social y mala salud y mortalidad, tanto en humanos como en animales sociales no humanos, lo que apoya la idea de que el ostracismo es la muerte social. En humanos no hay investigación directa pero en estudios con perros de la praderas (prairie vole) a los que se ha sometido a aislamiento social prolongado se ha observado aumento de la agresión, problemas cardiacos, elevación de las hormonas del estrés, anhedonia e indefensión aprendida.
Otro punto que habría que demostrar para considerar una adaptación al sistema de detección del ostracismo es la heredabilidad del mismo. Recoger datos de este tipo es siempre muy difícil en las adaptaciones psicológicas. En este momento no hay evidencia directa que sugiera que la sensibilidad al ostracismo es heredable. Sin embargo, la investigación sobre la soledad (Cacioppo) sugiere que la sensibilidad a las claves de conexión social tiene una base genética y que hay diferencias individuales. Cacioppo propone que el estado psicológico (negativo) de la soledad es una señal de alarma que indica que las necesidades del individuo de estar conectado socialmente no están satisfechas. Algunos datos sugieren que los individuos solitarios son hipersensibles a la información social y a los signos de exclusión. Si tomamos la investigación en el campo de la soledad como representativa de la sensibilidad al ostracismo sí tenemos algunas pistas que indican que la heredabilidad de esta sensibilidad es probable.
Kipling Williams |
Lo que no existen son estudios sobre la influencia del ostracismo en el deseo de mantener relaciones románticas. El ostracismo aumenta el interés por las relaciones sociales en general pero no sabemos el efecto que tiene sobre el interés por el sexo y las relaciones de pareja a corto o largo plazo. Lo que sí hay es algunas investigaciones sobre la existencia del ostracismo dentro de las relaciones románticas ya existentes. Lo que se suele llamar como el “tratamiento de silencio”, es decir, el ponerse de morros, no hablar e ignorar a la pareja, es muy frecuente en las relaciones personales íntimas. En un estudio de 2000 norteamericanos el 67% reconocían utilizar esta estrategia y el 75% decían sufrirla. Es una táctica de manipulación y de castigo dentro de la pareja cuyo objetivo es que termine una conducta que no es deseada. Tampoco se ha estudiado mucho la sensibilidad al ostracismo en función del tipo de apego del individuo. Hay algún trabajo donde se ha visto que los individuos con un apego inseguro responden peor a las amenazas a la relación que los que tienen un apego seguro, pero es un área no suficientemente estudiada.
Un aspecto muy interesante es el de las reacciones paradójicas ante el ostracismo. Como he comentado, lo natural es que una persona excluída busque la reinclusión en el grupo, pero algunos individuos muestran justo lo contrario: una conducta antisocial. No hay un consenso en la literatura del ostracismo sobre el origen de esta paradoja. Williams y Wesselman dicen que un individuo excluído debe buscar la reinclusión pero que debería responder de forma antisocial si percibe que la reinclusión es muy poco probable, tal vez para forzar la situación (total, de perdidos al río…). Tal vez en algún caso el individuo exluído podría imponerse pero lo más probable es que acabe encarcelado o muerto.
Una vez comentados estos aspectos del ostracismo tendríamos que plantearnos cómo se puede tratar o ayudar a las personas excluídas socialmente. La investigación sobre el ostracismo es bastante consistente en mostrar que un ostracismo crónico conduce a depresión, indefensión aprendida, sentimientos de desvalorización y problemas de salud física. Tras una primera fase de lucha por salir de la situación, si la exclusión es prolongada los individuos caen en un estado de resignación y aceptación. En perros de las praderas se ha visto que la oxitocina reduce los efectos del aislamiento social, y también hemos comentado el efecto del paracetamol. El problema es si se debería o no tratar farmacológicamente el ostracismo porque, si es una adaptación, la visión evolucionista nos orientaría a que no deberíamos hacerlo. El mejor acercamiento al problema sería promover todas las estrategias de enfrentamiento que puedan llevar a la reinclusión antes de que el sujeto llegue a la fase de resignación. Relaciones incluso con una sola persona se ha visto que son eficaces. También se puede fomentar en personas religiosas el vínculo con la comunidad de creyentes. Otra posibilidad es utilizar redes sociales o virtuales, y en general realizar actividades recreativas, aficiones y demás. Sólo si este enfoque fallara se podría pensar en las intervenciones farmacológicas como las del paracetamol o la oxitocina.
@pitiklinov
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