Jonathan Haidt comenta en profundidad, e incluso subraya, en su web un artículo que le ha encantado sobre el origen de las Microagresiones escrito por Bradley Campbell y Jason Manning. El artículo sitúa la aparición de este fenómeno, que ha estallado en las universidades americanas en los últimos años, en una evolución moral que nos ha llevado desde la cultura de la dignidad, en la que vivíamos hasta ahora, a una cultura del victimismo, y lo contrastan también con la cultura previa del honor. Merece la pena resumir el análisis sociológico que hacen estos autores.
Derald Wing Sue define microagresiones como: “las breves y cotidianas indignidades verbales, conductuales y ambientales, intencionadas o no intencionadas, que comunican una actitud hostil, negativa o derogatoria en temas raciales, de género u orientación sexual, e insultos leves religiosos contra individuos o grupos”. Sue pone como ejemplo de microagresión que alguien le pregunte de donde es y no se quede satisfecho con la respuesta “- de Portland”. Otros ejemplos son decir a un norteamericano asiático que habla muy bien inglés, agarrar el bolso cuando un afroamericano entra en el ascensor, o mirar las muestras de afecto de gays y lesbianas en público. El término apareció en los años 70 del siglo pasado pero es ahora cuando se ha puesto de moda con varias webs dedicadas a denunciar el problema, donde la gente puede remitir sus ofensas.
Las microagresiones tienen algunas características como son la dependencia de terceras partes. Alguien que se siente ofendido puede reaccionar de diversas maneras: agresivamente, cortando la relación con el ofensor sin confrontación, hablándolo con el ofensor, etc. Sin embargo, la característica principal de las webs de microagresiones es que airean los agravios y animan a difundirlas a todo el mundo, a personas que nada tienen que ver con el asunto. Podemos decir que se trata de un cotilleo masivo. Las personas siempre han cotilleado (cotilleo: charla evaluativa acerca de alguien que no está presente) sus problemas a amigos, familiares y conocidos, pero no de forma indiscriminada. Los niños presentan sus quejas a los adultos y los adultos a los tribunales del sistema legal. Explicar las microagresiones, por tanto requiere explicar las condiciones que llevan a las personas a trasladar sus problemas a terceras partes.
Estas webs se dedican a buscar y mantener apoyos para lanzar cruzadas morales contra injusticias que presentan como muy graves y sistemáticas exagerando, o falsificando incluso, muchas veces las ofensas. Se produce también una “sobredependencia legal “, una atrofia de la capacidad para manejar pequeños problemas interpersonales. En el fondo se trata de conseguir el suficiente apoyo para obligar a las autoridades a que actúen. Lo curioso, también, es que estas quejas florecen entre las poblaciones más educadas y pudientes de las universidades americanas y no entre los más pobres. Parece que cuanto más igualitaria es una sociedad nos sentimos agraviados por cosas cada vez más pequeñas.
En definitiva, el marco en el que aparecen las microagresiones es el de una sociedad diversa culturalmente, igualitaria, en la que hay unas terceras partes poderosas (autoridades legales , académicas, administradores…). Pero un ingrediente necesario son las redes sociales (Internet, Facebook, Twitter…) ya que sin ellas no sería posible difundir las ofensas de la forma masiva que se requiere. Pero ¿cómo explicamos este fenómeno?
Campbell y Manning hablan de que se ha producido una evolución en la cultura moral de Occidente. En los siglos XVIII y XIX la mayoría de las sociedades de Occidente pasaron de la cultura del honor a la cultura de la dignidad. En las culturas del honor es la reputación lo que hace que alguien sea honorable o no y uno debe responder agresivamente a insultos, a agresiones y desafíos o perder el honor. No luchar se considera una debilidad moral. La gente honorable es muy sensible a los insultos y responde inmediatamente. Las culturas del honor aparecen en lugares donde no existe una autoridad legal fuerte y uno mismo tiene que sacarse las castañas del fuego.
Pero al pasar a la cultura de la dignidad se considera que en vez de honor las personas tienen dignidad y que es inherente a la persona, por lo que no puede ser alienada por otros, ni tiene que ser demostrada. La dignidad existe independientemente de lo que otros piensen por lo que la reputación social es menos importante. Los insultos pueden ser importantes pero ya no destruyen el honor y la reputación de una persona como ocurría anteriormente. Incluso está bien visto tener la piel dura y pasar de esas provocaciones. Esta cultura aparece cuando hay una autoridad fuerte y un sistema legal que funciona. Las ofensas graves (robo, asalto, ruptura de contrato, etc.) se llevan a los tribunales y las ofensas menores se arreglan personalmente , hablando y discutiendo el problema, o se pasa de ellas.
