Una de las cuestiones a las que se trata de dar respuesta de forma
acuciante y concluyente en las disciplinas científicas relacionadas con la
biología evolutiva es la de cómo pudo evolucionar la homosexualidad, como
comportamiento sexual esporádico o habitual en cualquier sexo de cualquier
especie. Dar respuesta a esa cuestión implicaría un estudio amplio y en
profundidad de todos los comportamientos susceptibles de ser calificados como
homosexuales en toda especie que los manifestase, estudio que necesariamente
debería abordarse desde la genética, la embriología, la etología, la
neurociencia y todo ello dentro del marco de la Teoría de la Evolución por Selección
Natural, que es el paradigma imperante en Biología.
Cada uno de dichos comportamientos calificables como
“homosexuales” (algunos serían de una ambigüedad que dificultaría su
clasificación) y en cada una de las especies que lo practicasen, con sus
peculiaridades inherentes, podría tener un origen evolutivo distinto. Intentar determinar
un origen común a todo comportamiento homosexual de todas las especies sería
una empresa arriesgada probablemente condenada al fracaso, puesto que no
parecen existir exclusivos determinantes ambientales o exclusivas presiones
evolutivas que pudiesen conducir ineludiblemente a su aparición.
Por ejemplo, y hablando de factores ambientales, se conoce que el
confinamiento de ciertas especies, sea en cárceles (entre humanos) o en
zoológicos (otras especies), pueden hacer aparecer comportamientos sexuales que
en estado salvaje raramente se observan. Cuando el entorno poblacional de un
animal es predominantemente de su sexo, en algunos casos este puede cambiar su
género, cosa que hacen ciertos insectos o peces. No ocurre así con otros muchos
animales, cuya sexualidad está claramente definida desde el nacimiento. En éste
último caso el impulso a tener relaciones sexuales con miembros de su misma
especie y la ausencia de miembros del sexo opuesto podría conducir a la
homosexualidad. Pero digamos que estos últimos son casos extraños en la
naturaleza, y en cualquier caso bastante forzados.
Otro ejemplo de homosexualidad, este que respondería en cierto
modo a impulsos genéticos, pero no relacionados propiamente con la sexualidad,
se daría en especies muy jerárquicas en las que el poder, que generalmente
consiste en la precedencia en el acceso a los recursos alimentarios y sexuales
reproductivos escasos, se puede expresar ritualmente a través de una cópula
homosexual. Entre primates no humanos, por ejemplo, los machos dominantes en
ocasiones penetran a los no dominantes, o éstos últimos se les ofrecen como
signo de sumisión.
No hay, empero, ningún factor ambiental o genético conocido que
conduzca indefectiblemente a ninguna especie a tener comportamientos
esporádicos o habituales de carácter homosexual.
Por ello, en lugar de intentar abarcar demasiado, debemos centrar
nuestros esfuerzos en acotar una especie, los comportamientos que en la misma
pueden calificarse de homosexuales, el sexo en el que se producen, y la razón
que podría encontrarse detrás de la predisposición a este tipo de
comportamientos.
El objeto de este post es tratar de encontrar algún posible origen
de la homosexualidad masculina en nuestra especie. Acotamos el asunto a la
homosexualidad masculina porque estimamos que, aunque puede tener algunos
aspectos en común con la femenina es probablemente, a día de hoy, más fácil de intentar
explicar que ésta última.
La inquietud que suscita la cuestión está justificada, dado que se
trata de “nosotros”, con nuestras complejidades culturales y psicológicas, pero
nuestro interés está lejos de tener algo que ver con los aspectos morales o
cualquier otro aspecto no científico del problema. Los científicos intentan
describir el mecanismo (dentro del paradigma darwinista) a través del cuál pudo
la homosexualidad haber evolucionado.
