sábado, diciembre 27, 2014

¿Exagera la Psicología Evolucionista las diferencias sexuales humanas?


Con respecto a la sexualidad humana existe una naturaleza humana femenina y una naturaleza humana masculina y estas dos naturalezas son extraordinariamente diferentes
- Donald Symons (1979) The evolution of human sexuality

Steve Stewart-Williams
Una de las áreas por las que la Psicología Evolucionista (PE) es más conocida es por todos sus estudios sobre la sexualidad humana, que han llegado mucho a la gente (la sexualidad siempre interesa), tal vez porque coincidían con observaciones de la psicología popular. Sin embargo, se ha criticado a la PE por exagerar la magnitud de esas diferencias sexuales, incluyendo diferencias en la búsqueda de sexo esporádico y en los criterios de elección de pareja. En el artículo que citaba en la entrada anterior, El Simio que se creía un pavo real, Steve Stewart-Williams y Andrew Thomas intentan situar esas diferencias en un punto medio, reconociendo, por un lado, que las diferencias son reales y existen, pero admitiendo, por otro, que son de menor magnitud de lo que se nos ha hecho creer.

El problema, para Stewart-Williams y Thomas, es que la PE ha seguido a pies juntillas el modelo de especies poligínicas, el modelo que ellos llaman Machos-compiten/Hembras eligen (MCHC, por sus siglas en inglés). Sin embargo, Stewart-Williams y Thomas proponen un modelo más afinado a la especie humana que llaman Mutua elección de pareja (MMC). Según este modelo, el de mutua elección, la especie humana es “andrógina” porque las mujeres tienen características que solo se ven en machos en otras especies (por ejemplo competir por los machos) y los hombres tienen rasgos propios de hembras (por ejemplo proveer cuidado parental y ser cuidadoso en la elección de pareja)

Para que os hagáis una idea mejor os pongo un resumen de cada modelo:

Modelo Machos compiten/Hembras eligen (MCHC):

Los seres humanos son una especie dimórfica y exhibimos grandes diferencias en la sexualidad. Históricamente, las mujeres invierten más en los hijos que los hombres.  Para empezar, un óvulo es más caro que un espermatozoide y luego la mujer invierte 9 meses de embarazo más la lactancia. Por ello, el número de descendencia que un hombre puede tener en su vida es mucho mayor que la de una mujer. Si un hombre se emparejara con 100 mujeres en un año podría tener, potencialmente, 100 hijos. Si una mujer se emparejara con 100 hombres en un año va a tener un hijo. Por ello, los hombres persiguen la cantidad y las mujeres la calidad. Los hombres que persiguieron la cantidad dejaron más hijos que los que no y por eso esa preferencia por la cantidad se ha heredado. Por contra, las mujeres que buscaron la calidad tuvieron más descendencia y por eso esa presencia se ha heredado. El resultado neto es que los hombres buscan relaciones sexuales a corto plazo con el mayor número posible de mujeres y sólo optan por relaciones alargo plazo (monogamia) como plan B, si la primera estrategia falla. Por contra, las mujeres evolucionaron para ser más selectivas que los hombres y buscar relaciones a largo plazo con hombres que ayudaran a criar los hijos. Los hombres cortejan a las mujeres y compiten por el acceso a ellas. Las mujeres, por su lado, eligen entre los hombres disponibles. La elección de las mujeres han ejercido una presión selectiva en los hombres modelando algunos ornamentos sexuales  masculinos como la simetría facial, la búsqueda de estatus, la inteligencia creativa y el humor, todos los cuales son equivalentes de la cola del pavo real.
Andrew Thomas

Este modelo no es razonable para Stewart-Williams y Thomas. Según ellos, cada frase o es falsa o necesita matización. Este sería su modelo:

Modelo de Elección Mutua (MMC):

Los seres humanos son una especie relativamente monomórfica. Realmente, existen diferencias medias entre los sexos que se remontan al hecho de que las mujeres invierten más que los hombres. Sin embargo, estas diferencias son relativamente modestas en nuestra especie precisamente porque las diferencias en inversión parental son también modestas, son menores de lo que parecería si solo nos fijamos en tamaño del gameto, embarazo y lactancia. Al ir aumentando el tamaño del cerebro en nuestra especie los niños se hicieron progresivamente más dependientes y se alargó la infancia. Como resultado, el vínculo de pareja (la monogamia) y el cuidado parental se convirtió en una característica central de nuestra especie. Esto redujo dramáticamente la diferencia en el número de hijos que una mujer y un hombre pueden tener. Aunque en principio un hombre puede impregnar a cientos de mujeres cada año, en la práctica existe un techo en incluso los hombres más atractivos se quedan muy por debajo. Como consecuencia, nosotros exhibimos un dimorfismo psicológico reducido. Además, no somos el tipo de especie en la que sólo la hembra elige y los hombres solo compiten. Dado que los hombres invierten en los hijos, evolucionaron para ser selectivos acerca de sus parejas (en otras palabras evolucionaron para elegir calidad también y no solo cantidad, por lo menos en lo que a relaciones a largo plazo se refieren). De igual manera, dado que los hombres difieren en su capacidad para invertir, las mujeres evolucionaron para competir por los hombres más deseables. Esta elección mutua tiene una implicación importante, que la selección sexual no actúa sólo sobre los hombres. Somos una especie en la que ambos sexos tienen equivalentes a la cola del pavo real. De hecho, en lo que a belleza física se refiere, la situación se ha invertido con respecto a otros animales y las que más se exhiben son las mujeres.