Pero ahora, según Campbell y Manning, se está produciendo la transición desde una cultura de la dignidad a una cultura del victimismo que tiene características que no encajan ni con la cultura del honor ni con la de la dignidad. La gente ahora es muy sensible al insulto, como en las culturas del honor, pero no responde personalmente sino que busca la ayuda de terceras partes. Esto sería anatema en una cultura del honor. Por otro lado, las personas integradas en una cultura de la dignidad entienden lo de recurrir a terceras partes pero no para ofensas menores. Así que es como un remix de ambas culturas. El victimismo es una forma de atraer simpatías y ser víctima confiere estatus moral (a la vez que se rebaja el estatus moral del ofensor) de manera que se produce así una espiral de competencia a ver quién es más víctima.
Resumiendo, estamos viviendo ahora un choque entre la dignidad y el victimismo de la misma manera que antes lo hubo entre honor y dignidad. En las sociedades actuales, atomizadas e igualitarias, pequeñas ofensas generan gran angustia y se recurra a terceras partes. Si añadimos a la mezcla las nuevas tecnologías de la comunicación el resultado es la emergencia de una cultura del victimismo que probablemente se irá extendiendo.
@pitiklinov
Referencia:
(incluye enlace al artículo original completo)
7 comentarios:
¿En este "movimiento" tendria algun grado de participacion el victimismo judio tan presente directa o indirectamente año tras año en multitud de peliculas americanas?
Victimismo del que se aprovechan (y se aprovecharan) distintas comunidades en su favor. En la teoría de juegos de la sociedad actual, ser víctima es un plus; con lo que cada vez se usa más la propaganda y el marketing en este sentido: baste ver como literalmente se está dejando penetrar decenas de miles de inmigrantes a servirse de los derechos sociales (el bienestar) de los países europeos avanzados, debido a la desorbitada sensibilidad que despierta precisamente este victimismo del que se habla en esta entrada (y que los medios de comunicación se encargan de difundir a lo bestia).
En otras épocas, este tipo de actos en contra de los intereses propios (en favor del de los otros) habrían sido inaceptables. Yo, personalmente, en ciertos casos como el de la inmigración ilegal, lo veo como una debilidad del mundo Occidental (incapaz de comprender las consecuencias al medio y largo plazo de este "buenismo"); una debilidad que va a conllevar probablemente, como digo, consecuencias negativas muy pronto (para Occidente, claro ;) ).
Un saludo, y buena entrada, Pablo.
Cuando no existía el victimismo existían las víctimas, lo cual es peor, por tanto, el victimismo no sé si sólo pero más que nada es una lata, una pesadez, un mal menor. Victimas sigue habiendo, pero no son las que más utilizan el victimismo en su favor. El escrito Martin Amis señala en una entrevista como ante cualquier repudio a los islamistas o fundamentalistas se te puede acusar de islamofobia y se pregunta que pasaría si los salvajes del ISIS fueran rubios blanquitos, pues que no se te acusaría de cosa parecida. Lo que pretendo decir es que el victimismo saca a menudo las cosas de quicio y afecta, con la pamema de lo políticamente correcto, las críticas sensatas, genera autocensura. En las sociedades avanzadas se consideran agravios muchas veces a cosas que no lo son o son simplemente mala educación o torpeza y ni eso a veces.
El anterior comentarista da por hecho que la inmigración ilegal es básicamente negativa (se supone que para las ricas sociedades receptoras, no desde luego para los que arriesgan su vida o al menos abandonan la anterior para llegar a ellas). Eso es dar por hecho demasiado.
http://www.lansky-al-habla.com/2015/10/la-isla-de-kioshk-de-la-inmigracion-al.html
Muy interesante el concepto de "microagresión". No parece exagerado lo que se cuenta y lo del "victimismo" sí que puede ser manipulado para evadir la responsabilidad. La idea de detectar "microagresiones" y de buscar ponerles remedio ("daño moral", "crueldad mental"...) está en la línea del proceso civilizatorio del desarrollo de la empatía y sus consecuencias. En éste, como en tantos otros aspectos de la psicología social, nos encontramos en el terreno de las "carreras de armamentos": si el agresor ve restringido su deseo de dañar al otro por la coerción legal (ya no puede apuñalarlo, golpearlo) entonces responde elaborando formas sutiles de agresión psicológica, en respuesta, el partidario del control de las conductas antisociales elabora este tipo de conceptos nuevos que buscan de nuevo coartar la conducta agresiva.