Constituye un aparente escollo a la Teoría de la Evolución por Selección
Natural de Charles Darwin que, dentro del linaje evolutivo de una determinada
población animal pueda surgir un porcentaje superior al que cabría esperar por
azar de individuos orientados sexualmente hacia los individuos de su mismo
sexo: esto es debido a que, de darse el caso de una homosexualidad estricta en
un conjunto de individuos dentro de una población animal, su orientación sexual
y los comportamientos de evitación respecto al otro sexo, darían lugar a una
drástica reducción de la descendencia de los individuos de orientación
homosexual que, a lo largo de sucesivas generaciones, conduciría a una
progresiva eliminación del acervo genético de la población de los genes que
predispusieran al comportamiento homosexual.
Este planteamiento es probablemente demasiado simple, dado que, en
primer término, no todos los homosexuales lo son de forma estricta ni, de
hecho, evitan por completo a lo largo de su ciclo vital las relaciones sexuales
potencialmente reproductoras con individuos del sexo opuesto. Por otro lado,
cualesquiera que fueran los genes que contribuyeran a dar forma a un organismo
(y dentro de éste a un cerebro) que generasen conductas homosexuales, no
tendrían porqué desaparecer a lo largo de las generaciones, siempre y cuando
cada uno de ellos por separado pudiese pasar de una generación a la siguiente a
través de portadores no homosexuales o no estrictamente homosexuales. La
recombinación genética haría lo demás: los genes que juntos generan una
predisposición a la homosexualidad se barajarían con todos los demás con cada
nueva generación, dando origen a un porcentaje significativo de individuos con
orientación homosexual, y mantenerse en el acervo genético indefinidamente. La
homosexualidad, como se ve, no es ni puede ser un callejón sin salida
evolutivo, y por tanto su prevalencia en determinados porcentajes en un linaje
evolutivo no constituye ninguna paradoja.
Dicho esto habría que destacar además la singularidad humana
respecto a los comportamientos sexuales en general y los homosexuales en
particular. Son muchos los aspectos que nos diferencian en nuestros
comportamientos de las otras especies, incluso de nuestros parientes más
cercanos, los chimpancés y bonobos. Asimismo las diferencias entre los sexos en
sus estrategias cognitivas y conductuales para tener descendencia viable
difieren considerablemente, todo lo cual está abundantemente documentado.
Un aspecto de la homosexualidad en nuestra especie que se puede
inferir parcialmente de lo anterior (diferencias con otras especies y
diferencias entre los sexos), es el de un desarrollo ontogenético del
comportamiento sexual que, aun siendo característico de cada sexo particular,
resultaría notablemente sensible a señales del ambiente social, con cada
generación. Esto tendría su origen en los imperativos que dicho ambiente social
ha ejercido filogenéticamente sobre la evolución de nuestra cognición social y
de nuestros comportamientos en general, dentro de lo cual los comportamientos
reproductivos se pueden considerar una regla antes que una excepción.
Surge, en nuestra especie, la necesidad de un compromiso entre la
monogamia y la poligamia, compromiso que adquiere una dimensión nueva (entre
las escasas especies potencial o estrictamente monógamas) como consecuencia de
nuestras adaptaciones cognitivas al trato social. Sobre el impulso natural al
apareamiento se superpone el impulso de proteger nuestra inversión
reproductiva, y sobre éste los impulsos de pertenencia al grupo y de búsqueda
de crédito y reconocimiento sociales. Ninguno de estos impulsos anula al resto,
y en nuestra mente pueden producirse, y de hecho se producen, conflictos a
varios niveles que nos llevan a comportarnos, a lo largo de nuestro ciclo
vital, con una cierta ambigüedad, cuando no de forma marcadamente
contradictoria. La necesidad tiene muchas caras. Y de todo esto puede surgir un
precario equilibrio a largo plazo entre monogamia y poligamia, moldeado
asimismo por la cultura.
Desde el punto de vista de la orientación sexual particular de
cada individuo la cosa se complica un poco, pero no demasiado. El compromiso
entre homosexualidad y heterosexualidad es menor, precisamente porque en la
evolución, la heterosexualidad es la fórmula más idónea para dejar
descendencia. Ello no obsta para que cada individuo, en los genes que afectan
de forma directa o indirecta a su conducta sexual, pueda tener una combinación
de alelos y una expresión determinada de los mismos que den lugar, con el
desarrollo ontogenético, a una conducta marcada por la atracción sexual total o
parcial hacia el propio sexo. El contexto social y las vivencias particulares
jugarían sobre este desarrollo un papel de extraordinaria importancia. Y la
ambigüedad estaría servida en muchos casos. No es fácil determinar el número.