Como veis en el relato resumen, la diferencia central en nuestra especie es la monogamia y la inversión parental de los hombres. Aunque en humanos la diferencia en inversión parental mínima es (o puede ser teóricamente) muy grande, en la practica la inversión parental típica es más parecida entre los dos sexos. Por eso somos una especie más bien monomórfica que dimórfica. Y la monogamia y mayor inversión parental son resultado, según Stewart-Williams y Thomas, del crecimiento del cerebro que plantea un dilema obstétrico y un nacimiento de los niños humanos en estado prematuro (según algunas valoraciones el niño humano nace 12 meses antes de lo normal y es en realidad un feto extraterreno durante el primer año).

El artículo es muy largo y va desgranando y explicando todos esos aspectos (la inversión parental, las formas en que las mujeres compiten, etc) pero hay un argumento  estadístico que se repite para combatir las diferencias entre sexos que aparecen en los estudios de PE entre hombres y mujeres. Este argumento es el efecto cola de la distribución que veíamos en la entrada anterior: las diferenciado entre hombres y mujeres son grandes en las colas de la distribución, pero son pequeñas en las medias.

Al efecto cola de la distribución Stewart-Williams y Thomas añaden una diferente valoración de una medida que es la d de Cohen que mide si un efecto encontrado en un estudio es grande o pequeño. Según un acuerdo arbitrario, una d de 0.2 se considera un efecto pequeño, 0.5 se considera un efecto mediano, y 0.8 se considera un efecto grande. Usando este modelo, la mayoría de diferencias sexuales en psicología son pequeñas, el 78% tienen un efecto menor de 0.35. Las diferencias sexuales en el interés por el sexo a corto plazo son grandes, de 0.5 a 0.8. Los psicólogos evolucionistas dicen que estas diferencias son muy grandes, de hecho son de las más grandes que se han encontrado en toda la psicología, no sólo en la evolucionista, pero Stewart-Williams y Thomas dicen que no son para tanto.

Para probar lo que dicen, Stewart-Williams y Thomas se basan sobre todo en un estudio de Lippi de 2009 donde investigan  las diferencias psicológicas en el interés sexual pero, a la vez, las compara con las diferencias en altura. En ese estudio las diferencias en el interés por el sexo a corto plazo en hombres y mujeres es de d=0.85, que es un efecto muy grande, pero es que las diferencias en altura tienen una d= 1.63. Es decir, las diferencias en altura son el doble de las que hay en el interés por el sexo a corto plazo y los hombres son sólo (de media) un 10% más altos que las mujeres. Las diferencias en tamaño corporal en gibones -que son monógamos- tienen una d= 0.80. Es decir, las diferencias psicológicas sexuales en humanos son de la misma magnitud que las diferencias físicas en gibones. La diferencia más grande que Stewart-Williams y Thomas mencionan es la que se da en el uso de pornografía, d=1.12, que sigue siendo 2/3 de la diferencia en altura.

En mi opinión, Stewart-Williams y Thomas no dicen nada nuevo que no estuviera ya en la literatura de la PE. Lo que sí hacen es poner el énfasis de una manera diferente y señalar algunas cuestiones menos destacadas por otros autores. En definitiva, un excelente artículo muy recomendable si os interesa la psicología evolucionista en la vertiente que estudia las diferencias psicológicas sexuales en humanos. También son estupendas sus repuestas a las críticas que les hacen unos comentaristas de primer nivel, pero no he encontrado en abierto los comentarios de esos autores.

@pitiklinov


Referencias:




2 comentarios:

Sergio del Valle dijo...

Creo que al párrafo donde haces de PE "a favor" de un dimorfismo sexual, sólo le faltaba añadir: "Aunque en humanos la diferencia en inversión parental mínima es (o puede ser teóricamente) muy grande, en la practica la inversión parental típica es más parecida entre los dos sexos."Pues esta información sería un añadido (me refiero, sería un añadido el párrafo que te menciono) ya que su contenido no era ni aseverado ni negado.

Sergio del Valle dijo...

Punto aparte, creo que el problema está en el entendimiento que la gente hace de estos hechos. Se alimenta de periódicos que se le dan la noticia "masticadita", según los medios para hacerla accesible y comprensible. Pero es un error, creo yo, pensar que es posible forjar la idea empleando únicamente palabras de uso común y haciendo uso de una SINTAXIS EN SU MÍNIMA COMPLEJIDAD. Y el error más grande, creo, está en suponer que a la gente le agradará informarse o siquiera se dignará a hacer el esfuerzo, porque entre nos sabemos que a la gran mayoría de seres humanos lo que les importa de forma prioritaria es saber qué hacer, y no obtener un entendimiento que per se nada les dice sobre qué hay que hacer. La embrionaria capacidad de buscar e incorporar nueva información debido al hábito de suponer que el sentido común lo resuelve todo (la curiosidad es para los niños) y la otra embrionaria capacidad de elucubrar y aprehender sintaxis complejas (debido a que junto sus destrezas gestuales y paralingüísticas, existe a su disposición un código cultural extenso y basto que favorece y aparentemente satisface sus necesidades de comunicación satisfacer, no es de extrañar que estas dos capacidades, necesarias para el pensamiento reflexivo, estén muy oxidadas), parece limitar significativamente al hombre y mujer comunes de siquiera tener idea de qué coño y de qué carajos estoy hablando.