En tanto que el deseo es siempre minimizar el daño y reprimir las conductas antisociales, este tipo de distinciones son positivas y debemos tomarlas en serio. Lo de airear el supuesto "victimismo", más que señalar posibles abusos -que siempre puede haberlos, claro está-, parece más bien otra estrategia de fomentar -fingiendo ignorar- las conductas agresivas.
De todas formas, la búsqueda de denunciar una y otra vez las conductas agresivas no parece la solución. Es como extender el ámbito de las leyes penales hasta el infinito, y eso no puede hacerse. Pero sí es positivo que se extienda la sensibilidad ante la agresión en general.
Tras una época de búsqueda afanosa de liberaciones, hoy surgen cada vez más llamadas a reforzar el sentido de responsabilidad. El ensayo de Bruckner se inscribe en esta línea, al detectar dos patologías propias del mundo occidental: el infantilismo y la victimización. A menudo, la legítima necesidad de protección degenera en el infantilismo, que combina una exigencia de seguridad con una avidez sin límites y sin sometimiento a ninguna obligación. A su vez, la victimización lleva a considerarse entre los grupos perseguidos, a presentarse como víctima a la que se debe reparación. Así, más que bienpensantes tendríamos hoy “biendolientes”, que en vez de rivalizar en la excelencia compiten en la exhibición de los agravios padecidos (a menudo más supuestos que reales).
Ambas estrategias de la irresponsabilidad se fundamentan “sobre una misma negación del deber, sobre la misma certidumbre de disponer de un crédito infinito sobre sus contemporáneos”. Y revelan las paradojas del individualismo moderno que, al modo rousseauniano, oscila entre la reivindicación de la autosuficiencia y la búsqueda ansiosa de la aprobación de los demás, entre el rechazo de la norma y la angustia de ser diferente. Esta cultura de la queja tiene efectos negativos en la convivencia social, entre los que Bruckner destaca la creciente tendencia a recurrir a los tribunales ante cualquier adversidad, el peligro de concebir las relaciones entre hombres y mujeres como guerra o como apartheid, o la búsqueda de privilegios enmascarados como reparaciones, con el riesgo de olvidar a los verdaderos desheredados.
Bruckner mete el bisturí con habilidad al diseccionar estas patologías sociales. Sabe captar el detalle significativo, los comportamientos contradictorios, los nuevos tópicos políticamente correctos. Y lo hace con fórmulas brillantes, en las que la ironía es la punta de lanza de la crítica. Quizá la inclusión del capítulo sobre el victimismo en la propaganda serbia responda más al deseo de aprovechar un artículo anterior que a las exigencias del ensayo.
Algunas esporádicas referencias al pensamiento cristiano no resultan coherentes con las mismas ideas que Bruckner defiende en otras páginas. Por ejemplo, incurre en la típica queja sobre la rigidez de la doctrina católica contraria al placer sexual, aunque poco después reconozca “el elemento sensual y emocional del catolicismo romano unido a su transigencia con las debilidades humanas...”. Pero es que, además, la Iglesia no tiene nada contra el placer sexual; lo que rechaza es la búsqueda del placer sin obligaciones, del sexo sin compromiso, de la recompensa inmediata sin dominio de sí. ¿Y no hay mucho de infantilismo en esas actitudes? Pascal Bruckner, que acierta a desmontar tantos otros prejuicios de hoy, podría liberarse fácilmente de éste.
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Parece contradictorio que al aumentarse la sensibilidad ante la agresión se responda con un aumento del control que representa la coerción legal ("la creciente tendencia a recurrir a los tribunales ante cualquier adversidad"). Esa podría ser la parte más infantil. La otra, la sensibilización ante las conductas agresivas que se hacen cada vez más sutiles y complejas, sería la tendencia madura de una civilización que sigue profundizando en la empatía que implican las relaciones interpersonales profundas. La "cultura de la queja" debería madurar hacia una sensibilización más positiva. Pero peor sería la insensibilización y la indiferencia mutua. La evolución que marca J. Haidt en su artículo, de "cultura del honor" a "cultura de la dignidad" a "cultura del victimismo" parece una manipulación interesada. Señala como tendencia general lo que solo son anécdotas (el victimismo en tanto que recurso abusivo a la intervención de las autoridades coercitivas). Lo importante es responder a las tendencias agresivas (microagresiones) al denunciarlas y expandir su rechazo. El abuso del victimismo y de lo "políticamente correcto" se suele usar interesadamente como coartada por parte de los reaccionarios.
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