La tesis fundamental que aquí quiero exponer gira en torno a la
otra gran aportación de Charles Darwin a una explicación amplia y acerada de la
evolución biológica: la Teoría
de la Selección
Sexual.
En principio podría parecer que ninguno de los miembros de los
sexos opuestos podría estar interesado en modificar la orientación sexual de
sus potenciales parejas reproductoras. Pero ni la Selección Sexual
(más “consciente” que la natural) es algo que opere con claridad diáfana ni sin
obstáculos, moldeando su objeto de forma óptima, ni puede ejercerse sobre un
particular rasgo fenotípico sin afectar a más de un rasgo genotípico
subyacente.
Así, podría haber ocurrido, y de hecho es muy probable que así haya
sido, que un sexo seleccionase características fenotípicas múltiples en otro y,
colateralmente, otras características asociadas por cercanía genética (física,
dentro de los cromosomas o epigenética, o del desarrollo ontogenético,
afectando a sus estadios dentro del útero), características estas últimas que
no estaban en la mente del “seleccionador” y que, podría decirse, venían en el
paquete.
En la evolución de nuestro linaje parecen haber existido algunos
hitos particularmente reseñables que hicieron de la crianza de los
descendientes un proceso al que había que dedicar cada vez más recursos.
Uno de ellos fue la locomoción bípeda, otro el uso de
herramientas, y por último el crecimiento del cerebro. Podemos inferir a partir
de los estudios evolutivos actuales que estos hitos se sucedieron en el orden
expuesto aquí. Como resultado de unos cambios fueron necesarios, posibles
o precisos otros. La liberación de las manos con la locomoción bípeda
parece haber sido necesaria para el uso de herramientas, al menos
el sofisticado uso que de ellas que nuestro linaje ha venido haciendo. El uso
de estas herramientas muy probablemente hizo posible el desarrollo
de un cerebro mayor. Y por último, el estrechamiento del canal del parto en las
hembras de los homíninos tras los cambios anatómicos generados por la nueva
forma de locomoción hizo preciso que una parte importante del desarrollo
de un cerebro de mayor tamaño se produjera fuera del útero materno.
De esta forma podría explicarse (y así lo hacen muchos estudiosos
de la evolución humana, con los debidos matices) que los recursos destinados a
la crianza de la descendencia tuvieran que ser cada vez mayores. El esfuerzo de
la crianza fue, cada vez en menor medida, una labor exclusiva de las hembras:
los machos debían también aportar recursos para la misma, bien directa, bien
indirectamente. En la medida en que un macho fuera colaborador las
probabilidades de que su descendencia fuera viable eran mayores. Esto, a lo
largo de suficientes generaciones podría haber inclinado la balanza de la
crianza hacia un mayor equilibrio entre los sexos. Y eso solamente sería
consecuencia de la selección natural. Pero, en una cuestión tan central en
biología como la de la reproducción y el cuidado de la prole, la selección
natural podría haber sido reforzada por las preferencias de unos cerebros
femeninos cada vez más sofisticados: ahí entraría en juego, de forma bastante
determinante, la selección sexual.
¿Qué rasgos seleccionarían exactamente las hembras de nuestra
especie en los machos a la hora de elegir aquel con el cual les resultase más
tentador aparearse y tener descendencia? : rasgos de comportamiento asociados a
la formación y reforzamiento de vínculos sociales y, especialmente, a la
crianza de los hijos. Lo más probable es que las hembras prefiriesen machos con
tendencias cognitivas y emocionales hacia las relaciones más estables y cierto
gusto por (o mejor sería decir impulso hacia) la crianza de los hijos, tendencias
connaturales al sexo femenino pero raramente presente entre los animales
machos. Tendencias cuyo sustrato genético y ontogenético estaría en gran medida
en el sistema nervioso central.
Por la reducción en la diferencia de tamaño entre los sexos a lo
largo de nuestra historia evolutiva cabe deducir que las luchas entre los
machos por las hembras fueron cada vez en menor medida la forma de obtención de
parejas para el apareamiento. Por otro lado los cerebros de machos y hembras
crecieron por igual. Las relaciones sociales, junto con el uso de herramientas,
acaso también el nacimiento del lenguaje por la confluencia de ambos fenómenos,
convirtieron a los machos de nuestra especie en animales fácilmente
“moldeables” por la selección sexual de las hembras. Éstas, que probablemente
“domeñarían” o “domesticarían” a los machos en coalición, sólo posible con un
cerebro social desarrollado, con sus decisiones tomadas a lo largo de las
generaciones, fueron perfilando un “estilo” cognitivo y emocional nuevo en los
machos: surgía el compromiso entre monogamia y poligamia de las tensiones
evolutivas entre el impulso masculino indiscriminado a dejar descendencia y el
impulso femenino a garantizar a la prole una larga y reproductora vida. Se
producían asimismo cambios, acaso no muy grandes, en los cerebros y sistemas
hormonales masculinos, pero de profundas repercusiones. Para que los machos
pensaran y sintieran respecto a sus descendientes de una manera parecida a las
hembras, su cerebro y su sistema endocrino tendrían que feminizarse en algún
grado….o desmaculinizarse, ya que la opción por defecto del embrión en
desarrollo es la femenina. Dicho de un modo que todo el mundo puede comprender,
todos somos mujeres con mayores o menores retoques. En el principio era la hembra,
y la costilla de Adán no es más que un mito.
Ni la biología ni la evolución funcionan con cambios plenamente
ajustados a las necesidades. Así pues, la presión selectiva ejercida por las
hembras de nuestra especie sobre los machos para que fueran mejores criadores,
afectaron a los genes y al desarrollo masculinos de forma tal que el cerebro
masculino pudiera generar comportamientos, cogniciones y emociones parecidos a
los femeninos no sólo en lo que respecta al cuidado de la prole, sino también,
y de un modo no buscado, a la percepción de la sexualidad.
Gracias a la puesta en relación del conocimiento adquirido en
embriología sobre cómo la testosterona afecta a los fetos humanos para
determinar la sexualidad y ciertos rasgos fenotípicos medibles, como el tamaño
del núcleo intersticial 3 del hipotálamo anterior (INAH 3) (LeVay) o la diferencia de longitud entre los dedos índice y anular de
nuestras manos, en particular la derecha, se han empezado a identificar algunos
de los rasgos que podrían variar entre los sexos en percepción, cognición,
emociones, comportamientos…en función de lo expuestos que estuvieron los
individuos observados a la testosterona durante un período crítico de su
desarrollo embrionario.
Por lo que hasta ahora se ha podido comprobar con numerosos
sujetos de estudio es que la exposición fetal a la testosterona afecta a
numerosos rasgos fenotípicos. Entre ellos uno que parece no guardar relación
alguna con el comportamiento sexual o de ningún otro tipo: el Índice Digital
D2:D4, esto es, el ratio entre la longitud de los dedos anular e índice. Parece
que esta relación puede ser un marcador bastante fiable de la exposición fetal
a la testosterona (Zhengui Zheng, Martin Cohn).
Este rasgo “irrelevante” resulta ser un marcador apropiado. Una
vez hecha la medición del Índice D2:D4 en todos los sujetos estudiados se
procede a identificar y registrar comportamientos, hábitos, costumbres,
tendencias, deseos e intenciones (declarados), y, en definitiva, una larga
lista de procesos emocionales-cognitivo-conductu ales-sociales y contrastar
los resultados de todo aquello susceptible de ser medido directa o
indirectamente con mayor grado de aproximación con las cifras ofrecidas por el
Índice D2:D4. Y se encuentran correlaciones significativas en varios rasgos
(que van desde la percepción espacial, la habilidad lingüística, la empatía, la
capacidad atlética, etc etc hasta….el cuidado parental) y que generalmente se
considera son más preponderantemente masculinos o más preponderantemente
femeninos.
La relación no es perfectamente unívoca e inequívoca. Es decir:
los rasgos no van todos juntos de un lado para otro del espectro
masculino-femenino (medido a partir del Índice D2:D4), pero sí se correlacionan
lo suficiente para pensar que podría, por un lado, existir un sustrato
genético que asocie dichos rasgos en alto grado (podría ser una cercanía física en los cromosomas, un interruptor
epigenético común….) y por otro que durante el desarrollo
embrionario la exposición fetal a la testosterona pueda ir, digamos, por zonas.
Probablemente la que más nos interese no sean las manos, aunque como decíamos
sirvan de indicador sus dedos índice y anular y la proporción que guardan, sino
el cerebro en desarrollo. La testosterona puede inundar el cuerpo, afectando a
las gónadas, por ejemplo, o al sistema endocrino, también, pero la importancia
que tiene el grado en que afecte al cerebro y las zonas del mismo que queden
más expuestas a la hormona es decisiva en la predisposición de la persona aún
no nacida pueda tener, a lo largo de su ciclo vital, a sentirse atraída por
otras personas de su mismo sexo.
Lo que esto significa es que un hombre puede ser más femenino en
alguno de esos rasgos pero poco o nada en otros.
Las hembras homíninas, con su selección de rasgos más femeninos en
los machos de su especie lograron el objetivo de unos padres más proclives a la
monogamia y al cuidado de la prole, si bien seleccionaron también a machos
cuyos circuitos neuronales relacionados con la atracción sexual tendría un
sustrato genéticamente próximo al de ellas, y una exposición ambiental
intrauterina durante el desarrollo embrionario que podría comenzar a inclinar
la balanza de sus tendencias sexuales hacia las femeninas. Según la cascada de
testosterona fuera mayor o menor y según qué zonas del cuerpo en general y el
cerebro en particular regase más abundantemente, y por supuesto según que
“simiente” (genotipo) se regara, así sería la cosecha. Se mire como se mire la
evolución de la homosexualidad masculina como efecto colateral de la selección
sexual femenina homínida de machos más fieles y pendientes de su descendencia
parece ser una posibilidad en absoluto descartable.
La tentativa
de hipótesis de toda esta larga perorata sería pues la siguiente:
Harían falta evidencias
experimentales. Se trata de una tentativa de hipótesis con demasiadas cosas por
contrastar, y como tal la presento. Se pueden derivar de ella algunas predicciones
de carácter general:
1.- Que los homosexuales
tienen algunas regiones del cerebro distintas de los heterosexuales,
relacionadas con la atracción y el acto de apareamiento.
2.-Que los genes que están
vinculados a los comportamientos de cuidado parental y elección de pareja
exclusiva formarían parte del patrimonio genético femenino e irían
asociados con otros (casi todos ellos localizados en el cromosoma X muy cerca
unos de otros). La menor expresión del cromosoma sexual X en la pareja XY en
los machos podría suponer un comportamiento más agresivo, competitivo, autista etc....más
hipermasculino. Pero esta menor expresión podría deberse
a los altos niveles de exposición fetal de los embriones masculinos a la
testosterona, y por tanto cuanto menores fueran los niveles de testosterona
durante el desarrollo embrionario en el período crítico y en lo que se refiere
a la parte de este desarrollo que afectara a la conformación del cerebro, mayor
sería la probabilidad de que el cromosoma femenino X se expresara, dando lugar
a una conformación cerebral (y de otros lugares de la anatomía) algo más
femenina. Así que la reducción de estos elevados niveles de testosterona
sacaría del armario del hombre a la mujer que lleva dentro, pero según cuánta
reducción y en qué momento exacto y según dónde se produjera etc.
5 comentarios:
Muy interesante la aportación sobre el misterio de la homosexualidad masculina. Es decir, que existirían homosexuales porque la necesidad del cuidado parental habría seleccionado tendencias "feminizadoras" del comportamiento masculino lo que, de vez en cuando, llevaría, por accidente, a que los varones adquiriesen también el gusto "andrófilo" de las mujeres (sentirse sexualmente atraídos por los hombres).
Hasta que la genética nos lo resuelva, podemos seguir sacando especulaciones del tipo "psicología evolutiva". Yo había leído, en un libro de Michael Ruse, que otra teoría tenía que ver con la poliginia, el hecho de que el macho alfa acapara las hembras, de modo que las tendencias homosexuales permanentes de algunos individuos podrían ser favorecedoras de la cohesión del grupo (selección de grupo) porque el homosexual consolaría sexualmente a los varones menos afortunados (Freud también escribió acerca del consuelo homosexual de los hijos privados de las mujeres por el "Padre dominador primitivo").
Proust escribió que el homosexual está condenado a la desgracia porque siempre se sentirá atraído por los hombres masculinos, los cuales es imposible que sientan una atracción recíproca por el homosexual. No sé yo si hoy la cosa se vé de otra manera...
Hola Idea21,
Yo creo que las hipótesis que giren en torno a los machos alfa acaparadores serían más apropiadas para explicar la evolución de la homosexualidad en una especie con un gran dimorfismo sexual. Para sustentarlas habría que pensar en nuestros antecesores más como si fueran gorilas que como si fueran algo parecido a un chimpancé. La evolución de nuestra especie parece apuntar a que el dimorfismo sexual fue progresivamente reduciéndose, algo que se aprecia, sin ningún "género" de dudas en lo que el registro paleontológico nos deja, que no es mucho, pero es indicativo: por ejemplo la reducción de la diferencia de tamaño entre machos y hembras o de los caninos en los machos.
Por supuesto la necesidad de una mayor inversión parental dada la situación precaria de los humanos en sus primeros meses (años)de vida debió de ser una fuerte presión selectiva.
No comparto esta hipótesis. Parece como muy retorcida. Por otra parte el comportamiento en las mujeres no estaría inclinado a seleccionar hombres femeninos, sino masculinos buscando protección y provisión para ella y su prole. El hombre femenino no es un "mate value" lógico en los hombres para las mujeres que son tendentes a buscar estatus incluso al día de hoy y no hombres que presenten inclinaciones en labores de nursing (Cf David Buss, Sex differences in human mate preferences: Evolutionary hypotheses tested in 37 cultures). Así mismola tendencia del comportamiento homosexual masculino no es precisamente acorde con la monogamia y las labores de nursing en gran parte de ellos.
Por otro lado es una hipótesis que choca un poco también con la evolución de la mujer hacia la jubilación reproductiva anticipada y la "hipótesis de la abuela" y además echa bastante tufo a feminista, "políticas pingüino" y "antropologías bachofenianas" con su "mística estrogénica"
escuché una teorís de un neurofisiólogo que decía que la población homosexual se acrecentaba en momentos de crisis, al parecer hecho comprobado en las crisis de Yugoslavia y la descomposición de la Unión Soviética y que era debido a que las mujeres, en situaciones de estrés, al aumentar los niveles de cortisol influyendo en la enzima aromatasa y feminizando el desarrollo femenino del cerebro del no nacido, y todo con una finalidad de control poblacional en dichos periodos de crisis.
Hola Jean,
Quizá te resulte más retorcida aún si te digo que en ningún lado excluye que las mujeres busquen rasgos aparentemente contradictorios a la hora de elegir pareja. Precisan hombres que sean más viriles para unas cosas y más femeninos para otras. De ahí por ejemplo que aún hoy se aprecia cómo muchas mujeres buscan hombres muy "machos" para apareamientos esporádicos (que den fruto) y otros menos machotes para la convivencia,la provisión de los recursos y el cuidado de la prole.
Que aparentemente contradictorias preferencias se compensen de uno u otro modo a lo largo de largos períodos de tiempo hace que el resultado final de la selección sea todo menos homogéneo.
Por otra parte debo pedirte disculpas por ignorar por completo lo que son las políticas pingüino, la antropología bachofeniana y la mística estrogénica. Seguro que si me lo explicaras adecuadamente sería capaz de entenderlo, aunque de lo que no estoy tan seguro es de si su comprensión suscitaría en mi un apremio de debatir, ya que en este punto creo que el tufillo es a ideologías, y prefiero centrarrne en las evidencias disponibles y en qué medida sustentan la hipótesis.
Para algunos soy machista. Me alegra haber encontrado a alguien que me considera feminista (o casi).
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